Creando a una matriarca (pt. 1)


Autora: Bárbara Usó. 


Tiempo estimado de lectura: 1h 5min. 


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U: ¡Yo hago lo que quiero! ¡Soy la hija de la matriarca, no puedes ordenarme nada, eres una simple teniente! 


No era precisamente temprano y la heredera al trono gerudo, Urbosa, ya estaba dando guerra a la joven teniente Hassa, militar ya bien reconocida por las suyas y que había logrado una buena posición en palacio como guardiana de la matriarca junto con su prometida, Daelia. Aquella chiquilla de particular mirada asalvajada y cabellos ondulados de color fuego, despertaba la curiosidad de toda la región con su particular carácter rebelde, creído y altanero; más aún cuando se esperaba de ella que, en un futuro no muy lejano, fuese la máxima autoridad entre las de su tierra. Algunas la apoyaban como heredera sólo por ser hija de quien era, pues Léa, la madre de esa curiosa chiquilla, era respetada y admirada como si fuese una misma diosa ya que, gracias a ella, Gerudo y la corona entraron en un período de paz permanente por medio de negociaciones que surgieron en una generación anterior a la suya. Otras, apoyaban a la muchachita por su bravura y formas de pensar silvestres que las podrían llevar a la guerra con facilidad, actividad preferida de esa tribu que se tomaba los enfrentamientos bélicos como si eso fuese un deporte. Una mayoría nada discreta, la observaban con decepción; esas formas tan engreídas e insoportables que tenía no eran lo más apropiado para una puberta de su estatus, pues tenía ya doce años y debería de saber comportarse al menos un mínimo. 


H: Va, Urbosa. No me pongas las cosas más difíciles de lo que ya son. Levántate ya mismo de la cama y acude al cuartel a entrenar si no quieres ganarte un regaño de tu madre. Mira qué hora es, van a dar las doce del mediodía y aún no te has vestido ni desayunado, ¿así piensas cumplir con tus funciones? 


Urbosa, poniendo sus ojos en blanco y haciendo sonidos de quejidos y de protesta, se incorpora un poco pero sin llegar a levantarse de su lecho, arqueando sus cejas y plantando a la teniente una mirada desafiante y chulesca. 


U: Mira, señorita “me creo tu dueña”, controla el tono y las formas en las que me hablas. No olvides dónde está MI posición y dónde está la tuya. Si ahora yo fuese la matriarca, te mandaría latiguear cien veces en medio de la plaza por osar dirigirte a mí como si fuese una cualquiera. 


H: En efecto, pero no lo eres. Así que arréglate y baja a clase si no quieres que te arrastre hasta allí de los pelos. 


La heredera se enfureció con esa declaración de intenciones, tanto, que se levantó de un respingo hasta plantarse ante Hassa, a quien le llegaba tan sólo a la altura de su cadera, o quizá menos, viéndose la niña obligada a alzar su rostro para mirarla con puro coraje. La mayor, con media sonrisa, le atendió desde las alturas con desdén. 


H: ¿Qué? ¿Qué me miras así? —le preguntó desafiante mientras veía cómo Urbosa alzaba amenazante su puño— Si vas a pegarme, adelante. Pero recuerda que no eres una princesita de Hyrule, eres una gerudo. Si lo haces, recibirás respuesta. 


La menor sabía que estaba en clara desventaja ante esa tentativa, pero osadía no le faltaba a la hora de querer pavonearse. Lo malo es que no había nadie cerca para demostrar lo valiente que era a la hora de atreverse a desafiar a una teniente del ejército gerudo. 


Daelia, la prometida de Hassa, mujer mucho más calmada y abierta al diálogo y a la negociación, hizo acto de presencia allí quizás un poco demasiado tarde, pues la heredera al trono gerudo ya había iniciado la acción de dar un empujón a su protectora con todas sus fuerzas, gesto que no la movió ni medio milímetro. 


U: Mira, Daelia, llegas en el momento justo. Coge a tu novia o lo que sea esto y llévatela de aquí cuanto antes. No soporto más su presencia de mandona. 


D: ¿Pero qué estás…?


Las palabras de la otra teniente fueron repentinamente interrumpidas por un enorme y sonoro tortazo que se oyó fortísimo en la habitación, cayendo la niña de espaldas contra el suelo y llevándose la mano justo a la zona del impacto con la mirada completamente alucinada, como si no pudiese creer que alguien la pudiese tocar y aleccionar… Realmente se sentía intocable. 


U: ¡¡Maldita seas tú y toda tu…!!                 


H: ¿Quieres otra? ¿O nos relajamos y vamos a clase? 


U: … 


H: Lo suponía. Hoy te quedas sin desayuno. Te quiero lista en diez minutos en el patio de armas. Daelia, vámonos para allí, hoy toca intensivo. Y Urbosa, ven y atrévete a rechistar, va, que te veo yo hoy a tí muy valiente. 


Daelia prefería aleccionar de otras maneras, pero dado que Hassa era quien más se ocupaba de la joven, prefería entrometerse lo menos posible, pues su prometida era una mujer muy inflexible y autoritaria. Tras cerrar la puerta e ir bajando las escaleras hacia el patio, fueron comentando cosas. Hassa estaba muy indignada, pero Daelia le aseguraba que sus formas harían de ella, una líder como nunca antes había habido. 


Conforme llegaron al salón del trono para únicamente atravesarlo, vieron a la matriarca Léa inquieta en su real asiento. La matriarca era una mujer igual o quizás aún más intransigente que la teniente, jurando todo el mundo que jamás nadie la había visto sonreír ni protagonizar momentos de alegría con ningún ser sobre la tierra. De piel tostada y tersa, constitución algo ancha, estatura normativa y aspecto digno, se la veía cavilante en su posición. Sus ojos grandes y almendrados se afilaban con la expresión que mostraba en estos momentos mientras se rascaba con obsesión la mejilla, aparentando inestabilidad. 


L: Venís sin mi hija. Creo que voy a tener que encargarme yo personalmente. 


D: N-no se preocupe, matriarca. Se está vistiendo ya y bajará en breves. Palabra. 


L: Sí, sí, ya. Idos. Ahora irá al cuartel. Dejadnos a solas. 


Hassa agachó la cabeza mientras Daelia intentó en vano convencer a su líder de que no debía molestarse, pero fue inútil. Ambas salieron rápidamente de palacio, casi huyendo de la situación; “Que las diosas guarden a esa chiquilla” —pensaba Daelia apretando sus puños sabiendo lo que ocurriría en unos minutos—. 


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Reclutas, cadetes, soldados rasos y de primera, formaban en el patio dispuestas a recibir las lecciones de hoy. Las ya jubiladas capitanas generales del ejército, Hiria e Iceth, impartían las clases normalmente dadas sus trayectorias mientras que, cabos, sargentos y tenientes ayudaban y supervisaban a las jóvenes guerreras de hasta catorce o quince años por lo general. Urbosa iba a aparecer en un máximo de diez minutos, pero no hizo acto de presencia hasta casi media hora después, cuando las lecciones ya estaban más que comenzadas. Las militares más mayores la observaban apenadas mientras que, silenciosa y cabizbaja, se abría paso para ir a golpear sin ganas a un monigote de entrenamiento con una daga de madera, causando también lástima en las de alrededor de su edad. Hassa apartó la mirada, no podía ver aquello y no reaccionar con la justicia que merecía. Daelia acudió, apartándola en una esquina para preguntarle cómo se encontraba. 


U: N-no, no importa. Estoy bien… G-gracias por preguntar, teniente. No interrumpas el entrenamiento por algo así… 


De repente, la que había sido una muchacha engreída y de actitud imposible, se veía ahora tímida, cortada, introvertida y reservada; esa era la magia que hacía su madre cuando se ponía rebelde tratando de llamar su atención. 


D: ¿Segura? ¿No quieres ir a la enfermería y me cuentas lo ocurrido? Recuerda que puedes confiar en mí, soy tu protectora junto con Hassa. 


U: S-sí, lo sé… Gracias, pero ahora debo entrenar un poco. Hasta luego. 


La matriarca Léa era respetada, admirada… Pero mayormente, temida. Era conocida por sus habilidades comunicativas y por su diplomacia, pero también por su lado oscuro que gozaba haciendo agonizar hasta la muerte a sus enemigos en presencia de cualquiera. Se la respetaba por muchas cosas pero, generalmente, era por lo sádica y sanguinaria que podía llegar a ser… y nadie, absolutamente nadie escapaba de sus garras cuando fijaba su objetivo, que bien podía ser un monstruo, un miembro del Clan Yiga, o lo peor, el mismo fruto de su carne y su sangre. No soportaba que nadie le llevase la contraria ni que armase escándalos o griteríos en su presencia o cerca de ella, cosa a lo que solía poner una rápida solución pero tomándose su tiempo para disfrutar de ello… Sí, para disfrutar de ello.


Urbosa sabía de esa faceta de su madre, pero no podía esquivarla ni aunque quisiese… Y esta, había sido una de esas veces en que, aún gritando y tratando de huir tirándose por la ventana, no pudo escapar de esas garras afiladas a propósito que la apalizaron hasta la saciedad, estando ahora en público con unas uñas marcadas en el cuello producto de un estrangulamiento y una ceja partida en su extremo. 


D: Hoy mejor haz teoría, tesoro. 


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Se plantaba el inicio de la tarde en tan poco tiempo que Daelia se sorprendió al percatarse de que ni siquiera había sentido hambre en todo ese rato. Lo que en principio iba a ser una clase teórica, terminó por ser una intensa conversación con la heredera en pos de comprender el por qué de ese comportamiento tan severo que tenía su madre. Urbosa aseguraba que esos ataques de furia y de maltrato por parte de su progenitora eran tan habituales que se le solían superponer las distintas marcas la una encima de la otra conforme se las iba haciendo. Léa tenía el poder del rayo más que desarrollado, mientras que su hija aún no lo había entrenado demasiado por orden de su madre, pues aseguraba que no le permitiría usarlo porque era peligroso; mas lo cierto, es que se lo impedía para que nunca fuese más poderosa que ella misma y así poder continuar aleccionándola.


Pero aún así, la heredera no era para nada ingenua. Ella solía escaparse al desierto cuando nadie miraba en búsqueda de asentamientos de monstruos, y así se entrenaba junto con una daga que se había robado y su debutante poder. Desde que robó ese arma, siempre huía a las dunas al lado de la Bestia Divina Vah Naboris, por alguna razón, esa localización le daba paz y seguridad, aparte de que sentía cierta conexión con ese amasijo de tecnología ancestral. 


Cuando se focalizaba en entrenar, solía ser una muchacha aplicada e intuitiva; su genética hacía gran parte del trabajo. Ella detestaba el cuartel, en cambio, prefería aprender a base de golpes y experiencia, pues pese a que aprender técnicas tenía su aquel, tenía la firme creencia de que los duelos improvisados y desprovista de las armas y suministros adecuados, era lo que mejor te mostraba lo que era la auténtica guerra, cosa que le hacía percibir un floreciente calor en su pecho. Además, la joven y prometedora máquina de matar, confirmaba bajo sus propias vivencias que en el cuartel tan sólo te enseñaban combate y teoría, cosa que, pese a ser muy importante, consideraba insuficiente. Urbosa le encontraba su utilidad a los monstruos que deambulaban por el desierto; le aportaban ese plus que necesitaba: quitarse todo miedo o temor que pudiese desarrollar contra ellos por desconocimiento. 


La heredera al trono gerudo se entrenaba mucho para dominar secretamente el rayo, pero también para eliminar cuanto antes de su registro su único y mayor miedo: ser atacada o sorprendida por la espalda, o que siquiera le tocasen. Léa se había dado a la faena de hacerse respetar a base de infundir temor en su hija, así fuese de forma justificada o injustificada. La matriarca era ya una mujer madura pese a la juventud de su hija, pues la concibió cuando tenía ya cuarenta y nueve años, y no aguantaba ningún tipo de niñería además de expresar abiertamente que no toleraba ni quería a Urbosa, cosa que le hacía reaccionar hasta por las causas más absurdas y atemorizarla con su carácter hostil. Frecuentemente, solía sorprenderla y asustarla por la espalda, y a veces incluso la golpeaba en esa zona aprovechando su desventaja física, pues la niña era en estatura y complexión bastante inferior a la media… Nunca tenía escapatoria cuando Léa estaba fuera de sí. 


Pese a toda esa terrible descripción de la actual matriarca, era curioso ver el contraste con sus compatriotas y las gentes de otras tierras, pues aun siendo muy recta y seria, siempre era amable, justa gobernante, diplomática y colaboradora en cualquier misión que se le encomendase desde el palacio de Hyrule. Era el ideal de matriarca en todos los aspectos, de ahí que fuese tan admirada y querida por las gerudo, pero ese trasfondo agresivo era evidente, y más todavía con las personas con las que tenía confianza…era casi como si tuviese vergüenza de ser como era y que se reservase sus ataques de ira exclusivamente para su círculo más cercano. Sin cabida al cuestionamiento, en su ser había algo extraño; algo que cuesta tanto de ver que ni siquiera las afectadas saben qué es, pero pronto se sabrá. 


Urbosa se curó las heridas en privado junto con Daelia, le daba vergüenza ir por la calle así y que todo el mundo le preguntase, aparte porque Léa no quería que la gente se enterara de nada de eso que le hacía a su hija. Una vez fue a la enfermería a curarse una llaga que un rayo de su madre le causó en la espalda y, alarmadas las sanitarias, pidieron unas explicaciones que la aún todavía más joven heredera, dio. Maldito el momento en que las enfermeras acudieron a palacio en busca de respuestas… La niña jamás volvió a exponer sus secuelas por la cuenta que le traía aún siendo evidente que el maltrato no había cesado, pero ya nunca se le pasó por la cabeza el decirlo a excepción de Daelia y Hassa. 


Hoy el día había comenzado y transcurrido con mal pie, pero aún tenía una larga semana por delante para portarse perfectamente y sanar todas sus heridas, pues pasado ese período, la corte real del palacio de Hyrule junto con la princesa consorte del reino, harían una visita diplomática a la región por motivo de la boda de las tenientes y para entablar relación ambas futuras soberanas.


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Jueves por la mañana, un carruaje nada austero se aproximaba a la Ciudadela… Se habían adelantado dos días a la visita fijada sin aviso. Por lo visto, la princesa consorte tenía interés de alojarse en el hospedaje de allí mismo mientras conocía la cultura y sus gentes, cosa que era muy bien vista. 


Arribaron rápido ella y su séquito compuesto por cinco damas de compañía, acudiendo a la recepción la matriarca, la heredera, las generales y las guardianas personales de las nobles. Emergieron las damas extendiendo con la ayuda del conductor una extensa alfombra blanca para la princesa consorte, saliendo nerviosa, una joven que causó fascinación entre las presentes. 


L: Princesa Sonnia. Es un placer recibiros en mi tribu. Por favor, pasad y acomodáos unos instantes por la Ciudadela mientras mando preparar un alojamiento exclusivo para vos. Urbosa, ten el placer de mostrar a tu princesa los rincones de nuestra tierra. 


S: Buenos días, matriarca Léa. Le agradezco enormemente que se moleste en darme alojamiento y, a la vez, lamento no haberla avisado, pero me pudo la impaciencia a la hora de visitar su hogar. Ruego, me disculpe. 


L: En absoluto, princesa. Podéis estar aquí tanto como os plazca, para las gerudo es un honor, ¿verdad, Urbosa? 


Urbosa se quedó ausente unos segundos mientras atendía a la joven princesa. Sonnia, natal del centro de Hyrule, contaba con catorce años de edad en ese momento. No alcanzaba cuanto a duras penas poco más del metro y medio de estatura, piel apenas un tono más de color que el de la luna, figura muy fina y delicada, cabello recogido con cintas en forma de moño de color entre castaño muy claro y rubio muy oscuro, ojos verdes enormes, cejas casi imperceptibles, pestañas cortas, nariz respingona y pequeña, labios finos y sonrosados, pequeñas pequitas en sus pómulos y una suave expresión de la más pura y absoluta bondad; era como ver un ángel en persona. La princesa consorte de Hyrule mostraba una leve sonrisa viendo a la distraída heredera al trono gerudo, le resultaba tierno ver a esa muchacha de raza poderosa quedarse distraída con notables rubores haciéndose notar en sus mejillas. 


L: ¿Verdad, Urbosa? —preguntó la matriarca en tono muy severo—. 


S: No se preocupe, matriarca. Quizás Lady Urbosa esté algo nerviosa por la situación. No se lo tome en cuenta, el mero hecho de que haya venido a recibirme ya es suficiente halago para mí. 


U: S-sí, ma-madre… Venid conmigo, princesa. Le voy, digo, os voy a… mostrar mi hogar. V-venid si sois tan amable —tartamudeó con vergüenza—. 


Sonnia, tras espetar una brevísima e inaudible risa, agradeció su respuesta mientras entraba en la Ciudadela para darle la mano. Urbosa tan sólo debía corresponderle el apretón, pero estaba muy nerviosa. En cuanto vio a la princesa, sintió un calor extraño y desconocido recorrer su cuerpo; quiso ignorarlo y atribuirlo a otras causas, pero bien es conocido que la sangre del desierto es caprichosa a la hora de decidir qué pone a una mujer en acción, cosa que jamás antes había notado. La gerudo percibió en su aturullada mente tanto vaivén y mareo de emociones que, aunque no correspondía, hincó la rodilla y alzó su mano para recibir y besar la de la princesa, gesto que indignó a su madre por lo improcedente que fue. Sonnia sonrió de nuevo, le quiso indicar que tal gesto era arcaico e innecesario, pero vio a Urbosa tan motivada con ello que se dejó besar la mano. La joven heredera sudaba a chorros desde su posición inferior, pero pudo sentir todo en los dos segundos que duró el contacto. 


L: Perdonad a mi hija, a veces tiene gestos de lo más innecesarios. Ya hablaré con ella en privado cuando os vayáis. 


Urbosa oyó eso, sabía que venía paliza, pero ignoró aquello. Se sintió mágicamente como la única persona sobre la tierra; era extraño, pero especial. El aroma de jabón frutal en contraste con el perfume fresco y floral de la mano de la princesa, le transportó a lugares desconocidos, casi como al espacio, como a otra dimensión. 


S: No le haga cambiar esto, matriarca. Se lo pido como favor personal. Tiene una hija de lo más tierna y agradable. 


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Transcurrió el día hasta dar la media tarde. La princesa se asentó en el alojamiento que le ofrecieron; una cómoda casa al lado de palacio con todas las atenciones para su persona mientras sus damas tenían sus habitaciones cerca de ella para lo que necesitase. Aun así, las gerudo se ofrecieron en masa a mostrarle y ayudarle en lo que fuese, mas esa tarea le pertenecía a Urbosa. La joven heredera, una vez pasada la vergüenza inicial, ofreció su conocimiento para guiar a Sonnia por la Ciudadela: le enseñó las tiendas, el hostal para viajeras, el cuartel y, en definitiva, todo lo que le dio tiempo antes de comer, que fue un banquete en la plaza que cubrieron con lonas para evitar que la princesa se abrasase con el sol. Cuando comieron, le mostró el interior del almacén de armas y armaduras anexo al cuartel, quedando la hyliana maravillada. 


S: Vaya, Lady Urbosa. Esta armadura azabache es una delicia, ¿la llevará cuando sea matriarca? 


U: Aún no estoy segura de ello. Para llevarla debería, primeramente, ganarme el derecho, cosa que dudo que mi madre me dé. Y luego, pero no menos importante, debo alcanzar su estatura o superarla, sino sería imposible llevarla. 


S: Seguro que la alcanzará, ya verá. Lo que me preocupa es eso que me dice, ¿por qué cree que su madre no le concederá el mérito de heredársela? 


La gerudo se encogió de hombros y le apartó la mirada. Llevaban todo el día juntas y se había sentido sorpresivamente tranquila y relajada a su lado, pero había tocado un tema delicado. Urbosa quiso mostrar el mejor lado de su región halagando a las suyas y a su madre; sería contradictorio expresar la realidad de la matriarca. 


U: Bu-bueno, princesa, es una historia larga. No deseo consumir vuestro tiempo con algo así. 


Viendo esa reacción y aún sin conocerla demasiado, Sonnia le tomó las manos, la apretó entre las suyas y la atendió en un gesto de comprensión. La heredera se fijó en ello, pasando por su mente como primera reacción el apartarlas pero, aparte de descortés, vio casi como un resplandor surgir de su mirada… esa joven tenía un toque demasiado especial, le aturdía la mente, como si pudiera dominarla a su voluntad para que las personas le dijeran la verdad… Era magnética. 


U: Princesa… yo… 


S: No tenga miedo, puede confiar en mí. Además, ahora somos amigas, ¿no? 


¿Amigas? ¿Qué era eso? Urbosa jamás había tenido de eso. Siempre aislada, rodeada de militares y nadie de su edad, casi recluida en palacio y sin haber visto más tierras más allá de Gerudo. No sabía nada de relaciones interpersonales, sólo obligaciones y deberes, nada de jugar ni ser feliz… Quizás por eso tenía un carácter tan rebelde e imposible con sus superiores, ¿quién sabe? 


U: N-no… yo creo que os confundís… Mi madre es muy correcta conmigo, me da exactamente lo que merezco… Siempre.


S: ¿Y no merece usted la armadura de las matriarcas? 


U: Diría yo que… no… 


El primer día de la estancia se limitó a eso. Urbosa se mostraba hermética, introvertida y sin emoción aparente; no obstante, Sonnia le tuvo paciencia… incluso más de la que debería. 


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U: ¡Sonnia! ¡Vamos, desayuna más rápido y vamos al mercado del oasis! 


S: ¡Sí, sí, ya voy! 


Viernes por la mañana. Tan sólo conocidas de veinticuatro horas, pero ya se habían tomado todas las confianzas, al menos para tutearse y hacer planes para divertirse y conocerse más durante ese fin de semana. Se quedaron despiertas hasta tardísimo; encontraron el punto en común del amor por la poesía y las epopeyas épicas, tomando libros de esa temática de la habitación de la gerudo. Ambas muchachas fueron al alojamiento de la princesa para leer y compartir sus títulos favoritos, además de mostrar Sonnia un especial talento para la interpretación, poniéndose en pie libro en mano de poesía romántica y narrando de forma elocuente aquellos poemas que hicieron de la gerudo, una devota de su voz y armonía. Después de leer hasta casi quedarse dormidas, antes de caer en las redes de Morfeo, se contaron de forma superficial algunos acontecimientos de sus vidas, momento en el que, sin darse cuenta, comenzaron a darse un trato cercano sin formalidades, cosa que relajó a la gerudo y distendió el ambiente. 


Sonnia le contó un poco de sí misma. Le dijo que nació en el centro de Hyrule, en una familia ducal, que era hija única y que se esperaba de ella que contrajese un importante casamiento para enriquecer a su familia, mayormente formada por reconocidos nobles de importantes rangos militares. Es por ello que, tras varios rechazos de otras pretendientas por parte de la corona, el rey emérito de Hyrule aceptó comprometer al príncipe Rhoam con la duquesa Sonnia, pasando esta a casarse a los días de conocerlo. Se casaron para afianzar y cerrar el vínculo, mas la consumación no se daría hasta que la ya princesa tuviera mínimo los diecisiete años. Era una muchacha de catorce años casada con un príncipe viudo y sin herederos de cuarenta años que había tenido ya dos esposas que habían fallecido a causa de partos problemáticos o enfermedad. También le contó cosas de su marido, como que por ejemplo, fue rey desde los dieciséis años porque su hermano mayor y legítimo heredero, era incapaz de gobernar pese a que su padre había abdicado a su favor. Luego de ser rey durante algunos años, su hermano le reclamó el trono y, por no generar guerras, aceptó el trato de volver a ser príncipe. Si su hermano no engendraba hijo o hija alguno, quedaron en que él sería el próximo rey de Hyrule, cosa que, aparentemente, iba a ocurrir debido a su pésima salud y falta de descendencia. Sea como fuere, Sonnia era princesa y debía darle hijos a aquel príncipe que fue y, seguramente, volvería a ser rey. 


Urbosa, aun sin sentirse muy feliz por aquello sin saber por qué, le felicitó por su conveniente casamiento y le contó cosas sobre ella. Le dijo dónde y de qué manera se educaba, en qué consistía ser matriarca y el sorprendente culto a la guerra que existía en su región. Sin contarle todos los detalles, le habló de Léa, de su severo carácter en privado, de lo recta y recia que era y lo rigurosa que era con los altos mandos del ejército. 


Al final, casi vieron clarear levemente el cielo nocturno a eso de las cuatro y media de la madrugada, momento en que decidieron irse a dormir tras planear verse por la mañana sobre las diez para ir a mostrarle el mercado del oasis y seguir conociéndose. Sonnia no tardó ni cinco minutos en ponerse las primeras prendas que consiguió, informar a sus damas de que estaría toda la mañana fuera y que deseaba privacidad para ir de compras y conocer más a la futura gobernante de Gerudo. Cuando la princesa salió de la casa, se abalanzó a los brazos de Urbosa, recibiéndola esta de sopetón y sin saber ni dónde poner las manos mientras la hyliana la rodeaba con una fuerza enérgica, poniéndose nerviosa de buena mañana sintiendo tanto cariño de repente, “¿Es normal este ritmo y esta cercanía cuando se hacen amigas? ¿Esto es lo que se siente?” —se preguntaba la gerudo—


S: Oh, Urbosa. Te he echado tantísimo de menos, ¡esta noche quédate a dormir en mi alojamiento! No quiero que perdamos ni un segundo de compañía. 


U: Ho-hola Sonnia, buenos días. Qué… sorpresa verte tan espléndida, yo apenas he podido dormir. 


S: ¡Ni yo! Pero la emoción de un nuevo día en esta región me elimina todo cansancio, ¡vamos! —exclamó tomando a Urbosa del brazo y estirando para arrastrarla corriendo en dirección al mercado—


Urbosa no era tan viva ni tan feliz como lo era Sonnia, pero sin dudas, con lo poco que llevaba conociéndola, se veía paulatinamente contagiada de su vitalidad. 


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S: Vaya, Urbosa, ¡hay tantas cosas! No me decido a la hora de querer llevarme algo. Dime algo, ¿me recomiendas que me lleve fruta electro para mí y mi familia? ¿O mejor algo que me dure para siempre? 


Sonnia no dejaba de corretear de un lado a otro emocionada con todo lo que observaba y olía en ese mercado. Frutas, carnes, especias… Y joyas, ropajes, armas… Todo estaba a la venta, y todo era lo que deseaba llevarse a su hogar, mas su presupuesto era limitado. 


U: Cómprate una fruta y cómetela sin que nadie se entere. Nadie sabrá que te encaprichaste de una fruta electro. Disfrútala y cómprate algo bonito para tí. Y luego compra cualquier souvenir para tu familia para quedar bien. 


S: ¡Pero Urbosa! Eso está feo. Debo pensar en mi familia también, ellos me quieren. 


U: Todo el mundo ama cuando el viento es favorable pero, ¿qué ocurre cuando las cosas se tuercen? ¿Qué ocurre cuando no llevas regalos y quedas mal? ¿Ahí también te quieren igual, o el cariño se ve condicionado por otros factores que incluso desconocemos? 


La gerudo acababa de ser demasiado directa y cortante con la hyliana. Indudablemente, se había visto en la confianza y necesidad de soltar aquello debido a la relación con su madre tan caótica, pero no cayó en la cuenta de que su situación quizás no sería la misma que la de la princesa con su progenitora. Sonnia no se tomó aquella serie de preguntas como un ataque ni como nada personal, al contrario, quiso saber más de aquella reacción; no era normal mostrarse tan a la defensiva cuando se le sacaba un tema que conllevaba sentir emociones… La heredera tenía una herida, y la consorte del príncipe, la vio. 


S: ¿Consideras que esa verdad que acabas de mostrarme aplica para todos? ¿O estás reflejándome algo que no mana de todo el reino, sino de tí? 


Urbosa se quedó callada unos instantes. La había calado. 


U: Creo que cada una tiene su historia. Mejor sigamos mirando todo este género. Te recomiendo que, si tienes suficientes rupias, te decantes por comprar alguna joya. 


La princesa le tuvo paciencia; sabía que había dado en el punto. Tenía claro que poco a poco indagaría más en el asunto pero, actualmente, era un error seguir por esa vía. Por desconocidos pretextos, estaba sintiendo cosas hacia esa amiga suya; una mezcla de compasión, ternura y calidez que le aportaba inmensas ganas de proseguir en la misión de conocerla y desentrañar ese carácter que tan particular se le hacía… Quería más. No sabía cómo pedírselo o cómo transmitirle sus inmensas ganas de ahondar cada vez más la una en la otra, pero se las quería apañar para lograrlo. 


S: He venido con cuatro mil ochocientas treinta rupias. Creo que tengo presupuesto para permitirme algún lujo. Te quería preguntar sobre ese anillo que llevas; no he dejado de mirarlo desde el momento en el que te conocí, ¿de qué está hecho? ¿Dónde lo compraste? —le preguntó maravillada por él, tomando su anillada mano entre las suyas—


U: —algo nerviosa por notar la calidez de sus manos, le respondió— Bu-bueno, es una larga historia, pero no creo que puedas conseguir otro igual. Me lo fabricaron a mí a propósito, pero seguro que podrás encontrar alguno medianamente parecido. 


S: No, no. Yo quiero uno igual que el tuyo. Seríamos como hermanas, llevaríamos el mismo, ¿no te parece una gran idea? 


U: Su-supongo que sí. Lo malo es que este anillo no me lo puedo quitar para que te hagan una copia. Mi madre me lo tiene prohibido, dice que le costó mucho dinero. 


S: Claro, es entendible. Se puede apreciar que es de oro, y en el centro está adornado con un cuarzo citrino enorme, ¿a qué se debe su opulencia? 


U: Es una joya protectora. Me protege del poder del rayo ajeno y del mío propio. 


Urbosa comentó las cualidades de su anillo con total naturalidad sin caer en la cuenta de que acababa de decir algo que la condicionaba. 


S: Urbosa, corrígeme si me equivoco… ¿Acaso no es sólo tu madre, aparte de tí, la única que maneja el rayo? ¿Por qué razón deberías protegerte de tu propia madre?


La gerudo comenzó a sudar, a temblar, a tartamudear… No fue consciente de eso que, de manera subliminal, acababa de confesar a su fiel amiga. Le dio rápidas excusas, como que dicho poder era muy volátil y que podían haber pequeños accidentes. Pero Sonnia no era despistada a la hora de atender a las palabras ni a los gestos de las personas, asegurando que en estas veinticuatro horas, jamás había visto descontroles en ella como para que precisase de un protector. La verdad del asunto del anillo no se la diría por el momento, pero realmente fue una joya que se encargó ella misma para protegerse de los ataques de su madre, o al menos para que no le lastimasen tanto. 


S: Bueno, son detalles que no importan. No conozco lo suficiente el poder del rayo como para poder opinar sobre ello. Entremos a la joyería a echar un vistazo. 


Ambas muchachas se agacharon para entrar a través de una lona que hacía de puerta en aquel lugar, accediendo y quedando la mayor, atónita con la inmensísima variedad de joyas que se mostraban; algunas, de valor impagable. La princesa fue a la zona de los anillos, estaba dispuesta a hallar uno lo más parecido posible. Dejó de lado los de oro blanco y rosa para centrarse en el amarillo. Ignoró los de piedras preciosas de ultralujo con circonitas y adornos de otros materiales, fijándose solamente en los de mineral y los de semipreciosas. 


S: Benditas diosas de Hyrule, Urbosa, ¿has visto en tu vida semejante exquisitez? Las diosas bendicen las manos de las mujeres que fabrican estas joyas. No creo que exista nada igual en el reino. 


Los ojos de la princesa no cesaban en su revoloteo por cada estante que se cruzaba por delante de sus ojos, con cada expositor, con cada vitrina… Nada escapaba a su juicio visual ni a sus ganas de tocar todo lo que atendía. La gerudo que regentaba ese negocio reparó en su gran interés, por lo que, con mucha paciencia, le iba abriendo y mostrando cada cosa que le resultase de su agrado o que viese que le llamaba especialmente la atención. Urbosa, al poco de percatarse de ello, informó a la vendedora de quién era su clienta; realmente no había motivos para que le dijese quién era, pues ya la estaba tratando de la mejor de las maneras, pero sintió que debía hacerlo, no por nada en particular, sino porque tenía la necesidad de cuidar a su nueva amiga. 


U: Mañana es la boda de mis guardianas Hassa y Daelia. Quizás sea buena idea hacernos con algún complemento para la ocasión —dijo tomando en sus manos una fina tiara adornada con pequeños y redondeados zafiros, de la talla perfecta de la princesa—. 


S: ¡Urbosa, esa es una gran idea! Y además, esa tiara que sostienes en particular, me encanta. Pero yo venía con la idea de hacerme más bien con un anillo… ¿Por qué me debería de decantar? —preguntó admirando un largo colgante de oro que se usa como banda— Porque aparte, mira este colgante ¿Y qué me dices de los pendientes de aguamarina? ¡Esto es un no parar! 


U: Hmmm… Es un dilema, yo tampoco sabría qué escoger. Lo cierto es que va a ser muy difícil que encuentres un anillo medianamente similar al mío ¿Por qué no vamos sobre seguro y nos compramos directamente algo que sea idéntico para ambas? Por ejemplo, ¿qué te parece este anillo de oro que tiene un pequeño rubí ovalado? Es sencillo y combina con todo. Podríamos llevarlo siempre y tener las dos un complemento igual, como dijiste. 


La princesa no perdió ni un sólo segundo a la hora de ir hacia un mostrador que estaba al lado de su ya gran amiga, localizarlo visualmente y darse cuenta de que, en efecto, ese era el que deberían comprar por duplicado para compartir. Mientras pedía que se le prestase para probarlo a la vez que preguntaba sus características, Urbosa se quedó ausente unos segundos pensando en algo que le ocasionó en principio, dudas y, luego, malestar e incluso miedo. Recordó así de repente el comportamiento de su madre conforme va conociendo y tomando confianza con las personas… eso le aterró. Parecía que en este escaso día que había pasado con Sonnia, habían tomado tantísima confianza entre ellas que no tardarían en vérseles muy juntas por todos sitios, no siendo esto en absoluto extraño, pero Léa, se iría relajando con la presencia de la soberana, y eso ya no era tan conveniente. La heredera al trono gerudo, cayó en la cuenta de cuántas personas sabían ya el trato que recibe de su madre aparte de sus guardianas, concluyendo que, en tranquilidad y confidencialidad, se permite la libertad de hablar de forma pésima a su hija e incluso atacarla ante miradas ajenas… “¿Y si se acaba sintiendo muy cómoda y me ataca delante de Sonnia? ¿Y si en uno de esos ataques, decide usar el rayo y la lastima a ella?” —cavilaba con preocupación—


U: Disculpe, señorita, ¿no tendrá por casualidad alguna joya, tenga el precio que tenga, que proteja del rayo? 


La vendedora le proporcionó un suave gesto de amabilidad acompañado de una leve sonrisa dada la negativa respuesta que le iba a dar. 


(?): Oh, cuantísimo lo lamento, mi Lady. Las únicas personas que encargaron esas joyas en particular, son las poseedoras del rayo. Ni siquiera las armas de las militares llevan dicho mineral, pues para los monstruos eléctricos, es suficiente con llevar materiales no conductores. El poder y la rareza de este material sólo es asumible para un buen bolsillo y una buena posición, ya que defiende a la perfección de los rayos más poderosos. Podría encargar una joya para su fabricación, pero me temo que no le saldría barato. 


U: ¿De cuánto estamos hablando? 


(?): Depende de si es sencillo o adornado como el suyo, pero poniéndonos en el caso de una fina sortija de plata con un topacio o cuarzo citrino, le estimo que valdría unas veinticinco mil rupias. Y de ahí, en adelante, por supuesto. Otra opción que le doy, en caso de que no le importe ni busque una hermosa joya en particular, sino sólo su poder, es llevar un saco con la piedra en bruto. Incluso podría hacerme con aristas y recortes de otras joyas para que le salga más económico, y es igual de efectivo. Siendo ese el caso, podrían ser unas ocho mil rupias, un precio la mar de competente. 


A Urbosa le dieron hasta mareos de pensar en esas cifras. No deseaba darle a 

Sonnia un simple saco con feos pedruscos sin pulir y sin sentido, preferiría regalarle alguna sortija, pulsera o colgante, por pequeño que fuera. 


U: Por supuesto, lo entiendo. Con eso ya me hago una idea de los costos para alguna joya futura, se lo agradezco. De momento, creo que la princesa tiene claro lo que desea. 


S: ¡Sí, sí! Por favor, pónganos dos de estos anillos. Nos los llevaremos puestos directamente. 


(?): Por supuesto, alteza. Serán novecientas cincuenta rupias por cada uno, por favor. 


Ambas muchachas fueron apoquinando su parte por separado, faltándoles tiempo para salir del establecimiento y correr felices hacia el oasis a remojar un poco los pies, pues el mediodía empezaba a atacar con fuerza son su característico sol resplandeciente y tórrido. Se sentaron en el suelo del oasis para poder así refrescarse las piernas al completo, iniciando una animada charla mientras daba la hora de comer. La princesa vibraba de emoción y expectativa ante el evento de ver cómo relucía su reciente adquisición poniéndola a contraluz del sol, deseando ponérsela y ver el flamante resultado. Tras colocarlo y analizarlo con detenimiento, chapoteó de alegría en las cristalinas aguas previo a casi rogarle a la gerudo que hiciera lo mismo, mirándose las dos jóvenes fijamente a los ojos como si se pudieran alimentar de la felicidad de la otra en esos segundos en los que, sin verbalizar, se otorgaron afecto. 


S: ¡Pero mira qué bien te queda! Tu tono de piel bronceado combina a la perfección, te queda mil veces mejor que a mí. Además, no me había parado antes a mirar con tanto detalle, pero tienes unas manos preciosas, ¡y me encanta tu pintauñas! Préstame un poco un día, me encanta el color. 


Urbosa tiró a apartarle las manos de nuevo por vergüenza, pero quiso explorar un poco más allá y ver qué ocurría si mantenía ese contacto que no se le hacía nada incómodo. Sólo estaba un poco nerviosa por la inmensa alegría que desprendía su amiga por mirar un simple anillo, pero anuló ese instinto y atendió a esos almendrados ojos azules que no cesaban en esa exploración manual, intuyendo un sentimiento cristalino emanar de su ser. 


U: Sobre el tono de tu piel queda más único, al menos en esta región. Tienes unas manos pequeñitas. 


S: Sí, y creo que ni ellas ni mi estatura darán mucho de sí. Pero a tí aún te queda por crecer ¿Hasta qué edad crecéis las gerudo? 


U: No te desanimes, quizás crezcas algo más, todavía tienes catorce años. No te compares para nada con las de mi raza; nosotras crecemos, en algunos casos, incluso pasados los treinta años. Morfológicamente, maduramos mucho más rápido que las hylianas, pero nos pasamos haciéndolo durante un período de tiempo más extenso. Una vez pasamos la niñez temprana, solemos estar veinte o más años terminando de madurar. Es como nuestra esperanza de vida, que también es mayor. Comúnmente, las ancianas llegan fácilmente a los ciento cuarenta años, pero las más longevas han alcanzado incluso los ciento setenta años. Tenemos muchas similitudes con la raza hyliana, pero también muchas diferencias. 


S: ¡Ohh! Eso significa que el anillo te dejará de venir pronto. Y yo que pensaba que ya lo llevaríamos para siempre. 


U: No te preocupes. Las gerudo somos conscientes de lo mucho que podemos llegar a crecer. Es por ello que todas las tiendas, sean de lo que sean, cuentan con talleres o socias que se encargan de ensanchar o dar talla a cualquier cosa. Cuando el anillo me vaya quedando justo, lo traeré para que me lo adapten para así no dejar de llevarlo nunca. 


S: ¡Eso es genial! Piénsalo, Urbosa, llevando a diario este anillo sería como si fuésemos más que amigas… ¡Casi como hermanas! ¡O como si estuviésemos casadas!


Urbosa se quedó petrificada con ese último comentario; no quería sacar nada de contexto ni pensar cosas extrañas, por lo que prefirió atribuirlo a su carácter alocado y jovial, pues ella ya estaba casada con el príncipe Rhoam. 


Tras reírle la gracia y soltarse las manos, permanecieron en un cómodo silencio durante algún minuto, percibiendo los aromas de los ingredientes que se comenzaban a disponer sobre bancadas en los tenderetes del mercado para ir preparando las comidas de las trabajadoras que allí estaban. La calma que sintió la gerudo en ese momento no tuvo igual; jamás nunca en ningún lugar se había sentido así. Mientras se oía el ajetreo de las ciudadanas en el mercado del oasis, Urbosa sintió la mano de Sonnia rozarle la suya bajo el agua, mano suave, de dedos cortos y finos, de palma reducida y con toque sutil; era tremendamente relajante sentir su delicado tacto. La menor, de nuevo, quiso permitirse explorar sus límites, yendo con decisión a entrelazar sus dedos con los de la mayor, llamando este gesto la atención de la mayor. 


S: Tus manos son bastante más grandes —dijo sonriendo y estrechando más el cruce de dedos que la gerudo había emprendido—. Quiero que siempre seamos amigas, por favor. El mundo allá fuera de nuestros hogares suele ser hostil, lleno de peligros y dolor. Si nos tuviéramos siempre la una a la otra, nunca nos pasaría nada, ¿qué me dices? 


U: Precisamente de eso te quería hablar. 


Sonnia se extrañó por la casual coincidencia de pensamientos que habían tenido, pero puso toda su atención para ver a qué se refería exactamente. Urbosa se sentó de lado en el sumergido lecho de arena, y le habló superficialmente de la peligrosidad del rayo en caso de ser alcanzada por uno extremadamente poderoso, como el que podía causar la matriarca. A la hyliana le extrañó esa puesta en escena de la conversación, pues no tenía sentido que Léa pudiera perder momentáneamente el control de su poder y que este, casualmente, tuviera la mala fortuna de caer contra alguien, y en concreto contra ella. Le explicó el por qué de desear adquirirle una joya protectora, y de cómo esta le podía ser útil. 


U: Ya has visto lo que valen; ni tú ni yo, aunque pasemos medio año ahorrando, nos la podríamos permitir. Pero necesito que estés protegida, al menos mientras reunimos lo suficiente para pagarte una joya a tí —dijo sacando de su dedo su anillo protector—. 


S: No, no, pero Urbosa, no puedo aceptar algo así. Ese anillo es tuyo, te lo compró tu madre, no puedes desprenderte de él. Además, tú misma me dijiste que se enfadaría si lo pierdes. Mejor juntemos lo necesario y compremos entre las dos un saco con aristas y recortes, no quiero que encima tú te quedes desprotegida. 


U: Sonnia, por favor, —rogó tomando sus manos, apretándolas entre las suyas— no te preocupes por mi desprotección. Acéptalo, al menos como un préstamo mientras reunimos lo necesario para hacerte una joya para tí, por favor —le insistió mientras le ponía su anillo en el dedo pulgar por ser este el más grueso y adecuado para llevarlo sin que se le cayese—. 


La más mayor quiso negarse una vez más, pero no pudo resistirse a la testarudez de la menor; se le hacía muy tierno ver a aquella muchachita menor que ella pero mayor en tamaño tratando de protegerla y cuidarla como si fueran íntimas amigas desde el día que nacieron. 


U: No me obligues a ponerte pegamento en el dedo para que no te lo quites —le reafirmó clavándole hasta el alma sus jóvenes pero decididos y rasgados ojos verdes—. 


S: Está bien, seré buena chica. Pero quiero algo a cambio. 


Urbosa, mientras Sonnia reía, puso los ojos en blanco ante la expectativa de a saber qué le pediría; era todo un misterio. Sentándose la hyliana de rodillas ante ella y saliendo hasta destellos de sus ojos, le recordó que le había prometido que esa noche se quedaría en su alojamiento a dormir, cosa que la gerudo no recordaba exactamente de esa forma, más bien recordando que se lo pidió pero que no le contestó. Sea como fuere la circunstancia de esa mañana, le dijo que, aun sin recordarlo, debían pasar su primera noche juntas en símbolo de una amistad afianzada, quedando en que Urbosa se escaparía de palacio cuando su madre durmiese para no hacer de aquello, un escándalo. Pero todavía quería la princesa algo más, y era referente a la boda que iba a acontecer mañana, pidiendo por favor que deseaba estar en primera fila lo más cerca posible de la casamentera, cosa que la gerudo se encargaría de pedir a las organizadoras que, con total seguridad, se lo conseguirían como favor personal para la princesa. 


S: ¿De verdad? ¿Sí a todo? ¡Vamos! —exclamó alzándose y tomando a la gerudo para llevársela de ahí a rastras de la misma forma que la trajo—. Vamos cuanto antes a comer, que luego quiero que me lleves de tiendas a comprar ropa para mañana, no puedo ir como una pordiosera. Luego, —decía y decía sin dejar de arrastrar a Urbosa, que ya se lamentaba por el lío en el que se acababa de meter para aguantar a su amiga tantas horas seguidas y sin descanso— podríamos ir a merendar a algún sitio que me recomiendes, porque dicen que en la posta dan tentempiés y platos deliciosos y muy económicos, pero claro, es información que no sé de primera mano. Claro, y luego de todo eso —relataba sin detenerse ni a respirar, sintiendo la menor el peso de sus palabras como losas sobre su cabeza, pues de la emoción, sacó un tono de voz que resultaba hasta chirriante— ya se nos haría de noche y llegaría el momento estrella de la velada. Podríamos llevarnos al alojamiento algo de comida rápida y así podemos jugar a juegos de mesa y leer mientras da la hora de dormir. Pero no nos acostemos tarde, que quiero estar fresca para mañana, ¿vale? 


U: Sí, sí, tranquila. Está todo bajo control. 


S: ¿Pero qué control? Urbosa, ¿no me digas que no me estabas escuchando? 


U: Que sí, alto y claro. Relájate. 


Con Sonnia refunfuñando y Urbosa riendo por ello, fueron haciendo camino a ese sinfín de tareas que la princesa había elaborado en ese preciso momento, sabiendo que, pese a la intensidad de su amiga, lo pasarían en grande hasta mañana, que permanecerían igualmente inseparables por otras dos jornadas más hasta que, el domingo por la noche, la mayor debiese de regresar junto con su esposo al castillo de Hyrule. 


************************************************


Ya daban las once y media de la mañana cuando ya quedaba todo en disposición de dar comienzo a la boda de las tenientes bajo el amparo de la ley gerudo, boda, cómo no, oficiada por la casamentera Ena, como cada una que allí tenía lugar. Las jóvenes amigas, finalmente no habían dormido más que unas tres o cuatro horas, pues hallaron en uno de tantos almacenes que tenía el palacio, un libro bastante grueso que hablaba de mitos y leyendas de la región de Gerudo, en donde hicieron un profundo análisis sobre la mítica figura de la sabia Nabooru, siendo imposible de esa forma irse a la cama sin más; pero pese a ello, sólo con la emoción que tenían por la boda, estaban más que despiertas. 


Urbosa se pasó durante la mañana hablando con unas y otras mujeres para ver qué posiciones estaban más cercanas al altar y que estuviesen disponibles, encontrando rápidamente un hueco donde se apiñaron las muchachas con tal de estar en primera fila en lo que ya era un espeso camino adornado con flores gélidas y virutas de aromática madera de sándalo esparcidas entre la flora. 


S: ¡No aguanto más de la emoción, Urbosa! ¿Cuándo salen las tenientes? No resistiré ni un segundo más —le exclamó agarrando y agitando su brazo—. 


U: No deben de tardar mucho ya, están todas las vecinas listas para el enlace, así que no deberían de dem… ¡Mira, allí vienen! 


Sonnia no soltaba a Urbosa del brazo, más bien al contrario, cada vez se lo apretaba más de tanta ansia contenida; era un puro torbellino de emociones su interior. 


S: Perdona si te exprimo mucho, es que estoy de los nervios. Pero bueno, pese a tu edad, estás bastante fuerte. Al menos eso me… —afirmó cortando a medias su frase al ver a las mujeres aproximarse hacia el altar, que estaba al lado suyo— Diosas, Urbosa… ¿Has visto eso? Por las vírgenes y las sacerdotisas…


La princesa consorte del reino se quedó sin aire ni palabras cuando vio de cerca a esas mujeres tomadas del brazo, cosa que hizo dar un respiro a su fiel amiga. Le llamaron la atención tantas cosas que no supo ni por dónde comenzar, empezando por la no advertida desnudez de las novias, acelerándose su pulso y teniendo mucho calor de repente sin saber muy bien el porqué. Admiró los tatuajes temporales nupciales, el aceite corporal que hacía brillar sus esculturales figuras, los músculos que daban destellos contra el sol… esos cuerpos… 


S: Madre de las diosas… Desde luego que, aunque quisiera alguien intentar dañarte, no podría teniendo de guardianas personales a semejantes hembras. Sé que son amables contigo por lo que me has contado, pero a simple vista, imponen muchísimo. 


Sonnia no sabía ni de qué forma expresar lo que estaba sintiendo en su cuerpo en estos momentos… Era algo desconocido, algo impulsivo, algo lascivo… y le estaba gustando. 


U: Sí, están muy fuertes. Pero no sólo su fuerza física las convierte en mis guardianas, también es por muchos otros méritos. 


S: D-dime algo, Urbosa, ¿en el futuro también estarás igual de fuerte que ellas? Se me hacen impresionantes. 


U: Je, je, je… Esa es la idea, pero veremos cómo resulta. 


S: Me muero por verte así… 


Urbosa le clavó su mirada de repente; ¿qué es eso que acababa de insinuar? La más joven, ya conociendo a la mayor durante ese par de días, pudo darse cuenta de que tenía unas ideas y comentarios bastante alocados, por lo que, pese a lo sugerente de aquel comentario, prefirió pasarlo por alto y no darle más importancia que la que aparentemente tenía. 


U: Paciencia. Los años no defraudan a las de mi sangre. 


Pasaron las novias de largo, y la princesa tampoco pudo ni quiso evitar el hecho de anclar sus ojos en las vistas posteriores de las gerudo. No perdió el más mínimo detalle desde los talones hasta sus cabezas, haciendo algunas pausas para detallar en su memoria con mayor detenimiento algunas zonas que le fascinaron especialmente. Sonnia comenzó a sudar, tenía unos rubores tremendos y todavía más calor; la muchacha ya comenzaba a marearse. 


U: Sonnia, ¿te encuentras bien? ¿Quieres que vayamos a la enfermería? Parece como si te fuera a dar un golpe de calor. Mira que te dije que te anudases el pañuelo a la cabeza para cubrirte de este sol. 


S: No, no, no. De aquí no me mueve ni la diosa Hylia aunque se me presente aquí delante. 


U: Ay chica, qué tremenda eres. 


S: Urbosa, pero mira eso —le dijo en leve susurro para no interrumpir las casi finalizadas palabras de la casamentera, acercándose todo lo más que pudo a la joven para señalarle con discreción un detalle que le hizo perder el aliento—. Mira las cicatrices que tiene por todo el cuerpo la teniente Hassa… le hacen verse tan… tan… 


U: ¿Tan, qué? 


S: Ay, no sé, ya sabes… Es que no sé cómo explicarlo. Es como muy fuerte, muy guerrera, igual que su mujer. Pero esos rasgos recios que tiene, esa mirada asesina, esas cicatrices tan abundantes… ¿No es como si fuera una bestia? O como un animal salvaje sin domesticar, como un centaleón. No sé si me explico, es maravillosa, me encanta. 


U: Soberana historia te acabas de montar tú sola en tu cabeza. Límpiate las babas, so guarra. 


Sonnia debió recomponerse para aplaudir y felicitar a las recién casadas que ya se habían amado bajo el manto nupcial, sintiendo algo de culpa por haberse distraído demasiado en mirar a Hassa, lamentando que casi no pudo atender a la boda porque sus ojos estaban clavados en esos muslos de bronce que le acaloraban. 


Habiendo finalizado todo y tras un gran banquete y música en directo para conmemorar el día, fue cayendo la noche en esa velada que ya sería la última para la princesa, tomándose todas las libertades que pudo para acudir y siquiera dar la mano y bendiciones a las ya desposadas, sintiendo temblores cuando los ojos salvajes de Hassa le correspondieron el saludo en conjunto con el estrangulamiento de mano que con gran gusto recibió la muchacha. No sabía por qué estaba sintiendo todo aquello, pero de repente, se sintió afortunada de ser quien era para poder disfrutar de todo aquello que vio tan de cerca. 


S: Urbosa, tengo una pregunta que hacerte. Después de que acabe la cena, ¿hay otro evento que lo continúe, o ya queda finalizado? 


U: Bueno, hay una reunión en el club secreto que hay al final de aquella calle, pero lamentablemente no podemos entrar. Las gerudo podemos acceder a partir de los catorce años y, para el resto de mujeres del reino, a partir de los dieciséis. Sé que allí adentro continuarán con la fiesta, pero para las que no quieran o puedan entrar, el banquete seguirá hasta tardísimo. Pero no, salvo eso, no habrá ningún evento más, así que podremos retirarnos a dormir o a hacer cualquier cosa. 


S: Una pena que no podamos ir a ese club que dices para continuar la fiesta pero, ¿qué hablan o hacen allí tan privado como para no poder acceder hasta determinada edad? Me puede la intriga. 


Urbosa, pese a que no había accedido todavía a aquel local, sabía muy de buena tinta lo que se cocía allí adentro, pues tenía algunas colegas mayores que se lo contaban cada vez que salían del club. Pese a no tener todavía los años suficientes para entrar, la joven tenía muy claras las cosas y lo que quería, como por ejemplo, celebrar su catorce cumpleaños en ese misterioso lugar. 


U: N-no es nada relevante lo que hay, al menos por lo que me han contado. Ya iremos en un par de años a verlo por nosotras mismas. 


Sonnia se le acercó con mirada traviesa, queriéndole sonsacar lo que había oído del club secreto. 


S: O sea, que sabes lo que se hace o dice allí. Ya tardas en decírmelo. 


U: N-no es nada, de verdad. No generes expectativas; en el futuro podrías sentirte defraudada —le respondió con tal de hacerle esquiva la realidad de aquel afamado club—. 


S: ¡Pues razón de más para que me lo digas! 


La gerudo no sabía ni por dónde agarrar el asunto. Podría intentar distraerla con cualquier otra cosa, pero tenía claro que pronto se volvería a acordar del tema y se pondría aún más insistente; cuarenta y ocho horas habían dado para mucho a la hora de conocer sus comportamientos a rasgos generales. 


U: Mira, Sonnia. Te lo diré, pero baja el tono y no se lo digas a nadie. Y mucho menos digas que te lo he dicho yo. 


La princesa se apoyó en la pared de una callejuela, haciendo su peor gala de disimulo. Por fortuna, no había nadie atenta a lo que las chicas hacían. 


U: Escúchame. Ahí se reúnen las mujeres no sólo para hablar, sino para todo lo que se tercie. Me han dicho que se reúnen para hablar de temas controversiales o para difundir rumores. Tienen exposiciones de armas de contrabando y ropa ilegal masculina, y beben mucho cuando están allí. Por eso no es adecuado acceder cuando se es tan joven. 


S: Hmm… Ya veo ¿Sólo eso? 


U: Sí, sólo eso, no hay nada más ¿Vamos para casa y leemos un poco? 


Algo le olió a chamusquina en las afirmaciones de Urbosa, pero mantuvo el silencio y se dejó llevar, pero una nueva duda le reclamó. 


S: Claro, podríamos hacer eso. Pero una cosa, ¿ahora qué estarán haciendo Hassa y Daelia? —le preguntó con unos ojos que insinuaban travesura—


U: Bu-bueno. Pues estarán en su casa lo más seguro. 


Sonnia se puso a dar saltitos y pequeños grititos de emoción, tomó a Urbosa de nuevo del brazo y comenzó a arrastrarla corriendo a toda velocidad. Mientras corría, preguntó a su amiga que dónde vivían, a lo que, extrañada, le respondió sin saber el sentido de aquella cuestión, mas pronto, sabría el motivo de su urgencia. 


************************************************


U: Sonnia, va, vámonos ya. Esto que estás haciendo está mal… 


S: Shh… Calla, calla. Sólo un poquito más. 


Urbosa no tenía ni idea de qué se le pasó por la mente a su amiga cuando decidió ir a casa de las tenientes, pues a pesar de que la sangre del desierto desarrolla los instintos de las mujeres mucho antes del tiempo promedio, aún guardaba la inocencia de la inexperiencia, sobretodo en círculos sociales, pues tenía más bien pocos. Sonnia, tras la sobredosis de emociones que había vivido, necesitaba ver algo más, precisaba corroborarse algo; una curiosidad, algo a lo que le estuvo dando vueltas durante todo el día y que se le presentó oportuno en esa ya solitaria velada. Tras dar con la casa de Hassa y Daelia, que estaba en la calle del lateral derecho del palacio colindando con un puestecito de alimentación, empezó a ir a hurtadillas y en absoluto silencio en busca de eso que ansiaba, mínimamente, escuchar. Nada más llegar, ideó en su mente el plan perfecto para que, en caso de ser descubiertas, pudiesen salir airosas, obligando a la menor a quitarse sus zuecos para no hacer ni un mísero taconeo, quitándose también ella sus pantuflas de esparto por si acaso. Su plan era sencillo: en caso de que alguien las viese, incluyendo a las tenientes, pondría la excusa de que se había encaprichado de unos zapatos como los de Urbosa y que no pudo ni aguardar a llegar a su hospedaje, requiriendo en ese momento probárselos. Su idea hacía aguas por todos lados y, aparte, era demasiado absurdo, pero en su cabeza sonaba de lujo. 


La casa de las tenientes era tan sólo un bajo, no tenía ni planta superior ni patio; era bastante sencilla y humilde, de menos de cuarenta metros cuadrados lo más seguro. La habitación de ellas daba a la parte trasera de la manzana, mientras que, por delante, aparte de la puerta, solamente había un ventanuco que ventilaba el salón cuando se abría de par en par en conjunto con el de la alcoba. La princesa notó esto tras alzar su cabeza todo y cuanto pudo, rodeando la manzana a toda prisa para dar con lo que apremiaba en sus necesidades… y lo halló. 


U: ¿Qué estás tratando de oír con tanta atención? ¿No has tenido aún suficiente?

S: Shh, shh, calla. Voy a intentar ver algo. 


U: Como nos descubran, a tí te invitan a irte, pero a mí me matan. 


S: No van a dejar a Gerudo sin matriarca. Descuida, nadie te matará. Anda, ve despacio a por aquel cajón de madera y tráelo aquí sin hacer ruido. Necesito ganar altura para ver algo. 


La joven gerudo, indignada por la floreciente faceta invasiva de la princesa y tras abnegarse, cumple con lo solicitado sin querer siquiera pensar en las consecuencias. Pero interiormente se preguntaba algo: ¿Por qué Sonnia quería ver a toda costa la noche de bodas de las tenientes? Ella ya estaba casada con un hombre, no había razón para tener tanta curiosidad… a no ser que estuviese descubriendo cosas de sí misma en ese extenso fin de semana que se pasó rodeada de hercúleas e imponentes mujeres de miradas silvestres. Ya teniendo el cajón en poder de la mayor, se subió muy poco a poco para evitar o detectar cualquier ínfimo crujido que pudiese generar, logrando con éxito su encomienda. 


S: Benditas diosas… 


Daelia, con sus rodillas pegadas a su torso en posición inmovilizada por su esposa, y Hassa, erguida de rodillas empotrando sus caderas contra las de su amada. Daelia, ofreciendo a los muros de su hogar, suaves y acompasados jadeos mirando fijamente a su mujer. Hassa, de forma paralela, expresando roncos y afónicos suspiros por llevar en acción desde que acabó la cena. Ambas hembras colisionaban feroces a cada embestida, atendiendo Sonnia a todo el aceite y ardiente sudor que descendía por sus cuerpos, viéndose pequeños brillos por estar alumbradas con un par de candelabros que colgaban de la pared. Pese a que ambas tenían aproximadamente el mismo tamaño y constitución, Hassa se mostraba como una indómita frente a la que amaba; no se dejaba hacer nada que ella no manejase, moviendo a Daelia de un lado a otro para copularla de tantas formas se atravesasen por su pensamiento, colocándola en tantas posturas que parecían aprendidas de memoria para exhibirlas al mundo como quien aprende una perfecta e impresionante danza. 


U: Va, vámonos ya. Ya has visto suficiente. 


Sonnia, finalmente apartó la vista de aquel acto justo cuando Hassa había alzado y posicionado a Daelia sobre sus hombros contra la pared para devorarla; era atrevido seguir mirando, pues si la dominada abría los ojos, se toparía con los suyos de frente. Antes de ponerse los zapatos, devolvieron el cajón al sitio y caminaron hacia el final de la calle para no ser oídas en su marcha, momento en el que se los pusieron y acudieron en completo silencio al alojamiento de la princesa, que se hallaba solitario por estar sus damas de compañía en la sobremesa de la cena parloteando con otras mujeres del reino que fueron invitadas al enlace. Ya allí y con gran tensión y expectativa, se sentaron en un gran sofá que en el salón había, manteniendo el silencio y los nervios por algún minuto, quietud que Urbosa rompió para saciar su curiosidad. 


U: ¿Por qué te has querido quedar a mirar tanto la noche de bodas de las tenientes? Eso ha sido audaz. 


Sonnia no sabía ni qué contestar a eso; en principio tan sólo era por una curiosa travesura pero, a más miraba, más deseo y morbo le causaban las vistas de esas dos féminas haciendo lo suyo. 


U: Eres una mujer casada. Más vale que tu marido no se entere de esto; estarías faltando a su confianza. 


La mayor sabía lo que acababa de hacer; no deseaba ningún mal ni inconveniente en su matrimonio, pero el instinto y las ganas le pudieron a la hora de desear presenciar eso que vio. Finalmente, despegó la boca, pero fue para, nuevamente, soltar una de las suyas que dejó pensativa a la menor. 


S: Tú no has tenido nada de curiosidad, y eso es más curioso todavía ¿Tan común es ver u oír así a las mujeres en esta región como para que te resulte tan normal? ¿O es que tú también…? 


Urbosa tragó saliva, pero si iban a ser ya tan amigas para los restos, no iba a mentirle ni a ocultarle cosas. Igualmente, le traía sin cuidado el confesarlo, a excepción de su madre, a quien preferiría no decírselo nunca. 


U: No es que sea más o menos común, es que es tan natural como las gerudo que van por el reino en busca de marido. Ninguna orientación destaca más sobre la otra, y ambas están normalizada. 


S: ¿Pero tú también eres… como ellas? 


La gerudo mostró una sonrisa ladeada producto del segundo atrevimiento de la hyliana; esta vez, no tenía escapatoria. Le tomó las manos entre las suyas y les dio algo de presión, mirándola con sinceridad y transparencia. 


U: Sí, Sonnia. Soy igual que ellas. Siempre lo he sabido, y así seré hasta el día en que me muera. 


NOTAS DE AUTORA


¡Hola de nuevo, lectores! Ha sido un larguísimo mes de ausencia para mí, pero aquí regreso, cargada de energías y con un nuevo setup para escribir. Doy comienzo a estas notas agradeciendo la paciencia por la demora, pero no hay mal que por bien no venga, y vengo con novedades que voy a anunciar ahora mismo. 


Primeramente, obtuve los conocimientos y titulación necesarios para narrar audiolibros, por lo que, según a demanda, cabría la posibilidad de narrar lo que ya he escrito. 


Seguidamente, este capítulo es el comienzo del nuevo arco de la historia, una precuela que, presumiblemente, tendrá seis capítulos (aunque podrían extenderse a algo más por falta de espacio). 


Finalmente, quiero hacer anuncio del proyecto que irá tras de este y que dará fin a toda esta saga que ya advertí desde el primer capítulo que se acabaría pareciendo a un multiverso o a Juego de Tronos. Cuando acaben estos seis capítulos, habrán “cuentos” sueltos de los personajes que considero que se han quedado descolgados o faltos de historia. Todos mis personajes propios tienen cabida y participación en el arco de “La pequeña ave que bebió de una fuerte flor”, pero a veces han sido relegados a otros planos por no venir a cuento sus presencias o participaciones, pero acabarán cobrando vida en estos capítulos sueltos en donde se narrarán sus historias para dar más cuerpo todavía a dicho arco. Como siempre, estoy abierta a sugerencias de personajes, pero de momento, los cuentos confirmados son los siguientes:


-Hassa, cuando la guerra no te termina de matar. 

-Daelia, el bálsamo del corazón herido. 

-Lowrance y cómo el humor te sana todo mal. 

-Dorrill y Togill, hermanos de desangre. 

-Cipia, hija de nadie. 

-Nóreas y las aventuras de ser la heredera. 

-Ena, la niña caída del cielo. 

-Zelda (desde los 17 hasta los 37 años). Cuando la locura toca a la puerta. 

-Hiria e Iceth, las fieles custodias de las matriarcas. 

-Morei y cómo la carne se vende fácil. 


Aún con todos estos cuentos, habrán, mínimo dos más que serán desvelados cuando acabe este arco debido a que son personajes muy importantes pero que todavía no han hecho aparición y que, al igual que los anteriores, serán interesantes de enriquecer con historias focalizadas en ellos. 


¡Nos leemos en el siguiente capítulo! 

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