Capítulo 2. URBOSA X ZELDA (continuación de la anterior entrada)


Autora: Bárbara Usó. 


Tiempo estimado de lectura: 1h 15min.


Gmail: barbarauh1998@gmail.com 


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Amanecía en Gerudo un día nuevo, un día que albergará tantos quehaceres y momentos decisivos para la vida de la matriarca y de la princesa que hasta en contados puntos podría tornarse inenarrable. Cada alba nuevo te brinda esas oportunidades y te ofrece esos tiempos únicos que en caso de ser correctamente gestionados a favor propio, podrían cambiarte tu vida entera y volverla de un completo revés, cosa que Zelda, aún con dudas del cómo y de qué manera, aún con el sopor matutino y aún en eterna preocupación del qué dirán, tiene claro que algo hará para enfrentar todo lo que atormenta su repleta mente. Tenía ya unas dos horas que ambas mujeres habían descendido de los canales y que tras de sí disipaban esa larga noche que guardarían con recelo ante cualquier curioso, y a pesar de que el elixir vigorizante había hecho un efecto inmejorable, Zelda comenzaba a sentir tal cansancio que pensó que sería una idea acertada pedir como desayuno una macedonia de frutas raudas regadas con miel de vigor para poder resistir al cansancio al menos un día más. Cuando todo había terminado en los canales y tras incontables muestras de amor y auténtico afecto plasmadas en besos y caricias que recorrieron los cuerpos de ambas, decidieron ponerse en pie, tomarse frente a frente de las manos, amar sus tranquilas miradas, adorar sus húmedos cuerpos, apreciar sus sensibles tactos y enaltecer sus mutuas bellezas, para a continuación, tomar aquella toalla que las masajistas regalaron a Zelda, localizar velozmente la escalerilla de madera que en anterior ocasión con crueldad crujió y bajarla en el correcto orden para que desde abajo, Urbosa le prestase su ayuda tomándola en brazos a mitad de descenso y con gracia en humorística situación en un provocado y deseado abrazo, le dijese algo así como que "había cazado a un pajarillo a mitad de vuelo". La princesa quedó con esa hermosa sonrisa grabada para siempre en un bello recuerdo, mas haría lo posible por escucharla a diario aún si con eso tuviese que hacer terribles sacrificios.


U: Mi pequeña ave siempre se queda pensativa cuando se encuentra exhausta.


Z: Nada de eso, mi fiel elegida. Tengo las cosas más claras que nunca.


Urbosa no se hacía a la idea de qué significaba eso, de hecho, nadie se la haría... Su único temor era que cometiese alguna imprudencia, pues aún teniendo claro que Zelda muchas veces carecía de voluntad propia, sabía muy de buena tinta lo impulsiva y arrojada que era cuando algo rozaba su corazón... y eso le hacía sacar temor de donde no lo había...


Tocando con un dedo su frente, le insinuó que qué estaba tramando, pero la princesa tan solo mantuvo el silencio, silencio que no terminó con su pensamiento pero si con su foco atencional, porque ser tan distraída era tanto como para bien, como para mal. Olvidando por un rato ese intrusismo rumiante de su cerebro, procede a admirar lo que tan novedoso se hacía acto de presencia ante sus ojos. Llevaban al menos dos horas tendidas en la enorme cama de Urbosa, esa que quiso decantar en la noche pero que por prisas no pudo ser y que ahora reconoce plenamente, esa cama ahora tan solo por ellas ocupada y que ofrece esa visión que a Zelda anima a recordar esos detalles entre la divertida bajada de la escalera y el estiramiento corporal en el lecho " recuerdo que yo estaba agotada y fui sin cortesía de secar mi cuerpo directamente a aterrizar en las sábanas. Recuerdo a Urbosa sonreírme con su particular dulzura preguntando que si las aves cazadas saben aterrizar. También me viene a la mente esa imagen que conecta con la particular vista tan poco común que tengo ante mí".


Urbosa, nada más llegó a la habitación procedió a su típica rutina que tan extraña se vuelve a nivel visual para la gente que no es de su plena y absoluta confianza. Primero, se quitó todos sus anillos, pulseras y collares. A continuación procedió a tomar un barreño con agua jabonosa que ya le habían dejado preparado y con una tela oscura humectada en esa mezcla comenzó a frotar sus párpados, sus labios, sus mejillas y manos quedando mágicamente liberada de ese fuerte maquillaje que ni con agua, ni con guerra, ni con entrenamientos se borraba. Luego, tomó su larguísima cabellera y retiró el más bajo aro metálico que ocultaba un coletero que también se sacó. Olvidó quitar sus pendientes, así que antes de proseguir con su cabello, los retiró con paciencia para evitar lastimarse. Ya sin ellos, fijó sus miras en el verde y dorado turbante también metálico y en la tiara que siempre llevaba en su frente. Por último, a posteriori de lavar su cara con agua fresca, tomó un cepillo fabricado en hueso de lizalfos y púas de morsa salvaje y acicaló toda su sorprendente melena que arribaba a sus muslos cuando estaba suelta... Ni qué decir que tras todo ese ritual que con concentración apreciaba Zelda, la matriarca puso rumbo a ese ya caliente lecho. La princesa no cesaba en replicar ese pensamiento que le hacía desear ver eso todas las noches de su vida, le parecía una hermosísima estampa ver a una mujer poniendo tanta atención en cuidar su piel y cabello, "ni yo me cuido tanto, incluso puede que en el futuro me corte el pelo". El cuerpo desnudo de Urbosa de por sí era sublime, pero con un rosado amanecer entrando por las ventanas, el aroma de aceite de flores en su piel, la belleza tan exótica y ahora sí natural que veía en su rostro, y su posición tumbada boca abajo en la cama estremecía todo el ser de Zelda, quien no detenía su empeño en apartar con su mirada aquella cortina de cabellos pelirrojos que le nublaban la imagen de la vista posterior de tan hercúleo cuerpo.


Urbosa era una mujer que rara vez se mostraba frágil o sensible, tanto así que mostrarse en dicha posición que a cualquiera resultaría natural, le hacía sentir invadida; su espalda era lo más cercano a ser una zona privada que nadie ni siquiera amistosamente debería tocar sin su conocimiento ni consentimiento. Tal podía catalogarse su obsesión que siempre jura que jamás ninguna mujer le ha besado la espalda, y que jamás la ha dado mientras sin sentimiento se copulaba a las muchachas que gustasen de su compañía, tanto es que incluso tiene a su masajista de confianza cuando acude al centro de relajación. Urbosa recuerda que si alguna mujer le ha tocado la espalda, siempre ha sido teniéndola de frente, tanto así que con vergüenza recuerda una ocasión en la que hizo gozar tanto a una hyliana que venía de visita a Gerudo, que ésta por inercia le arañó la parte alta de su espalda desencadenando una violenta reacción por su parte incluso la muchacha llegando a temer por su vida ya que rápidamente unas capitanas se presentaron en el lugar de los hechos apuntándola muy de cerca con sus lanzas pidiendo explicaciones mientras una enfurecida matriarca caminaba de lado a lado maldiciendo a cada paso lo que acababa de acontecer.


Independientemente de ello, Urbosa se encontraba junto a Zelda la mar de tranquila dejando entrever un poco de su musculatura posterior, aunque no haya contado nada de esto a su pequeña ave, nunca tuvo la necesidad de hacerlo porque jamás sintió su presencia como algo amenazante o que le hiciese empequeñecer, aun así eso no significaba que fuese a propiciar que Zelda palpase esa zona, sencillamente ni lo quería provocar ni se opondría.


U: ¿Mi princesa desea desayunar? Tenemos un precioso y largo día por delante.


Urbosa, en dirección a Zelda, se tumbó en posición fetal y con pausa analizó ese semblante pensativo que deseaba eliminar de esa "carita preciosa", como solía llamarla. Ideó en sacarla a desayunar fuera, en llevarla de compras, en invitarla al club secreto gerudo, en idear la artimaña de esconder el vestido de meditación para escaquearse por una vez de sus deberes, "total, si su poder ha de despertar, da igual cuánto medite. Despertará cuando deba hacerlo".


Z: Sí, me gustaría hacer algunas cosas por la Ciudadela y despejar la mente. Podríamos desayunar y acudir a la taberna, a ver si así me olvido de todo.


Resultaba demasiado extraña esa actitud de Zelda, en vez de verse relajada y tranquila después de tan magnífica noche, aparentaba tensión pese a que Urbosa le dijo que se olvidase de las meditaciones.


U: Ah no, pajarillo, nada de beber. Vamos a disfrutar el día que tenemos por delante, tengo muchos planes en mente que seguro que te encantarán.


Z: Creo estar a punto de cometer una locura...


U: Dime algo pajarillo, ¿te he hecho algo durante esta noche que te haya incomodado? ¿o algo posterior quizás? No soporto verte tan alicaída, mi pequeña ave.


Z: Nada de eso, Urbosa... Lo que me ocurre es algo exclusivamente mío y no deseo involucrarte.


Urbosa, extrañada, arqueó su ceja izquierda y se sentó en la cama. Con la velocidad de un rayo pensó en mil cosas, en mil situaciones que hubieran propiciado esto, también en mil soluciones, mas nada le terminaba de encajar. Acarició el dorado cabello de su princesa con su mano diestra observando atenta la transparente reacción de Zelda, que en apariencia sostenía una diminuta lágrima y pasó a hacerle la promesa de que haría cuanto estuviese en su mano para superar todo esto, incluso si debiese poner su vida en riesgo... Por alguna razón, eso calmó a su alteza, quien sobradamente sabedora de ese detalle, gustó corroborar que en tal caso tendría a una aliada que lo daría todo por ella.


U: Ven conmigo, vida mía.


La matriarca bajó del lecho dando la espalda a la princesa y tomando toda su propia cabellera con ambas manos para por su hombro posicionarla en la parte delantera de su cuerpo, dejando todas sus vistas posteriores desveladas a esa muchachita que juraría enloquecer de no verlas. Con el cabello cubriendo su pecho, volteó tan solo un poco su cabeza y en un lejano reojo miró a Zelda.


U: Ven hacia mí, mi princesa.


La menor, con la maravilla personificada ante sus ojos viendo por vez primera esa espalda sin ningún elemento que obstaculizase su vista, emprende en gatear dirección a la obra de arte viviente que seguramente, a criterio suyo, estaría por desconocidos motivos tensando tal conjunto de fibras musculares dorsales. Cercana ya a su destino, le interroga con incógnitas del qué quería y para qué. Urbosa, con voz algo temblorosa le expresó la necesidad de que se esperase ahí unos instantes mientras Zelda podía sutilmente apreciar esa morena y tersa piel erizarse sin siquiera haberla rozado y también unas lentas y profundas respiraciones que expandían toda su caja torácica.


U: Pajarillo, ¿puedes apreciar unas líneas alborotadas que hay en mi espalda con una tonalidad algo oscurecida?


Zelda por desconocimiento visual, jamás había reparado en esas tremendas e impactantes manchas solo apreciables desde muy cerca.


Z: Cielos, Urbosa... ¿qué te ha ocurrido? ¿estás herida?


U: Ya no, mas hace veinte años, casi dejo a Gerudo sin matriarca. 


Z: N-no entiendo nada... ¿qué te ocurrió?


U: Toca las marcas y aprecia el tacto que tienen.


Con obediencia y muy despacio y suave, no se retrasa en acatar esa frase imperativa y coloca su templada mano a la altura lumbar de Urbosa, que ya sentía que le flaqueaban las piernas por el tacto. Zelda con sumo cuidado las tocó, adivinando que eran unas crueles cicatrices causadas por rayos, siendo estas de tacto sutilmente abultado y rugoso como si de una tortura de latigazos eléctricos se tratase, cosa que la horrorizó.


Z: ¿Te... duelen? ¿te estoy haciendo daño?


U: Nada de eso, pajarillo. Pidamos el desayuno y mientras esperamos vayamos a disfrutar de los rayos del sol que comienzan a entrar. Mientras tanto te contaré una historia que quizás te haga ver que todo en la vida es pasajero, aunque vivas con ese acontecimiento grabado a fuego en tu memoria.


La matriarca tomó de su mesita de noche una campanilla de bronce adornada con el emblema gerudo y engastada en adornos de latón y la agitó tintineando de izquierda a derecha para hacer acudir a una de sus empleadas que trabajaban en turno de mañanas en ese hermoso palacio de arena. Sin demora se personó una gerudo vestida toda completa en un traje de tonalidad violácea pastel, que preguntó acertada que deseaban desayunar. Zelda no se quitaba de la mente la idea de la fruta rauda con miel de vigor por lo que, sin dudarlo, la escogió mientras que Urbosa se decantaba por una leche de arroz de Hyrule con cereales de trigo de Tabanta y unas frambuesas. La experimentada empleada anotó cada detalle en su mente sin margen de error, incluso la petición de la princesa, que rogó que la macedonia fuese sin durián vivaz y con extra de miel de vigor, y con todo claro, marchó. La matriarca pues, tomó en gesto de ayuda a Zelda de su mano para ayudarla a bajar de la cama y posteriormente escoltarla hacia la ventana sin vidrios que tenía sus aposentos ubicada en la pared que dirigía al balcón, acción que agradeció la princesa impacientada por oír la historia de quien secretamente amaba más que a su vida. Urbosa le hizo esperar ahí unos instantes animándola a contemplar las vistas de Gerudo mientras se agachaba y sacaba de un mediano baúl unos cojines y mantas que dispuso encima de una bancada de ébano para hacer más cómoda la estancia en él mientras narraba su historia, que predijo resumir para esquivar la avalancha de detalles y sucesos que la llevaron al borde de la muerte. Mientras una versión hogareña y ajetreada de la matriarca disponía ese leño que hacía de asiento, Zelda se vio incapaz de siquiera apreciar Gerudo, no podía dejar de ver con profunda lástima las espantosas marcas de lo que un día habrían sido unas quemaduras y heridas electrificadas, llegando a imaginar a su amada tendida en algún frío suelo luchando por mantenerse con vida mientras su espalda se vería como una masa sanguinolenta con jirones de piel chamuscados con arena del desierto Gerudo alojada en ellos... se le hacía tan horripilante que comenzaba a notar náuseas y mareos; "¿y si no hubiera sobrevivido?" -se repetía una y otra vez con inquietud-.


Urbosa por su parte ya hacía rato que se hallaba sentada con las piernas estiradas, codo derecho apoyado en la repisa de la ventana y semblante pensativo mirando a un punto fijo del desierto ubicado muy cerca de Vah Naboris. Zelda se le acercó de frente y acarició su cabello y su mentón con mirada de consuelo como si pretendiese decirle que a su lado siempre estaría a salvo, que a su lado nunca más temería por su vida... que a su lado siempre sería feliz. La matriarca agarró su mano con ambas suyas y con fuerza en sus cerrados párpados, y emprendió en pasársela por todo su rostro y cuello mientras la besaba en expresión facial afligida.


U: Ven aquí, mi pequeña ave. Siéntate entre mis piernas, no te robaré demasiado tiempo con mi historia...


Pero Zelda quiere que le robe su vida entera si fuese posible tal milagro...


U: ¿Ves allí? -dijo señalando un pequeño montículo que se hallaba a unos novecientos metros de la bestia divina Vah Naboris- ahí, hace unos veinte años casi muero dando la vida por una amiga que al igual que tú, huía a Gerudo para evadir su mente de las obligaciones del reino.


Z: ¿Te refieres a... mi madre?


U: Le dije que huyera a la Ciudadela cuando lo tenía todo controlado... no debí dar la espalda a esos monstruos cuando tu madre se negó a dejarme sola.


Z: ¿Tenías monstruos detrás de ti y ella quería quedarse?


U: Le grité tanto como dieron mis pulmones y entre lágrimas ella no atendió a razones, momento en que un grupo de una decena de lizalfos eléctricos y un par de moblins blancos aparecieron dándome uno de ellos un garrotazo en la crisma que me causó conmoción haciéndome caer de bruces al suelo. Cuando levanté la cabeza solo pude ver a tu madre huyendo mientras sollozaba y gritaba con desgarro mi nombre.


Z: ¿Cómo lograste salir de esa?


U: No salí, tan solo no morí. Por aquellos tiempos apenas habían monstruos ni peligros en Hyrule, así que no salí armada de la Ciudadela... craso error.


Z: ¿Y sin derrotarlos como lograste sobrevivir?


U: Recuerdo de forma muy difusa todo aquello. Recuerdo en cierto punto que no podía seguir gritando de dolor, hasta mi voz me había abandonado. Sentía los garrotes de los moblins golpeando mi cabeza sin cesar y las garras eléctricas de los lizalfos arañar mi espalda desgarrando y cauterizando al tiempo mi piel. Con sus cuernos además no dejaban de lanzarme rayos por todo el cuerpo, cosa que me inmovilizaba. Ahí perdí el conocimiento. Cuando desperté, los monstruos estaban muertos y diez capitanas rodeándome a mí y a dos médicos de la Ciudadela que lograron reanimarme. Despierta, comencé de nuevo a gritar por el dolor, mi cuerpo estaba lleno de arena y alrededor montones de trapos y gasas blancas empapadas en sangre... una médico me tapó la nariz y la boca con un paño húmedo que desprendía un olor amargo... De nuevo, oí a tu madre gritando, parece que pudo llegar rápido a la Ciudadela y dar la voz de alarma a todo el mundo. Entre las lanzas y piernas de las capitanas pude verla siendo agarrada por dos sargentos que a duras penas podían detener los puñetazos y patadas que les propinaban para zafarse de ellas y venir conmigo. Oí un desgarrador "no" salir de su garganta, y a lo lejos un "tranquilizaos majestad, tan solo la hemos anestesiado para evitar su sufrimiento mientras la trasladamos a la Ciudadela", mas también si hago memoria adivino un "ha perdido demasiada sangre, solo un milagro de las diosas podría salvarla". Me noté a plomo sobre la arena, y en el próximo despertar estaba tumbada boca abajo en la enfermería con todo mi torso vendado y tu madre llorando sobre mi mano.


Con su historia finalizada Zelda hacía rato que también sollozaba, no solo por Urbosa, sino por el vívido recuerdo de su madre... había descrito tan bien su carácter... La matriarca rodeó todo su cuerpo en un acogedor abrazo.


U: Que mi pequeña ave no llore más. Todo eso pasó, y tu madre me curaba a diario las heridas, que, una vez sanadas, esmeró hasta el día de su muerte en aplicar siempre que podía una generosa cantidad de aceite de flores que ella misma mandaba a fabricar a los investigadores de Akkala. Por eso hoy día apenas se nota el rastro, pues siempre se sintió arrepentida por esas heridas que prometió que un día haría desaparecer.


Z: Gracias a ti, ella vivió mucho más. La deuda es mía ahora.


U: En absoluto, esa deuda está más que saldada. El contarte todo esto no era para entristecerte ni hacerte sentir culpable. Es solo para que vieras que de todo se sale, que de todo se aprende y que siempre hay un futuro mejor tras épocas de adversidad. No sé que atormenta esa cabecita tuya, pero estoy segura de que está libre de muerte y de riesgos físicos, por lo que si es pura guerra mental, enfréntate a ella, anteponte, pelea, reclama lo que es tuyo y no te dejes amedrentar. Tú eres la dueña de tu destino, nadie más.


Z: Me acabas de dar una valiosa lección que hoy mismo pondré en práctica... me has dado la fuerza que hoy necesitaba... ahora mismo te debo todo.


U: Lo único que me debes es tu amor.


Nadie ahora mismo se haría una idea de cómo cruzaron miradas. Con decisión, con enfoque, con complicidad, con admiración mutua... con puro, auténtico, verdadero, fidedigno y real amor.


                       *Toc, toc*


El desayuno había llegado en el momento justo. Zelda terminó de arrastrarse las lágrimas causadas por la historia de Urbosa, sin lugar a dudas le había revuelto algo en sus adentros que le aportó la decisión y determinación que requería para lo que iba a enfrentar a la mínima que se le presentase la ocasión. La empleada se aproximó cargada a una mesa de madera de olivo maciza que se ubicaba en los pies de la cama de la matriarca, un conjunto de cajas y cestas de mimbre y dos bandejas de bronce, se arrodilló delante de ella ya que era una mesita de apenas cuarenta centímetros de alta y colocó ambas bandejas y las cestillas sobre ella. Seguidamente sacó de las cestas todos los elementos que conformarían el primer alimento matutino de ambas nobles, entre los que habían platos de plata, vasos de vidrio verde, una jarra tan dorada y reluciente como el sol, cubiertos de acero y por último, recipientes de barro recién traídos de las cocinas donde se almacenaban los alimentos solicitados. Primeramente vertió de la jarra la leche de arroz de Hyrule que su matriarca le pidió en el finamente decorado vaso de vidrio y lo colocó sobre la bandeja, luego puso en un plato sus cereales de trigo de Tabanta junto con las frambuesas y un pequeño azucarero. Por último puso en la bandeja de Zelda un plato que llenó de las frutas deseadas y de un tarro de un grueso vidrio marrón extrajo un utensilio fabricado en madera de nogal que se encargaba de remover una espesa miel de milflores que no escatimó en usar para con abundancia regar las frutas, como había pedido su alteza.


U: Sahkku por el desayuno, puedes retirarte.


(?): De nada, matriarca. Con permiso. Alteza. -dijo en voz baja para no molestar mientras se retiraba-.


Urbosa, en la misma posición en la que se hallaban pasó sus cabellos hacia adelante por encima de su hombro derecho cayendo estos también encima del hombro de Zelda, siendo estos tocados por la princesa "tiene un cabello tan suave y brillante..."


Z: ¿Algún día me dejarás peinarte, Urbosa?


U: Oh, mi pequeña ave... desayunemos y en cuanto terminemos te prestaré mi cepillo, ¿quieres?


Zelda miró a Urbosa desde abajo y sonrió con la misma inocencia con la que una niña ríe ante una bolsa de dulces, le encanta la idea de alcanzar ese nivel de intimidad con su persona especial, más aún captando con su olfato ese conocido aroma floral que desprendía tanto cabello como cuerpo. Además, entre rubores pretendía preguntarle algo a la matriarca, y pese a que su voz tartamudeaba, llamó su atención llamándola por su nombre, a lo que Urbosa respondió y esperó sus palabras.


Z: Ve... verás... me preguntaba si quizás con el tiempo podría llamarte de otra manera... tan solo en la intimidad, nada más... pero me gustaría que considerases esto... Tú siempre tienes un par de apodos cariñosos para mí y yo siempre me veo relegada a llamarte por tu nombre ¡N... no es que no me guste! Pe... pero...


U: Mi princesa puede llamarme como más guste, no pienses tanto en tantos detalles y expresa siempre lo que desees.


Urbosa abrazó con fuerza a Zelda, "¿qué más da como nos llamemos mientras el amor sea real?" -se preguntaba mientras aflojaba el abrazo e invitaba a Zelda a bajar del banco de ébano para dirigirse a la mesita donde ya hacía minutos que esperaba el desayuno-.


Ambas se levantaron y se encaminaron al desayuno tomando cada una un cojín del banco ya que esa mesa estaba hecha para sentarse en el suelo, y sin más, comieron.


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Z: ¡Este desayuno ha sido una delicia! Ahora si tengo energía para todo el día. Urbosa, ¿habías planeado algo?


U: ¿Te apetece que tengamos un momento de relajación mientras las ciudadanas van generando movimiento? Con todo más animado podríamos ir al club secreto de la Ciudadela, estoy convencida de que te gustará.


Z: ¡Me parece un plan excelente! ¿Qué propones ahora pues?


Zelda no tenía ni idea de a qué se refería con lo del club secreto, pero la intriga le superaba y por eso no se negó " imagino que será como el club secreto del castillo en el que las empleadas se reúnen para actualizarse de todos los chismes y cotilleos" -se decía tratándose de idear la situación-.


Mientras tanto, Urbosa se irguió y aterrizó boca abajo en la cama, procurando liberar a su espalda de tan espeso velo capilar; se podría decir que con esas paulatinas exposiciones y tras haberle contado su horrible experiencia a Zelda, poco a poco dejaba de ponerse nerviosa y de recordar el trauma que hace dos décadas pasó, sintiendo que poco a poco sus piernas dejaban de temblar y su piel se erizaba menos mientras que disminuían esos picos de auténtica ansiedad.


U: Ven aquí, pajarillo. Siéntate encima mía.


La princesa que con tanta extrañeza recibía la orden, no prorrogó su estancia en el suelo y fue directa a cumplir un deseo que se le hacía suculento y delicado al mismo tiempo. La matriarca con todo su cabello retirado, sin adornos ni maquillajes y mostrando su cara trasera al más real estilo del adjetivo natural, acomodó la posición de sus nalgas para que su pequeña ave se abriese de piernas y se sentase sobre ellas teniéndola por lo tanto a escasos centímetros de su dorso y a su completa merced, "no puedo seguir mostrándome miedosa ante esto". Zelda se montó, apoyando sus manos en sus caderas para estabilizarse en la posición y no tocar nada que no debiera... pero interiormente se le hacía irresistible esta posición unida al efecto visual, cosa que no hizo retrasar esa archiconocida sensación de inundación en esa zona que creía que de sobra se habría secado tras esa noche.


Z: ¿Q... qué puedo hacer por ti...?


U: Lo que tú más desees, mi pequeña ave.


Las mezclas de sensaciones no eran algo que la princesa gestionase específicamente bien, por lo que sacó todas sus fuerzas para centrarse en lo delicado de la situación ya que cualquier acción equivocada podría ser motivo de generar una mala imagen suya; evidentemente tener así a semejante gerudo complicaba que pudiera detener sus más primarios instintos, pero no era el momento de sacarlos a relucir, no ahora. Con colosal esfuerzo, tomó una decisión que largo rato le tomaría completar una vez iniciada, pero que merecería cada segundo, "si toco sus marcas puede que se acabe sintiendo mejor".


Z: Estás temblando...


Desde su posición Urbosa negó con su cabeza y ningún movimiento ni gesto más hizo presencia en su semblante, por lo que Zelda palpó con extrema sutileza su más baja zona lumbar, justo por encima de la curva de sus nalgas donde apenas quedaba una pequeña señal de lo que en su día serían un par de arañazos... y fue con ambas manos subiendo hasta alcanzar su cuello para luego descender. Tras una fugaz y mínimamente invasiva primera toma de contacto, realizó el mismo gesto pero con las zonas laterales, pasando por su cintura, por sus pechos, por sus axilas y hombros, tomándose un instante para acariciar también sus brazos por todo su ruedo apreciando con concentración esa brutal dureza que tanto los caracterizaba y retornó al descenso. De nuevo bajó y alegrándose de no haber sido repudiada, dió un paso más y se concentró en observar todas y cada una de sus cicatrices como si de una cartografista analizando un paisaje se tratase, "quiero conocer todo de ella, hasta esto que muchas personas considerarían como algo grotesco o feo…"


U: Las marcas del medio de la espalda son de un lizalfos eléctrico que se ensañó conmigo más que ningún otro, pero no voy a contarte algo tan desagradable.


Z: Por favor, cuéntamelo -dijo en tono decidido-.


U: -sintiendo temor por asustarla, le fue clara- Se aprecian muchas líneas cruzadas y es muy difícil decirte a qué corresponde cada una, pero hay una marca de tres garras que van desde mi homóplato izquierdo hasta el centro de mi espalda que es especialmente grande y profunda, seguro que puedes verla... Ese fue el primero de decenas que sucedieron encima de él. La enfermera que ayudó a las médicos a intervenirme cuando me trasladaron anestesiada a la Ciudadela me contó con el tiempo que esa herida particularmente era tan profunda que podían verse las costillas y que casi me perfora un pulmón; sin duda fue un milagro.


Con profunda pena, Zelda se recostó encima suya con la única finalidad de dedicar todo el día si fuese necesario a besar y derramar lágrimas en todas y cada una de sus secuelas sin dejar ni un milímetro por recorrer; aún con todas sus ganas de querer conocer la historia de Urbosa, se le hacía terriblemente impactante debido a su gran sensibilidad el aprender tanto detalle de unas heridas que a cualquiera habría matado. Unas con más, otras con menos, pero sin dejar ni media, con fuerza a todas besó con unos labios que aunque agotasen sus energías no conocerían cese en su encomienda.


Z: Mi fuerte flor...


U: ¿Hmm...?


Z: Quiero llamarte siempre así. Las flores de Gerudo crecen en climatologías muy adversas, temperaturas cambiantes, mala tierra, poca agua... son fuertes, resistentes, raras... y las más bellas... es una manera de mencionar un pequeño conjunto de cualidades que am... ¡que adoro de tí!


U: Dilo, mi pequeña ave.


Zelda no expresó nada más, tan solo siguió con su tarea pero ahora acariciando cada surco y rugosidad de su dorso... El sol empezaba ya a entrar muy brillante en los aposentos donde el deseo comenzaba de nuevo a aflorar como en la anterior noche ya que estas sensaciones eran demasiado nuevas para Urbosa, quien no podía ya decir que jamás una mujer había besado la espalda, mas nunca habría logrado tal confianza con ninguna como para dejarse hacer eso, "me alegra demasiado que haya sido ella..."


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U: ¿Y si nos alistamos para ir al club secreto?


Zelda, con las piernas completamente entumecidas después de tanto rato encima de Urbosa, se inclinó hacia un lado y se dejó caer boca arriba encima de la cama mientras que la matriarca se dispuso a levantarse e ir a un pequeño mueble tocador donde guardaba todas sus joyas, maquillajes y aceites mientras que la más joven reposaba completamente estirada pero sin perder detalle de lo que hacía su fuerte flor.


Urbosa tomó asiento en un diminuto banquito acolchado con plumas forradas en raso color crema y se lavó la cara con agua templada como hizo hace unas horas, tomando a continuación un paño seco con el que se dió suaves toques en la piel. Zelda ya se había convertido en la admiradora número uno de ese ritual que se volvía como antes a repetir pero en sentido inverso, colocando todas sus joyas y adornos y dejando para el final la tarea de hacerse el recogido en el pelo, primero toda enjoyada atendiendo a hacerse un perfecto maquillaje que consistía nada más que en sombrear sus ojos y pintar sus labios y uñas del mismo tono turquesa, el cual fallidamente distinguía la princesa en sus ojos que, aún sabiendo bien que eran verdes, juró verlos turquesas. Esa combinación de colores tan atrevida y decidida era la quintaesencia de la belleza no convencional que enmudecía a Zelda, quien se atrevió a pensar que por un día podría reunir el valor necesario para vestirse y maquillarse como si fuese una gerudo más, dejando atrás esos finos ropajes de dama y pasando a vestir unos de guerrera, no obstante, no expresó su idea en voz alta, pero si que se le escapó otra cosa que repetidamente pensaba pero guardaba:


Z: Quiero ver esto todas las mañanas de mi vida.


Maldijo su impulsividad durante los segundos de silencio y tensión que se vivieron a continuación, la matriarca detuvo toda acción cuando de sopetón escuchó eso de su pequeña ave. En pausa se miró a sí misma al espejo, era interesante verse y analizar esa reacción natural que le llevó a una sonrojada estupefacción... contemplarse le resultaba tremendamente esclarecedor. Mirando a Zelda tumbada desnuda en la cama, se sinceró:


U: Yo también quiero ver esto todos los días de mi existencia.


Zelda siente tal revoltijo de emociones en su ser que tan ágil como una gacela levanta su cuerpo de la cama y corre a los brazos de Urbosa aterrizando de lado en su regazo obligando a esta última a soltar sus cosméticos que acabaron en la alfombra sin derramarse. El pajarillo revoloteó con sus dedos ese cuello cubierto por miles y miles de cabellos sueltos que se mecían melosamente por la suavísima brisa que entraba por el balcón y ventana de los aposentos y sin agotar ni medio segundo de esa caduca y fugaz situación, besó esos labios de canela que aún no estaban maquillados y que se hacían deliciosos en esa posición.


U: Mi pequeña ave siente más cosas de las que dice y no quiero que se siga comportando así. Quiero que me cuentes todo lo que piensas.


Z: Si estuviera en mi mano, yo...


U: Nada, absolutamente nada ni nadie se interpondrá en tus deseos ¿me oyes?


Con las cejas arqueadas y un gesto afirmativo muy decidido, Zelda se levantó con sus labios apretados.


Z: Está bien, tu insistencia me ha acabado por convencer. Hoy va a ser mi día, y nadie me apartará de mis convicciones.


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Salieron. Ambas mujeres salieron de palacio. Decenas de "sawosaaba" y de "buenos días" eran recibidos y respondidos a cada par de pasos que daban. Las capitanas que les protegieron no estaban muy cansadas pero finalmente obtuvieron el permiso para retirarse a descansar con otra bolsa extra de rupias como tercera gratificación que se negaron a aceptar pero que debieron hacerlo para no caer en la graciosa amenaza que Urbosa les hacía: "si os negáis a hacerlo tendréis que batiros en duelo las dos a la vez contra mí y por cansancio tenéis las de perder".


C: ¡Como ordene, matriarca! Ja, ja, ja...


Urbosa se había vestido como de costumbre, pues era muy fiel a su estilo, pero lo raro, lo verdaderamente raro eran las particulares vestiduras de Zelda, que constaban solamente de una fina y ligera ropa interior color verde pastel.


U: Mi pequeña ave se siente hoy muy liberada.


Z: Para nada, mi fuerte flor. Me voy a vestir ahora mismo.


Urbosa no comprendía, o quizás no quería comprender cómo iba a vestirse si hacía ya rato que paseaban por la Ciudadela dirección al club secreto.


Z: Voy a invertir bien el dinero que me dió mi padre.


Zelda, aprovechando que la tienda de ropa estaba particularmente cerca del club, se detuvo y comenzó a hablar con la vendedora, quien muy feliz por ver que su alteza se involucraba en la cultura gerudo, le recomendó un atuendo que estaba muy a la altura de su título.


Z: No, no quiero el equivalente gerudo de mi ropa. Estaba buscando algo más de diario, como lo que llevas tú, por ejemplo.


(?): Con todo respeto, alteza... No creo que estos trapos ásperos y de baja calidad sea lo más apropiado para vos. Esto efectivamente lo lleva la gran mayoría del pueblo y de las guerreras, pero permitidme recomendaros algo más de su...


U: Ya has oído a la princesa. Uno como el tuyo es el que le gusta y el que se llevará. Busca uno de su talla ahora mismo. Y que mi pajarillo no se preocupe por esto, yo invito.


La vendedora obedeció las órdenes y sacó específicamente lo que se le pidió, que apenas costó unas quinientas rupias.


Z: Es precioso ¡y justo de mi talla! Muchas gracias por el regalo, Urbosa.


U: Mi pajarillo ahora parece una auténtica guerrera gerudo salvo por un detalle... no vas armada.


Z: N... no importa. Igualmente no sé usar armas.


U: Luego te enseñaré. Toma, casualmente aparte de mi cimitarra siempre llevo mi pequeña daga de emergencia. Te la regalo.


Z: ¡No puedo aceptar un regalo así!


U: Una pena, ya te la estoy abrochando en el cinturón de tu nuevo traje.


Una vez con la funda atada a su cinturón, Zelda sacó la daga desenvainándola con una agilidad que aparentaba ser conocida para ella, lo cual sorprendió a la matriarca, quien dió un respingo hacia atrás al ver el gesto...


Z: Me gusta -admirando detenidamente los grabados de la hoja y el filo- vamos al club.


Urbosa sintió un gran orgullo de su pajarillo, adoró esos breves instantes de bravura que vió en esa mirada que parecía sedienta de sangre apreciando esa afilada hoja... le suscitaba muchas sensaciones nuevas ver a tan frágil muchacha mostrarse así con tan peligroso cuchillo en sus delicadas manitas; una mezcla entre precaución y morbo, "podría enseñarle tantas cosas si fuese mía..."


Apenas a unos veinte metros podía apreciarse la entrada del club. Ya delante de la misma, la matriarca tocó cinco veces seguidas aquella pequeña pero robusta y gruesa puerta que ocultaba todas las conversaciones y sonidos que allí dentro aconteciesen haciendo esta de escudo sonoro y lumínico.


(?): Contraseña.


U: Sin contraseña. Matriarca -tocó seis veces más la puerta-.


(?): ... Adelante matriarca.


La fuerte puertecilla que se hallaba sellada por tres gruesos candados correderos de barra se abrió y la gerudo que lo hizo les tendió a ambas la mano para cederles el paso.


(?): Bienvenida seáis, alteza. Sawosaaba matriarca.


U: Sawosaaba. Venimos a tomar algo y a ver "eso"


(?): Adelante pues. Hace media hora aproximadamente que comenzaron, pero seguro que todavía se pueden unir, ¿les preparo un sofá o colchón para las dos?


U: No venimos a unirnos, tan solo a mirar. Pero sí, prepara igualmente el sofá ese largo que siempre me pido.


(?): Como desee, matriarca. ¿Desean tomar algo?


U: Quizás una tabla de mariscos... y añade ese toque...


(?): A la orden, matriarca. Vayan tomando asiento.


U: Sahkku. 


Un pasillo largo, humeante por decenas de varitas de incienso y humidificadores que creaban un ambiente angosto era la carta de presentación de ese club. Zelda se sentía extraña y curiosa al mismo tiempo "ahora voy como una gerudo más, debería integrarme con facilidad". Las paredes se adornaban con cuadros y decoraciones la mar de extraños apenas visibles por tan densa niebla además de la no avisada oscuridad que enrarecía el ambiente. Con la princesa a la cabeza, paso a paso y con extremo detenimiento y atención, iba descubriendo las maravillas allí ocultas como prendas de ropa ilegal, opio de contrabando, exposición de armas sustraídas del Clan Yiga, masajistas "especiales" y una guinda del pastel que se ocultaba en una sala anexa a la que solo se podía acceder bajo reserva o petición... o como "favor personal". Urbosa caminaba despacio detrás suya no perdiendo de vista las reacciones de su pequeña ave, que eran tan graciosas como pintorescas...


(?): Disculpen ¿desearán su comida aquí o en la sala? El sofá está ya dispuesto y el plato a punto de ser servido.


U: Adentro mejor. Iremos pasando, no tengas prisa por la comida, no es urgente.


"La sala de los deseos". Así era conocida por las gerudo y las extranjeras que se les permitía entrar siendo invitadas por locales, una sala donde cualquier reprimida podía ser ella misma con quién o quienes quisiera complacerla o simplemente ser una espectadora... la sala favorita de Urbosa en "tiempos de sequía". Zelda presintió que iba a desmayarse de la impresión tras dar un primer vistazo a aquel lugar tan extravagante.


Z: U... Urbosa... ¿dónde me has traído?


U: Al lugar donde las muchachitas como tú terminan por no encarar con valentía sus vidas... y las muertas de hambre que tienen todo claro y vienen a lamer bragas ajenas.


¿Qué era "La sala de los deseos"? Bueno, la respuesta es sencilla... Era lo más cercano a un lupanar pero gratuito. Una veintena de mujeres, a veces una treintena, se arremolinaban desnudas ahí adentro intercambiando todo tipo de experiencias sexuales con cualquiera que se cruzase por delante, una especie de lugar donde tener citas anónimas con féminas de todas las edades y provenientes de todos los rincones del reino donde era muy frecuente avistar señoras casadas en matrimonios bien avenidos siendo devoradas hasta los huesos por ese tipo de mujeres que se mojaban transformando a "las decentes".


(?): Les traigo el marisco especial que me encargaron. Que aproveche a ambas.


Un ostentoso e impagable platerón era dispuesto en una mesa a los pies del sofá donde ellas se sentaron.


U: Come un poco, verás qué delicia.


Una casualidad afortunada hizo que el traje gerudo que Zelda acababa de adquirir tuviese un velo facial incluido para protegerse del sol que no dudaría en usar aquí, pues pese a sentir algo de vergüenza inicial, también sentía que había "estrenado" su ropa interior y por algún motivo no quería que Urbosa se enterase, "no quiero que piense que soy una degenerada". Aquella bandeja de mariscos llevaba de todo y no escatimaba en nada; cangrejos, langostas, percebes, ostras, vieiras, mejillones... casi todo poco cocinado o simplemente al vapor o crudo con limón.


U: Abre la boca y cierra los ojos.


Urbosa tomó una ostra cruda y todavía bien viva y la roció generosamente con el limón, pues así debían consumirse según las mejores cocineras. La princesa, viendo a la matriarca hacer ese gesto y siendo ella misma aficionada a ese manjar, se dejó alimentar por aquella mujer que encargó este plato en específico para según ella, ponerla a tono para lo que estaba por venir.


U: Dame algo tú ahora a mí.


Zelda miró tranquilamente el plato y al ver los mejillones supo que eso era lo que debía escoger fijando su visión en uno que era particularmente grande, tomándolo y abriendo su cáscara para enfocar el pensamiento en relacionar esa jugosa y particular carne anaranjada en algo que se le hacía muy conocido... mas no lo sacó de la cáscara, sino que tal cual abierto lo encaró hacia Urbosa.


Z: Arráncalo de la cáscara con la lengua.


El mero hecho de estar allí ya ponía a la matriarca de una forma que intentó controlar, pero ver como su pajarillo comenzaba a atreverse a seguirle el juego en "La sala de los deseos" le provocaba sentirse desatada. Conociendo ampliamente las capacidades de su lengua, dió un par de lametazos con los ojos cerrados confiando en que eso sería pan comido... pero se equivocó. Ese jugoso mejillón estaba muy bien fijado a la cáscara por su particular trocillo de cartílago y viendo que con dos intentos más seguía sin salir, sacó a relucir su artillería pesada sacando su lengua completa posándola en la base de ese tirante molusco con adoradas formas y comenzando a ascender sin mover ese músculo, sino moviendo toda la cabeza y cuello desde origen hasta destino para ahora sí, devorarlo de una sola vez. Una madura sheikah miraba de lejos y se imaginaba siendo ella la que recibía esa potencia lingual. Urbosa tomó ahora carne fresquísima de cangrejo recién cocido, se tumbó en el sofá mientras la desmenuzaba y se dispersó los trocitos por cada surco abdominal a la par que al fin de la tarea introdujo sus dedos en la boca de Zelda para que se los limpiase.


U: Come y no dejes nada.


Con tremenda emoción, calor y excitación nunca antes conocida, la princesa se puso a cuatro patas sobre la matriarca y con el vicio impreso en su mirada, comió. Su mano se iba en dirección contraria, concretamente a ese sitio donde solía autosatisfacerse en momentos de soledad, pero esta vez siendo acompañada y observada ya por algunas mujeres que deseaban unirse a esa fiesta privada de afrodisíacos mariscos que fueron cocidos en agua con misterio...


Z: Házmelo aquí mismo, no aguanto más.


U: -riendo entre dientes-  La gracia es aguantar más, pajarillo...


Z: No puedo, no puedo. Te... ¡te lo ordeno!


U: Ja, ja, ja... Nunca dejaréis de sorprenderme, alteza. Os daré lo que deseáis -dijo empleando su más formal lenguaje ante tal orden de su soberana-.


Urbosa se levantó, que por efecto de la posición de Zelda, esta quedó sentada encima suya... sus ojos capturaron algo que le quiso mostrar a la menor.


U: Mira a esas tres, pajarillo.


Zelda abrió sus ojos con tal alucinación que supo que deseaba probar eso...


Z: ¿Qué llevan puesto? ¿son...?


U: Arneses de goma. Las dos activas llevan unas prendas especiales y en ellas se adaptan ese juguete plástico que están usando para, digamos, calmar a esa menudita y valiente hyliana que está recibiendo el poderío gerudo de dos enormes comandantes por ambos lados.


Z: Dime que tienes uno...


U: Por supuesto, pajarillo.


Aún habiendo recibido una respuesta afirmativa, la princesa no detenía su fijación por tal obsceno acto que tanto deseó tras el primer vistazo en el que chocaba la diferencia de tamaños físicos entre las mastodónticas comandantes y la escuálida hyliana que no tendría más edad que Zelda. Se atisbaba que fácilmente esas gerudo tendrían unos treinta y cinco o quizás casi cuarenta años, pieles duras y curtidas por la batalla, cicatrices espantosas mal cosidas en su momento que seguramente ellas mismas remendaron en pleno combate, cabelleras cortadas a navaja, músculos diamantinos, estaturas que superaban con creces a la ya imponente que lucía su matriarca... y en contraste, esa jovencita de cabellos castaños claros ondulados, perfecta y brillante piel porcelanosa, finísima constitución, estatura inferior a la media y una voz angelical que sobresalía por encima de los ásperos jadeos de esas guerreras que se turnaban sus orificios no teniendo especial predilección por uno o por otro, gustando el trío tanto de la sodomía como de lo más tradicional sin hacer ningún tipo de susto por el grosor de esos juguetes como tampoco por el vigor de esas dos feroces y sádicas dominantes que aún empleando toda su energía, no lograban sacarle ni un solo grito a la señorita bien afamada en el club por su resistencia y apetito insaciable, llegando a retar a cualquiera que se cruzase en su camino.


U: ¿No querrás hacer algo así verdad?


Z: Pa... ¡para nada! C-contigo sí, pero no eso.


U: Bien... voy a buscar el mío. Y no te preocupes, traeré uno más fino que ese.


Z: Creo que mejor te acompaño, no quiero quedarme sola...


U: Puedes estar tranquila. Nadie te hará ni dirá nada, saben que eres mía. No tardo ni un minuto, justo lo tengo en ese armario de allí enfrente.


Mientras una veloz Urbosa agarraba unas cuantas cosas de dentro del armario, Zelda se percató de que una señora hyliana estaba empotrada en una esquina completamente inmovilizada de piernas abiertas con cuerdas mientras varias mujeres se ponían en fila para desfogarse con ella de forma consecutiva. Unas se la comían, otras se frotaban, algunas hacían una especie de juego de dominación dando la sensación de que la obligaban a realizarles orales a varias al tiempo mientras con sus manos le presionaban la garganta y le agarraban del pelo, otras pocas iban un paso más allá y le azotaban cada trozo de piel libre que encontrasen, así fuese con las manos o con cualquier objeto variablemente contundente. A esa sí que le arrancaban gritos, tantos que a cada uno que daba, Zelda podía ratificar que le veía un generoso afluente deslizarse por entre sus muslos, empapando ese tan decorado diván "me da la sensación de que conozco a esa señora, pero no sé de qué... quizás sean imaginaciones mías" -se dijo para sí-.


U: Ya estoy de regreso, no te he perdido de vista ni un momento, igual que tú a esa señora.


Z: ¡N-no me malinterpretes! Tan solo me sorprende todo lo que le están haciendo. Además me dió la sensación de que la conocía de algo, pero creo que no.


U: Las posibilidades de que encuentres a una conocida aquí es prácticamente del 0%. Y en tal caso tienes una buena bolsa de rupias para comprar el silencio. Deja de ser tan rebuscada y vamos a divertirnos, mira lo que traigo.


Cintas, argollas, correas, tachuelas y hebillas conformaban una especie de braga de cuero con un agujero central donde se ensartaba aquel diminuto juguete que Urbosa trajo seleccionándolo por ser el más pequeño de la colección privada que allí guardaba. Aparte trajo dos más de los tamaños directamente consecutivos por si se terciaba la necesidad de usarlos, aunque lo dudaba. Por último también trajo una jarra llena de un espeso líquido a base de jugo de aloe vera porque sabiendo los gustos de Zelda, seguramente pediría acción por ambos lados y quería asegurarse de que todo iba como la seda. Urbosa se tumbó en su sofá reservado dejando momentáneamente esa colección de dildos en la misma mesa donde se encontraba aún la bandeja de mariscos e invitó a Zelda a hacerlo encima suya.


U: Muéstrate ante tu matriarca.


Siquiera antes de que la princesa tuviese tiempo de tumbarse encima suya, recibió y cumpliendo la orden retiró el top que cubría sus pechos. De lejos, una pareja liberal de gerudos se relamían viendo su real cuerpecillo.


U: Más.


Z: Tú primero.


Sin medio pudor ni vergüenza, Urbosa desabrochó los cierres de ese sujetador metálico que siempre llevaba a todos lados liberando esos senos que varias jóvenes y no tan jóvenes atendieron a analizar al detalle, dejando caer esa armadura que produjo un hueco sonido de acero al suelo. Además, para tomar la delantera, también retiró su celeste faldón de elegida que iba atado a un cinturón quedando solo con una prenda de ropa interior del mismo color que la falda.


U: Te toca.


Zelda sí tenía algo más de reparo, pero no demasiado, ya que pese a tener varias miradas clavadas en su torso, se sentía completamente liberada haciendo aquello, como si algo que desconocía le hiciese sentir más desinhibida, por lo que no tardó en quedar en las mismas condiciones que su matriarca en disposición de lanzarse encima suya, que ya le esperaba con las piernas abiertas. Nada más llegó a esa posición tuvo la necesidad de, en cuanto acoplase bien, comenzar a empotrar sus caderas más bien contra la ropa interior del Urbosa, quien ya comenzaba a ensoñar un sinfín de posibilidades mientras todas las allí presentes se derritieran por esa inaccesible unión de realezas, tenía demasiado claro que junto a ella tendría la libertad de vivir sin restricción ese tipo de experiencias, mas nunca querría que fuese sin ella... ya no deseaba a ninguna mujer más, lo cual se le hacía extraño pese a que, sin confesarse, supiese el por qué.


U: Invierte tu posición. Déjame saciar tu apetito.


Con la fidelidad y obediencia de un cánido, Zelda dió media vuelta sobre sí sin entender muy bien qué es lo que harían a continuación pues no le sonaba en absoluto esa postura ni en qué tendría desenlace. Urbosa, teniendo todos los secretos y misterios de su alteza a un palmo escaso de su cara, vió esa fina prenda tornarse translúcida por tantísima abundancia de humedad alojada y sostenida en ella.


U: Sería desafortunado que tus criadas viesen así tu ropa interior, mejor se queda aquí.


Como si de la mandíbula de una hiena se tratase, la matriarca supo donde exactamente clavar sus colmillos para hacerles un agujero, sacudir su cabeza como cuando las leonas despellejan a un antílope y estirar para hacer en ellas un gran hueco por el cual no tener dificultades para practicar cuantas locuras se terciasen, locuras como por ejemplo comenzar a devorarla sin mostrarle lo que ella debía hacer "que la intuición le enseñe lo que tiene que hacer" -pensó mientras su imparable boca hacia la faena-. Zelda no sabía que hacer, esto era nuevo para su registro que veía inviable combinar tanto gozo con una actividad suya... tanto que lentamente se iba inclinando hacia adelante quedando en cuatro mientras que conforme más placer recibía, más aplanaba su columna hasta pegar su cuerpo contra el de Urbosa. Su cabeza aterrizó con tino en el pubis de la matriarca, pero ignoró esa coincidencia, hasta que en determinado punto sintió su cerebro una ráfaga de información transformada en impulsos debido a que un dulce aroma arribó a su olfato... fue entonces cuando comprendió la base, la gracia y lo interesante de esta posición en la que había sido colocada por su fuerte flor, quien sintió allí abajo algo de movimiento y de curiosidad por parte de su pequeña ave y comenzó a abrir sus piernas iniciando un baile pélvico incitando a catar ese lugar que ya sentía impaciencia por no estar recibiendo lo mismo que su dueña estaba dando, por lo que Zelda regresó de nuevo a este planeta y concentró su única neurona disponible que no estuviese ebria de placer y la utilizó sabiamente para bajar un poco esa sencilla lencería que Urbosa ya quería descender, tomando también durante dos segundos una actitud sobria para sacar una pierna y facilitar así el gesto quedando de su rodilla tendida esa prenda que ya apremiaba a retirar. Sin pausarse de nuevo para rendir homenaje a esa adorada zona que quería enmarcar en un lienzo en sus aposentos, obedeció de una vez sus instintos y bebió y comió tanto como deseó. Como de costumbre, una resolutiva Urbosa salió a la carga para solventar el inconveniente de las estaturas, reculando pues su postura hasta lograr apoyar su alta espalda en el reposabrazos del sofá encorvando su posición para que su princesa pudiese relajar el cuello que con tanta penalidad estiraba con tal de dar alcance a su alimento, pasando la primera a degustar ese estrecho camino que arrancaba tantos gemidos de su alteza. Todas no, pero una simple mayoría estaba generosamente gustando de lo que veían... unas se frotaban contra otras ignorando a sus amantes y poniendo como foco de atención a estas dos nobles; otras imitaban la postura... y dentro de ese grupo de espectadoras, la gran parte tan solo las miraban y se imaginaban siendo partícipes de tal acto... muchas se corrieron solo de mirarlas, en especial las más salvajes, que se ponían fieras viendo las cachetadas tan fuertes que Urbosa le propinaba a Zelda haciéndola saltar y jadear con cada una de ellas que siempre iban acompañadas de apretones en sus nalgas y muslos y arañazos en sus lumbares, cintura e ingles... Una imagen tremendamente animal de su matriarca. Con todo el cuerpo completamente marcado de magulladuras y rastros de uñas que no recibían queja alguna, sino que lo absolutamente opuesto, la princesa no parecía conocer fin a su nueva y adorada postura cargada en conjunto con las cosas que más gusta practicar... comer, ser comida, cuerpos pegados, mutuos gemidos, sentir coordinación de latidos y respiraciones, sudores mezclados... ¿podía acaso ser posible sentir tanta acumulación de gozo y excitación que fuera por eso mismo volverse inalcanzable el desenlace? Porque precisamente eso acontecía, una incapaz Zelda comprimía todo su cuerpo y centraba tantos vanos esfuerzos en finalizar que sin advertir en ello, ya lo estaba haciendo esa brava matriarca que con seguridad se hallaba encontrando ese orgasmo más por todo el conjunto de prácticas que por el oral en sí... Pero no por ello se sintió despagada, al contrario, tenía la firme creencia de que lo que estaba por llegar era todavía mejor...


U: Si mi pequeña ave no ha sido capaz de volar en esta ocasión, ahora tomará los cielos varias veces.


Dicho y hecho, la más joven se levantó de encima de Urbosa después de ser deleitada con su feroz clamor que por su fuerza animaría a movilizar a todo su ejército y esperó recibir instrucciones de su experimentada matriarca mientras esta se apretaba con gran firmeza ese amasijo de correas y lazadas que posteriormente coronó con ese diminuto juguete que alguna risilla levantó ante las presentes que prefirieron dejar de mirar por no ver nada de emocionante en ese tronquito que no alcanzaría el palmo de longitud.


U:¿Estás lista, pajarillo?


Z: C... creo que sí.


U: Iremos poco a poco... túmbate y abre las piernas, pero sobretodo no dejes de mirarme.


Urbosa no quería perder detalle de cualquier reacción de Zelda, pues aún siendo pequeño, sabía que un mal gesto podría lastimarla; además mientras le mantuviese la mirada a su pequeña ave no entraría en pánico en caso de ponerse nerviosa por alguna razón.


U: Ahí voy, no mires a nada que no sea yo.


La mayor juntó sus labios con la menor, la besó con la intención misma con la que lo hizo en la noche anterior mientras sin palabras le quería decir lo mucho que conocía su cuerpo y lo que empatizaba con su fisiológica condición de virgen, "yo también he pasado por esto" -recordó Urbosa en tan lejanos tiempos antes siquiera de que Zelda naciese-. Tendida sobre ella y sin dejar de atenderla, la matriarca tomó con su mano derecha ese suave cilindro plástico color burdeos y empezó a frotarlo arriba y abajo muy lentamente sobre ese peleón clítoris sediento de acción gerudo.


Con este gesto humedecía el juguete para disponerlo para entrar, además así también se conseguía tranquilizar un poco a su alteza y de paso calentar la silicona y que no hubiese un cambio brusco de temperatura haciendo de ese momento algo más natural. Conforme más segundos se mantenía así, más concentraba sus movimientos en esa entrada que ya lucía dispuesta y empapada, por lo que Urbosa depositó la punta ahí mismo y soltó la mano para comenzar a acariciar esa carita de ángel que cual cordero rogaba piedad temblando más que un ternerito huérfano en invierno.


U: Mírame.


Tras su imperativo, comenzó a adelantar sus caderas a las de Zelda con tal lentitud que temió solo estar haciéndolo en su imaginación pero ciertamente sí ejecutaba movimiento porque se corroboraba en esos ojos de princesa que sentían que algo demasiado duro e inflexible se abría paso en esa vagina que daba pie a explorar las sensaciones de sentirse presa de un cuerpo tan vigoroso que mantenía oculta bajo llave toda su potencia de embestida. Poco a poco iba entrando bajo la atenta mirada de Urbosa y afortunadamente no encontró obstáculos ni ningún tipo de quejas pues por suerte su colección siempre cuenta con artilugios para todos los gustos, aun así prefirió asegurarse de que su pajarillo no fingía satisfacción por contentar.


U: Dime cómo te sientes, amor mío.


Z: Bi-bien... no siento dolor, tan solo un poco de presión.


U: Mientras no te resulte desagradable estará bien. Lo tienes ya todo adentro ¿quieres que empiece a moverme? Si no te ha hecho daño ya, no lo hará después.


Z: E-en tal caso sí, pero ve despacio por favor...


U: Por supuesto. Ponte cómoda y relájate un poco más, abrázame si lo deseas.


Así fue lo que Zelda hizo; cerró los ojos, abrazó a Urbosa mientras ésta se pegaba ella y con sus piernas rodeó sus caderas posicionando los pies en sus lumbares dando a entender que se sentía lista para comenzar. Mientras tanto, la matriarca bajaba la cabeza hasta posicionar sus labios en esa frente empapada de sudores fríos que emprendió en besar repetidas veces en sincronía con unas caderas que varias veces se alejaban para solicitar retorno, jamás abandonando el deber de ofrecer caricias y besos.


U: ¿Bien?


Z: Bien.


Urbosa se tomó unos instantes para contemplar todo lo que ocurría ahí abajo ya que dependiendo de la tirantez que las correas generasen en los retrocesos sabría si estaba todo bien preparado para subir el nivel. Todo estaba yendo como la seda y sin altercados, abrazarse a la princesa hacía que esta se relajase lo suficiente como para que ese arnés no mostrase ningún signo de tensión en sus cintas, lo cual era todo lo más positivo que podía ocurrir en una ocasión como esta, "casualmente estando aquí y tras comer mariscos, Zelda se siente muy cómoda". La gerudo inició pues unos movimientos algo más rápidos pero sin hacer más fuerza, tan sólo un poco de velocidad a modo de comprobación ya que antes de ponerse en serio era conveniente tener todo bien atado. Sin saber por qué, de repente la princesa puso sus manos empujando hacia atrás los hombros de la matriarca dándole toques indicando que quería que se detuviese.


U: ¿Qué ocurre? ¿Te he hecho daño?


Sin articular palabra sobre su detención, Urbosa sacó ese chorreante dildo del interior Zelda mientras que de rodillas iba irguiendo su postura para analizar lo ocurrido. No le sorprendía lo que su pequeña ave estaba haciendo porque desde el principio sabía que de un momento a otro ocurriría, pero no obstante sí que resultaba ser una curiosidad que apenas tras haber perdido un poco los nervios ya estuviese agarrando la base del juguete para encararlo directamente al otro camino.


U: ¿Estás segura de ello? Esto no es lo mismo que mis dedos por muy fino que sea...


Z: Quiero que me poseas.


Urbosa tragó saliva, sabía bien de sobra que podía hacerle gozar por donde quisiese, pero le inquietaba saber que esta acción era demasiado precipitada... aún así no iba a desobedecer una petición de su alteza, de eso estaba completamente segura. Tanto pensar qué hacer o qué no hacer estaba retrasando todo y generando un extraño silencio en la sala ya que por lo visto estaban viendo sus compatriotas un lado suyo demasiado frágil ya que cualquiera de las allí presentes se lo habría clavado hasta el fondo mínimo una treintena de veces ya. Zelda se cansó, se cansó de ver esa cara dubitativa en esa mujer que entre sus amistades alardeaba siempre de todas las chicas que se habían iniciado con ella, así que puso sus manos en sus clavículas y la empujó con todas sus fuerzas hasta hacerla caer de espaldas en el sofá, cosa que dejó estupefactas a más de una de sus subordinadas que creyeron que su matriarca jamás se debería dejar dominar por semejante cría, por muy princesa que esta fuese.


Con la mirada algo dudosa pero teniendo claro lo que deseaba, Zelda se endereza y se monta sobre una Urbosa que lo único que hace es dejarse llevar hasta el punto de que ni siquiera ella misma es la que la penetra, sino que la propia princesa lo direcciona y sin ningún temor se sienta sobre ella sin prisa pero sin pausa haciendo valoración de que lo que siente, le enloquece. Unos pocos sentones hacen ganar confianza a la matriarca para tomar a su pajarillo por las caderas y darle lo que quiere y pide a gritos, pero Zelda le agarra por las muñecas para inmovilizar su ímpetu y le cruza los brazos en esos abdominales de mármol. Urbosa gruñe, frunce el ceño y comienza a sentir un coraje que la descontrola hasta un estadío no reconocido ni por ella ni por las que miraron aquello que de buena gana la describirían como una tigresa enjaulada y enfurecida que muerde barrotes de acero y ruge con furia a su domesticadora látigo en mano, quien cabalgaba sobre el amasijo de cueros utilizando de base esos brazos de roca a modo de propulsión.


Z: Estate tranquila, gatita.


Una gerudo no podía permitirse eso jamás delante de su gente. Con los ojos inyectados en sangre, tira a Zelda al suelo y la fuerza a ponerse en cuatro para sodomizarla con rabia sin medir ni fuerza, ni velocidad, ni potencia; el juego de poderes se les había ido de las manos a las dos y ya nadie podía detenerlas en tan exigente coito que las convertía en las que más gritaban de la sala, la princesa por una mezcla de placer y dolor, y la matriarca de rabia y desgaste físico.


U: Vas a sufrir el azote de mi raza.


Z: Demuéstramelo


Empleando gran parte de su fuerza física disponible, obliga a abandonar esa posición y la toma en brazos para empotrarla en la pared más cercana y seguir en la misma faena pero de pie, sabiendo que así todo el peso de Zelda caería sobre su arnés y con seguridad todo quedaría ensartado.


U: Vas a correrte sin parar hasta que caiga la noche.


Agarrándola por la garganta y aunque estuviera al vuelo empotrada contra la pared, la más joven recibía una tras otra las estocadas de la más mayor con una gratitud inconmensurable sintiéndose pletórica formando ya parte de ese club. Siempre criada al más puritano estilo y educada para estudiar y rezar, Zelda se redescubría cada día más estando junto a Urbosa y sus gentes, la palabra liberación siempre quedaba escueta al lado de cada experiencia nueva que aquí vivía donde la mujer era objeto de veneración y no de manipulación y control como en el resto de pueblos de Hyrule... "¿de qué me sirve ser la heredera al trono si lo único que esperan de mí es que detenga a Ganon si al final estalla el cataclismo? ¿de qué me sirve que eventualmente herede el reino si lo que realmente quiero es vivir aquí para siempre?"


U: Ya empiezas a perder el sentido ¿eh?


Z: Fóllame todo lo que quieras, te queda mucho para hacerme desvariar con ese pequeñín que estás usando.


Casi como un reto, Urbosa suelta a Zelda y se agacha en el suelo para intercambiar un cilindro por otro de mayor tamaño. Mientras lo escogía, retiraba el anterior y colocaba el nuevo en su sitio perdiendo más tiempo del deseado ya que se percató de que debía cambiar unas anillas para tener un ajuste óptimo al cuerpo y que no hubiesen movimientos no deseados. Se fue incorporando dando los últimos retoques al ajuste mientras que metía su mano en la vasija de lubricante natural de aloe vera para humectar y calentar con sus manos el novedoso artilugio que manejó con elegancia pareciendo una extensión misma de su cuerpo para en definitiva, voltearse y darse cuenta de que su pajarillo había volado de donde lo había dejado... pero no demasiado lejos, tan solo a la puerta del armario de la matriarca.


U: Espera, ¿qué estás sacando de ahí?


Z: Ahora me toca a mí.


Se apreciaba como si Zelda se hubiese puesto una prenda de lencería de bondage, pero Urbosa no tenía nada así en su colección, menos aún de su talla. Sorpresa fue al girarse que sustrajo de su armario otro de tantos arneses que poseía la gerudo y que ya se había ajustado y elegido un juguete que pensó que sería del tamaño perfecto para su fuerte flor.


U: Qui-quítate eso.


Z: Soy la princesa del reino, heredera del trono de Hyrule, sacerdotisa de las diosas y futura verdugo de Ganon. Soy tu soberana, y te ordeno que te retires tu arnés y me obedezcas.


Ese tono tan decidido asustó a muchas de las allí presentes pero no a Urbosa, que seguía en sintonía de ese juego de poderes que desde hacía rato se traían entre manos.


U: -haciéndole un gesto con el dedo índice para que se acercara- Venid pues, alteza. Os enseñaré a usarlo.


Lo cierto es que a Urbosa no le faltaban ganas de recibir, pues se sentía tan versátil y polivalente como Zelda y sin ningún tipo de vergüenza afirmaba que le gustaban ambas posiciones aunque sus camaradas gerudo no fuesen muy simpatizantes de ello... no obstante muchas de ellas en secreto también compartían sus gustos y acudían al club solo para saciar la sed de ser dominadas por pequeñas mujercitas; es por eso que la matriarca se sentó en el bordillo del sofá y esperó a que Zelda arribase mientras hasta la última mirada se dispersaba tratando de ignorar a este par de dos y a sus jueguecitos.


U: No soy de piedra. El mismo cuidado que me has pedido tú al principio, te lo pido yo ahora.


Z: Tranquila, sé diferenciar entre un juego y la realidad.


Zelda tomó una bocanada de aire mientras tragaba saliva con los ojos cerrados. Ver a Urbosa abierta de piernas esperando pacientemente a recibir lo suyo era algo tan irresistible que no pudo hacer esquiva su mirada ante esa flor de loto tan expuesta como se muestra en un amanecer primaveral. La princesa se limitó a imitar lo que había hecho la matriarca con ella para no cometer errores, así que comenzó a frotar la punta contra tan húmeda reliquia en ambos sentidos haciendo especial hincapié en esa entrada que ansiaba terminar de nuevo... y la historia que se pretendía repetir, cambió por deseo de una muchacha que demandaba visualizar a una enorme mujer rendida a sus pasiones, encarándola a cuatro patas hacia el centro de la habitación ambicionando que las más inflexibles comandantes vieran lo bien que sentaba dejarse llevar por algo tan básico y natural. No llegaba así ni de casualidad a penetrarla, por lo tanto debió ponerse en pie y agacharse hasta la altura correcta acercando tanto sus caderas que si no hubiese sido por el suculento gemido de Urbosa, no se habría percatado de que ese mediano juguete estaba ya entrando en su ser. La matriarca como de costumbre ya estaba apretando y mordiendo sus labios, para ser una novata, Zelda manejaba con bastante soltura ese juguete que enmudeció a todas las que estaban junto a ellas incluso hasta lograr apartar el corrillo de chicas que empotraban a aquella mujer de la esquina, quien también quiso ver en exclusiva como semejante mujerón se dejaba dar...


En toda esa espectacular gala de exhibicionismo que ambas ofrecían, la princesa notaba todo el rato la sensación de una mirada persistente y empalagosa que nunca encontraba; no quería ignorarla pero entre tantas mujeres cerca mirando y soltándoles constantes piropos, "qué preciosa sois, alteza; me encantaría haceros gozar; tenéis un cuerpo tallado por las mismas diosas; a partir de hoy os desearé cada noche..." pues se hacía difícil localizar a la autora de la mirada intensa que ni aún con esas logró detener las embestidas que le daba a su fuerte flor.


U: Más... por favor.


Aplausos, silbidos y vítores sonaban ahí dentro para animar a Zelda a rematar su faena que no se demoró en cuanto aceleró el ritmo y apretó esas torneadas piernas en la parte más alta de sus muslos, las chicas se animaban viendo a Urbosa a punto de correrse... Y llegó ese momento con más aplausos y hurras que camuflaban más y más gemidos. Dos guerreras tomaron y alzaron los brazos de Zelda como si acabase de ganar una batalla; Urbosa caía exhausta bocabajo al suelo y una gerudo y una hyliana fueron raudas a lamer ese dildo empapado de los restos de la matriarca como si así se sintiesen más cerca de la que desean. La sesión se daba pues por terminada y la mujer de la esquina sin querer se descubrió como la mirona, quedando Zelda horrorizada con lo que veía.


(?): A... a... ¿¡alteza!?


Z: T... ¡tú! ¡La esposa del ganadero! ¡La carnicera de confianza de palacio! 



NOTAS DE LA AUTORA


Sí, esto se me está yendo de las manos. Todo comenzó con aquel manga y mi mente ya es un revoltijo de ideas y planes que acabaré plasmando poco a poco con más publicaciones. Este fanfic en teoría iba a narrar muchas más cosas, pero siempre se interpone entre mi mente y mis manos la necesidad de alargar y ahondar en demasiados detalles que pueden hacer eternas algunas descripciones, no obstante eso no hará que la idea que tenía en mente se acabe mostrando en el siguiente capítulo porque de hecho, será la primera en aparecer. La idea de hacer guerrera a Zelda es algo que siempre me ha fascinado porque en algunos títulos se muestra más brava y colaborativa con la trama bélica a nivel físico (ejemplo, Spirit Tracks o mismamente esta Zelda que describo, concretamente en Age of Calamity). Sinceramente, la personaje que me quita el sueño por las noches es Urbosa, ella es mi auténtica fuente de inspiración que me hace quedarme hasta altas horas de la madrugada escribiendo… Por decir, me he hecho con varios artículos de merchandising suyo con tal de contemplarla hasta la saciedad y seguir sacando y desmenuzando aspectos que creo que casarían demasiado bien con su personalidad, como por ejemplo, el ser muy mujeriega. El tema de las cicatrices en su espalda es lógico que es algo que me he sacado de la manga para darle ese toque dramático al inicio, pero estoy segura de que a más de un@ gustará, me parece demasiado ilógico tras horas analizando su figura, que una mujer tan guerrera como ella no tenga ni media cicatriz y que además tenga unos brazos tan finos… ¡Nunca me han cuadrado esos detalles! Y aunque mi versión de Urbosa es un poco más accidentada y definida, considero que está bien encajada y que más que alterarla, le aporta. Con lo del club secreto, no voy a dar detalles de cómo se me ocurrió, ¡pero espero vuestras valoraciones al respecto!

¡Salud@s a todos y nos vemos en el próximo capítulo, que esto se va a hacer más largo que Juego de Tronos como siga en esta línea! 

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