Capítulo 10. URBOSA X ZELDA

Autora: Bárbara Usó. 

Tiempo estimado de lectura: 1h.


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El dulce y cálido viento del atardecer del desierto acariciaba la tez de Zelda, reina de Hyrule, mientras las lágrimas discurrían por su rostro atendiendo a la figura de Vah Naboris erguida y ya desactivada. Parpadeaba rápidamente, pues pese a su abundante pena, el poniente seco de Gerudo secaba el torrente de trauma que había hallado guía y refugio en sus clavículas que, esqueléticas, se veían igual que el resto de huesos de su complexión. El paso del tiempo no había sanado aquella tremenda herida que el Cataclismo dejó en el sello de su memoria; la reina salía adelante y cumplía con todas sus funciones como mandada el deber, pero su espíritu se vio arrollado en esa época en la que, llevando apenas dos meses de casadas, la tragedia cayó sobre su nombre.  


“En un reino donde la esperanza se desvanecía y el Cataclismo había llegado, la princesa Zelda y la matriarca gerudo, Urbosa, compartían ya un lazo inquebrantable. Soñaban con un futuro juntas como casadas, un futuro que se oscureció con el Cataclismo, en concreto cuando las Bestias Divinas, controladas por la corrupción de Ganon, se volvieron contra Hyrule.”


Z: Otra vez ese maldito recuerdo… No, por favor…


“En el corazón del desierto, Urbosa luchaba valientemente dentro de Vah Naboris, su imponente Bestia Divina, pero incluso su destreza no era suficiente contra la Ira del Rayo de Ganon.”


Z: Para… por favor… 


“En un acto desesperado, envió una señal de SOS, una súplica silenciosa que atravesó el éter hasta llegar a Zelda.


La princesa, que había recibido señales similares de los otros elegidos que también se hallaban atrapados en sus bestias, tomó una decisión que cambiaría su destino. Movida por el amor y la determinación, eligió ir en auxilio de Urbosa. Su corazón latía al ritmo de una promesa no cumplida, una promesa de un mañana juntas.”


Z: -apoyando su cabeza contra la pared-. Esto no me puede estar pasando otra vez… 


“Al llegar a Vah Naboris, Zelda encontró a Urbosa luchando con una ferocidad inspiradora, esa que siempre la caracterizaba. Con un destello de esperanza, Zelda desplegó su poder, un resplandor sagrado que durante tanto tiempo había luchado por controlar y que, con anterioridad, había debutado alguna vez. Tomó la decisión de, juntas, enfrentar a la Ira del Rayo de Ganon, un baile de luz y sombra, de poder y coraje.”


Z: ¡Basta ya! -gritó tirando una mesa al suelo-. 


“Pero el destino puede ser cruel... 


En un fatídico momento, un rayo traicionero atravesó no sólo a Vah Naboris, sino al mismo cielo del desierto, impactando contra el pecho ya magullado y carente de fuerzas de Urbosa. Zelda, habiendo oído el impacto a sus espaldas, corrió con sus manos temblorosas hacia ella. Al llegar a su lado, vio el brillo en los ojos de Urbosa desvanecerse... Un susurro de "te amo" fue su último adiós.”


Z: ¡No! -gritaba mientras se echaba de rodillas al suelo, golpeándolo- ¡sal de mi cabeza! 


“El mundo de Zelda se detuvo... el dolor era inmenso, desgarrador... La guerrera que había luchado tan ferozmente, que había sonreído con tanta calidez, yacía ahora silenciosa en sus brazos. El desierto, que una vez había sido un lugar de amor y risas compartidas, se transformó en un escenario de desesperación.”


Z: ¡Ahh! -exclamaba mientras se enroscaba en el suelo estirándose del pelo ¡para, para! 


“En ese momento, Zelda vio la magnitud de su pérdida. No sólo había perdido a Urbosa, la guerrera, la compañera... sino a su esposa, a su amor…”


 Z: ¡Urbosa! -gritaba sin cesar los golpes al suelo, revolcándose en este- ¡socorro, socorro! 


“Con lágrimas corriendo por sus mejillas, prometió que la muerte de Urbosa no sería en vano... o al menos de eso se trataba de convencer viendo como el pecho quemado de su esposa, aquel que había amado infinidad de veces, ya no tomaba las respiraciones que tanto le relajaban cuando yacían juntas en su cama…”


(?): Oh, no. La matriarca vuelve a sus delirios… ¡rápido! Que alguien traiga su medicamento. 


“Con el corazón roto pero movida por una fuerza descomunal cargada de sufrimiento, Zelda se enfrentó a la Ira del Rayo de Ganon en solitario con un poder que había estado latente en su interior. Su luz sagrada brilló intensamente, un faro de esperanza en medio de la oscuridad del desierto... Con cada conjuro y movimiento, canalizó su dolor, su amor, su ira... hasta que finalmente, la corrupción que había consumido a Vah Naboris fue purgada, liberándola de su tormento, pensando que al menos, la bestia que pilotó en vida su esposa, sería de ahora en adelante un remanso de paz.”


(?): Matriarca, deje de revolverse. Tome su medicina. 


Z: ¡No pienso tomarme nada! ¡No soy una loca! 


“Mientras la luz del día comenzaba a iluminar el cielo en lo que había sido una batalla nocturna, Zelda, con el cuerpo de Urbosa aún en sus brazos, contempló la dura realidad de su situación... Pero debía tomar una decisión crucial: buscar ayuda para los otros Elegidos o intentar un imposible... Revivir a Urbosa.

Conocía el poder curativo de Mipha, la habilidosa Zora cuya magia podía sanar incluso las heridas más profundas. ¿Podría su poder traer a Urbosa de vuelta?”


(?): ¡Teniente Cipia, por favor, venga a ayudarme! 


Z: ¡Aunque vengáis entre veinte, no me lo vais a dar! ¡Soy la reina, soy tu matriarca! 


“Aunque su corazón anhelaba quedarse junto a Urbosa, Zelda sabía que debía seguir adelante si quería tener una mínima posibilidad de desafiar las leyes de la vida y la muerte. Con un último adiós lleno de amor y promesas, dejó a Urbosa en un lugar seguro dentro de Vah Naboris y se dirigió hacia la Bestia Divina Vah Ruta en busca de Mipha, donde luchaba contra la Ira del Agua de Ganon.”


C: ¿¡Qué ocurre!? 


Z: ¡CIPIA! ¡Mátalos a todos! ¡Mátalos a todos! 


“El viaje fue un torbellino de emociones. La esperanza se mezclaba con la incertidumbre, el amor con el miedo. Al llegar a Vah Ruta, Zelda se encontró con una batalla feroz. La Ira del Agua de Ganon era un enemigo formidable, pero ella, fortalecida por su reciente victoria contra la Ira del Rayo y la urgencia de su misión, se lanzó a la lucha sin pensarlo dos veces aunque con ello arriesgase su vida hasta el límite... Ya no tenía nada que perder…”


Z: ¡CIPIA! ¡Obedece a tu reina matriarca!


C: Lo siento, esta vez no puede ser. Traed refuerzos. 


“Con un coraje nacido del desespero, Zelda utilizó su poder para contener y debilitar a la bestia corrupta. Mipha, viendo la oportunidad, asestó el golpe final con su tridente, logrando en conjunto, liberar a Vah Ruta del control de Ganon.


Exhaustas pero victoriosas, Zelda le contó a Mipha sobre Urbosa... sobre su partida, su pérdida y su deseo de traerla de vuelta. Mipha, con una mezcla de tristeza y esperanza en sus ojos, accedió a intentarlo, sabiendo que desafiarían las leyes de la vida y la muerte.”


C: ¿Cómo es posible que entre cuatro no podamos con ella? ¿Qué podemos hacer? 


Z: ¡Largo de aquí todo el mundo! ¡Traedme a Urbosa! 


“Juntas, regresaron a Vah Naboris. Allí, Mipha intentó lo imposible... 


Con su magia fluyendo y uniendo sus poderes con los de Zelda, intentaron el imposible de revivir a Urbosa…”


Z: ¿¡Es que no me oyes!? ¡¡Tráemela aquí ahora mismo!! 


C: ¡Matriarca, no puedo! 


“Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, la realidad cruelmente les recordó que algunos destinos no pueden ser alterados. Urbosa permaneció en paz, su espíritu ya había partido…”


(?): ¿Y si la llevamos al cuarto vacío? Aquí podría causar destrozos...


C: ¿Eso es lo que te importa a tí? ¿Cuatro muebles rotos? -expresaba con enfado mientras no dejaba de forcejear con Zelda-  no es la primera vez que le pasa esto, así que trae a las médicos. De una manera u otra tenemos que darle sus calmantes.


Z: ¡¡Que no me vais a dar nada!! ¡Malditas seáis! 


“Zelda, enfrentando la verdad final, se despidió espiritualmente de Urbosa con una promesa: llevar su valentía y amor en su corazón, luchando no solo por Hyrule, sino también por el futuro que ambas habían soñado, dándose cuenta de que no podía permitir que esta misma situación se replicase con el resto de elegidos…”

 

C: Diablos, justo hoy que íbamos a visitar a los príncipes…


La frase de Cipia fue interrumpida por Zelda, quien le dio un brusco cabezazo en la boca, partiéndole el labio por el impacto. La teniente la soltó para llevarse las manos a su boca, que sangraba a mares, momento en que su soberana le dio un rodillazo en el estómago, haciéndola flaquear.


Z: ¡De aquí no me voy sin mi esposa! ¡Y dejadme sola! ¡Me voy con mi amada al infierno! 


“En el silencio del desierto, con el sol comenzando a aparecer en el horizonte, Zelda y Mipha prepararon un funeral para Urbosa... Fue una decisión tomada en el momento, y aún a sabiendas de que el tiempo apremiaba, no podía dejar su cuerpo tirado sin darle la sepultura que merecía. No podía tampoco homenajearla como era debido, pues entre la cuenta atrás del Cataclismo y el inmenso dolor que sentía, era incapaz de seguir contemplando ese rostro inexpresivo que dio su último aliento con gesto agónico, gesto que conservo post mórtem. En un acto de respeto y amor, sacaron su cuerpo de Vah Naboris y lo colocaron sobre una losa de piedra en el corazón de las dunas. La guerrera gerudo yacía en paz, envuelta en la majestuosidad del desierto que tanto había amado.”


C: Ma-matriarca, por favor… Mire lo que me ha hecho… 


Z: ¡Ni una palabra más! -dijo rasgándose las vestiduras-. 


“Zelda, con manos temblorosas, retiró los anillos de Urbosa, símbolos de su fuerza y su compromiso; los quería conservar para el resto de sus días, así quedase uno o un millón. Mientras recitaba oraciones en perfecto gerudo por el alma de su amada, las lágrimas caían libremente, cada una, un testimonio de su amor perdido, de sueños rotos... La princesa, generalmente tan compuesta, se dejó llevar por la magnitud de su pena…”


Z: ¿Qué quieres, pelea? Pues la tendrás por osar desobedecerme. 


C: Por favor, matriarca, ¡pare! -gritó mientras se dejaba golpear por Zelda-. 


“Su dolor era palpable, resonando en el aire tranquilo del desierto. Gritó al viento, un grito desgarrador que parecía querer dividir el mismo cielo, un grito que llevaba la agonía de un corazón roto... En ese momento de desesperación pura, una luz intensa emanó de Zelda, un poder descontrolado y abrumador, una manifestación física de su dolor y amor.


Mipha, testigo de esta explosión de poder, sintió un destello de esperanza. Si había alguna posibilidad, por pequeña que fuera, de devolver a Urbosa a la vida, este era el momento... Tomando prestado el poder que emanaba de Zelda, Mipha concentró todas sus habilidades curativas en un último intento desesperado por revivir a Urbosa... sabía lo importante que era la matriarca para la princesa, así que sin nada que perder tampoco, dio todo de sí... Su deber era proteger no sólo a Hyrule del Cataclismo, sino a su soberana…”


Z: ¡Dime dónde está, dime dónde está! -le gritaba a su protectora su cesar en su maltrato- ¡Habla! 


C: ¡No lo sé, matriarca! ¡Por favor, llamen a cualquier soldado, necesito detenerla! ¡Y que se den prisa las médicos! 


(?): A la orden, teniente. 


“Con las manos sobre el pecho de Urbosa, Mipha invocó su magia más poderosa, canalizando la energía que Zelda liberaba. El aire alrededor de la losa de piedra vibró con una intensidad mágica... La princesa, aún sumida en su dolor, observó con un atisbo de esperanza, su corazón colgando de un hilo de posibilidad.”


Z: ¡Malditas seáis! ¡Soltadme, soltadme! ¡Os haré apresar! 


(?): Matriarca, tome su calmante, por favor. No complique las cosas… 


Z: ¡No me ordenes callar o te cortaré la lengua, furcia! 


“Pero el destino, una vez más, reafirmó su cruel verdad... A pesar de la magia de Mipha y el poder desatado de Zelda, Urbosa permaneció en paz; su espíritu se encontraba más allá del alcance de su amor y sus deseos... La dura realidad se asentó en sus corazones: no todas las pérdidas pueden ser revertidas, no todos los finales pueden ser reescritos.”


La habitación se iba llenando de militares y médicos. Zelda, quien ya era conocida en todo el reino como "la afligida" atendía a los numerosos tacones que subían las escaleras del palacio, rompiendo por segundos su círculo vicioso, un tintineo metálico particular… 


“Con corazones pesados, Zelda y Mipha terminaron el funeral. Rindieron homenaje a Urbosa, a su valentía, a su amor, y prometieron llevar su espíritu con ellas. La princesa, aunque consumida por la tristeza, sabía que la batalla contra Ganon aún esperaba, y que el mejor homenaje a Urbosa sería enfrentar esa oscuridad con la misma fuerza y coraje que su amada siempre había mostrado.


Así, con el desierto como testigo, se despidieron de la que en su momento y hasta su muerte, fue matriarca, y se dirigieron hacia su siguiente desafío, llevando consigo el dolor y el recuerdo imborrable de una guerrera que había amado y luchado con todo su ser.”


La puerta, que había permanecido cerrada durante estos segundos en la que una veintena de mujeres se arremolinaban adentro con tal de detener a su doblemente soberana, se abrió de golpe, viéndose tras ella a una imponente mujer madura de unos cincuenta y nueve años de edad, complexión elegante y conocida por todas. Desde hace veinte años, nunca volvió a ser la misma físicamente, pues la guerra le dejó unas horrendas secuelas en su cuello, que se veía grotesco, y uno de sus pechos, que lo perdió producto de algo que le salvó la vida. Era Urbosa, más viva que nunca, y con su dulzura de siempre.


U: ¡Abran paso! Por las diosas, ven aquí, mi pequeña ave. 


“La desolación en el corazón de Zelda se convirtió en asombro cuando un destello de luz surcó el cielo del desierto. Vah Naboris, la imponente Bestia Divina que había sido comandada por Urbosa, disparó un rayo de poder inmenso directamente al pecho de la guerrera caída. La descarga eléctrica, vibrante y feroz, resonó a través del silencio del desierto, un eco del poder que una vez había sellado su destino.”


Todas las gerudo se apartaron hacia las paredes liberando el centro para que Urbosa pudiese actuar.


Z: ¡Urbosa, has vuelto! -gritó sollozando y abrazándola, apoyando su cabeza en el pectoral vacío para escuchar su corazón y su respiración-.


U: Shh... Nunca me fui, mi pequeña ave, ¿qué te ha ocurrido? ¿has tenido otra crisis, amor mío? 


“La leyenda, conocida por pocos, hablaba de un fenómeno místico: un golpe letal, si replicado con precisión y fuerza exactas, tenía el poder de revertir el sello de la muerte. Vah Naboris, como si poseyera una conciencia propia, había sentido la pérdida de su piloto y, en un acto de lealtad más allá de la lógica, había generado un rayo equiparable al que había quitado la vida a Urbosa.


El cuerpo de la gerudo, inerte hasta ese momento, se convulsionó con el impacto. Su figura se retorció bajo la fuerza del rayo, y luego, en un momento que parecía tan frágil como un suspiro, Urbosa inhaló bruscamente, dejando escapar un grito de dolor y vida de sus labios.”


U: Venga, pajarillo. No demos más guerra a estas amables médicos que están tratando de ayudarte y toma tu medicamento. Verás como enseguida te sientes mejor. 


Con la mirada completamente perdida e interrogativa, Zelda accedió a lo que su dulce esposa le decía, abriendo un poco la boca y masticando esa pastilla que le fabricaban adrede para calmarla. Todas las plantas y flores relajantes se hallaban en su interior, al igual que extractos de peces y crustáceos con propiedades sigilosas, justo lo que la reina necesitaba en estos momentos en los que el trauma se adueñaba de forma intrusiva de su ser. 


“Mipha, rápida en su reacción, se apresuró a su lado. Con su magia sanadora, comenzó a calmar las heridas del cuerpo de Urbosa, suavizando el dolor de su resurrección abrupta. La piel del pecho quemada por el rayo comenzó a sanar bajo el toque curativo de la princesa Zora, aliviando poco a poco el dolor en los ojos de la gerudo, dando paso a la confusión, y luego, a la realización.”


U: Teniente, tómate un par de días libres. Siento mucho todo esto, ve a la enfermería a que te curen ese labio. Serás compensada por esto.


C: No se preocupe, matriarca. No hay nada que compensar.


Z: Cipia... -lloró con tremenda culpa- no te merezco... Perdóname... te lo ruego... -dijo sosteniendo el aliento para que se entendiesen sus palabras-.


C: Alteza... -dijo agachándose y tomando sus manos ensangrentadas por haber golpeado en el ladrillo hasta saltar su piel- Esta es mi misión, protegerla y cuidarla hasta el fin de mis días. No debe excusarse por nada. 


“Zelda, que había sido una mera espectadora en este milagro, no podía contener sus emociones. Sus gritos de dolor se transformaron en exclamaciones de incredulidad y alegría. Las lágrimas que hacía segundos habían sido de desesperación, ahora eran de alivio y felicidad. Se precipitó hacia Urbosa, abrazándola con una fuerza que reflejaba todo el amor y el miedo que había sentido.


Z: ¡Has vuelto! -exclamó Zelda entre sollozos, mientras Urbosa, aún recuperándose del shock, la miraba con una mezcla de asombro y amor-. 


Urbosa, con la voz aún ronca por el trauma, susurró preguntando que qué había ocurrido. Su mirada se desplazó hacia Vah Naboris, que se erguía en el fondo como un guardián del desierto, viendo su silueta recortada contra el cielo que dejaba ver un potente y caluroso amanecer, como si eso ya fuese suficiente signo de victoria.”


U: Podéis salir todas de aquí, ya me ocupo yo del resto. Muchas gracias por haberla socorrido y haberme avisado. A qué mala hora me he ido al mercado del oasis para comprar regalos a mi hija, a mi yerno y a mis nietas… 


“Zelda alzó a Urbosa sentándola sobre la losa, explicándole lo sucedido. Sus palabras se oían entrecortadas por la emoción. Mipha, de pie a su lado, ofrecía una sonrisa suave, su presencia era un recordatorio del vínculo que compartían todos los Elegidos.


La resurrección de Urbosa no solo fue un milagro, sino también un signo. Un signo de que, tal vez, la batalla contra Ganon no era una lucha sin esperanza. Con la campeona gerudo de vuelta entre ellos, con el vínculo entre los Elegidos más fuerte que nunca, Zelda sintió que el curso de la guerra podría estar cambiando.”


U: Shh... duérmete un poquito, mi pequeña ave. Todo está bien. Estás conmigo. -le dijo llevándola en brazos a la cama y tumbándose a su lado mientras le besaba la frente- Ya iremos en otro momento a visitar a la familia. 


“Juntos, los Elegidos se prepararon para enfrentar lo que vendría, sabiendo que no importaba cuán oscura fuera la noche, siempre había esperanza en el horizonte.”


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Hyrule. Han pasado veinte años desde el Cataclismo. El rey Rhoam falleció cuatro años después de que acabase la guerra, convirtiéndose Zelda en la reina titular a los veintiún años. La batalla fue larga y extenuante, pero gracias al poder de la que por entonces era princesa, salieron todos victoriosos de la contienda. Tras sellar el poder maligno de Ganon, Link devolvió la Espada Maestra a su pedestal en el Bosque Perdido, llevando desde entonces una vida tranquila en su casa de Hatelia. Mipha regresó a la región de los Zora junto a su padre, el rey Zora, y su hermano, el príncipe Sidon, ejerciendo y cumpliendo sus funciones como princesa. Revali volvió a su vida de entrenamientos con su arco, permaneciendo en la villa Orni y tenido en cuenta como un gran héroe para los suyos. Daruk, por su parte, decidió legar su poder protector a los muchachos más jóvenes para garantizar que su habilidad no se perdiera. Y finalmente, Zelda y Urbosa siguieron con sus vidas con relativa normalidad, pues no fueron las mejor paradas de los campeones.


Zelda, en principio, parecía solo afectada por el evento, pero con el paso de los años fue desarrollando toda clase de paranoias con la muerte de Urbosa, llegando incluso a agredir a sus súbditas, pues fue nombrada de forma excepcional como matriarca consorte debido al lazo matrimonial con la gerudo. Lo que primero eran pesadillas rememorando el evento, pasó a ser ansiedad a todas horas del día y, finalmente, crisis y ataques de pánico que le hacían confundir la realidad con lo imaginario, momento en el que se investigó para fabricarle un medicamento que calmase sus estados. Su esposa no podía alejarse demasiado de su rango de alcance, pues estas crisis ocurrían de repente y sin aviso previo, teniendo que correr a su lado para calmarla ya que, aparte del medicamento, lo único que la devolvía en sí era escuchar su respiración y sus latidos... Desde hace unos años, todo el mundo la llama "Zelda XIII, La Afligida", y con razón, pues aún reinando correctamente, jamás volvió a ser la misma que era antes del cataclismo.


Urbosa, más allá de las duras secuelas físicas, no registró miedos en su memoria, más bien al contrario, ya que sin amenazas en el reino, estaba más relajada. La batalla contra la Ira del Rayo de Ganon fue dura y dejó en su piel alguna que otra marca, pero el impacto que le propinó su Bestia Divina con tal de resucitarla, la destrozó. Mipha hizo lo que pudo, pero su magia tan sólo sana heridas, no reconstruye ni devuelve miembros seccionados, así que la matriarca continuó la batalla pese a que su pecho izquierdo... mejor no lo describimos.


Cuando todo terminó, Mipha la invitó a ir a su región, lugar donde habitan los mejores médicos, con el fin de tratar de reconstruirlo, pues aún parcialmente seccionado, seguía adherido a su cuerpo. Estuvo siendo intervenida por más de diez horas, pero después de practicar todos los métodos y agotar todas sus alternativas, los cirujanos Zora tomaron la decisión de practicarle una mastectomía total. Cuando despertó, ella y su círculo más cercano se apenó mucho, pero aún así, puso todo su empeño en sanar su mente para, eventualmente, superarlo. Desde entonces y como reconocimiento a su valor, el consejo real del palacio de Hyrule junto con la figura del mismísimo rey, decidieron otorgarle la posición de consorte de Zelda para que cuando ella fuese reina, pudiera ser conocida también como reina de Hyrule.


Pero, ¿por qué tanta posición si realmente no hizo mucho más que el resto de Elegidos? La respuesta es sencilla, y se remonta a la era del mito, cuando una sacerdotisa lanzó una profecía que rezaba que una princesa, junto a la matriarca gerudo de su tiempo, purgarían el mal para siempre... Y así fue.


"Cuando la batalla final contra Ganon estaba frente a los seis, se desencadenó una contienda colosal. Los Elegidos le hacían frente, mas no lograban masacrarlo al completo. Mientras todos agotaban sus fuerzas, el maligno parecía no conocer límites, pues la energía de sus Iras caídas, lo fortalecían. Aún con gran destreza, Zelda no pudo hacer mucho con su daga, por lo que se vio relegada a usar su magia.


En un instante en que todos parecían estar al borde de la derrota, Urbosa gritó.


U: ¡No vas a matarme dos veces hoy! ¡Te detesto, eres la vergüenza de nuestra raza! Y hoy vas a pagar todo el daño que has causado a las gerudo... ¡Vas a morir!


Urbosa sentía la deuda con todo el reino por culpa del espíritu de Ganon que siempre reencarnaba como varón gerudo, pero estaba decidida a aniquilarlo para siempre. El poder de las diosas fluía por su nueva cimitarra de la ira gallarda, hecha de metales que atraían las fuerzas de la justicia. En ese momento tan concreto en el que notó todo el cuerpo revuelto de electricidad, se le acercó Zelda sin miedo al daño, pues portaba su anillo protector. La princesa le dijo algo así como "ahora o nunca", e imbuyó su arma con su poder celestial. Urbosa, viendo el poder del rayo homogeneizarse con el divino, junto con una imagen de Link clavando la Espada Maestra en el pecho de Ganon, se lanzó hacia el cráneo del mismo, saltando hacia él y traspasándolo con su bestial estoque.


Fue así como, tras dejarla allí alojada, corrió a abrazar a Zelda para protegerla de la explosión, cosa que logró con éxito...


Y el mal, desapareció para siempre del mundo, creyendo los Elegidos por un sólo momento, que Urbosa había conseguido desincrustar la trifuerza del poder del ente de Ganon para devolvérsela a las diosas, pues su derrota no fue un sello, sino una destrucción completa."


Ese fue su mérito, que equiparó el poder de los otros dos portadores de la trifuerza uniendo equitativamente sus fuerzas a ellos. Por eso fue que finalmente el rey se dejó vencer por lo evidente; las diosas las consagraron en matrimonio porque, juntas, destruyeron el horror.


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Durante todos estos años, Zelda y Urbosa, como reinas y matriarcas, se dieron a la tarea de restaurar la paz, las antiguas leyes y la democracia y unión entre pueblos. Decretaron cosas como que por ejemplo, dejaría de existir la monarquía absoluta para pasar a la monarquía constitucional, que Gerudo pasaría a ser una región soberana pero hermanada con el resto, no requiriendo de un varón para hacerlo rey ni teniendo a las matriarcas como simples regentes a la espera del mismo. La reina titular, apoyada por su consorte, penaron cualquier delito de odio, además de permitir finalmente el matrimonio entre especies y entre mismos géneros. En definitiva, no perdieron ni un solo día aboliendo los sistemas arcaicos e instaurando un nuevo gobierno que favoreciese a todos.


Ah, y ya habían herederos al trono. Glerdor sería rey después de Zelda, Nóreas, matriarca y reina consorte. Posteriormente en la línea sucesoria estaría Kaamla, la hija mayor del matrimonio, que contaba con dieciséis años de edad, y en gerudo, su segunda hija, Nembea, que ya tenía ocho años. No cortos con eso, la pareja ya estaba esperando su tercera hija, quedando asegurada la sucesión. 


En un principio, hoy prometía ser un día tranquilo. Los planes eran tan sólo ir a visitar a la familia al castillo de Hyrule, pero cuando Zelda tenía estas crisis tan abruptas, lo mejor era permanecer en casa o hacer cosas mentalmente livianas. Dado que ese era el plan, la reina se mostró tranquila y entera como para llevarlo a cabo, pero no era cuestión presentarse en palacio con las manos llenas de heridas y con ese semblante que, aún apaciguado, se sentía ligeramente inestable. Lo mejor era modificar el rumbo y tener más calma hoy. Urbosa estuvo pensando en distintas alternativas con tal de no quedarse en la Ciudadela rememorando constantemente lo ocurrido, pues cuando se daban estos episodios, Zelda solía lamentarse amargamente durante horas, incluso llegando a vaciar su bolsillo compensando a las afectadas. Es por ello que, aprovechando que su veintiún aniversario se aproximaba, pensó que sería excelente hacer una escapada a la Fuente del Valor, cosa que venían haciendo desde el principio por haber sido el lugar donde la matriarca le pidió matrimonio.


La reina, bajo la atenta mirada de su esposa, iba despertando del letargo que le había inducido su calmante unido al desgaste físico que sufrió, amaneciendo nuevamente con los puños vendados, pues pese a haberse mostrado con mejoría antes de medicarse, decidió igualmente tomarlo para evitar nuevos ataques.


U: ¿Cómo se encuentra mi pequeña ave? -le susurró acariciando su rostro y cabello- ¿Has descansado bien?


Zelda se desperezó sonriente, como si jamás se le hubiese conocido como "la afligida", como si el Cataclismo no hubiera hecho mella en su persona. Mostró un gesto que alegró a la matriarca, pues aún no siendo real, volvió a ver por unos segundos ese semblante que recordaba de cuando la reina era princesa; de cuando la esposa era fiel amante... pero eran sólo apariencias, pues sólo con parpadear un par de veces, se podía regresar a la realidad. Zelda ya no era ni volvería a ser jamás aquella que una vez fue, sólo era necesario fijarse en su aspecto físico, pues aún teniendo treinta y siete años, aparentaba más de cincuenta. Su cuerpo, una vez fuerte, ágil y ligeramente tonificado por los entrenamientos, se presentaba actualmente como escuálido, raquítico, con piel y mirada apagadas, cabello seco y encrespado y con una salud estomacal delicada. Pero aún con todo eso, parecía que su fuerza física no había cambiado ya que, en plenas crisis, solía hacer frente sin ningún miedo a cualquier militar, especialmente a Cipia. La teniente solía ya ir preparada, incluso tomó algunas formaciones médicas en Akkala para asistir correcta y personalmente a su soberana para evitar lastimarla con la gran diferencia de fuerzas físicas que había entre ellas, tomando mayormente la alternativa de dejarse hacer aunque alguna vez le costase alguna contusión más importante.


Zelda se desubicaba normalmente con todo esto, siendo objeto de estudio para los investigadores interesados por la salud mental, soliendo éstos estar presentes en dichos momentos para realizar sus investigaciones y, eventualmente, poder devolverle la salud. Por el momento ya tenía una medicación, lo cual era un avance, pero eso sólo la retenía; y ese no era el objetivo final.


Z: Bien, mi fuerte flor -le dijo bostezando- acércate un poco, quiero escucharte antes de levantarnos.


Urbosa le obedeció, tumbándose boca arriba e invitándola a apoyar su cabeza en su pectoral izquierdo que desde hacía tanto, llevaba descubierto en símbolo de victoria y liberación, portando desde entonces una armadura pectoral masculina con el pecho modificado para su único seno. La reina se echó sobre la matriarca, poniendo aún sin necesitarlo, mucha atención en su pulso y respiración... era ya una obsesión. Cuando se posicionaba, contaba el tiempo con sus dedos dándose golpecitos en la palma de la mano y, de mientras, contaba de forma paralela los latidos que escuchaba.


Z: Te va dos pulsaciones más lento de lo normal... -dijo en tono preocupado-.


U: Claro, llevo dos horas aquí en la cama tumbada vigilándote. Por eso me va algo más lento. Pero en cuanto me levante, irá mejor. Ya verás.


Z: ¿Se-segura? ¿Te encuentras bien? -dijo tartamudeando-.


U: Por supuesto que sí, amada mía. -le respondió calmada besando su frente- Te iba a proponer algo, ¿Te apetecería ir a la Fuente del Valor como todos los años? Podrías sacar a Tirol de la posta e ir cabalgando juntas hasta allí a pasar el día.


A Zelda le pareció una gran idea, pues si luego se encontraba bien, podrían retomar el plan inicial. Aún así, las salidas eran siempre bajo su condición. Con el ente de Ganon aniquilado, los monstruos ya no existían, por lo que salir armada era una tontería; no obstante, la reina decía que no se salía de casa sin ir armada, cargando Urbosa aún sin ser necesario con su equipo.


U: Vayamos pues, no nos retrasemos ni un segundo más. Vístete rápidamente mientras preparo una alforja con comida.


Saliendo la matriarca por la puerta, Zelda no se quedó atrás con su equipo, poniéndose la armadura que ahora llevaba "por si acaso". Era prácticamente igual a la antigua, pero de dos o tres tallas menos dada su gran delgadez. En el fondo del cajón quedó su antigua armadura que, llena de abolladuras y algún rastro de óxido por el tiempo, era el eterno recuerdo de aquella guerrera que una vez fue, fantaseando en ocasiones con volver a llevarla. Ocasionalmente trataba de comer más o esforzarse por hacer algo de ejercicio, pero cada vez que se ponía a ello, recordaba que tener un cuerpo vigoroso era fruto de una intencionalidad subyacente con la guerra, siéndole imposible diferenciar el deporte del adestramiento militar. Es por ello que pese a dar todo de sí con ir mejorando día a día, más bien se veían retrocesos.


En su momento y fruto del desespero, Urbosa trató de buscar algo milagroso que la sanara; sabía que la medicina era la base de todo, pero ella ya aguardaba la respuesta divina. Una noche en la que Zelda dormía profundamente tras una horrible crisis que le hizo autolesionarse dándose golpes contra la pared, salió al helado desierto en busca de encontrarse a sí misma. Anduvo por horas en círculos, momento en que una breve tormenta de arena la despistó un poco del camino, acabando sin percatarse, en la Fuente de la Gran Hada. Su idea no era centrarse en esa coincidencia, pero quiso indagar.


U: Demonios, ¿cómo he acabado aquí? Será mejor que regrese a la Ciudadela, está por amanecer y nadie sabe que me he ido hasta tan lejos.


(?): Vaya, vaya, ¿a quién tenemos aquí? Si es la matriarca Urbosa. Qué alegría me da ver a alguien, hace años que no veo a un sólo viajero, pues suelen preferir a mis hermanas por cercanía.


Urbosa se acercó a la fuente, pues de ahí procedía esa inconfundible voz que pertenecía a aquella Gran Hada.


U: Gran Hada Satten, discúlpeme si la he perturbado, no era mi intención.


S: Ay, querida. -dijo interrumpiéndose con su típica tos- Los eventos son producto del destino. No es normal verte caminar por aquí tan sola. Dime qué te aflige."


A partir de ese día y de forma secreta para evitar el malestar de su esposa, siguió los designios del Hada, pues tras contarle toda su situación, le indicó una senda que podría seguir con tal de recuperar a Zelda tal cual era antes. Le dijo que el camino no sería fácil y que, probablemente, debería de hacer algún sacrificio.


"S: Hmm... Quizás puedas ganarte el favor de las diosas, pero ni aún con todo eso, queda garantizada la victoria.


U: Dígame qué puedo hacer. No quiero quedarme con que no lo he intentado -le dijo sosteniendo un rabioso llanto-.


S: Cuando el Héroe supera los retos de los santuarios de los monjes, recibe en reconocimiento un orbe. Son ciento veinte en total y, ofrendados a cualquier efigie de la diosa, le bendicen y hacen su camino más fácil. Una vez recolecta el orbe, cualquiera puede acceder al santuario para rezar, pero si el espíritu del monje ve auténtica lealtad a una causa, puede otorgar pequeños orbes distintos a los originales para, igualmente, ofrendar a una efigie tras superar sus pruebas que, mayormente, son duelos contra él. Piénsalo bien, matriarca Urbosa, esos duelos no son simulaciones. Deberás batirte ciento veinte veces y salir siempre victoriosa. Y aún así, me reitero en lo dicho, no es garantía que eso sirva.


U: ¿Cuánto tiempo tengo? -dijo apurada y decidida-.


S: Hasta el mismo día de tu muerte, pero si te aventuras, equípate bien. Trae los materiales que te voy a pedir y así podré potenciar tus armas. Te recomiendo que cambies tu armadura a una que pueda potenciar aquí mismo. Sé que no puedes llevar la de tus antecesoras, así que elige una que se acople a tu actual necesidad, adáptala todo lo que necesites y llévala siempre."


Cuando Urbosa regresó en la mañana, se dio a la tarea de encargar un nuevo atuendo adaptado a una misión de medidas colosales. Devolvió el faldón de las matriarcas a su maniquí junto con la armadura y, desde entonces, llevó pantalón. Sus zapatos y joyas siguieron siendo los mismos. Su falda de elegida la llevaba anudada a la cadera con la apertura al frente, usándola más bien de capa. Se retiró las hombreras y, finalmente, mandó a adaptar la típica protección del brazo que estaba pensada para hombres, haciéndole una forma redondeada para su pecho.


La primera vez que salió así a la calle, produjo espanto y respeto a la vez. La cicatriz del seno que tanto escondía con su sujetador, ahora era libre. Salía y la mostraba sin ninguna vergüenza, cosa que causó admiración en todo el reino; por fin cesó en rellenar con trapos su mastectomía. Algunas mujeres se ofrecieron a hacerle una prótesis, mas ella se negó siempre, pues decía que nada podía cambiar lo que era ahora.


Y de esa forma fue como, una vez al mes durante diez años, se entregó a recolectar las orbes. La semana pasada consiguió la última, viendo que al fin podría recuperar a su amada... He ahí la razón de querer ir a la Fuente del Valor, pues aparte de conmemorar su unión, deseaba ver si el esfuerzo de todos estos años había servido de algo... su instinto le decía que sí, y estaba decidida a dar más si fuese necesario en el momento final.


Ya con todo recogido, la comida, el equipaje y el cofre con las orbes, subió para ver si Zelda estaba lista, encontrándosela dispuesta mirando fíjamente por la ventana.


Z: Aquí me hablaste de tus heridas...


Urbosa sonrió y fue a abrazarla.


U: Sí, y también te conté cómo sanaron y cómo las supere. Vamos, no rememores eventos tristes y vayamos a por los caballos. Hoy será un gran día.


                  ****************


Urbosa sobre Procyon y Zelda sobre Tirol, cabalgaron por menos de una hora a la Fuente del Valor. Los equinos llevaban ya tantos años juntos y habían hecho tantísimos trayectos que, finalmente, acabaron acostumbrándose el uno al otro cada vez que sus dueñas realizaban una salida. La reina matriarca y la matriarca reina disfrutaban de sus escapadas como auténticas veinteañeras, riendo y siendo dichosas cada vez que sus almas levitaban yendo a caballo.


Llegaron muy rápido al destino, descargando las diversas cestas y alforjas que Urbosa dispuso. Zelda se sentía muy tranquila y relajada, pues entre la crisis, el medicamento y la salida a caballo, logró mantener su mente a raya y tener un día totalmente normal. Ambas se adentraron en aquel conocido lugar, comentando sus recuerdos antes de llegar a la efigie, localización que plantearon para charlar y comer algo a modo de pícnic. La reina, cada vez que acudía, solía rezar un rato a modo de respeto y en recuerdo de las víctimas del Cataclismo, no sólo haciendo mención a las mortales, sino también a las que, aún en vida, sufrieron terribles consecuencias... Incluyéndose a ella misma y a su esposa.


Z: Voy a rezar por las almas del reino, no tardaré mucho. Puedes ir preparando todo de mientras, estaré enseguida.


U: Como mi pequeña ave desee, ¿quieres comer ya, o prefieres esperar?


Z: Sí, comamos ya. Cabalgar hasta aquí me ha dejado exhausta.


Cada una fue yendo a su faena. La matriarca fue colocando orden en todo para el pícnic, poniendo al lado del mantel, el cofre con las ciento veinte orbes. Fue hacia un pequeño bolsito que trajo, abriendo el gran candado pero manteniendo su tapa cerrada. De los bordes, se veía emerger una clara luminiscencia, pensando que estaban reaccionando ante la presencia de la diosa, interpretando aquello como una señal; no obstante, se mantuvo firme y no las liberó por el momento... tenía que hablar primero con su mujer.


U: Cariño, ¿has terminado de rezar? Hay algo que me gustaría comentarte cuando puedas.


Zelda se puso en pie, se giró y fue hacia Urbosa. Lo cierto es que ni siquiera había podido comenzar a concentrarse para rezar, pero tenía claro que podía retomarlo cuando la gerudo le dijese eso que aparentaba casi urgencia.


Z: Sí, ya había terminado. Dime sobre lo que quieres que hablemos.


La matriarca se puso algo tensa. Ciertamente, la personalidad de la reina había cambiado con los años, volviéndose algo fría e insincera; pero aún con esas, hacía todo su esfuerzo por no tomarse nada como algo personal y centrarse en que nada de lo que le dijese su amada, era adrede.


U: Ven. Siéntate conmigo. Quiero contarte una historia que seguro que te reconforta -le dijo mientras la invitaba a recostarse en su regazo-.


Su esposa acudió feliz de repente, pues aún estable, sus estados de humor fluctuaban bastante a menudo. Urbosa le dio unas frutillas disecadas estando allí tumbada mientras le acariciaba el cabello, esquivando aquellas zonas donde se veía sarpullido para no lastimarla, pues se podían ver erupciones en su cuero cabelludo por rascarse obsesivamente, por arrancarse mechones de pelo en sus crisis y por la misma sequedad que presentaba.


U: Pajarillo, ¿recuerdas nuestra primera vez?


Zelda sonrió nerviosa poniéndose de lado sin dejar de mirar esos ojos que, aún con el pasar de las décadas, le seguían hipnotizando.


Z: Por supuesto que sí, mi fuerte flor. Lo recuerdo como si fuera ayer. Si cierro los ojos, puedo vivirlo de nuevo.


U: ¿Y recuerdas cuando decidiste adiestrarte? Cuando te nombré cadete de honor.


Z: Sí, amor mío. Recuerdo la gran celebración.


U: Me encantó aquella época. Te fuiste convirtiendo en una mujer bajo mi atenta mirada. Recuerdo como te transformaste en una guerrera que no temía a nada.


Z: Y aún así, jamás me enfrenté a un centaleón. Me daban y me siguen dando pavor.


Urbosa sonrió un poco con ese comentario, pues pese a que ella no les temía, si les guardaba respeto. Aprovechó ese lapsus para recolocarse un poco y fijar su atención en esos dos zafiros cansados y apagados que se hallaban en el semblante pálido de Zelda, preparándose para confesarle algo. Le costó pese a todo reunir el valor, pues debía medir cada palabra para evitar cualquier desafortunado desenlace.


U: ¿Sabes? Daría mi alma entera con tal de verte así de nuevo. Detesto saber que el pasado te hizo tanto mal, y no veo que haya avances con los médicos... sólo me queda creer en los milagros.


Zelda se incorporó de manera abrupta. Urbosa midió cada sílaba, pero el estado de la reina le hacía sacar todo de contexto. La más joven, se vio de repente más tensa, casi temblando.


U: Perdona amor, ¿he dicho algo que no te haya sentado bien?


No hubo respuesta... el intruso había hecho acto de presencia en su mente...


"(?): Lo lamento muchísimo, princesa. Lo hemos intentado todo, pero está siendo imposible reconstruir su mama, incluso hemos recurrido en vano a la magia. Ni siquiera aunque hubiese sido trasladada aquí en el momento del impacto, la habríamos podido recuperar. Cuánto ni menos si tras ello y utilizando el poder anestésico y cauterizante de la princesa Mipha, se empeñó en seguir luchando. Han sido demasiadas horas de no retorno y, lógicamente, no podemos despertarla para preguntarle qué hacer. Sé que es un momento duro y una decisión difícil, pero siendo vos su esposa, debéis autorizarme en lo que sea.


Pese a la victoria contra el mal y que todo el mundo celebraba, el corazón de Zelda estaba volcado por la incertidumbre y la duda.


Z: ¿N-no hay nada que pueda hacer? Usted es cirujano, de los mejores de su especie, ¿no hay otra alternativa más allá de darse por vencido?


(?): Me temo que no, alteza. Podríamos cerrar y extraer piel de otra zona de su cuerpo para reconstruirlo artificialmente, pero es un procedimiento muy poco estudiado y me temo que aún así, no guardaría semejanza con su otra mama. Pero si me autoriza, podemos intentarlo.


Z: ¿Qué otra opción me propone?


El cirujano Zora, estudioso y reconocido como uno de los mejores, bajó apenado su mirada apretando su mandíbula.


(?): La otra opción que le propongo, que sería la más saludable si me permitís el consejo, sería realizarle una mastectomía total. No sufrirá cuanto apenas, la recuperación es más rápida y la probabilidad de éxito es el 100% dado que ya lo tiene parcialmente seccionado. Si desea esa opción, tan sólo debe firmar una autorización y procederemos ya mismo.


Z: ¿Significará eso que para el resto de su vida tendrá un solo pecho?


(?): En efecto, alteza. El impacto visual y psicológico podría ser mayor, pero sin duda, lo superará. La matriarca es una mujer fuerte, vos lo sabéis mejor que yo.


A Zelda le atemorizaba aquella opción tan viable. Pensar que su esposa estaría sin un pecho para el resto de su vida sonaba demasiado definitivo, pero indudablemente, la amaría más si cabe después de aquello, teniendo clarísimo que cada día si fuese necesario, le escribiría odas a su belleza con tal de hacerla sentir igual de bonita y perfecta que siempre. Al médico no le faltaba razón a la hora de afirmar que Urbosa superaría aquello, pero pese a que no quería hacerla sufrir más, tomó la sabia decisión de autorizar la intervención, sintiendo un horrible impacto cuando vio a un enfermero salir del quirófano con una bolsa en mano que, aún sin verlo, llevaba los restos de aquel seno al que dedicó tanto susurros de amor... susurros que repetiría del primero al último a aquel pectoral con una perfectamente delineada cicatriz transversal. Sin duda, hicieron un gran trabajo con ella, pues incluso recién operada, lucía perfecta."


U: Cariño mío, ¿segura que estás bien?


Z: S-sí, por supuesto.


"Pasaron los días. Urbosa era consciente de lo que le habían hecho; se mostraba agradecida, pero impactada. Estuvo un mes con el pecho vendado, jamás se atrevió a mirar mientras le hacían curas, pues pese a ser mentalmente muy fuerte, para ella eran muy importantes sus pechos; era como si le hubiesen arrebatado un porcentaje de feminidad.


El día que le quitaron los vendajes, tomó a Zelda de la mano y, con valentía, se miró al espejo. Lloró amargamente por ello durante esos minutos que se observaba con su torso desnudo, tocando suavemente esa cicatriz ya muy bien curada. Su esposa la abrazó de frente, tocándola también.


Z: Sigues siendo la mujer más hermosa del reino, tengas o no tengas un pecho. Pero si tuviera que elegir, te elijo viva. Ese pecho simboliza tu supervivencia, y eso, te empodera y me hace amarte más. 


La matriarca se echó de rodillas al suelo abrazando a su princesa, llorando con enorme pena. Ella la consolaba diariamente, le hacía regalos e incluso contrató a una especie de terapeuta que afirmaba que la mente era poderosa, estando durante tres años visitándola semanalmente para ayudarle con su duelo. Le costó, pero eventualmente sanó y salió fortalecida, aprovechando para cerrar otras heridas emocionales que tenía del pasado. Aileon se llamaba aquella mujer de la tribu Orni, nombre que jamás olvidó."


U: Amor, me estás preocupando, ¿quieres que volvamos a casa?


Z: N-no, no, para nada. Tan sólo me ha venido a la cabeza un recuerdo algo desagradable, pero estoy bien. No te preocupes, no es nada.


Urbosa no se creyó aquello, pero prefirió no ahondar. La experiencia le decía que lo mejor era no meterse donde no le llamaban. Mientras Zelda se giraba hacia ella mostrando una sonrisa algo forzada, puso ante sí el cofre de las orbes, preguntándose la reina que de qué se trataba. La matriarca le invitó a abrirlo, no demorándose su esposa en hacerlo aún con sus dudas.


Z: Llevo años viendo este cofre en la habitación. Siempre me pregunté qué sería, pero pensé que era privado.


U: Ábrelo. Su contenido es tuyo. Te lo regalo.


No podía aguantar más la curiosidad. Abrió la tapa, quedándose anonadada con su contenido.


Z: E-esto son... ¡son orbes de la diosa! Por los cielos, ¿cuántas hay? -exclamó tomando todas-. Una, dos, tres, cuatro...


U: Hay ciento veinte. Tantas como santuarios en el reino.


Z: Pero... ¡imposible! ¿cómo las has conseguido? Para lograr una sola hay que superar pruebas dificilísimas, ¿cómo es posible...? ¿y me las regalas? -preguntó convirtiéndose en puro nervio-.


U: Así es, mi pequeña ave. Son todas para tí. Han sido diez largos años de luchas y periplos, pero finalmente las obtuve todas... y las he conseguido para tí con una única finalidad. Creo que te harás una idea.


Zelda, como movida por lo divino, dispuso sin preguntar todas las orbes ante la efigie, demorándose más de veinte minutos en hacerlo, pues a cada una que tocaba, la abrazaba y la sentía, impregnándolas de su esencia junto con la que ya tenían de su conquistadora. Lo cierto es que ella podía no sólo sentir, sino visualizar de forma muy vívida las pruebas que Urbosa debió superar, llegando a atinarse en su mirada entrecerrada algo de sufrimiento por su hazaña.


Z: Arriesgase tu vida ciento veinte veces... ¿por qué? ¿Cuál es tu objetivo si finalmente me las estás regalando? Realmente son tuyas.


U: Lo sé. Soy consciente de cada sacrificio que he hecho. Sé a lo que me enfrentaba... y también sabía cuál era mi objetivo -le comunicó con serenidad, alzándose de la losa-. Necesito el favor de las diosas, y quiero que me ayudes.


Zelda se extrañó, pero no dudó en sus capacidades, por lo que accedió sin cuestionarle demasiado. Con el poder de las orbes que se iluminaban con fuerza hasta levitar sobre la efigie, y la inmensidad de la energía de las diosas Din, Nayru y Farore; invocó sus tres potencias emergiendo la luz de las catorce estatuas que habían en el reino, anulándolas y enfocando su divinidad exclusivamente en la de la Fuente del Valor, ardiente de poder.


Z: Las diosas no son magas que cumplen deseos. Sólo aquellas personas de noble corazón y con peticiones justas pueden ganarse su favor. Ve ante la efigie y póstrate ante ella, presenta tus respetos, ofrenda las orbes y formula tu anhelo. Ellas decidirán si te otorgan o te arrebatan todo.


La reina, sacerdotisa desde muy joven, se metió con facilidad en su papel... Jamás se imaginaría lo que estaba por venir...


Con la matriarca presentando sus respetos en gerudo, se dejó vencer a sus pies, no retrasándose más.


El cielo, que habitualmente solía relampaguear en esa región, tan sólo se oscureció con nubes tormentosas y en solitario silencio que aportaba protagonismo a las orbes, viéndose esto como una señal de que las diosas estaban ahí atendiendo a la poderosísima ofrenda que estaba a punto de comenzar.


U: ¡Din, diosa del poder, yo te invoco!


Un potente haz de luz del rojo más fuerte cayó sobre la efigie, iluminándose de ese mismo color la punta superior de la trifuerza. Paralelamente, cuarenta orbes, exactamente un tercio de ellas, brillaron en ese color.


U: ¡Nayru, diosa de la sabiduría, yo te invoco!


Y la escena se replicó exactamente en ese orden, el haz, la punta inferior izquierda de la trifuerza y otras cuarenta orbes, todo en color azul.


U: ¡Farore, diosa del valor, yo te invoco!


Finalmente, ocurrió la tercera fase igual que las anteriores, pero en un color verde que iluminaba la punta inferior derecha de la trifuerza.


El suelo vibró bajo ellas. Las orbes empezaron a comportarse de forma automática, remezclándose los colores y tomando el orden que ellas decidieron. Urbosa no retrocedió ni se espantó, sino que se mantuvo firme ante lo que ocurría... No era momento de mostrar debilidad ni duda; debía estar segura de todo. Cuando el temblor se detuvo y el agua de la fuente halló quietud, sólo una zona muy reducida se seguía viendo vibrante y encendida, llamando la atención de ambas mujeres.


U: ¿Qué es...?


Un ente físico repleto de la luz más cegadora y con gestos que emitían un profundo eco, emergió de las aguas. Cegaba tantísimo que era imposible mirarlo para ver qué era, mas su voz y presencia aportaban calma. Se oía una sonoridad femenina, pero poco clara y etérea, por lo que debieron poner todos sus sentidos para escuchar las cosas que decía. Zelda se mantuvo dentro de las aguas en perfecto estado de sosiego con posición de rezo, como si su cuerpo estuviese vacío sin su alma, como si entre el ente y la matriarca no hubiese nada. El divino espíritu se presentó como la diosa Hylia.


H: Los mortales me invocan de nuevo... Matriarca Urbosa, guerrera entre las más feroces...


Urbosa atendió a cada palabra sin osar mirarla.


H: Te hemos visto luchar por tu objetivo, en el libro del destino quedaba registrado este gran sacrificio antes de que tú nacieras... y ese destino, ni siquiera las diosas lo podemos cambiar. Sé qué es lo que deseas pedirme, pero ese milagro no te lo puedo otorgar a cambio de algo tan pequeño. Reconozco tu esfuerzo, cosa que te honra. También sé que la reina Zelda no está al tanto de tu petición... y eso es parte de tu error.


La gerudo no quiso tomarse nada a lo personal ni adelantar acontecimientos, pero sintió una momentánea rabia e impotencia al oír de la misma diosa que el esfuerzo de una década había sido prácticamente en vano... no obstante, la diosa siguió hablando.


H: Tu esfuerzo merece ser reconocido y recompensado. Es por esa razón que puedo ofrecerte un deseo de los que te diré. -dijo la diosa acercándose a Urbosa para poder darle su toque divino en cuanto eligiese su deseo- Te ofrezco el reino completo. Tú serías la máxima soberana y Gerudo pasará a ser el centro de todo bajo tu ley.


Una oferta generosa... sólo un necio la rechazaría... Pero ella no quería eso.


H: Te ofrezco la trifuerza del poder, ya que tú la arrancaste del ser de Ganon.


Era una genial propuesta, pero algo controvertida... ¿acaso si realmente la mereciese, no se la habrían entregado en el momento en el que acabó con él? Definitivamente, no era lo que quería. Además, sonaba a trampa.


H: Te concedo la vida eterna, con mucha salud.


Era un intercambio justo tras diez años de batalla más allá del Cataclismo... pero se siguió negando. La diosa se le acercó más, quedándose a menos de un palmo de la matriarca, cerrando fuertemente los ojos para no cegarse más. Ahora, le propuso un último deseo, mucho más personal.


H: Te ofrezco devolverte dos cosas. Te devuelvo a la antigua reina y tu pecho.


Z: ¡Mi madre!


Urbosa se enfureció. Sabía que las diosas tentaban a la carne para debilitarla y hacerla caer. Las lágrimas salpicaron hasta el suelo. Sólo un "sí" la separaba de recuperar esas dos cosas que tanto sufrió al perder.


Z: ¡Por favor, sí, sí! ¡Mi madre, mi madre!


La matriarca no quiso ser cruel con su amada, pero necesitaba pararle los pies antes de que cometiera un error... así que muy a su pesar, replicó la mirada que el rey solía lanzar a su hija para anularla, aprovechando su debilísima salud mental. Le dolió más que cualquier tortura que le hicieran a ella misma, pero no tuvo de otra. Apenada y rabiosa, se irguió con los ojos cerrados llenos de lágrimas y enfrentó aquello.


U: ¡Diosa Hylia, vos sabéis qué es lo que deseo y por lo cual he batallado tanto! No intentéis tentarme, no ansío corona, ni poder, ni devoluciones.


H: Formula ante tu esposa lo que deseas.


Urbosa, siempre firme, tembló. Sabía que cuando hiciese su petición, su enloquecida mujer gritaría rabiosa con tal de convencerle de que cambiase de opinión, pero debía hacerlo.


U: Deseo...


Z: ¡No, no, no! ¡Aparta, me da igual lo que desees! ¡Diosa Hylia, devuélveme a mi madre! ¡Urbosa me regaló las orbes, me pertenecen! -dijo tras apartarla bruscamente sin importarle haberla tirado al suelo- ¡Mi madre, por favor!


Entre las tentaciones de la diosa y el horrendo gesto de la reina por culpa de la misma, se levantó rápidamente tapando la boca de Zelda con su antebrazo y deteniéndola. Se oía un "suéltame" enmudecido de su soberana, no dudando en morder su carne con tal de lograr su objetivo. Urbosa había llegado a su límite, ya no podía ser cortés.


U: ¡No puede existir soberana que reine en este estado provocado por la guerra! ¡No quiero nada para mí ni para mi pueblo, que os quede claro, diosa! ¡Devolvedle la salud a mi esposa, es lo único que os pido!


H: Matriarca de Gerudo, debes comprender una cosa. El ente de Ganon llevaba siglos tratando de consumir el reino. Fuimos nosotras, las diosas, las que os creamos con todo lo necesario para acabar con él. Fue duro, pero lo lograsteis. Vuestra misión concluyó, los seres de este reino tan sólo habéis sido los peones de la encomienda. Podríamos haberos eliminado una vez acabada la misión, pero preferimos recompensaros con la vida. Lamento que el Cataclismo le trajese pena, pero aún con salud, su papel en el reino no sirve ya para nada. Tu muerte y resurrección fue necesaria para su despliegue total del poder y para generar autonomía en las bestias divinas; si eso le produjo aflicción es un asunto suyo que debería haber solucionado. Si la reina es así actualmente, es porque ella lo ha decidido. Soy generosa otorgándote un deseo en reconocimiento a tu hazaña, pero no recibirás nada más... tómalo y gózalo en los años que le queden a tu efímera existencia.


Urbosa, ya con magulladuras en los brazos por los mordiscos de Zelda, tomó la osada decisión de plantarle cara a la mismísima diosa.


U: ¡Diosa Hylia! Me prometéis un reino, me prometéis parte de la trifuerza, me prometéis vida eterna y salud... ¡hasta me prometéis traer a un difunto a la vida y devolverme un trozo de carne! ¿Podéis hacer todo eso y no podéis devolverle la salud a mi esposa?


H: ¡Atiende, mortal! Todas las cosas que te ofrezco es porque algo pueden aportar al reino. No dudes cuando te digo que las diosas lo podemos todo. Desentiéndete de la reina, jamás te aportarán nada de lo que yo te ofrezco. Vive feliz como eras en tu juventud, sucumbe a tantas tentaciones carnales te rendías en el pasado. Vive, cuentas con la admiración del reino, deja de aferrarte a la desdicha.


U: ¡Jamás! Si las orbes no os sirven, pedidme cualquier cosa a cambio, pero devolvedme a la esposa con la que me casé hace veinte años.


La diosa se revolvía ante la testarudez humana. Siempre le costaba creer cuando veía estas situaciones en las que un humano, pudiéndolo tener todo, se aferraba a la nada.


U: ¡No quiero nada más que eso, os imploro que cumpláis mi deseo!


La divinidad, aún siendo creadora de la mediocre mortalidad, guardaba sus excepciones para estos casos... pero no era gratis.


H: Tu poder.


Urbosa no entendió aquello, pero prontamente se despejaron sus incógnitas. Cuando a las diosas se les pedía algo que a su criterio era inútil, ellas demandaban como pago, algo útil que les pudiese servir de alguna manera en el futuro.


H: Dame tu poder del rayo. A cambio, devolveré a tu esposa a su estado original. No se le borrará la memoria, pero recordará el Cataclismo como un evento puntual.


Zelda no dejaba de revolverse... estaba ya en plena crisis, y tan sólo quería a su madre. No había forma de apaciguarla, estaba fuera de sí. Urbosa no se lo tuvo ni que pensar.


U: Acepto. Mi poder es vuestro.


Z: ¡NOOO! ¡¡Mi madre!!


Ya era tarde, la diosa ya estaba actuando...


Nadie pudo mirar más aquello, la ceguera era total.


Todo se volvió del blanco más puro, Urbosa notó una mano gélida en su pectoral, y a continuación, un indescriptible dolor similar al rayo de Vah Naboris... pero resistió aún como si sus gritos agrietasen la tierra. En la cabeza de Zelda, otra helada mano que le daba paz y cosquilleo; todo lo contrario al sacrificio final de su esposa. La matriarca sintió como si le estuviesen sacando el corazón del pecho, notó como si una piedra emergiese de él. La reina, se durmió y cayó al suelo, lamentando su mujer no haber podido amortiguarle. Finalmente, del ser de la gerudo, se desincrustó un orbe de coloración ámbar que albergaba todo su poder contenido por décadas. Lo miró y cerró sus ojos, no quería ver como perdía aquello tan preciado.


H: Que el destino te guarde, Urbosa. Tu nobleza será recompensada en algún momento, doy fe.


Nada más dijo ni emitió. Como una explosión, ella y las ciento veintiuna orbes desaparecieron sin dejar rastro. El aire, alborotado y silbando en la efigie, el clima, calmo y sereno. Urbosa, en pie respirando profundamente para calmarse, viendo a su amada durmiendo con expresión dulce en el suelo, se puso de rodillas.


U: Que mi pequeña ave despierte de su letargo. Tengo un poquito de miel.


Z: ¿Dónde? ¡Dame! -dijo abriendo sus ojos de par en par-.


El milagro se había dado, y mejor de lo esperado. Sus ojos, su cabello, su piel, sus labios... Todo brillaba. Su voz, melódica como antaño, y su ánimo, alegre y jovial. No tenía poder, no tenía un reino... pero tenía de vuelta a su amada.


U: Era una mentirijilla, pero podemos ir a la posta a por un tarro.


Z: ¡Jo, Urbosa! Me habías ilusionado.


U: Mi pajarillo no debe preocuparse por ello. Vamos a comprar un poco y volvamos a Gerudo. Hoy organizaré un gran banquete en tu honor -le dijo tomándola en sus brazos y besándola con fuerza-.


Z: ¿Y eso por qué motivo?


U: Porque te amo.


No entendía nada la reina, pero era igualmente feliz por ello. Parecía que se estaba poniendo demasiado "contenta", pero su esposa le instó a la calma y espera... eso había que celebrarlo como las diosas mandaban, no ahí en la fuente.


Antes de anochecer fueron al palacio de Hyrule en una breve visita. Saludaron a todos, dieron sus regalos y les contaron el milagro, uniéndose todos los familiares y amigos para ir a la gran fiesta improvisada.


En la noche, en esa gran fiesta, se desplegó toda la opulencia posible; no escatimaron en absolutamente nada. Instalaron campamentos para alojar a los invitados masculinos en el exterior... aunque la auténtica fiesta, ocurrió a intramuros, en el club.


Nada ni nadie nos podría decir cómo fue el reino en las próximas décadas. Tan sólo quedaría escrito en la historia que esa reina ya no era "la afligida", sino "Zelda XIII, La Bendecida". Y a Urbosa la dejaron de conocer como la consorte, pasando a ser conocida por "Urbosa, la matriarca reina. La campeona elegida. La heroína del reino. La guardarreinas". 


NOTAS DE AUTORA


Todo llega a su fin, y creo que el broche de oro se lo ha llevado la frase final. 

He logrado plasmar todo lo que ideé en aquel lejano agosto en el que escribía en mi sillón con una mesita plegable, caso distinto a ahora, que han cambiado muchísimas cosas. 

Solía ser difícil para mí ceñirme a un espacio, pero considero que, finalmente, esto ha sido una victoria. 

Ahora, os voy a contar lo que se viene en este futuro. 

Voy a estar un mes en pausa, sin escribir ni publicar nada debido a que estoy estudiando un breve curso de producción de audiolibros. Cuando termine, corregiré todo lo que habéis leído hasta ahora, haré algunas adaptaciones y resubiré todos los capítulos juntos en un solo archivo, nombrados y con portada de todo el conjunto. Posteriormente, haré su versión física para quien desee tenerla. 

Una vez hecho eso, y que redoblen los tambores… ¡comenzará la precuela! 

Una precuela de 6 capítulos donde se hablará de toda la vida de Urbosa, desde su niñez, hasta chocar con el inicio de esta obra, ¿qué os parece? 

Ha sido un placer terminar todo esto, realmente me cuesta despedirme de mis personajes, pero confío en que volveré a verlos… 

Tenía pensado, tras la precuela, hacer cuentos cortos sobre las vidas de ellos, pero es una idea que todavía queda muy verde… ¡Todo se andará! 

Muchas gracias a las personas que habéis llegado hasta aquí, pues pese a que estos capítulos han sido un mero entrenamiento, me han ofrecido una experiencia inolvidable. 

¡Nos vemos de más viejos!


*Créditos de la imagen de portada a su autor*

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