Capítulo 3. URBOSA X ZELDA
Autora: Bárbara Usó.
Tiempo estimado de lectura: 1h 10min.
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Z: ¡M-Morei! ¿¡Qué haces aquí!?
Zelda la tenía delante, la había tenido delante todo el tiempo, y ya estaba allí gozando de "La sala de los deseos" desde antes de ella entrar solo por saciar su curiosidad.
M: Princesa... os imploro vuestro perdón... yo no...
Ninguna de las dos había caído en la cuenta a pesar de los numerosos contactos visuales que ocurrieron durante la sesión. Mientras la princesa y la carnicera recibían placer se contemplaron en diversas ocasiones, más particularmente en el momento en el que Urbosa la sodomizaba con fuerza en medio de la sala a cuatro patas. Se miraban, pero no se veían.
Z: No, no, no, ¡no! ¡Esto no me puede estar pasando a mí!
Zelda cerraba sus piernas y encogía su cuerpo tratando fallidamente la acción de ocultarse semejante excitación representada en un sudor que se sentía gélido, su piel se tornaba más y más blanca, vellos erizados, lágrimas a punto de caer... y entre sus muslos, aparte de una visible catarata de deseo, aún permanecía el arnés con ese mediano juguete de color azul brillante que con vastos gestos intentaba retirarse ante la vergüenza que sentía.
U: Bueno, esto tiene fácil arreglo. Las dos os habéis descubierto. Las dos os queréis ocultar. Creo que es evidente que ambas mantendréis esto aquí.
M: Y-yo ciertamente...
Z: Me da igual. Esto no puede ser.
Urbosa se incorpora del todo y con su cuerpo cubre el de esa temblorosa princesa que hasta espasmos tenía, generando entre ella y la carnicera un muro para que por unos instantes cortasen el contacto.
U: Óyeme -dice tomando el mentón de su alteza y elevando su rostro para mirarla fíjamente- estáis en igualdad de condiciones. Ni tú ni ella queríais ser por lo visto descubiertas, así que...
Z: ¿Por lo visto solo, Urbosa? Por las diosas...
U: Atiéndeme por favor, y no me apartes de tu vista. Ella no quiere ser delatada, aquí le guardan el secreto, ¿te crees que no la conozco? Lleva viniendo a este sitio desde antes de yo tener edad legal para entrar aquí. Esa mujer quiere tener su vida en paz y seguir entrando aquí. Estoy convencida de que si hablas con ella podréis llegar a un consenso.
Z: ¡No, no, no, no! ¡Suéltame, Urbosa!
Zelda se encuentra completamente desatada. No atiende a razones de nada ni de nadie, tiene tal estado de estrés que pese a que Urbosa trata de detenerla rodeándola con sus brazos con contundencia, ésta logra zafarse y correr hacia el sofá donde se desperdigaban sus prendas. Poco tarda en quitar el juguete del arnés que ya lucía impecable después de ser enteramente lamido minutos antes por esas mujeres que sintieron la necesidad de ser "sometidas" por la princesa y catar al tiempo el sabor de la matriarca. El arnés en sí se lo dejó puesto, no deseaba seguir perdiendo el tiempo en desatarlo con esas adormecidas y bobas manos que no le respondían a las órdenes que mandaba su cerebro, era quimérico. La ropa era mucho más sencilla de poner en comparativa con los vestidos que solía ser obligada a llevar; tan solo unos pantalones anchos atados con un cordón del más ordinario algodón, un top sujetador también de algodón y unas finas mangas de redecilla que en absoluto costaban poner. Por último y ya habiendo comenzado a caminar dirección al pasillo que daba a la salida, se iba poniendo unos zuecos de madera que también iban incluidos en su kit de vestimenta gerudo. Sin concretar nada más, huye al palacio; lo único que quería era correr hacia los aposentos de Urbosa y esconderse a llorar en cualquier esquina con esperanzas de que ello le aclarase las ideas y quizás así elaborar un plan para arreglar todo este embrollo, no quería ni plantearse la situación en la que su padre se enterase de que había participado en una orgía en una especie de lupanar gracias a Urbosa, la matriarca que de puertas para adentro de la Ciudadela se la conocía como "la mujer de los mil derechos", por haber hecho siempre todo y cuanto ha gustado con decenas de mujeres. El adjetivarla como mujeriega era algo demasiado limitado y soso.
Urbosa mientras tanto aún continuaba en la sala recogiendo en completo silencio sus prendas, ordenando su armario e instando a la calma y al olvido con sus naturales movimientos que se acabaron transformando en palabras de alivio para extranjeras y compatriotas.
U: Esto son cosas que pasan y que siempre se solucionan. Sabéis bien que aquí la ley de oro es el secreto y la confidencialidad, cualidad que permanecerá por toda la eternidad. Recojamos todo y nos veremos mañana.
Las mujeres se fueron vistiendo y dispersando sin alboroto, existía la tranquilidad de la confidencialidad y el compromiso de cero rumores, así que de allí no saldría nada y mucho menos harían de ello algún alboroto. Con un semblante serio y algo apenado, la matriarca se iba vistiendo comenzando desde los pies y en dirección a la cabeza, sabía bien que Zelda había huido a su palacio y que estaría con los nervios quebrados sobrepensando en el hecho de haber sido descubierta por esa hyliana que con facilidad superaría los sesenta años... tenía que encontrarla allá donde estuviese, calmarla, abrazarla, darle y detallarle todas las razones por las que todo estaría bien... y fuera de la forma que fuese, evadir todo mal. Pensó y recordó que le dijo que le enseñaría algún día a usar la daga; quizás este fuese un buen momento, "la descarga física ayuda a templarse" -se convencía la guerrera gerudo-. Así pues y tras tomar aire, marchó al palacio con la esperanza de hallarla en alguna de las estancias, que con total garantía se habría escondido en cualquier recoveco del portentoso edificio; Urbosa estaba demasiado segura de que Zelda no se habría escapado por la Ciudadela, cuánto ni menos afuera de esta, pues siempre se le advertía la peligrosidad de vagar a extramuros aunque fuese de día porque los monstruos y las temperaturas extremas nunca descansaban. La matriarca salió del club y una angosta brisa le dio la bienvenida, ese característico y sofocante calor de Gerudo que con dificultad era paliado por las constantes aguas corrientes de los canales que desde épocas remotas discurrían por ellos, al menos desde la memoria colectiva, de siempre habían existido. A paso constante no distrajo sus miras en cuanto al torcer la esquina contactó visualmente con ese fuerte que llamaba su hogar, siempre adorado, siempre hermoso, siempre energético, poderoso e impenetrable, tan reservado a sus tramas y secretos... Un lugar más que adecuado para vivir, para dirigir a la tribu, para hablar temas de estado... el palacio de la polivalencia, "pero nunca he hecho lo que mis antecesoras... casarme" -se decía pensativa ensoñando las posibilidades de haber nacido en un cuerpo distinto-. Sus tacones sonaban sobre las losas de piedra del suelo sin destacar por encima de los diversos zapatos ajenos, ni sobre todos los sonidos que una ajetreada Ciudadela a pleno mediodía generaba, el sonido suyo marcaba aún así la diferencia de la decisión, de la dirección y la determinación... Llega a las escaleras.
C: ¡Matriarca! -dijo una de sus capitanes de confianza.-
Allí estaban ellas aún con los efectos del elixir vigorizante pese a que esa misma mañana se les instó en gracioso duelo a ir a descansar; habían intentado dormir o reposar en su hogar que tan cercano a palacio estaba, pero había resultado en fracasada encomienda.
U: Tan diligentes como siempre, mis capitanas. Aún sin el elixir estoy convencida de que seguiríais ahí en pie durante días si así se os ordenase.
C: No lo dude, matriarca. Hemos decidido montar guardia hasta esta madrugada, si le parece bien. Exactamente doce horas desde ahora para estirar un poco las piernas.
U: Nunca decepcionáis, es todo un privilegio teneros. Aprovechando la ocasión, quería preguntaros si de casualidad habéis visto a la princesa.
C: Por supuesto, matriarca. Su alteza se halla en palacio, no obstante no sabemos con exactitud en qué estancia, mas no está en el salón del trono, por lo que deducimos que estará en algún lugar de la planta superior o en los canales, pero descartamos esta última hipótesis. Dígame, ¿quiere que emprendamos en su búsqueda y le hagamos llamar?
U: No, no, para nada. Yo misma iré a buscarla, no debe andar muy lejos, y más habiéndome asegurado que está aquí adentro.
C: Por supuesto, matriarca. Sea pues bienvenida de nuevo. Cualquier cosa, nos hace llamar.
Urbosa se adelanta tras ese breve intercambio de palabras precedidas de una táctica despedida para pasar de largo por ese salón tan desgastado de ser descrito y se encamina a las escaleras que dan al piso superior, ese piso que tan solo contiene su habitación y los balcones. Su paso, más concretamente su ritmo no se podría catalogar como veloz, pero esas kilométricas y torneadas piernas daban pasos tan largos que para una hyliana promedio serían zancadas, cosa que le hacía verse con una pausada pero fugaz presencia ya que ella en realidad no iba acelerada. Sube uno a uno los peldaños, a veces de dos en dos, "no entiendo por qué son tan pequeñas estas escaleras, cualquier día me tropezaré" -murmuraba hacia su cuello con mediana indignación.-
U: ¡Zelda!
Nunca la llamaba así, jamás por su nombre de pila, pero pensó que eso le sorprendería y le haría emerger de su escondite... Aunque no le hacía falta, pues en la alfombra de la entrada había dejado sus zuecos, y detrás del borde de la cama podía ver asomar la parte superior de su cabeza por estar justamente sentada en el suelo.
U: Mi pequeña ave, ven a mis brazos.
Un lastimero semblante se adivinaba en su rostro, ese rostro de princesa que reprimía sus pensamientos y que apretaba sus labios para sostener un rabioso llanto que aguantaba desde que salió del club. Girando su cara y torso hacia Urbosa, le asegura:
Z: Estoy acabada.
U: -sin permitirle seguir por esa vía- Nada de eso. Esto se va a solucionar solo si pones cartas sobre el asunto. El problema no se arreglará solo, y si necesitas una garantía de que todo saldrá bien tendrás que enfrentarlo y ser resolutiva. Yo te puedo ayudar, pero es únicamente faena tuya, además ella no desea delatarte porque ella no desea ser delatada; la ley de la confidencialidad es celosamente respetada en el club.
Z: ¿Y si me pide un soborno?
U: Fácil, pídeselo tú a ella. La carnicera tiene mucho más que perder, y si nunca la han delatado es porque es una mujer discreta con sus aventuras.
Zelda no terminaba de convencerse con eso, pero realmente le relajaba saber que tras cuatro décadas siendo asidua, nunca había tenido problemas "siempre ha sido una mujer encantadora y amable conmigo, pero no sé si podríamos llegar a un acuerdo" -se trataba de convencer la princesa de Hyrule.-
U: ¿Y si la convocamos ahora mismo y que venga aquí?
Urbosa ni siquiera le permite responder aunque fuese atrevido llevarle la contraria porque sabía de sobra que tener a la carnicera delante sería crucial para que Zelda resolviese lo que le atormentaba a la mayor brevedad posible; quería hacerle ver que un problema pasajero no tenía que arruinarle el día.
Z: N-no Urbosa... n-no puedo...
U: Pajarillo...
Cinco segundos. Ese fue el instante en el que el tiempo se detuvo en acción simultánea con sus vistas clavadas, era como si dos puñales verde clorofila penetrasen el cráneo de la princesa y la hiciesen sentir débil, frágil, vulnerable, presa, incapaz... Cuando la matriarca intercambiaba su tranquila expresión y abría un poco más de la cuenta sus ojos, Zelda pasaba de la neutralidad al trance hipnótico, siéndole en adelante de ello, imposible negarse a sus órdenes y pasando a doblegarse a su voluntad. No obstante, aunque Urbosa hubiese decidido al final no hacer nada, ya se estaba abriendo la puerta de sus aposentos apareciendo tras el pórtico una de sus capitanas.
C: Con permiso matriarca, alteza. Una señora de nombre Morei solicita audiencia con la princesa en privado; dice que es urgente, ¿le hago llamar?
Z: Por las diosas, esto no puede estar ocurriendo...
U: Sí, capitana. Invítale a pasar.
La capitana las reverencia y se dispone rápida a bajar las pequeñas escaleras. Ella era una mujer más mayor que Urbosa, perfectamente tendría unos cuarenta y ocho o quizás cincuenta años, una corta cabellera recogida en una cola de caballo, semblante rudo, músculos aún más grandes y definidos que los de su matriarca y una estatura también considerablemente superior. Siempre recuerda con una mínima sonrisa cuando entró a formar parte de la guardia de la matriarca, que por entonces aún era la madre de Urbosa, y particularmente rememora esa imagen en la que con veinte años se le acercaba esa niñita de unos seis u ocho años retándole a duelos para demostrarle el poder de su futura matriarca, "aún es usted muy pequeñita para pensar en combates ¿no cree, señorita? Apenas me llega a la altura de la cadera". Recuerda cómo una infantil Urbosa fruncía el ceño y se cruzaba de brazos envainando la daga gerudo con su nombre grabado que se había robado del cuartel del palacio junto con un pequeño escudo de madera, creyendo que nadie la había visto ni robarla ni llevarla a la herrera para grabarle el nombre; lo dejaban como una travesura de pequeña bandida, "algún día la cimitarra de la ira de mi madre será mía y te venceré en combate" -le decía la futura matriarca-, a la que por aquel entonces teniente le recochineó diciendo que "ya si eso cuando alcance al menos la mitad de mi estatura". La capitana, que estaba ya en vistas de ser nombrada comandante junto a su esposa, recuerda todo lo vivido con Urbosa; verla crecer, su primer duelo, la primera vez que la pilló con una mujer, su ascensión como matriarca tras el fallecimiento de su madre, lo que compartió con la reina y ahora con Zelda, "la he visto crecer, pero nunca alcanzó mi estatura" -pensaba ampliando su sonrisa-.
Ya llegada a la entrada del palacio, encuentra de nuevo a la carnicera.
C: Señora, su alteza le espera en el piso superior. Por favor, acompáñeme.
M: Muchas gracias capitana, le agradezco su labor.
Morei siguió a la capitana. Ella siempre es vista en el exterior como la más decente de las esposas. Siempre viajando arriba y abajo del reino con las carnes que su marido criaba en la granja y que su hijo posteriormente disponía para los repartos, Morei era de esas pocas mujeres afortunadas que conocían el reino más que a su mano. De estatura más bien baja, con formas gruesas y redondas, cabello castaño cortado en una pequeña melena que le llegaba por encima de los hombros, ojos marrones y el carácter más dulce y acogedor que nadie pudiese conocer. Nunca maquillada ni enjoyada, tan solo vestida con una falda que llegaba hasta el suelo, una blusa básica y un delantal de piel marrón. Una mujer recatada y pulcra, pero no en Gerudo. Aquí acaparaba y demandaba atención de todas las más activas que se presentasen en el club sin importar edad ni raza, el factor de puritana era lo que más fieras ponían a jóvenes y maduras, solicitando siempre ser sometida, obligada y forzada a todo lo que cualquiera desease hacerle, gustando demasiado de los momentos en los que entre cinco o más la inmovilizaban y azotaban. Su trabajo como repartidora era tan duro que nadie se extrañaba cuando aparecía llena de moratones y arañazos, cosa que en tal caso siempre respondía que los viajes eran accidentados.
*Toc, toc*
C: Hola de nuevo matriarca, alteza. Aquí os traigo a doña Morei. Me retiro.
U: Gracias capitana, cierra la puerta antes de salir.
M: Bu-buenas tardes Lady Urbosa. Saludos a-alteza...
La carnicera temblaba, pero no más que Zelda. Ambas debían solventar todo esto.
M: Princesa, c-con todo respeto... ¿podríamos hablar a solas?
U: Si necesitáis privacidad puedo irme.
Z: U-Urbosa, pe-pero yo...
La gerudo de nuevo clava sus ojos en los de Zelda... "enfrenta tus problemas" -dice en su mente frunciendo el ceño como si tratase de enviarle el mensaje por telepatía-. Sin despegar sus labios para soltar ni un cuarto de palabra, se marcha cerrando la puerta.
Z: Y-yo... -dice alzándose encogida y girándose hacia la carnicera-.
M: ¡Alteza! -grita de repente soltando un maremoto de lágrimas mientras se tira de rodillas al suelo hincando sus codos, puños y frente en él-. ¡Os suplico, por favor, que tengáis piedad de mí! ¡Os daré cuánto me pidáis aunque quede en la indigencia junto a mi familia, pero por favor os lo pido, no me delatéis!
Z: ¿Pe-perdona?
M: ¡Apiadáos de esta pobre señora, oh futura soberana!
Z: N... no... no entiendo.
M: ¡Llevo años, décadas, viniendo a este lugar! ¡Perdonad por favor mi pecado! ¡Piense en mi familia, os lo imploro!
A Zelda se le comienzan a caer las lágrimas también. Sin saber muy bien por qué, de repente siente un gran alivio, pero también pena por lo que está presenciando... Una mujer que debe esconderse para ser feliz y ella misma, una mujer madura con mil vivencias echada en un suelo de mármol implorando a una adolescente solo por tener otra sangre, una mujer prisionera de un sistema que habiendo encontrado su refugio en Gerudo, está dispuesta a abandonarlo con tal de que la sociedad no la repudie... Horrible.
Z: Morei, por favor -dice acercándose a ella, agachándose y tomando sus gruesos puños en sus manos- deja de llorar.
M: ¡Pero princesa! -levantando su rostro completamente empapado en sudor y lágrimas-.
Z: Morei, cálmate, hazme el favor.
M: ¡Perdonadme la vida, por favor!
Z: ¡Morei, ya basta! -dice alzando demasiado la voz- por las diosas, ¿acaso no ves que yo estoy enamorada de Urbosa y que hasta estoy tramando la forma de decírselo a mi padre? ¿Y qué? ¡Sí! Yo amo a una mujer, y esa mujer es Urbosa, sí, la matriarca gerudo. ¿Quieres que te soborne yo también? ¡Maldita sea! ¿Cuántas rupias quieres? ¿Cien? ¿Trescientas? ¿Mil? ¡Toma mi castillo entero si quieres! Adelante, mátame tú a mí por pecadora -dice desenvainando la daga que Urbosa le dió- ¡Venga! Tú eres carnicera, seguro que sabes darme muerte rápido. ¡Hazlo y tu secreto morirá conmigo mientras yo espero a mi amada en el infierno!
Morei no puede siquiera parpadear, de todas las cosas y escenarios que imaginaba, este no era uno de ellos.
M: P-princesa... no digáis eso ni bromeando...
Z: ¡Tú tampoco entonces! ¿Por qué me pides que no te delate si eres tú la que no debes hacerlo?
Queda ratificado que Zelda se mueve por impulsos, pero este arranque de rabia contenida le ha llevado a decir más cosas de las que deseaba, no obstante ni ella misma sabe lo beneficioso que eso será aparte de haberse descargado ese peso verbal.
M: Dejadme que os ayude -dice con total decisión-.
Aún agachada en el suelo y con las lágrimas irritando su piel por la salinidad de estas, levanta con asombro, cautela y lentitud su cabeza para atender a Morei.
Z: No tenemos salvación. Estamos condenadas a vivir en las sombras y reprimir nuestros sentimientos mientras somos obligadas a traer herederos al mundo.
M: Yo ya no tengo salvación, pero vos sois joven, tenéis una vida por delante.
Z: Nunca hallaremos la paz, Morei. Y olvídate de todo, no te voy a delatar. No voy a entorpecer la vida de alguien que a fin de cuentas hace lo mismo que yo.
M: Yo tampoco, alteza. Antes de delataros me cortaría la lengua con el cuchillo que tuviese más a mano. Por eso os pido que me dejéis ayudaros, seguro que entre las dos encontramos una solución.
Z: La única solución es mantener el silencio.
M: No cometáis el mismo error que yo... vivid.
Z: ¿Acaso olvidas quién soy? Mi padre, por mucho que aceptase esto... ay por favor...
M: ¿Qué ocurre, princesa?
Z: Tengo un deber, o dos, o tres con el reino... se me revuelven las tripas solo de pensarlo...
M: Os comprendo alteza... a mi marido al final le gané cariño, es un buen hombre... pero mi noche de bodas fue espantosa, imagino que eso es lo que os repugna.
Z: Me dan ganas de vomitar solo de pensarlo.
M: Se me ocurre algo, aprovechando que dijisteis que se lo queréis decir a vuestro padre... Tengo una idea.
Z: Tengo un miedo atroz...
M: Lo sé princesa, por eso os ayudaré a huir. Id a palacio esta noche a la hora de cenar, justo en ese momento yo tengo un reparto pequeño para abastecer a los soldados. A la salida de la luna, justo cuando se ubique en el centro de los picos gemelos os estaré esperando en los establos de descarga de mercancía. Acudid y montaos en mi carro aprovechando que llevo el cubierto y os traeré de regreso a Gerudo escondida ahí dentro. Usad bien el tiempo entre la hora de la cena y la puesta de la luna para decir todo lo que tengáis que decirle a vuestro padre. Yo aguardaré con el carro abierto por si la cosa acaba mal y tenéis que huir rápido. Nadie sospechará de mí, he hecho esto muchas veces con vuestra madre cuando quería huir de sus obligaciones y presiones igual que vos y junto a la misma persona.
Z: Sé que compartían una amistad especial, pero no sabía que tú le ayudabas a escaparse de vez en cuando. ¿Cómo logras esquivar a los guardias?
M: Hum... esta vieja tiene más de un truco... ¡y demasiadas amistades! Ese tal Lowrence que os espera afuera me debe más de un favor y guarda también algún que otro secreto. Ya hablaré yo con él. Veréis que esta noche estaréis de nuevo junto a Lady Urbosa... Las personas como nosotras nos tenemos que ayudar en este mundo, nunca perjudicarnos.
No quedaba más por decir por ambas partes más allá que decenas de agradecimientos, más lágrimas pero de alegría y la promesa de que a partir de ahora, Zelda sería una más en esa especie de red invisible de personas que se prestan ayuda para cumplir sus sueños "son como los mecenas del amor" -pensaba-.
Urbosa toca a la puerta y entra. Ninguna esperaba que apareciese de repente, pero lo cierto es que ya estaba todo zanjado.
Z: Perfecto, Morei. Quedamos así.
M: Por supuesto, alteza.
U: ¡Mira qué bien! Si parece que os habéis entendido y todo. ¿Ves como podías arreglarlo, pajarillo?
Z: ¡Sí, Urbosa!
Zelda, con ganas de demostrar su amor, corre hasta provocar colisión con el cuerpo de Urbosa tomando enseguida a esta por la cintura para ponerse de puntillas y dar alcance a sus labios inclinándose la matriarca para facilitarle la tarea. La gerudo pone una mano en su propia cadera y la otra en la mejilla de Zelda acariciándola tan poco tiempo como duración tuvo el contacto. Al separarse se sonrieron, y Urbosa le guiñó un ojo antes de acurrucarla bajo su brazo izquierdo a modo de protección mirando ambas a una carnicera que se enternecía contemplando la escena.
M: Bueno alteza y Lady Urbosa, debo marchar. Mis clientes se enfurecen si sus pedidos no llegan a tiempo.
Z: Muchas gracias por todo, Morei... y por tu apoyo.
M: Me inmolaría antes de dar desprecio a una pareja tan hermosa como vosotras. Tenéis mis bendiciones.
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Hace aproximadamente una hora que Morei se marchó a trabajar, y por vez primera en todo el mediodía se respiraba paz. Las ropas que ambas llevaban estaban de todo menos limpias, así que Urbosa encargó que se lavaran bien y no demorasen en secarla demasiado, pues repentinamente Zelda había manifestado sus deseos de hacer aunque fuese una breve visita a la Fuente del Valor, así que se requería tener todo bien acicalado. La matriarca no entendía muy bien sus razones porque eran más bien escuetas, pero sabía que por algo de peso sería, así que no interfirió ni cuestionó nada para continuar fomentando la independencia de Zelda. Ambas mujeres estaban todavía en palacio, pero en particular se estaban dando mutuo aseo en una bañera termal que también estaba en la habitación de la matriarca, una bañera cuadrada de mármol color arena por donde no dejaba de fluir el agua y limpiaba de esta forma los cuerpos que hacía un par de horas estaban de muchas formas, pero no limpios. El panorama entre ellas había cambiado, ahora se sentían mucho más valientes aún con la cautela que se debían reservar... abrazarse en la bañera era lo que necesitaban después de todas las experiencias vividas desde el día anterior... no se decían nada, no iniciaban acciones ni conversaciones más allá de darse cariños y frotarse sus cuerpos para eliminar todo rastro de lo que ahora es suciedad, tan solo silencio y gestos. Urbosa estaba tumbada boca arriba en la terma y encima suya, una princesa que le daba la espalda proporcionándole el juego necesario para lavarla ella misma tomándose el tiempo de recorrer con sus manos cada milímetro de la piel de Zelda, causando así un profundo relax. La matriarca peinó con sus dedos esos enredados cabellos de oro con tal paciencia que quedaron lisos y finos como la misma seda, quedando la princesa muy agradecida.
Z: Déjame a mí también.
U: Espera, primero tengo que quitarme todas las joyas, que esto tiene truco. Ve mientras tanto a mi tocador y trae el peine, temo que te transformes en un anciana de aquí a que termines de peinarlo con tus dedos.
Zelda sonríe hacia el suelo encogiéndose de hombros por lo jocoso de la situación mientras se levanta para ir a traer el peine, misión que ejecuta tan rápido como la que Urbosa hace para quitar todo su amasijo de adornos.
Z: Ahora date la vuelta. -dice riendo con mucha alegría-
La matriarca muchas veces se pregunta cómo obedece a la princesa con tanta facilidad, "ella es mi debilidad"... Tumbada, se voltea apoyándose de brazos cruzados sobre el bordillo exponiendo su vista posterior.
Z: No sé ni por dónde comenzar.
U: Je, je... estando siempre conmigo deberías de asumir ya de una vez que yo soy el formato grande de una mujer promedio, pajarillo. Anda, parte el pelo en dos o tres secciones y comienza por ahí.
Z: Nunca he peinado a una mujer.
U: No te preocupes, seguro que lo haces bien, mi pequeña ave.
Con dudas, pero todavía con más ganas, comienza de forma superficial y suave a pasar el peine, lo que menos quería era darle algún tirón.
Z: Tienes un cabello tan hermoso...
No conocía límites el aprecio que Zelda sentía por esa melena color fuego; el peine cruzando capas y capas de esas rojizas cortinas revelaban a cada pasar la suavidad que ocultaba la última fila capilar que nacía de su nuca, observando unos finísimos cabellos nacientes ondulados que aún carecían de la longitud necesaria para unirse al resto de la coleta que siempre llevaba en público y en privado. Urbosa diría para sí misma con acierto que menos de cinco personas la han visto con su pelo suelto, una de ellas, la princesa, otra, la reina, su madre también... y la cuarta... bueno, de eso ya hablaremos en otra ocasión con más tiempo.
U: Y aunque no lo creas, no le dedico apenas cuidado. Me lo estás cuidando tú más ahora de lo que yo lo hago.
Z: ¿Alguna vez has llevado algún peinado que no sea este?
U: Quizás de niña, pero no lo recuerdo. Aún así, de una forma u otra, siempre lo he llevado recogido.
Con todo ya bien peinado, Zelda deja el peine en la repisa de la bañera y abraza a Urbosa por la espalda, uniendo sus cuerpos en uno solo y dejando entrever que algo más íntimo allí aconteció, algo para nada similar a lo que estaban acostumbradas... era... diferente...
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Z: ¿Así que aquí estaba? -dice sosteniendo su vestido de meditación, que se hallaba exactamente donde sus criadas lo habían dispuesto-.
U: Claro, nadie lo ha movido de ahí.
La princesa ya hacía rato que había salido de la bañera con el objetivo de arreglar todo su equipaje y vestirse mientras que la matriarca permanecía aún adentro.
U: Se me ha hecho demasiado corta tu estancia; pensé que te quedarías hasta mañana por la mañana, pero entiendo que debes cumplir con tu deber.
Z: Es lo que se espera de mí, y conforme está todo, prefiero no cometer ningún fallo.
U: ¿Cuándo volverá a Gerudo mi pequeña ave?
Z: Pronto, descuida. De hecho, podrías acompañarme a la Fuente del Valor como de costumbre y así permanecer algo más de tiempo juntas, si quieres, claro.
Urbosa se levanta del suelo de la terma y sin secar el agua que escurría por su cuerpo sale de adentro y comienza a caminar hacia Zelda iniciando unos sensuales y cautivadores pasos que atontan los sentidos de la heredera al trono, alcanzando su compañía en un santiamén y plantando su figura a un palmo de distancia para agachar sus caderas y posicionar su rostro a su altura.
U: Iré hasta el mismo infierno si me lo ordenáis, alteza.
*Toc, toc*
(?): Sawosaaba. Les dejo aquí sus prendas. Con permiso.
La encargada de la lavandería había sido demasiado eficaz cuando se le rogó velocidad en lavar y secar la ropa, en especial la de Zelda, pues Urbosa tenía ropa de cambio suficiente como para vestirse durante un mes seguido si hacía falta. Ambas compartieron el momento de vestirse, pero era curioso ver desde el exterior que ninguna de ellas sabía lo que la otra tenía en mente y haría.
(... hoy le confesaré todo a mi padre, así pierda mis títulos...)
(... hoy cuando regrese a Gerudo elaboraré una carta para invitarla formalmente a una ceremonia que ya me inventaré. Cuando llegue, le daré la sorpresa con una fiesta en su honor... y cuando terminé la fiesta en la madrugada, delante de mis ciudadanas, yo...)
Ya vestidas y con todos sus accesorios a cuestas, se dirigieron al portón principal de la Ciudadela donde el carruaje con Lowrance se adivinaba en la lejanía ya con la alfombra estirada para ambas.
Z: ¡Lowrance! Buenas tardes ¿qué tal has pasado este día?
L: Oh alteza, buenas tardes. Y también buenas tardes a vos, Lady Urbosa. Mi estancia en Gerudo ha sido muy grata, sin duda, cuando esté en período vacacional tomaré esta región como destino. En la posta fui muy bien atendido y Link y yo pasamos una excelente velada.
U: Hablando de la posta, ¿podríamos pasar por ahí antes de partir a la Fuente del Valor? Me gustaría recoger a Procyon para en mi regreso tener un medio donde volver. Lo ataré al frente del carruaje allí mismo.
L: Sin ningún problema, Lady Urbosa, vamos a por él primeramente.
Z: ¿Quién es Procyon, Urbosa?
L: ¿No lo conocéis, alteza? Es el caballo de la matriarca. Una vez me hablaron de él. Lo describían como el descendiente directo del semental que hace diez mil años tomó Ganondorf, el rey demonio, como montura. Me dijeron que era el caballo más grande jamás visto sobre la tierra, y ayer cenando en la terraza de la posta lo pude corroborar... además también me dijeron que solo los descendientes nobles de Gerudo tenían derecho a domarlo ¿estaré en lo cierto, Lady Urbosa?
U: Así es, Sir Lowrance. Ese caballo fue de mi abuela, luego de mi madre y ahora es mío. Se cuenta que como caballo mítico es el último ejemplar que se conoce de su especie, y tiene alrededor de cien años. Ni la mente viva más anciana de Hyrule recuerda haber avistado su nacimiento, pero desde luego, mi abuela siempre decía que lo capturó en el Cañón Gerudo, tratando durante semanas darle caza y doma... y dice que ya era bien adulto.
L: Es una historia fascinante para mí que amo tanto a los caballos. Me encantaría coincidir con vos en otra ocasión y que me habléis más sobre Procyon, es sin duda un tema que da para largo.
U: Por supuesto. Tendremos sobradas ocasiones para eso.
Z: Me encantará ver a Procyon. Lástima que no pueda montarlo aunque sea contigo, Urbosa.
U: Me temo que podría rebelarse, alteza... podría intentarlo, pero solo durante un rato.
L: Si se deja, a mí no me importa que ambas hagan el trayecto juntas a sus lomos, ¡sería toda una experiencia!
U: Oh, no, Sir Lowrance. Eso es algo que deberá hacer con su futuro marido tras su boda, como marca la tradición.
L: Quizás no he sido claro, pero les diré que conmigo pueden tener total confianza. Soy amigo de Morei, y eso os convierte en amigas mías. Pasó al mediodía por la posta y me dijo que os tratase bien... ¡así que partamos!
Tanto Urbosa como Zelda quedaron estupefactas con esas palabras, pero a la par se sintieron tranquilas; después de todo parecía que en Gerudo y en sus alrededores podían ser totalmente libres.
Se montaron en el carruaje mientras Lowrance guardaba la alfombra y los equipajes en el maletero antes de ejecutar un ágil salto que le llevó directo a los asientos del conductor. Y así, el viaje comenzó.
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El trayecto desde la Ciudadela hasta la posta era breve, apenas quince minutos sobre suelo llano. Arribados allí, tan sólo Urbosa se baja del carruaje tras rechazar educadamente el ofrecimiento de Lowrance para ayudarla a bajar y a hacer las lazadas a las riendas del caballo mientras ella se encargaba de firmar la extracción de Procyon, le dijo que dado el carácter del caballo, era mejor que ella misma lo tratase, ya que si de por sí una coz equina podía ser mortal, las del suyo las serían aún más. Y allí estaba la matriarca, saliendo del establo cuerda en mano con el caballo de las nobles gerudo atado a él mientras relinchaba feroz y acaparaba la atención de todo cuanto allí estuviese presente. Sin cuestionamientos, ese era el caballo gigante del que habla el mito reencarnado en esta época, pues su aspecto visual junto con la silla y bridas confeccionadas en cuero con dibujos y motivos típicos gerudo, hacían de su imagen algo sensacional; ni que decir que ese bravo y rebelde coloso no precisaba ningún adorno para verse atemorizante, pues pese a que su pelaje era del negro más básico, su crin y su cola le hacían único en el planeta, luciendo ambas un aspecto y color que lo hacía lucir como el mismo fuego, naranja neón. Algunos de los presentes pidieron hasta de rodillas poder tocarlo, mas Procyon respondía siempre con furia, como si la mismísima sangre gerudo corriese por sus venas. Solo la mirada de Urbosa le hacía rebajar ese nivel de exaltación, la conexión entre ambos era brutal, pues ella le proporcionaba todos los cuidados y podía hacerle cuanto quisiera que no se rebelaría, en cambio con otras personas se mostraba hasta agresivo. Unas cuantas lazadas en el carruaje y quedó dispuesto, aunque de ahora en adelante irían todos inclinados hacia atrás porque la diferencia de estatura entre ambos caballos era abismal.
L: Lady Urbosa, le insisto... con la sobrecarga que llevamos en el maletero es inviable tener este grado de desnivel, además mi caballo comienza a sentirse algo estresado. Si no considera seguro que la princesa se monte con vos sobre Procyon, al menos trotad vos al lado del carruaje.
U: Ah, no te falta razón. Quería intentar a ver si no se inclinaba demasiado, pero va a parecer que vamos cuesta arriba todo el rato... mejor iré yo al lado vuestro a sus lomos, no me da seguridad montar a mi pequeñ... a la princesa sobre Procyon.
L: Ju, ju... Ya os dije que no os tenéis que preocupar por las formalidades... ¿por qué no intentáis acercaros a la princesa con Procyon atado? Justo ahora no llevo bloques de sal para los caballos, sería genial aprovechar un acercamiento estando así relajado y entretenido.
U: Ah, no. Es muy desconfiado. Si hiciera algo así podría alterarse y ser peor. Con él es mejor ir de frente y sin rodeos, si tiene que haber aceptación, la habrá.
L: Hmm... Se me ocurre quizás aprovechar mientras vos firmais la salida de Procyon para yo entrar rápidamente a la posta y comprar una zanahoria. Se la podríamos dar a la princesa y que trate de ofrecérsela.
U: Se nota que entiendes de caballos, Sir Lowrance. Estoy siempre tan reticente con él, que nunca se me habría ocurrido esto.
L: ¡Claro intentémoslo!
El caballero baja de su delantero asiento para cumplir su tarea mientras la matriarca se ocupa de toda la burocracia. Ninguno de los dos se demora más de un minuto, saliendo de la posta casi instantáneamente. Dentro del carruaje, Zelda escucha como tocan la puertecilla siendo a Lowrance a quien se encuentra tras abrirla; ver a ese joven y alegre caballero de voz fina vestido con ropas básicas para pasar desapercibido, con un turbante marrón en la cabeza que ocultaba su cabello color ceniza sonriendo de oreja a oreja con dos zanahorias briosas en las manos, era una estampa bastante cómica, era raro ver a un caballero que fuese siempre tan alegre y risueño.
L: Le traigo zanahorias, alteza. Fresquísimas, las mejores, pero no para vos ¿eh? Son para Procyon.
Una insegura Zelda toma una de las hortalizas atendiendo a la mirada del equino tras un gesto afirmativo de Urbosa.
U: Sin miedo, lo tengo bien agarrado, no te muestres insegura.
La princesa acerca muy despacio la zanahoria que no tarda en ser devorada en dos bocados, acompañando esta acción con un resoplo.
Z: ¿A-así bien?
U: De momento nada mal. Acerca la mano para que te huela.
Y así obedece Zelda, siendo aprobada por Procyon.
U: ¡Muy bien, ese es mi chico! Sal del carruaje y dale la otra zanahoria de pie.
De nuevo y sin cuestionar, acata la norma. En pie le da su alimento, y mientras que el animal comía esta segunda pieza algo más pausado, la princesa aprovecha y contempla ese rudo y maduro rostro que hasta mostraba cicatrices, una de ellas especialmente demoledora, alzando instintivamente su mano como si en ella habitase el poder de eliminarla.
Z: Diosas... eres...
U: Fue un desafortunado acontecimiento que le pasó a mi madre, razón que añadió más leña al odio que sentimos por el Clan Yiga.
Z: ¿Cómo pudieron hacerle esto a tan noble animal?
Zelda no podía evitar conectar las cicatrices de Urbosa con las de Procyon aunque estas no tuvieran nada que ver, más teniendo en cuenta que las de la matriarca no generaban en ella ningún tipo de discapacidad.
U: Fueron los desalmados secuaces de Sogg, la mano derecha del Maestro Kogg. En plena tormenta eléctrica en el desierto mi madre se quiso tomar la venganza con sus manos, y empleó la que hoy en día es mi cimitarra para retar en duelo a Sogg. Ella, mujer fuerte entre las fuertes, salió ilesa, mas si atiendes a la máscara de Sogg al detalle podrás ver que tiene un gran corte diagonal que fue causado por ella. Él se retiró admitiendo su derrota, ya que de no haber sido por esa máscara lo habría matado. Procyon por su parte fue rápidamente trasladado a la Ciudadela y se enviaron a varias reclutas al galope más rápido en dirección Kakariko para traer con inmediatez a los mejores médicos y al único veterinario que por entonces había en el reino. Lo sedaron mientras llegaban y ese hábil doctor le practicó con gran maestría esa enucleación ocular que estás viendo. Siempre fue un caballo bravo, pero desde ese día se volvió muy temeroso, de ahí su carácter actual.
Z: Cielos, Procyon... -susurra acariciando su mejilla con suavidad en devastada expresión propia-.
Casi como algo mágico, Procyon comenzó a darle suaves cabezadas a Zelda emitiendo un suave sonido gutural que a todos aportó alegría.
U: Lowrance, creo que te quedas solo en el carruaje.
L: ¿Sabe qué, Lady Urbosa? Después de contar su historia, no soy digno de siquiera tocarlo. Solo con haberlo visto ya me siento afortunado. Además así irá más ligero el carruaje y podremos ir a una marcha un poco más rápida.
U: Con tu buena voluntad estoy convencida de que algún día podrás darle comida, ya verás... ¿Partimos?
Frente a la maravillada mirada de las pocas personas que estaban comiendo el plato fuerte del día en la posta, Urbosa pone un pie en el estribo izquierdo mientras agarra el fuste con la mano izquierda para propulsarse lo necesario para subir hasta esa altísima silla que nadie con una estatura promedio o con piernas cortas podría alcanzar. Una vez bien acomodados los pies en cada estribo, se toma unos instantes para acariciar y dar sutiles palmaditas al cuello y crin de Procyon mientras le decía algunas palabras que resultaban ininteligibles pero que templaron por completo el ánimo del titán.
U: Cuando mi princesa desee... Procyon está receptivo.
Zelda se enternecía con Urbosa casi a cada cosa que hiciese, pero ver su absoluta devoción y comprensión hacia los animales, pequeñas criaturas, plantas y flores, le terminaba de dejar claro que ella era la persona con la que desearía que esa monta fuese ejecutada no solo como medio de transporte, sino con todo el simbolismo que ello conlleva "cuando salgas del templo nupcial, el futuro rey consorte que se case contigo te llevará a lomos de su caballo por todo el reino para comenzar vuestro nuevo capítulo en la vida. Antes de ese acontecimiento, podrás montar sola o con tu padre, pero jamás acompañada de nadie. Ese momento y esa actividad pertenecerán sólo a tu marido, nunca oses hacerlo con nadie antes o mancharás tu nombre", eran las palabras que una vez le dijo su tía paterna cuando era pequeña, cosa que detestaba. Urbosa ya le extendía la mano para subir.
Z: ¿De... debo?
U: ¿Prefieres conmigo o con ese caballero guardián tuyo que estoy viendo esperando en el borde de la posta?
Z: Por las diosas, si repites esa frase vomitaré hasta el desayuno.
Una ensordecedora carcajada es emitida por esa matriarca afamada tanto de seria como de bromista, extendiendo de nuevo su mano y esta vez sí, tomando a la princesa por el antebrazo logrando elevarla de un solo tirón ante la tranquila reacción del caballo hacia su silla.
U: ¿Prefieres sentarte de lado o con las piernas abiertas?
Z: Mi vestido de meditación no está adaptado a la equitación. Creo que me quedaré de lado.
U: Lowrance, ¿lo tienes todo listo? ¡Vamos!
L: ¡Sí, Lady Urbosa!
Con Zelda a la cabeza, sentada justo delante de Urbosa, se toma unos segundos para admirar tan elevadas vistas a la par que no escatima tiempo en apreciar los detalles de la silla y la larga crin de Procyon. La matriarca la toma por los hombros para acomodarla adecuadamente en la posición correcta, tenía experiencia en ello y no porque se hubiese casado con nadie, sino porque era demasiado común en su tribu transportar así a las soldados que resultaban heridas en combate y debían ser trasladadas con velocidad a las médicos. Zelda se acomoda con mucha facilidad, pues ver desde abajo a su fuerte flor con tan empoderado aspecto mientras era rodeada por esos brazos que mantenían mediana tensión en las riendas, le hacía sentirse tan segura y relajada que hasta podría dormirse. Urbosa le mira y le expresa la alegría que siente al llevarla así, prometiéndole que ese paseo significaba para ella mucho más de lo que pudiese imaginar. Un color rosado se adivina en sus rostros mientras el rumor de la brisa de Gerudo transporta sus palabras a los oídos de las diosas para que estas cumplan su deseo.
U: Me da igual lo que piense esta gente.
La matriarca suelta su rienda izquierda y eleva el rostro de la princesa para besarle allí mismo delante de todos los allí presentes, que en su mayoría eran miembros del club o simples viajeros que les traía sin cuidado lo que la realeza hiciese con sus vidas. Lowrance espetó un suave "ohh" hacia el cuello de su camisa deseando para sus adentros que ambas mujeres tuviesen suerte en su amor. Un inexpresivo y atónito Link, en cambio, pareció mostrar algo de desacuerdo, aunque más por el hecho de las normas en sí que por la vida de Zelda. Urbosa, habiendo marcado bien su territorio ante el que es su mayor estorbo para sus encuentros privados, alza la vista y le clava una mirada tan desafiante que hasta resultaba insultante mientras que el mismo Procyon reaccionaba ante la mirada de Link resoplando y pataleando con fuerza sus cascos sobre la arena, generando en Epona, la yegua de Link, un leve retroceso. Sin apartarle esa intensa mirada, le dice a Zelda:
U: Apoya tu cabeza en mi pecho, mi amor. Partimos.
Un inquieto Procyon reacciona al toque de Urbosa y comienza así un camino hacia la Fuente del Valor con él a la cabeza, detrás, Lowrance con su carruaje tirado por Rígel, su dócil y tímido caballo blanco lleno de motas y manchas marrones; y a la cola y bastante más alejado de lo habitual, un cavilante Link sobre Epona, esa yegua marrón de crin y cola blancas tan conocida en el reino.
Pudieron ir a galope, apenas había gente y la climatología era perfecta, así que apenas tardaron poco más de una hora en llegar al destino típicamente húmedo y tropical que tenía la región de Necluda Occidental. Zelda entre el suave estilo de galope que tenía el poderoso Procyon y el floral aroma que tenía Urbosa entre sus pechos, había caído rendida en las redes de Morfeo. Pese a que ella llevaba esa característica coraza pectoral de puro acero, la princesa había encontrado postura para relajarse tanto sobre su torso que se durmió contemplando esa fiera mirada de cuando se convertía en jinete, esa mirada tan desconocida para su registro.
U: -casi en susurro- Mi pequeña ave, ya hemos llegado.
Z: Hmm... hmm...
Urbosa siempre destaca por ser una mujer precavida, así que en su alforja siempre lleva un poco de todo.
U: ¿Quieres un poquito de miel?
Zelda abrió un poco sus ojos como un polluelo recién nacido ante el ofrecimiento de la matriarca, causando gran felicidad el ser ella lo primero que ve nada más despertar, jurando que desearía que todos los días fuesen así. Urbosa toma un pequeño frasco de vidrio marrón de su alforja, destapándolo y metiendo su dedo meñique izquierdo dentro de él quedando así completamente untado en ese dorado fluido de abejas. La princesa no sabe si la miel le espabilará más que ese gesto del que acaba de ser testigo; por algún motivo y pese a su engañosa apariencia, es siempre una malpensada, y más ahora que con su boca entreabierta espera deleitar esa miel silvestre confeccionada por tonos especiados de la región de Gerudo. La matriarca no puede evitar sonreír ante la situación que estaba generando a propósito, viendo como su pequeña ave succionaba casi con desespero su dedo que quedó reluciente.
U: Todo un trabajo muy profesional.
A unos metros, Lowrance reía recordando momentos similares en su vida antes de enderezarse y alistarse al ejército, pero eso es agua de otro caudal. De Link hay poco que describir, sus gestos y expresión no variaban demasiado en su vida.
L: Bueno señoritas. Link y yo no pasaremos de aquí, les esperaremos en la posta de Farone mientras vos meditáis, alteza. Lady Urbosa, cualquier cosa estaremos allí. Imagino que vos y Procyon esperareis aquí en la puerta de la fuente.
U: Así es, yo montaré guardia, Sir Lowrance, te esperaré aquí cuando el sol se ponga.
L: Estupendo, aquí estaré. Va Link, tío, deja de quedarte como un pasmarote y vámonos a tomar algo a la posta.
Urbosa y Zelda se adentran pues en la densa jungla que ocultaba en sus adentros la Fuente del Valor. Una vez en la puerta, la campeona gerudo bajó de Procyon para desde abajo tomar en sus brazos a Zelda, pues sin su ayuda solo tendría como única opción precipitarse al vacío. Así permanecieron al menos cinco o seis minutos, temiendo la princesa cansar demasiado esos brazos apasionados que la apretaban contra el muro de hormigón que era el cuerpo de Urbosa.
U: El rocío de Farone sobre tu piel enaltece tanto tu belleza que temo enloquecer...
Z: Enloquece.
¿Debía Urbosa desobedecer a su adorada alteza? ¿O por contra debería instarla a meditar como había planeado?
U: No debo, no ahora.
Con voz temblorosa pero decidida, finalmente Zelda le expresó el motivo por el cual planeó venir a este sacro lugar en específico mientras que una extrañada Urbosa la bajó de sus brazos tomando la decisión de sentarse en el frío suelo de piedra junto a la efigie de la diosa, como si pretendiese que ella fuese testigo de lo que aparentemente iba a suceder. La princesa hizo lo suyo y se sentó frente a ella también deseando soltar todo en presencia de la diosa.
Z: Durante mucho tiempo he sentido un sentimiento que ha trascendido la amistad. Siempre luché contra eso en silencio por temor a las represalias, pero estoy cansada.
Un ligero rubor tiñó las mejillas de la matriarca, que se hallaba visiblemente sorprendida, pero no quiso mantener el silencio y habló con una voz cargada de emoción sincera.
U: Desde el día que naciste sentí una conexión profunda contigo a través del amor que tu madre te daba, siempre sentí la necesidad de cuidaros y protegeros a ambas. Cuando tu madre falleció, tu padre decidió prácticamente enclaustrarte, te quitó tus juguetes, te apartó de tus amigos... y de mí. Traté de entenderlo, pero el sentimiento y necesidad de tenerte entre mis brazos era cada día mayor... y un día hace un año reapareciste convertida en una mujer, una mujer hermosa y muy madura. Luché y batallé contra mis sentimientos, maldije a las diosas por hacerme así...
Z: ¿Así, cómo?
U: Así... con la capacidad de amarte.
El corazón de Zelda dió un vuelco al escuchar las palabras de Urbosa. Las lágrimas fluyeron libremente ahora, pero esta vez eran lágrimas de alivio y alegría.
U: Me odié durante demasiado tiempo. Me preocupaba demasiado la diferencia de edad, hasta pensé que estaba enferma. Iba a diario al club para tratar de olvidarte, también entrenaba cada día para desatar mi furia... y siempre reaparecías con tu sonrisa para hablarme de temas de estado siendo enviada por tu padre y de nuevo, perdía la batalla.
Z: Cada día que pasaba yo me volvía loca. Siempre buscaba una excusa para verte. Desde la primera vez que te vi hace un año yo... -respira muy profundo y cierra los ojos-, te amé.
El mundo a su alrededor desapareció en ese momento, dejando solo a dos almas conectadas por un amor que había superado barreras y miedos, sabiendo ambas en ese instante y no antes, que habían encontrado un refugio la una en la otra. Sin que ninguna de las dos se diese cuenta se encontraron en un beso suave y lleno de emociones acumuladas en esos labios que parecían vivir gracias a los otros. En ese beso, el tiempo parecía detenerse como si el universo entero hubiera convergido en ese momento de conexión intensa y apasionada mientras que los latidos de sus corazones resonaban al unísono, como una melodía que solo ellas podían escuchar. Los labios de Zelda y Urbosa se movían con pasión y ternura, explorando cada rincón de lo que fueron sentimientos reprimidos. Cada contacto era un suspiro contenido que finalmente se liberaba en el aire; era un beso que hablaba de años de anhelo, de noches en vela pensando en la otra, de momentos compartidos que habían cimientado un lazo indestructible. Las manos de la princesa temblaban mientras sostenía el rostro de la matriarca con delicadeza como si no pudiera creer que esto estuviese ocurriendo realmente... a la par los dedos de Urbosa se deslizaban suavemente por el brillante cabello de Zelda acariciándolo con tanta levedad que contrastaba con la intensidad de sus emociones. Cuando finalmente se separaron, sus frentes se apoyaron una contra la otra con sus alientos entrelazados en el aire, abriendo los ojos encontrándose en sus miradas un profundo entendimiento que no se ligaba con ninguna necesidad de expresar palabras ya que sus sentimientos quedaron grabados en todos esos intercambios.
U: Siempre estaré a tu lado dispuesta a protegerte, a cuidarte... y a amarte. No lo olvides nunca, pajarillo -dijo en un tono que irradiaba ese explícito amor por tantos años contenido y que finalmente se había manifestado en su máxima expresión-.
Zelda sintió una oleada de gratitud y amor llenar su corazón... había luchado tanto tiempo en solitario enfrentando sus miedos y desafíos que se le hacía novedoso saber que nunca más volvería a estar sola, pues ahí delante tenía a una mujer que la comprendía en su totalidad y que estaba dispuesta a compartir su vida con ella, quedando esas dos almas selladas en un sentir que transcendía el tiempo y el espacio ya que el viento que emanaba alrededor de la efigie susurraba aprobación mientras que sus manos se entrelazaban en ese lapso de observación, como si sus miradas fuesen poemas sin palabras y reflejos de emociones profundas y compartidas.
De nuevo, Zelda trazó líneas invisibles en la mejilla de Urbosa que comunicaban todo lo que sentía apreciando la textura cálida de su tez bajo sus dedos recordándole que todo esto era real, que su amor no era un sueño fugaz. A medida que sus caricias se volvían más audaces, los pulgares de la princesa acariciaban con más denuedo los labios de la matriarca sintiendo más allá de su tacto, ese dulce calor que emanaban. Urbosa cerró los ojos por un instante para disfrutar de la sensación antes de devolver un instantáneo toque a los labios de Zelda. El viento seguía murmurando a su alrededor como si él mismo y la diosa fuesen testigos de ese amor que se estaba desplegando, un fresco aire que contrastaba con el fuego que ardía en sus corazones que resonaban en un eco acelerándose a medida que se acercaban otra vez sus labios, que ahora además de necesidad, encerraban deseo, un deseo que empezaba a desperezarse. Sus cuerpos se juntaron aún más como si quisieran disolver la distancia casi inexistente que todavía quedaba entre ellos...
Con un movimiento sutilmente decidido se tumbaron en el suelo de piedra de la Fuente del Valor sintiendo la frescura de la roca debajo de sus cuerpos, acompañando esa sensación con la de sus manos explorando cada rincón, cada curva, cada músculo... y finalmente todo se desató. Esos leves besos se volvieron más y más profundos, hambrientos, sedientos, como si quisiesen beberse la una a la otra en un intento de fusionar sus almas, tomándose Zelda la libertad de acariciar la espalda de Urbosa y sintiendo como cada músculo perdía más y más tensión erizando su piel; acto correspondido por la matriarca marcando con sus uñas líneas de deseo representando sus mutuas liberaciones en cada gesto. Se entregaban la una a la otra sin reservas explorando las profundidades de su amor con una intensidad abrumadora mientras que ya el sol se hundía en el horizonte tiñendo el cielo con tonos cálidos y dorados.
El tiempo parecía fluir de manera diferente para la elegida y la heredera mientras se hallaban entregándose en la Fuente del Valor, siendo cada acto una celebración a su conexión y valentía mutuos. Urbosa seguía con sus uñas haciendo esos dibujos de ardiente deseo en su poca piel que se veía expuesta, siendo cada contacto una chispa que encendía un poderoso fuego interior en sus cuerpos. Zelda mientras tanto, gemía suavemente en respuesta a las caricias y delineados a la par que usaba sus manos para investigar al detalle cada músculo de su amada, que como de costumbre ya empezaban a definirse de más por la excitación. Los labios de la matriarca se movían por la piel de la princesa dejando húmedos besos a lo largo de su cuello y clavícula, siendo cada uno de ellos una promesa susurrada y un compromiso de amarse y cuidarse mutuamente...
Z: (si no hago esto ya... maldición, lo necesito más que el respirar...)
Ahí estaban esas manos delincuentes cometiendo delitos con consentimiento de su víctima, esas manos que sin preguntar se deslizaron bajo la ropa de la gerudo sintiendo el calor de su piel y la tensión que recorría su cuerpo. Con movimientos llenos de deseo, Urbosa se colocó sobre Zelda clavándole sus ojos ebrios de pasión y entrelazando sus dedos con los de su pequeña ave inmovilizando sus brazos sobre la piedra, siendo esto también utilizado como símbolo de conexión indeleble entre ellas. Los labios de la princesa buscaron de nuevo los de la matriarca en un beso que resultó ser un torbellino de emociones entregándose a él con una intensidad que les dejó sin aliento, danzando sus lenguas a un ritmo que reflejaba el latir frenético de sus corazones unido a esos suspiros y gemidos que se mezclaban en el aire generando una oda a la pasión. Finalmente el beso se rompió por petición no verbal de Urbosa, que comenzó a deshacer los lazos y cierres del vestido de meditación de Zelda revelando su piel con reverente cuidado, siendo cada prenda que caía un muro derribado entre ellas, acercándolas aún más. La princesa alzó su rostro buscando los brillantes luceros de su amada que iluminaban con anticipación y amor el gesto que ejecutó, desnudándose también permitiendo que sus cuerpos se encontrasen en su totalidad mientras bebían de la visión explícita de la otra con una admiración que iba más allá de lo físico, propiciando de forma consiguiente un abrazo apasionado, piel contra piel, calor compartido, manos recorriendo todos ambos bustos que como devotas indagaban en cada milímetro dejando claro que solo un amor verdadero lograría inspirar aquello... Y de nuevo se besaron buscándose sus bocas saciar ese hambre que solo entre ellas se podían calmar con la única condición de perderse la una en la otra para luego reencontrarse dando en cada uno de ellos un juramento de entrega incondicional. Los susurros de sus nombres y sus cariñosos apodos se mezclaban con los del viento y el murmullo del agua cercana creando en conjunto una íntima banda sonora ideal para tal escena de pasión en la que Zelda acariciaba con meticulosidad la ya brillante piel de Urbosa queriendo pretender adivinar nuevas texturas de paso que sentía los temblores que provocaba su tacto. Su fuerte flor, por su parte también le declaraba su amor infinidad de veces con sus roces trazando líneas de fuego sobre su piel dejando de nuevo otro rastro de deseo en su espalda que con perfección conjugaba con los gemidos y suspiros de la que en teoría debería estar haciendo ahora labores de sacerdotisa, mezclándose con el aire esa sinfonía de placer que crecía en intensidad a medida que sus cuerpos se enredaban más y más. Con movimientos lentos y coordinados danzaron juntas sin atender a sus diversas estaturas, pues estando Urbosa encima, Zelda podía tomar de su seno mientras sus suaves embestidas los balanceaban generando en ella una hipnosis que no pudo detener hasta que no comenzaron unos relámpagos de electricidad recorriendo sus cuerpos de forma inconsciente, siendo cada choque de caderas una promesa cumplida de satisfacción y cuidado mutuo; siendo cada inhalación y exhalación sincronizadas un constante recordatorio de su unión profunda. "Un último beso" -se pedían-, mientras que las manos de la princesa recorrieron de nuevo cada curva y contorno para, con un suave gesto, tumbar a la matriarca sobre la piedra, cubriendo con su cuerpo el suyo abierta de piernas sobre ella en una exhibición de deseo y posesión. Urbosa, en pleno e íntimo contacto, la tomó de las caderas y se movieron juntas a un ritmo mágico y coreografiado que solo ellas podían crear ofreciendo al viento más y más gemidos y palabras de amor en conjunto con emociones compartidas que incrementaban en intensidad a cada trote.
En un momento de pura entrega sus ojos se encontraron de nuevo y en esas miradas, hallaron la promesa de un amor eterno; las emociones en sus ojos eran un reflejo de esa conexión que habían logrado y que juraron que era un lazo que ninguna distancia podría romper... Y justo ahí, alcanzaron el clímax de su pasión uniendo sus cuerpos en un apretado y tembloroso cepo envolviéndolas el éxtasis como una ola que rompía sobre la costa, dejándolas sin aliento y con sus corazones latiendo en perfecta sincronía quedándose así con sus extremidades entrelazadas y la respiración entrecortada, con sus manos aún unidas como símbolo de su amor compartido. El mundo a su alrededor parecía desvanecerse en esa puesta de sol, dejándolas solas en ese espacio sagrado que habían transformado en un altar al amor... Y no, no fue ni será el último, ya que mientras se recuperaban, otro tierno y suave beso cayó allí de casualidad sellando su unión en presencia de la diosa. En ese momento se dieron cuenta de que habían encontrado un hogar la una en la otra, un refugio donde podían ser auténticas y amadas sin reservas.
Y así, en la Fuente del Valor, entre susurros de amor y caricias apasionadas, Zelda y Urbosa escribieron un capítulo inolvidable en su historia. Un capítulo lleno de amor, valentía y la promesa de un futuro juntas, enfrentando cualquier desafío con la certeza de que siempre tendrían el apoyo y el amor de la otra.
Z: Te amo.
U: Te amo.
Zelda se abalanzó sobre Urbosa aprovechando su posición, cayendo su cabeza entre sus pechos bien humectados del microclima de la Fuente del Valor.
Z: No quiero perderte, quiero estar siempre junto a tí.
U: Jamás me perderás porque siempre permaneceré a tu lado.
Aún desnudas sobre la losa, tendida la una encima de la otra y con la diosa como testigo de ello, Urbosa comienza a murmurar unas palabras en idioma gerudo que resultan incomprensibles para Zelda, pero que igualmente aprecia por su rudo acento y pronunciación llena de erres y efes.
Z: ¿Qué estas diciendo, Urbosa? -le pregunta levantando su rostro-.
U: Le presento mis respetos a la diosa y le pido permiso para cumplir mi deseo de tenerte siempre a mi lado si así lo deseas... ¿deseas permanecer siempre junto a mí?
Z: Por supuesto, mi amada y fuerte flor.
Con semblante serio, coloca la matriarca sus manos en su propio pecho y se saca de su dedo meñique izquierdo un anillo de oro, quedando este como único dedo desnudo de joyas. Toma la mano izquierda de Zelda y se lo coloca en su anular.
Z: U-Urbosa... no puedo aceptar algo así... es... se me hace demasiado este regalo. Además ya me regalaste tu daga...
U: Pajarillo... mírame.
Zelda durante un instante apareció el anillo de puro oro que le acababa de ser regalado. Lo empezó a girar sobre sí y pudo ver que en determinado punto con letras onduladas ponía "Urbosa" entre dos símbolos gerudo.
Z: Es hermoso, pero...
U: No es un regalo, es una ofrenda que te hago.
Z:¿Ofrenda?
Urbosa se fue incorporando dándole a entender a Zelda que debía bajarse de encima suya y ponerse de pie. La enorme matriarca pues, se sentó y por último se puso de rodillas.
Z: ¿Urbosa?
U: Zelda, princesa de Hyrule, sacerdotisa de las diosas y heredera al trono por la gracia de ellas. Aquí, en presencia de la diosa en la Fuente del Valor, con el alma purificada y libre de todo mal, juro cuidarte, amarte y respetarte hasta el fin de mis días.
Z: Espera, espera... ¿q-qué me estás queriendo decir?
U: Las leyes de Gerudo quedan aparte de las del resto del reino, y como matriarca de mi pueblo, tengo el derecho de hacer esto.
Z: ¿Ha-hacer qué? -tartamudeó sintiendo unos temblores en todo su cuerpo-.
U: Zelda, cásate conmigo.
Zelda sintió que de un momento a otro perdería el conocimiento. Ella sabía bien de sobra que los sentimientos eran correspondidos, y más después de lo de esa tarde, pero pese a todo, jamás imaginó que todo lo que mantenía con Urbosa iba a trascender, cuánto ni menos que ésta tomaría la iniciativa de tan vital momento para ambas.
U: En presencia de la diosa juro solemnemente todo lo anterior además de enfrentar con valentía todo abdevenimiento que pueda ocurrir aunque con ello tenga que poner en riesgo mi vida.
Z: -con ojos vidriosos, se acuclilla en el suelo- no hará falta que pongas nada en riesgo, pues el mero hecho de amarnos ya lo es en cualquier región que no sea la Gerudo... pero yo ya estaba dispuesta a luchar por ello. Sé que lo que siento no es un capricho infantil... No puedo revelarte demasiados detalles por el momento, pero vamos a ser ayudadas.
U: -tocando con ambas manos el suelo mientras la observa- ¿significa eso que...?
Z: Sí. Significa que sí, ¿y tú? ¿te quieres casar conmigo?
U: Demonios... eres la mujer perfecta. Sí quiero, mi pequeña ave.
Z: Juro amarte, cuidarte, apoyarte, respetarte y protegerte en este día y en todos los que están por venir.
NOTAS DE LA AUTORA
Por el momento, voy a catalogar este como el fanfic más complicado que he hecho hasta ahora. Difiere tanto de la historia canónica y me saca tanto de mi zona de confort, que me ha llevado más tiempo del habitual plasmar y encajar todas las ideas. Un fanfic mío no es mío si no tiene al menos una escena explícita o medianamente sugerente, pero algo que tenía claro es que en esta ocasión debía de ser muy diferente. Mi primer borrador era algo sutil, una insinuación que no llegaba a nada (como lo de la bañera), luego pensé en completarlo… Y aún quedando muy atípica en mí esa escena, me lo tomé como un reto. ¿Lo de la declaración de Urbosa? No voy a mentir, fue una idea de última hora. Eventualmente quería hacerla, de eso no hay duda, pero quizás no de esta manera, pero se me creó una escena demasiado idílica como para ignorarla y que quizás en un futuro me resultaría más tormentosa generar mientras que esta me salió más natural.
Sí, para las personas más observadoras, os podréis haber dado cuenta de que este capítulo deja caer hasta en cinco ocasiones varias ideas diferentes que tengo en mente en cuanto termine con este arco "actual" de Zelda y Urbosa (casi como un multiverso, con la tontería) y si no las has visto, ¡¡vuelve a leer!! Me centro únicamente en anotar esto porque ha sido lo que más conflicto me ha generado a la hora de escribirlo, he necesitado pensar demasiado y hasta a veces forzarme en callarme los detalles de esa escena por no dar paso a mi típica manera tan explícita de describir sus momentos de intimidad, así que seguramente en el próximo capítulo voy a desatar todo lo que he contenido en este porque me conozco.
¿Recordáis en el segundo capítulo que, en las notas de autora puse que para este capítulo pondría las cosas que por espacio no pude y que luego seguiría con la trama con normalidad? Bueno, pues que sepáis que en este capítulo todavía no he terminado de plasmar todo lo que quería en el segundo por falta de espacio. Mi intención era cerrar este arco con el tercer capítulo, pero entre que todavía no he dicho mi última palabra y que mi imaginación sigue creando, seguramente acabarán siendo exactamente el doble hasta que dé por finalizada esta parte y comience con otras igualmente interesantes que incluyen lógicamente a nuestras protagonistas. No aclaro ni aporto nada más sobre este capítulo porque creo que el resto de la trama ha quedado perfectamente adaptada a mi idea original y que no da pie a especulación o dudas, pero como siempre, ¡estaré leyendo los comentarios!
AGRADECIMIENTOS ESPECIALES
Yessica: por haberme escuchado tantas veces, tantas versiones y tantas rayadas mentales mías a las 4AM porque mi cabeza reventaba con tantas ideas confusas que se me mezclaban. Tu escucha activa siempre me saca los textos basura que se me generan antes de ponerme a escribir y me aclaran la cabeza.
Amparo, Ana y Rocío: mis compañeras de asociación, por ayudarme a las tantas de la noche en un albergue acostadas en literas a seleccionar los nombres de los caballos. Hubieron varios favoritos y la decisión final fue difícil, pero queda como anécdota de ese viaje la elección del nombre. Mis favoritos fueron Procyon y Rígel, y me resultó muy difícil decantarme por el primero y desechar el segundo, así que no me he cortado a la hora de utilizar el descartado como nombre para un caballo secundario. Gracias a Ana, por buscar durante un rato bien largo varios nombres candidatos, todos ellos chulísimos (pero no olvido ni perdono que me dijeras que le pusiera Rocinante).
Gracias a Rocío, por aportar tu parte templada al dilema y ayudarme a ir descartando los menos favoritos y posicionando en podios los mejores hasta dejarme con una lista muy reducida que fue, dentro de su dificultad, más fácil de manejar. Gracias a Amparo, por estar a cada palabra que decíamos, dando la nota con ese humor que te caracteriza, por hacer de ese largo rato, algo ameno que merecerá siempre la pena recordar. A tí te parecían todos bonitos, pero encontrabas la forma de hacer una broma con cada uno de ellos, provocando que todas las allí presentes careciésemos de la voluntad necesaria para tomarnos eso con seriedad.
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