Capítulo 4. URBOSA X ZELDA
Autora: Bárbara Usó.
Tiempo estimado de lectura: 1h 20min.
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En el rosado y anaranjado atardecer, se comenzaron a oír cascos y equinos sonidos ajenos a Procyon. Ambas mujeres se alzaron adivinando que tanto Lowrance como Link habían arribado a las puertas de la fuente, y pese a que tenían claro que no iban a entrar, prefirieron apresurarse para no levantar sospechas porque la matriarca en teoría no debería hallarse tan adentro de ese lugar. Se miraron desnudas tomadas de las manos, notando entre ellas ese brillo especial que sus ojos desprendían combinado con el anillo de oro recién ofrendado que ya era propiedad de la princesa, "ahora debo conseguir yo otro anillo para Urbosa" -se decía Zelda pensando en todos los anillos y joyas que tiene en sus aposentos, recordando muy vagamente uno de oro blanco con un cuarzo citrino que era de su madre y que siempre llevaba puesto diciendo que lo había conseguido en Gerudo- "contemplaré varias opciones, pero ese sería muy acertado".
La matriarca mostraba claros y evidentes rubores en sus pómulos contemplando a su pequeña ave, "al fin seremos una. Sé que mi madre jamás me habría perdonado esto y que nunca lo habría aceptado... Si hago memoria aún recuerdo a... no... no es momento de pensar en ella" -cavilaba habiendo irrumpido en su mente un amargo recuerdo que prefirió volver a enterrar- "a la tercera va la vencida, ¿no?" -se convencía-.
Urbosa, temiendo demorar demasiado todo eso, dió un pico fugaz a Zelda, soltando sus manos y poniendo rumbo a esas prendas desperdigadas para dar a entender que ahí no había pasado nada. Por su parte, la princesa se arrinconaba desnuda al lado de la efigie, pues su translúcido vestido de meditación había acabado sumergido y a la deriva en la Fuente del Valor siendo así imposible usarlo de regreso a casa.
U: Quédate aquí, voy al carruaje a por ropa seca para que regreses a casa. Si te pones eso, enfermarás; además comienza a refrescar... te traeré algo más apropiado -dijo mientras que habiendo rescatado el vestido de las aguas, lo estrujaba con fuerza para drenar la máxima cantidad posible de agua-.
Z: U-Urbosa, p-por favor, -decía tiritando de frío- tráeme el atuendo gerudo que me regalaste.
Afirmando con un gesto y dirigiéndose al exterior, la matriarca sortea ágilmente los charquitos de agua del camino para conseguir sus prendas lo más rápido posible, pues su pequeña ave, al haberse separado del cálido cuerpo de su fuerte flor y de todas sus ardientes sensaciones, se quedó completamente pálida y helada con todas las papeletas para ganarse un buen resfriado. Atravesó tras ello la angosta humedad de la selva cubierta de helechos y de un musgo muy resbaladizo, viendo así al final de esta y en primera línea de sendero a un siempre contento Lowrance, que estaba ya con el carruaje abierto.
L: Bienvenida de nuevo, Lady Urbosa. ¿No viene con vos la princesa?
U: Buenas tardes, Sir Lowrance, mira esto -le dice mostrando el vestido de meditación de Zelda que aún habiendo sido exprimido, seguía todavía muy mojado-, la princesa ha pasado demasiado tiempo en el agua y su vestido se ha calado por completo. Cuando terminó de meditar salió como si nada de la fuente, pero al rato se heló, así que le dije que saldría a por algo de ropa... ¿serías tan amable de abrir la llave del maletero?
L: Oh, por supuesto. En una de sus maletas creo que lleva un par de toallas también, lo mejor es que se las lleve. Y justo en mi alforja llevo bayas ígneas, podría llevarle una también.
Lowrance abrió el maletero, y mientras Urbosa escogía las prendas solicitadas en conjunto con ese cuero enrollado que albergaba su daga en su interior, él seleccionaba una de las bayas para que Zelda entrase un poco en calor mientras se secaba. Tomando la matriarca todo en un saco de tela mediano, que fue donde originalmente se guardaba en la tienda el traje gerudo que le regaló, se enfocó en dar agradecimientos al caballero en nombre de la princesa por esa baya que tan buen papel haría una vez consumida. La campeona gerudo ni siquiera miró a Link en todo ese intercambio de acciones, lo valoraba como caballero, como elegido y como guerrero, pero no sentía especial simpatía por él, ya que por su culpa más de una vez hizo sentir molesta o cohibida a su pequeña ave, cosa que le enfurecía... pero ignoró todo eso en ese momento, "el tiempo apremia, mi princesa estará con muchísimo frío".
Ya de nuevo en el interior de la fuente, juró que casi podía oír los dientes de Zelda chocar entre ellos apenas estando en la entrada.
U: Pajarillo, te traigo ropa, una toalla y una baya ígnea que me ha dado Sir Lowrance para tí. Cómetela lo primero y tápate.
Zelda no era aficionada al picante, de hecho solía evitarlo, pero sabía que esa baya le haría bien, así que la tragó sin apenas masticar. Mientras arrugaba sus facciones por ese invasivo sabor, se puso en pie y se acercó a Urbosa, quien la esperaba con la toalla extendida dispuesta a rodearla con ella y con todo su cuerpo para maximizar ese calor que tanta falta le hacía, encogiendo su tronco y extremidades ante ese acogedor y mullido abrazo. Sólo hacía falta imaginar la escena para comprender el gozo que ella estaba notando ahora mismo... un suave calor que no se hizo esperar comenzándose a extender, el sol cayendo, sus suaves toallas blancas siempre perfumadas por ese jabón frutal que usaban en palacio, su amada rodeando su cuerpo apretándolo contra sí mientras besaba su cabello... y esa reciente pedida de matrimonio que tanto regocijo le causaba.
Z: No deberíamos demorarnos... mi padre se enfadará si llego tarde a la cena.
U: Por supuesto, mi pequeña ave.
Así pues y con todos y cada uno de sus planes bien cristalinos, Zelda se separa de su zona de confort para colocarse de forma simbólica esa ropa que evoca el poderío de guerrera gerudo que alberga en su tela, definitivamente, vestir y calzar ese atuendo le otorgaba de forma misteriosa una fuerza mental que le resultaba muy gratificante, ya que solo así se vería con el suficiente valor como para confrontar a su padre. El aroma del especiado y a la vez floral jabón que en Gerudo se utiliza para lavar la ropa le tranquilizaba, con ese perfume se sentía más segura que llevando la daga de Urbosa, complemento que tampoco olvidó agregar una vez vestida.
U: ¿Estás segura de que quieres llevar la daga colocada? Puedo dejarla dentro de la maleta.
Z: De ahora en adelante nunca dejaré de llevar las cosas que me des, sea lo que sea.
La matriarca se sintió muy orgullosa de ella, parecía en estos momentos tan segura de sí misma que supo que todo iría bien a partir de ese instante. Nada podía acabar mal...
Z: Vamos, debo de llegar para la hora de la cena.
U: Como mi futura esposa ordene.
La princesa notó como esas palabras se le clavaban en el pecho, "no puedo creer que todo esto sea real" mientras sentía más y más coraje inundando su corazón; saber que tarde o temprano cumpliría eso que tantos meses llevaba implorando a las diosas le aportaba la determinación que requería el importantísimo paso que daría.
Ambas tomadas de la mano salieron definitivamente de la fuente hasta toparse con un preocupado Lowrance que se alegró de ver a su alteza sana y salva, pero más aún de verlas a las dos emerger de entre la maleza con esa felicidad en sus rostros.
L: Alteza, me alegro de veros bien. Parece que Lady Urbosa llegó a tiempo de salvaros de las garras de la congelación.
Lowrance era un joven caballero muy aficionado a las novelas y poesías de amores prohibidos, él mismo lo vivió durante ese tiempo al que sus padres llamaron "libertinaje pecaminoso". Los amores e historias caballerescas eran su punto débil, y cuando contemplaba a esa poderosa gerudo tomando a su frágil princesa con sus brazos en el caballo, en el carruaje o tan solo caminando, no podía esquivar un enamoramiento fugaz. No hay que confundirse, Lowrance no siente ningún tipo de atracción por las mujeres, pero en Urbosa ve reflejado a Darrak, un hombre con el que vivió la mejor de las juventudes, también mucho más mayor que él y con el que lamentablemente no podrá volver a contar las estrellas, pero eso ya nos lo contará Lowrance si en algún momento se siente preparado, pues pese a que hace unos seis o siete años de aquello, todavía debe sanar muchas heridas como para pasar página. El ejército es solo un distractor mientras su alma termina de curarse.
Z: Sí, Lowrance. Muchas gracias por la baya ígnea que me diste, ojalá algún día pueda compensarte.
L: En absoluto alteza. El mero hecho de veros bien ya me hace muy feliz -dice ampliando su sonrisa ante el gesto afirmativo de agradecimiento de la matriarca-. Me encantaría seguir conversando con ambas toda la noche si hiciera falta, pero vuestro padre se enfadará con vos y conmigo si no llegamos a tiempo a la cena.
Z: ¿Cómo, Lowrance? ¿Estás invitado a la cena de esta noche?
L: Oh, sí alteza. Vuestro padre en el día de ayer hizo un gran festín para nobles y altos cargos militares aprovechando la ceremonia de los elegidos. Hoy la cena será en honor a los guardias reales de palacio únicamente ya que en la de ayer habían militares de todas las partes del reino, así que apresurémonos ¡o ambos seremos castigados!
Zelda ahora mismo no sabe si sus planes toman peso o acaban de ser terriblemente frustrados, no contaba para nada con esto, ella pretendía tener una charla con su padre en privado, no delante de una numerosa multitud masculina y mayoritariamente conservadora, pero ya no había vuelta atrás, pues su atuendo gerudo y su anillo de oro la delataban y no iba a retirarse todo aquello después de haberse envalentonado a llevarlo. La decisión estaba tomada.
U: Bueno chicos, me temo que Gerudo está en dirección opuesta. Nuestros caminos se dividen aquí.
L: Una auténtica lástima, Lady Urbosa. Espero verla pronto. Oh... si desean que les dé privacidad para despedirse...
Z: No será necesario Lowrance, confiamos en tí.
Link antes de presenciar nada se voltea junto a Epona para adelantarse en el camino, pues eventualmente también se dividiría para marchar a su lejana casa en Hatelia, lugar donde pasaría un par de días libres junto a sí mismo haciendo visitas frecuentes a la región de los zora para ver a Mipha. Mientras se iba, Urbosa se arrodilló en el suelo y abrazó a su pequeña ave a la par que le besaba ese suave abdomen que tan desnudo quedaba con el ropaje gerudo. La besó tanto, tantísimo, que su vientre quedó con rastros de maquillaje azul, por lo que la matriarca le comenzó a lamer y a frotar con sus dedos para eliminarlo y no dejar ninguna marca sospechosa. Zelda le acariciaba ese cabello que sospechosamente estaba algo despeinado, detalle que Lowrance notó y presintió el porqué, pero no dijo nada, tan solo hizo lo acostumbrado, sonreír.
U: Echaré de menos a mi pequeña ave -dijo poniendo la mejilla contra su vientre apretando el frágil cuerpecillo de su alteza- regresa a Gerudo siempre que quieras.
Zelda tomó el rostro de Urbosa y la besó con tanta ternura que las facciones de ambas se relajaron hasta el punto de aparentar que estaban dormidas. Cortando el contacto, se puso en pie la matriarca y tomó las riendas de Procyon para montarse en él mientras una apenada princesa observaba la escena de su amada espoleando a su caballo para disponerse a marchar, mas sabía que la despedida sería breve y la separación todavía más, pues esa misma madrugada se encontraría de nuevo perdida entre las sábanas de la guerrera gerudo oliendo de nuevo esa piel de fuego que tanto ama saborear.
U: Adiós, mi pequeña y amada ave -dice ya habiendo comenzado a caminar Procyon dándole la espalda-.
Z: ¡Urbosa, te amo! -gritó para que le oyera desde la lejanía-.
Desde el límite del camino, Urbosa ríe de alegría y chasquea sus dedos para lanzar un rayo sobre una montaña cercana provocando un gran susto en Procyon, que relinchó y se puso sobre sus patas traseras, generando una imagen tremendamente feroz.
U: ¡Te amo, princesa! ¡Arre, Procyon!
Y así fue como en furioso galope, Urbosa marchó a su tierra. Zelda se estremeció y emocionó el tiempo, todo ese fugaz y potente espectáculo había sido todo para ella.
L: ¡Vaya, alteza! Lady Urbosa es espectacular, no me extraña que os hayáis enamorado de ella. Solo de verla, suspiráis.
Z: Sí, Lowrance. Parece que ella trabaje cada detalle para enamorarme -dice soltando otro suspiro más- ¿Qué tal si seguimos su ejemplo y vamos a palacio?
L: Sí, alteza. Si tenéis todo listo, montaos en el carruaje.
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Apenas había dado comienzo el viaje y Zelda ya maquinaba un sinfín de situaciones que podía generar y posteriormente darse, de una manera u otra quería tener todo atado y bien atado para anteponerse a todo, así acabase todo de la peor de las maneras, "si Morei ve que no acudo, seguramente hablará con sus contactos para localizarme" -pensaba, visualizando que el hecho de haberse descubierto mutuamente en el club, le había otorgado el poder de la protección-. Trató de imaginar todas las escenas posibles, tratando de convencerse de que su padre pese a ser recto con sus obligaciones, solía también ser laxo y comprensivo con sus sentimientos por regla general, o al menos eso recordaba... Miraba su anillo... Miraba la daga... "por ella es por quien lucho"
L: Alteza, ¿estáis viva?
Z: S-sí, Lowrance. Perdona, estaba sumida en mis pensamientos, ¿querías algo?
L: Nada, alteza. Os notaba muy callada y me he preocupado, ¿estáis bien?
Un extraño silencio se hundió en el carruaje, Lowrance seguía preocupado, y como persona con sus mismas inclinaciones, rápidamente supo qué es lo que ocurría.
L: Es por vuestro padre ¿verdad?
Z: ¿C-cómo lo sabes?
L: Ah, princesa... si supierais cuantísimo nos parecemos vos y yo... Sé por lo que estáis pasando, y necesito que sepáis que de ahora en adelante no estaréis sola ¿me oís? En palacio habemos muchos amigos de Morei, y amigas también. Confiad, todo saldrá bien.
Z: ¿Cómo puedes saber lo que estoy pasando?
L: Es una larguísima historia que os contaré cuando tengamos la oportunidad. Esta noche os cubriré a vos y a Morei.
Z: Espera, ¿tú como sabes que...?
L: Yo sé muchas cosas, no os preocupéis. Hoy es vuestra oportunidad.
Al oeste de Hyrule, el sol terminaba finalmente de caer liberando de la molesta sensación a los verdes ojos de Urbosa, quien se dirigía de nuevo a la posta para dejar a Procyon. Tanto rato a solas le dió para pensar, aclarar ideas y enfrentarse a esa maldita pregunta que surge después del momento inicial de emoción "¿y ahora qué?". Ella tenía claro que en Gerudo podía casarse con quien quisiese, pero con la emoción obvió demasiados detalles... "maldita sea, ¿y ahora qué? Si hago pública mi boda, el rey se enteraría y podría anularla... ¿y qué hay de los títulos de Zelda? A su lado pedirán un rey, y ni mis leyes están por encima de eso". Pensando y sobrepensando cayó en la cuenta de otros detalles que desde esa misma mañana acontecieron, la repentina valentía de la princesa, querer vestirse de gerudo, hablar a solas con Morei, romper con los planes que tenían y querer de repente ir a meditar y volver a palacio con su nueva ropa, decir que "pronto nos veremos"...
U: ¡PROCYON, QUIETO!
Una horrible ansiedad invadió su cuerpo, obligando al equino a dar un frenazo de golpe y notando a través de las correas las sensaciones de su dueña, entrando ambos en pánico. Ella abrió los ojos tanto como pudo, cayendo el sudor por todo su cuerpo y dándose cuenta de repente de todo, "se está metiendo en la boca del lobo, debo ir al castillo de Hyrule para impedirlo". Y por más que intentó, Procyon se negaba a ir en esa dirección, como si su sexto sentido animal le dijese que no debía hacer eso.
U: ¡Obedece, Procyon!
No, no había manera de moverlo del sitio, él solo gruñía y pataleaba en el suelo indicando que solo se movería para ir a la posta.
U: ¡Maldita sea! Iré yo andando.
Y de nuevo, Procyon supo que debía impedir esa acción, algo le decía que no era lo adecuado. De pura rabia, Urbosa inició un ahogado sollozo, dejándose caer sobre el cuerpo y cuello de su caballo.
U: Por favor, Procyon...
Se negó, no obedeció y solo siguió su instinto. Con sus riendas sueltas y sin ninguna orden conveniente no galoparía ni trotaría, más aún con la matriarca completamente tendida sobre él sin generar equilibrio sobre su propio cuerpo... así que tan solo caminó despacio con su destino marcado en la Posta Gerudo, que estaría a unos cuarenta minutos a este ritmo.
Mientras tanto, la tensión se podía cortar con un cuchillo en la zona más central de Hyrule, Lowrance y Zelda se encontraban ya descargando en la cochera con un par de criadas al lado llevándose sus cosas al interior del palacio. En menos de diez minutos daría comienzo la hora de la cena y a menos de cien metros, por la llanura, podía verse a Morei con su carro tirado por un burro tarareando una canción que se cuenta que hace muchos siglos, evocaba la lluvia.
L: Morei, buenas noches.
M: Hola, chiquitín. Buenas noches alteza. ¿Tenemos todo listo, no?
Z: S-supongo...
M: Miradme alteza -dice tomando sus manos- va a salir todo bien. Aquí os espero. Valor.
L: Ánimo princesa. Yo estaré ahí con vos.
Ahora sí que no había vuelta atrás, quedaban cinco minutos para la cena y ya deberían de estar allí.
M: No perdáis más tiempo. Princesa, antes de decir nada, cenad un poco. El viaje será largo, -señalando a su burro, continúa- este vejestorio tiene aguante pero a fin de cuentas es un anciano, y el carro no es nada cómodo.
Z: D-de acuerdo...
Con Lowrance dando ánimos sin parar y atendiendo bien a todas las indicaciones de Morei, Zelda expande y tensa su pecho tomando tan fuerte como pudo el aire de esa estancia, por algún motivo, ella sabía que todo acabaría mal y que esa sería la última vez que olería su hogar. Un paso dió a otro paso, y a ese paso, otro más, era una acción casi automática, pues lo que en realidad quería era huir si pudiese; jamás imaginó que sentiría tanto miedo... pero haber visto a Morei tan segura de sí misma le hizo olvidar lo acontecido esa mañana, viendo con sus propios ojos que tras un pánico inicial, con elocuentes y atinadas palabras todo se podría solventar. Ahora solo necesitaba plantarse en escena y rogar a las diosas para que por un instante le diesen el temple y labia de su confidente la carnicera, entrando sin presentaciones ni saludos al salón comedor del palacio donde el rey y una treintena de guardias reales brindaban con alegría. Lowrance entró a su diestra, haciendo un extraño gesto a dos guardias que Zelda no vió.
Z: Padre, debo decirle algo.
R: Buenas noches, hija mía. Llegas tarde, algo inapropiado para una persona como tú. No saludas y vas vestida de esa forma tan inadecuada... ¡y vas armada! Por las diosas, espero que tengas una buena excusa para todo este alboroto y que lo que vayas a decirme sea un bálsamo.
L: C-con permiso, alteza, majestad. Al poco de salir de la Fuente del Valor cayó un potente rayo y preferimos esperar a que pasase la tormenta. De ahí el retraso, le pido mis más profundas disculpas, seguramente eso es lo que la princesa deseaba comunicaros con tanta ansia.
(?): ¡Ja! Estos nuevos caballeretes amanerados no saben ni cumplir con la única misión que se les manda. Majestad, tenga cuidado con esta gente o acabará por mancillar el nombre de la Guardia Real -dijo un guardia de alto rango con tanta edad como la del mismo rey-.
L: ¿¡Cómo osas!? -dijo apretando con furia su mandíbula y su puño derecho retando en duelo al guardia-.
R: ¡Ya basta! Sir Lowrance, siéntate al fondo. Y tú, Zelda, aquí a mi lado, no quiero oír ninguna tontería de esas en mi casa. Si queréis resolver vuestras diferencias, idos al patio.
La cena ya había comenzado con mal pie. Zelda se sentía la mar de incómoda en estos instantes de tensión viendo a un Lowrance serio y enojado, con los codos clavados en la mesa engullendo enrabiado su panecillo relleno de carne; la verdad es que ella esperaba contactarlo visualmente de vez en cuando para tranquilizarse. El estómago se le cerró, era incapaz de consumir esa tostada con lonchas de salmón vivaz tan deliciosa que tenía ante sí, notaba un nudo en la garganta tan desagradable... "la comida en Gerudo sabe tan bien...". Eso es. Pensar en Gerudo le daba enfoque, debía abreviar ahí su estancia tanto como pudiese. Miró a todos esos alegres guardias brindando con jarras de malta burbujeante y a ese rey que desbordaba alegría por cada poro de su piel, "voy a arruinar todo". Miró de nuevo a Lowrance buscando alivio y por fortuna, pudieron contactar, viendo como éste le enviaba un gesto con los dedos cerrados en pico apuntando a su boca; "come" -le indicaba-. Zelda negaba con su cabeza frunciendo el ceño "no puedo", y en respuesta recibió unos cabeceos laterales, "aunque sea un poquito", seguido de otra negativa de la princesa, quien se llevaba su mano derecha al pecho arrugando sus labios, "creo que voy a vomitar".
R: Hija, ¿te encuentras bien? -dice mirando su mano, la que tenía posicionada en su pecho-. Veo que has invertido muy bien el dinero que te dí, invertir en oro y joyas es siempre un acierto.
Z: N-no padre, no lo he comprado -dice ocultándose-
R: ¿Y cómo lo has conseguido entonces? -pregunta interesándose por ese enorme anillo de oro que llevaba en su dedo-.
Z: -mirando con auténtico terror a Lowrance- E-es una larga historia, ya se la contaré.
R: Permíteme verlo entonces, hija mía.
Z: S-sí, bueno. Quizás cuando terminemos de cenar.
"¿Qué hago?" -preguntaba Zelda con su mirada a Lowrance que le respondía con una negación y nuevamente con el gesto de la mano, "todavía nada, come".
R: ¿Te lo ha regalado alguien?
¿Y qué se supone que debía responder a esa pregunta? ¿Sí? ¿No? ¿Quizás? ¿Sorpresa? No podía mentirle en su cara, más aún recordando que vino expresamente para esto en vez de rezagarse con cobardía en Gerudo, pero ¿qué hacer?
Lowrance le lanzó una bolita de papel para que regresase al mundo terrenal, y de nuevo le gesticuló, "come", pero seguía siendo inviable mientras que continuase con esas náuseas que se tornaron mareos y posteriormente, arcadas.
R: Vamos Zelda, cuéntamelo. Puedes confiar en mí.
Sintió esas palabras casi como un beso de Judas, pero absolutamente nada salvo una confesión y posterior escapatoria le librarían de todo eso... Nada se tornaba precipitado, pues por mucho que tratase de demorarlo, seguiría quemando sus entrañas... Tomó aire, olió cada nota y detalle del salón, ese salón que tanto extrañaría después de hacer lo que a punto estaba "y en este día, vestida de gerudo y con todos los guardias reales en presencia, mis días de princesa terminan aquí" -se dijo vaticinando que perdería en esa noche todos sus títulos-. Desde la otra punta de la mesa, Lowrance abrió sus ojos con horror "¿qué vas a hacer?". Se olvidó de comer pese a la advertencia de Morei y las constantes del joven guardia, "solo quiero que esto acabe...". Y le dió la mano a su padre.
Z: Mírelo.
Lowrance agachó su cabeza y la cubrió con sus brazos deseando que la tierra le tragase. Por su parte, el rey Rhoam apreciaba con alegría ese grueso anillo de puro oro tan brillante como el sol... hasta que se cruzó con la inscripción...
R: Hmm... Lady Urbosa es siempre demasiado amable con nuestra familia. Dime, hija ¿te lo ha regalado ella?
Z: S-sí. Hoy mismo me lo regaló junto con esta ropa y la daga.
R: No hay rupias suficientes para pagar todo esto, es muy de agradecer, espero que se lo hayas recompensado debidamente. Las gerudo son una tribu muy necesaria para el reino.
Z: No se lo agradecí más que con palabras, pero sí que ha pedido algo a cambio.
R: ¿Y de qué se trata? -pregunta extrañado-.
Z: -tragando saliva hasta secar su boca-. Mi mano...
La mirada del rey se descompuso, quiso creer que era broma.
R: ¿Tu mano para qué? ¿No tiene suficientes consejeras?
Z: Padre... -cerrando los ojos- me ha pedido matrimonio.
Lowrance desde la lejanía sabía que pasaba algo, pero lo del anillo se lo acababa de desayunar, no estaba al tanto de que Urbosa le había pedido formalmente ante la diosa su mano.
R: ¿Pero cómo, por qué? ¿Y qué le has respondido? ¿Este anillo es de compromiso?
Z: Me lo ha pedido porque... porque quiere.
R: Pero tú tienes un deber con el reino. No puedes aceptar una pedida de mano de cualquiera.
Z: No es una cualquiera, es Urbosa, la matriarca y campeona gerudo. Respétela.
R: Yo respeto lo que ella quiera hacer con su vida mientras no te salpique a tí. Es una personalidad importante en el reino pero eso no le exime del cumplimiento de las leyes. Y aún no me has dicho si has aceptado.
Z: ¡Por supuesto que he aceptado, yo la amo!
De repente, un silencio similar al fúnebre se expandió hasta el último rincón del salón mientras que el rey comenzaba a desvariar con dudas que nadie le podía resolver.
R: ¿Y tu linaje? Eres la princesa de Hyrule ¿cómo pretendes traer herederos al mundo con una...? Diosas Zelda, ¿en qué momento ha ocurrido todo esto?
Z: Padre, entiéndame si le digo que no me importa. Que mi deber es posicionar en el trono a un heredero y lo haré buscando en mi rama familiar más cercana o eligiendo a un regente. Que cumpliré con mis deberes hasta el día de mi muerte, pero no espere nietos.
La discusión se intensificaba por momentos ante la atónita Guardia Real. Murmullos del estilo de "siempre supe que esa gerudo era una desviada" o "seguro que su pasatiempo favorito es pervertir niñas" no tardaron en inundar el salón mientras que el rey le preguntaba una y otra vez que qué había hecho él como padre tan incorrecto para que su hija "saliese así".
Z: Nada, padre. Siempre lo he sabido.
Y seguían sin cesar los ya insultantes murmullos "a esa gerudo le quitaría rápido esa tontería" o uno más sonoro que a todos, incluso al rey, hizo callar "se me pone dura solo de pensar en nuestra zorrita princesa comiéndole el coño a esa puta".
R: ¿Quién ha vertido semejantes acusaciones sobre la princesa?
T: Perdone majestad, voy muy bebido.
R: Sir Togill, nada de esto lleva alcohol. No estás borracho.
T: Perdone la ofensa, no volverá a ocurrir.
R: Apresadle.
Rápidamente entre cuatro guardias lo agarraron de sus ropas y lo llevaron frente al rey. Se revolvía maldiciendo hasta las mismas diosas como un animal.
R: En veinte minutos serás latigueado cincuenta veces. Permanecerás en prisión una semana y cuando salgas, quedarás condenado a la esclavitud hasta la muerte.
T: ¡No puede hacerme eso, soy el capitán de la guardia real!
R: Por supuesto que puedo, a partir de ahora Sir Dorrill ocupará tu lugar. Odias a los amanerados, lo demostraste antes con Sir Lowrance, pero estoy convencido de que tendrá más educación que tú. Ah, y por supuesto, -dice arrancando las medallas de su traje- ya no eres guardia real. Alguien que se atreve a mancillar así el honor de la princesa no es de fiar, da gracias de que no te condeno a muerte.
Entre gritos y maldiciones, le arrancaron la ropa hasta dejarle con lo justo y se lo llevaron preso en disposición de torturarlo en la madrugada... Y otro silencio apareció en el salón tras cerrarse el portón, sonando esto casi como una sentencia.
R: ¿Alguien más tiene algo que decir?
Z: Pa-padre, por favor...
R: ¡Silencio! ¡Y fuera de mi vista!
Rabia, indignación, pena... pero alivio. Ahora su padre el rey ya sabe toda la verdad, incluso sus planes a futuro con respecto a la corona. Quizás es un poco pronto, pero aunque la expulsión de su padre fue muy dolorosa, era su excusa perfecta para desaparecer sin que objetase nada ya que cuando se enfada, se enclaustra en sus aposentos y trabaja desde ahí mismo para evitar todo contacto exterior.
Ya bien entrada en la región de Gerudo, Urbosa hacía rato que sobre Procyon se erguía, dejando atrás aquel mar de lágrimas que le cegaba. No quería dar nada por hecho ni para bien ni para mal, sería lo que tuviera que ser, y estaba segura de que lo enfrentaría con más fiereza que la empleada en el pasado "esta vez no me van a arrebatar esto". Procyon, aún en alerta, seguía caminando sin obedecer nada más que a su propio instinto, pues todo caballo gerudo estaba enseñado a acudir a la Posta Gerudo en particular si transportaba a alguna herida, ya fuera física o mentalmente como ahora su matriarca que se encontraba con las riendas sueltas, la espalda ya entumecida y con la cabeza baja; el único movimiento que ejecutaba era el suave balanceo de caderas que acompañaba el paso del equino. Urbosa se seguía torturando emocionalmente cuestionándose una y otra vez el cómo no pudo darse cuenta de que Zelda estaba tramando todo esto, "no me lo esperaba". Al fondo ya veía la posta, una posta que solía estar muy concurrida de viajeros y gerudos. Hoy no lo estaba tanto, y más a esta hora que las cenas ya habían terminado, tan solo quedaba algún trasnochador o explorador, incluso un par de curiosos que parecían aguardar el regreso de la matriarca solo para tener la exclusiva oportunidad de ver de cerca a Procyon y poder ratificar con sus propios ojos que, efectivamente, su crin y cola desprendían un brillo misterioso en combinación con la luna cuando caía la noche. Allí fue atendida por una gerudo que se encargaba del turno de noche de ese día.
(?): Sawotta, matriarca. ¿En qué puedo ayudarle?
U: Sawotta. Vengo a devolver a Procyon.
La encargada, una jovencita gerudo de apenas veinte años, le pidió los papeles que ese mismo mediodía firmó para la extracción para que, mientras los cuñaba, Urbosa devolviese ella misma a su feroz e indomable caballo y evitar así que nadie resultase herido.
(?): Perfecto. Ahora debe firmar aquí y le daré el resguardo.
U: Estupendo. Ponme mientras tanto una brocheta de setas robustas y cóbrate.
(?): Marchando, matriarca. Aunque permítame recomendarle que este tentempié no es lo más adecuado para irse a dormir, sino que está indicado para consumir previo a una batalla.
U: Lo sé. Dámela igualmente si eres tan amable.
Por edad, por guerrera, por campeona y por matriarca, Urbosa sabía bien el por qué pedía tan intenso aperitivo a estas horas de la noche, acción que la joven encargada no cuestionó ni revocó más, pues ella provenía de una familia de mercaderas y comerciantes, ninguna mujer de su círculo materno era guerrera ni soldado, por lo que conocía bien su producto y para qué servía, pero desde luego, desconocía completamente los más extraños hábitos y entrenamientos que seguían las gerudos militarizadas para aumentar su fuerza. Ella oía rumores sobre los extravagantes entrenos de sus compatriotas, como por ejemplo ese de consumir varios botellines de elixir vigorizante uno tras otro para aguantar despiertas varios días y así no interrumpir sus adiestramientos.
(?): Aquí tiene su brocheta, matriarca, recién hecha ¿la consumirá aquí o se la pongo para llevar?
U: La tomaré aquí rápidamente. Por cierto, ¿cómo te llamas?
I: Me llamo Ireith, matriarca, es un gusto presentarme. No suelo estar mucho por aquí porque mi labor es la de traer y transportar desde todos los rincones del reino el alimento y utensilios que abastecen la posta y el mercado. Mi hermana Shoreith es quien suele pasar aquí más tiempo, pero hoy se ausentó para cuidar a nuestra abuela, que está ya muy mayor y no tenemos a nadie con quien dejarla.
U: ¿Y vuestra madre? ¿O quizás alguna tía?
I: Lamentablemente somos huérfanas. Nuestra abuela nos crió como a sus hijas, y nuestra única tía también trabaja demasiado y no tuvo hijas. Somos una familia más bien pequeña como puede ver.
U: Ya veo. Deseo de corazón que tu abuela se mejore muy pronto.
I: Muchas gracias, matriarca. Así será, ella es fuerte.
Urbosa, a la que se dió cuenta, entre bocado y bocado sumado a la distendida conversación, se había terminado ya la brocheta de setas robustas mientras que notaba como una gran sensación de fuerza iba endureciendo sus músculos. Después de ambas repetirse los agradecimientos y no teniendo ahora más opción que caminar, la guerrera gerudo se adentró en el desierto con ganas de desatar su ira en una brutal tormenta. Solo un sublimado camino conducía a la Ciudadela, camino solo transitable a pie o en morsa y medianamente seguro, no obstante y más en la noche, se recomendaba aligerar e ir acompañada aunque se fuese militar ya que de normal los lizalfos y los moblins atacaban en manadas... Pero Urbosa no quería esquivarlo; iba armada y protegida por el efecto de la brocheta además de rabiosa... así que el casi invisible sendero quedó lejos y apartado de su ruta, optando la gerudo por un peligroso camino con poca visibilidad y tormentas frecuentes de arena, en donde los lizalfos eléctricos armados de bumeranes triples se camuflaban en la arena quedando siempre mimetizados y siendo imposible no cruzarse con al menos un par, aumentando las tempestades la probabilidad de pisar uno por accidente quedando electrocutada al momento, "nunca es tarde para una revancha" -pensaba recordando aquella vez que casi la matan-.
Cerrando tras de sí el portón del comedor, Zelda huyó con tanta velocidad como las piernas le dieron aprovechando que tras la hora convencional de la cena, era cuando los empleados estaban más ocupados cenando ellos mismos u organizando todo en las cocinas y salones para el día siguiente. Corrió sin mirar atrás, sabía muy bien que lo de su padre había sido un arrebato y que no tardaría en darle búsqueda para disculparse, pero ella estaba decidida a hallarse lejos del castillo para cuando ese momento se diese. El hogar de la familia real era de un tamaño colosal, con pasillos kilométricos, subidas y bajadas constantes, "espero no llegar tarde" -se decía para sus adentros notando que le quedaba muy poco para que sus pulmones y piernas colapsasen- "no estoy acostumbrada a la actividad física tan intensa que llevo desde ayer" -se seguía murmurando, pensando que quizás sería buena idea dejarse amaestrar en el cuartel gerudo, ideando que a lo mejor así se sentiría útil-. La real travesía aparentaba interminable, aún quedaba un rato corriendo hasta el muelle de carga y descarga del palacio, pero su carrera no conocería cese hasta que no se encontrase sentada dentro del carro de la carnicera.
L: ¡Princesa, princesa! ¡Alto!
La voz de Lowrance la detuvo en seco cuando apenas quedaban doscientos metros para arribar al muelle.
Z: ¡Lowrance! ¡Sir Dorrill! ¿Qué hacéis los dos aquí?
El nuevo capitán de la guardia real, un hombre gigante y fornido, hermano menor de Sir Togill, el ya antiguo capitán, se había emprendido en la tarea junto con Lowrance de dar alcance a Zelda, que ya sentía un enorme pánico por verse que su plan finalmente había fracasado. Sir Dorrill, natural de la aldea Onaona, contaba con unos treinta y cinco años de edad, piel dura y morena, barba cerrada y bien recortada, constitución tan grande como la de un búfalo... pero con una sorprendente voz que, aunque gruesa, se pronunciaba afinada.
D: Buenas noches, alteza. Sir Lowrance y yo sentimos profundamente interrumpir su huida, pero vuestro padre os hace llamar, -dice arrodillándose ante ella-.
Z: ¡No, no y no! Yo me voy, y nadie va a retenerme.
D: Me malinterpretáis. Solo os vengo a informar junto con Sir Lowrance porque vuestro padre os hizo llamar, pero yo no os he encontrado ¿verdad? De hecho, vamos a emprender en vuestra búsqueda hasta la Fuente del Valor porque seguramente estaréis allí... Y me temo que querréis meditar demasiado tiempo y durante días vuestro padre se tendrá que comunicar con vos por carta, ¿cierto?
Zelda comprendió instantáneamente por qué su padre le había nombrado nuevo capitán sin siquiera debatirlo con ningún consejero, ¿cuánto tiempo había pasado desde que salió del salón hasta ahora? No lo suficiente como para elaborar tan intrincado plan, por eso entendió que su astucia era lo que al rey le gustaba. Se solía decir que la gente de Onaona, dado que era una aldea muy pobre en el pasado, provocó que sus gentes desarrollasen un intelecto infinito, cosa que les hizo sobrevivir al hambre y la miseria durante generaciones.
Z: ¿C-cómo? ¿Me dejas escapar?
L: Recordad, alteza. La gente como nosotros nos tenemos que ayudar.
Z: Sir Dorrill, ¿tú eres...?
D: Soy un guardia real al servicio de la corona. -decía apretando su mandíbula, frunciendo el ceño y mirando en alto-.
Dorrill había tenido por lo general, una vida tormentosa. Hábil de mente, trabajador, diligente, afectuoso... y defectuoso, al menos para su familia, en especial para su hermano Togill, quien lo apalizaba y torturaba psicológicamente cada vez que hacía algo incorrecto bajo el pretexto de que tenía que hacer de su hermano, un hombre. Sus compañeros de la guardia lo habían visto sin camiseta más de una vez, incluso Lowrance, y la mayoría lo observaban con horror mientras Togill se enaltecía pavoneándose de que esas cicatrices eran fruto de su genuino amor fraternal. Lleno de cortes, quemaduras, raspados, puñaladas y mutilaciones, hacían de Dorrill una carnicería andante, viéndose su torso como una grotesca exhibición de lo deforme. Mirando a los ojos a Zelda, le dijo:
D: Como capitán de la guardia real, prometo dar mi vida si es necesario por vos, mirando siempre por vuestra felicidad que tan alejada de aquí se encuentra.
Z: Oh, Sir Dorrill...
El guardia juramentado se desabrochó la camisa que estaba bajo su chaqueta abierta y le mostró su pectoral derecho.
D: Nunca permitiré que os hagan esto.
L: Dorrill, tápate eso. Vas a horrorizar a la princesa.
Con todo el cuerpo sudado y alguna que otra agónica lágrima escurriéndose por el mentón de Dorrill, expuso sus pectorales completos a la princesa, quien con una inmensa pena apreció que habían personas con marcas peores que las de Urbosa. Siempre ajena a guerras, desdichas y torturas, cada día se corroboraba que siempre había sido una pequeña ave encerrada en una hermosa jaula de oro... y sentía como si estos espeluznantes choques de realidad le hiciesen más humana, más persona...
Z: Cielos Dorrill, que las diosas reprendan a quien te hiciera esta barbarie... -dijo agachándose y tocando suavemente ambos pectorales del guardia, viendo el horror del odio, hecho marcas de navajas mal afiladas-.
Su hermano Togill se había preocupado no solo de marcarlo y herirlo, sino de escribir sobre su piel algo horrible. Dorrill cuenta como en una negrísima noche lejos de la aldea, en la montaña, yació con el hombre que amaba. La pasión se adueñó de su cuerpo mientras la luna llena atestiguaba cuanto le gustaba dejarse hacer por aquel varón, que tan solo era un humilde pescador. Ambos disfrutaron de la soledad de esa inhóspita zona haciendo aquello tan prohibido mientras que la lengua del activo saboreaba su pecho... Y de allí emergió Togill el torturador, el sádico, el violento... y de una patada los separó cayendo el hombre por el acantilado, falleciendo al instante por haber caído de cabeza contra las rocas. Dorrill gritó horrorizado, arrastrándose a cuatro patas sobre el bordillo para ver una costa que se teñía de rojo mientras el cuerpo vagaba a la deriva ya sin vida. Togill agarró a su pobre hermano del pelo y lo estampó contra el suelo, y tras propinarle una brutal paliza que lo dejó moribundo, sacó su navaja y pellizcó su pezón derecho con sus dedos para rebanarlo completo haciendo un corte horrible que no detuvo hasta quedarse con él en la mano, perdiendo así el más joven el conocimiento. Y cuando despertó a la mañana siguiente sin nadie para socorrerlo, vió la representación del odio grabada para siempre en su pecho con cortes de navaja hechos aprovechando el desmayo, pues despierto jamás lo habría permitido.
Z: ¿Qué pone aquí?
No se apreciaban muy bien esas letras, pues Dorrill en un determinado momento tomó la fría decisión de autolacerarse con un buen cuchillo encima de ellas con tal de, al menos, emborronarlas, porque nunca tuvo el valor de laminarse o chamuscarse su pecho entero.
D: Maricón. Eso pone. -dijo ya poniéndose en pie y abrochando su camisa-.
Z: Santísimas diosas... -llevando sus manos a su rostro tratando de ocultar sus sollozos-.
D: Hoy es nuestro día, princesa. Hoy mi hermano será torturado, acontecimiento que deseo ver en primera línea. Y vos... marchad junto a vuestra amada, tenéis mi bendición.
L: Oh, princesa, os traigo algo. Tomad y racionáoslo.
Lowrance se sacó de dentro de su chaqueta a la mitad del panecillo relleno de carne que le había sobrado junto con un botellín de vidrio medio lleno de malta.
L: Sé que no es mucho, pero no quería levantar sospechas, y no habéis comido nada. Id con Morei, nosotros os cubriremos.
Zelda tomó muy agradecida el alimento y con gran emoción abrazó a Dorrill, prometiéndole que el favor le sería devuelto por duplicado o triplicado.
Z: ¡Maldición! ¡Se me olvida algo!
Entre unas cosas y otras, Zelda había olvidado escoger un anillo para Urbosa... pero ya era demasiado tarde, le buscaban.
L: ¿De qué se trata? -preguntó con urgencia-.
Z: Urbosa me regaló este anillo suyo y yo quería ir a mi habitación y escoger alguno mío para ella, pero temo que me he organizado mal el tiempo.
D: Hmmm.. princesa, voy a ir tranquilamente al salón a decirle a vuestro padre que no os encuentro y que sospecho que os habéis ido en busca de soledad a la Fuente del Valor. Le diré que Lowrance está preparando los caballos para ir y que no tiene de qué preocuparse. Lowrance, ve a buscar el anillo. Princesa, el muelle está con los caballos de los guardias con las sillas sin quitar, abrid las puertas de los establos de Rígel y Pólux para que se vayan despertando. En cuanto hagáis eso, metéos al carro de Morei y esperad a Lowrance adentro. Lowrance, en cuanto le des el anillo, haz como que estás preparando los caballos y dile a Morei que salga. Al instante llegaré yo y partiremos a la Fuente del Valor, y al poco de llegar, yo regresaré al castillo para informar de que la princesa se halla meditando y que no desea interrupciones. Lowrance, tú y yo nos alojaremos en la Posta de Farone todos esos días y volveremos diariamente al castillo y a Gerudo para que intercambien ella y el rey correspondencia. Si os ha hecho llamar es porque ya se arrepiente. Quedaos unos días en Gerudo y esperad varias convocatorias mientras planeáis mejor que decir. Con todo pensado, regresad y enfrentaos bien a esto.
Z: Va-vaya, Sir Dorrill, menudo intelecto.
L: Cada día me sorprendes con una nueva, Dorrill. En fin, princesa, decidme cómo es y dónde está el anillo que buscáis.
Z: Vale, a ver. En mi habitación hay una estantería marrón llena de libros. Arriba del todo hay un joyero blanco con forma hexagonal, no tiene pérdida, y dentro solo hay anillos. Verás uno que es único, de oro blanco y bastante grande con un cuarzo citrino ovalado en el centro. Nada más, no hay otro igual.
L: De acuerdo princesa. Vamos, Dorrill.
Rápidamente todos se dispersaron, y a Zelda le había dado tiempo más que de sobra para reponer el aire y salir de nuevo a la carrera hasta que finalmente dió con Morei.
M: ¡Princesa! Ya estáis aquí. No es momento de palabras, ya me contaréis qué tal todo por el camino, montaos y partamos.
Z: ¡Espera, Morei! Debo soltar a los caballos de Lowrance y Dorrill, ya te contaré.
Lowrance corrió y corrió hasta los aposentos sin ser visto, aunque ya se tenía la excusa preparada en caso de que alguien le descubriese hurgando en la habitación de la princesa, "el rey me ha ordenado buscarla". No le costó encontrar el joyero, pero la dificultad se presentó al abrirlo ya que era algo antiguo y temió dañarlo, no obstante con un poco de habilidad logró hacerse con él, localizar el anillo y cerrarlo para de nuevo depositarlo en su sitio. Por si acaso y antes de irse, desorganizó un poco el cuarto, movió la cama, dejó los armarios abiertos y se fue cerrando la puerta sin llave para que quien entrase después que él tuviese constancia de que se había estado buscando a la princesa. Y ya en este punto y con el anillo en el puño, voló hasta el muelle, donde halló a Morei cerrando el carro con Zelda dentro.
M: Bueno chiquitín, nos veremos en la próxima.
L: Por supuesto -le respondió con su característica sonrisa mientras un raudo Dorrill llegaba allí también-.
M: ¡Mira quién está aquí! ¡Pero si es mi pequeñín! -dijo alzando por más de medio metro su mirada a ese pequeñín de casi dos metros-.
D: Hola, querida, ¿qué hacéis todavía aquí? Deberíais de haber partido ya.
M: Sí, sí, ya nos vamos.
Por una finísima rendija de ventilación tapada por un trapo para evitar la entrada de insectos, Zelda sacó su mano para tocar el brazo de Sir Dorrill.
Z: Adiós Dorrill, quiero volver a verte.
D: -tomando su mano entre las suyas, le dice- Princesa, nos veremos muy pronto, ya veréis.
Y ya todos despedidos, Lowrance tomó la mano de la princesa también entre las suyas, dándole discretamente el anillo y prometiéndole que también se verían pronto. Zelda, muy alegre, sólo con el tacto ya supo que había acertado, y eso le reconfortó.
M: -espoleando a su anciano burro- Hasta pronto, mis chicos.
De esta forma comenzaba el viaje hasta Gerudo, sabiendo Zelda desde que subió, que sería una tortura. Obviando el detalle de que en ese carro no habían asientos ni nada confortable, el olor era lo que le mataba; pues a fin de cuentas era lógico, era una caja de madera gigante destinada al transporte de carnes, pero no se esperaba ese olor a muerte tan horrible. Ella siempre veía preciosos filetitos de carne hecha, lo más crudo que había visto eran los tartares de ciervo y el carpaccio de ternera todo minuciosamente marinado y presentado, pero jamás esa estampa que describiría como "abominable". Tripas, corazones e hígados colgando de cordeles atados a una barra de madera chorreando extraños líquidos en la oscuridad, costillares enteros con carnes que aún palpitaban "estos animales estarían vivos hace escasas horas" -pensaba mientras se taponaba su nariz-, un par de barreños con sangre todavía caliente y espesa, pollos colgando decapitados y despellejados boca abajo... y en el suelo, esa caja llena de un arsenal de hachas y cuchillos de diversas medidas y aplicaciones, "ahora entiendo a esa gente que le da pena ir de caza". Morei mientras tanto y para entretenerla, pues sabía que no era grato hacer un viaje de dos horas ahí adentro, le iba dando conversación y preguntándole sobre cómo le había ido con su padre y cuáles serían sus planes a futuro, pues ya metida de lleno en esta red, debería estar al tanto de todo para ofrecerse constante ayuda.
M: Siento mucho si no os puedo ofrecer parar, pero de noche es peligroso y tampoco quiero levantar sospechas. Igualmente ahí dentro llevo una caja metálica con un botiquín. Suelo llevar vendas y líquidos para las heridas, pero también llevo relajantes y somníferos para cuando se me dificulta dormir en las zonas calurosas. Tomaos uno si queréis, os despertaré cuando lleguemos a Gerudo, pero ingerid antes algo de alimento u os caerá mal.
Z: No sabes cuánto te lo agradezco, Morei.
Se puso el anillo en su dedo pulgar, pues no quería perderlo si se dormía; comió lo que Lowrance le dió y se tomó aquella bolita de hierbas relajantes con la malta. Se bebió y comió todo, le dió las buenas noches a Morei y se encogió en posición fetal en el suelo del carro quedando rápidamente sumida en un profundo sueño.
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Sus brazos, sus armas. Sus piernas, sus propulsores. Su torso, su escudo. Su piel, su armadura. La brocheta de setas robustas habían transformado el cuerpo de Urbosa en una flamante gala de poder gerudo, la que ya había desatado bastante furia enfrentándose y venciendo sin recibir ni un solo golpe a un moldora real que se hallaba al suroeste de la Ciudadela, dándole muerte con relativa velocidad pero con elevada agresividad. Sin nadie delante no tenía la necesidad de ejecutar una bella danza de guerra con sus armas, sino que aprovechó para liberarse al completo y saciar su asesino apetito, pues tenía una gran furia en su interior consigo misma. Los monstruos tenían demasiado poco intelecto, pero aún con esas, sabían que debían huir para salvar sus vidas; estaban tan atemorizados que ni los octorok osaron emerger de la arena, pues el único que lo hizo, terminó sus días ahí mismo con la cimitarra de la ira clavada en su cráneo. Pero Urbosa quería más, su sed de sangre estaba demasiado hambrienta... pero solo quería una sangre... la de los lizalfos eléctricos y moblins blancos... ni siquiera la de ese centaleón dorado que acababa de asesinar.
La noche vaticinaba ser larga, no sabía cuándo vería de nuevo a su pequeña ave y la desesperación se hacía cada vez mayor en vez de disminuir como prometía, pues por más que intentaba dar caza a alguna manada de lizalfos, solo encontraba aburridos asentamientos de bokoblins rojos, limpiando tanto el desierto que de seguir así, se transformaría en la región más segura de todo el reino. Los cadáveres comenzaban a amontonarse en grandes pilas, pues el efecto de la brocheta le evitaba el dolor y el agotamiento que la batalla causaba, incluso torturó hasta la muerte a un miembro del Clan Yiga que se hallaba espiando por la zona donde ella se encontraba... y aún así, seguía sin resultarle nada interesante, estaba obsesionada con los lizalfos y nada le detendría hasta dar con ellos. Afortunadamente aquel Yiga que mató, le informó que hacia el este de Gerudo entrando por el camino de la posta, había avistado un grupo de una veintena de lizalfos y moblins además de un supuesto hinox, pero creyó que este último sería una falacia, por lo que tras rebanarle la garganta, se dirigió a ese tan cercano lugar de la posta. Pasando cerca de allí, la dependienta Ireith la vió de lejos, pero no se atrevió a dirigirle la palabra por miedo... esa matriarca con mil sangres de monstruos bañando sus armas y brazos, ese particular brillo en su piel y el instinto asesino grabado en su mirada, le advirtieron que lo mejor era quedarse callada y comprender de nuevo y por enésima vez que los hábitos nocturnos de las gerudo militarizadas eran de lo más extraños.
Pasó de largo caminando a marcha hasta dar con el supuesto pero efectivamente real asentamiento de lizalfos eléctricos y moblins blancos todos bien armados con bumeranes dobles y triples, garrotes de dragón y mandobles reales. Se ocultó tras una antigua columna, sonrió y se relamió sus labios, a la leona se le erizaba la piel y se le dilataban las pupilas analizando aquel banquete de presas, "¿por cuál empiezo primero?" -pensaba señalando a los moblins, que se le antojaban con tal de ir acorralando a los lizalfos dejándolos para el final-. Aguardó su momento, esas asquerosas bestias babeantes estaban bailoteando alrededor de un fuego que tenían encendido para cocinar una extra grande carne de caza que a saber de donde habrían sacado, "aquí no es lugar de caza tan grande, seguro que la han robado de alguna tienda... pero se les va a acabar rápido la fiesta...". Y salió a la carga.
*********************
M: Princesa... princesa, despertad. Ya estamos en la Posta de Gerudo.
¿Ya habían pasado dos horas? En efecto, el somnífero había hecho su efecto.
Z: Hmm, hmm... hola Morei...
M: Buenas noches de nuevo, princesa. Rápido, salid del carro, no puedo quedarme aquí demasiado tiempo, he de ir a la región de Hebra sin demora o levantaré sospechas.
Zelda se frotó con fuerza los ojos para despertarse y dar un salto al suelo. Al fin aire fresco, la posta rezumaba ese olor tan maravilloso a especias de Gerudo, canela, azafrán, comino, jengibre, nuez moscada... necesitaba eso combinado con las vistas del desierto con urgencia, pues incluso en sueños sentía la peste de las carnes.
M: Aseguraos de que lleváis todo y marchemos cada una por nuestro lado.
Miró bien todo su equipaje tan limitado. Ropa, daga y anillo, no necesitaba nada más, además con su anterior equipaje olvidó la bolsa de rupias de su padre, pero lo cierto es que le venía sobrando.
M: Bien princesa, debo irme ya. Ese sendero os llevará directa a la Ciudadela. Seguidlo a paso ligero y no os desviéis por nada del mundo, a estas horas es peligrosísima la zona. Evitad cualquier confrontación y ante la mínima, corred, la vida os puede ir en ello.
Z: Sí, Morei. Mil millones de gracias, te debo todo ahora mismo.
M: No me debéis nada. Vos seguid manteniendo el silencio cuando nos volvamos a ver en el club y me daré más que recompensada. Y no olvidéis que si alguna vez veis a mi marido o a mi hijo debéis decirle lo bien que hablo de ellos por ahí y cuánto los amo; ¡no se os vaya a escapar que tengo una decena de amantes gerudo!
Z: Descuida Morei, todos tus secretos están a salvo conmigo. Estaré deseando volver a encontrarnos en Gerudo de nuevo.
Se dieron un duradero abrazo y se separaron al rato, casi huyendo la carnicera al carro dirección a la colina de Hebra. Zelda por su parte se sintió de nuevo recargada de energías, pues en breve volvería a ver a su amada, contarle todo y entregarle el anillo... era casi como un sueño. Pasó por la posta, quería asegurarse de que Urbosa ya habría llegado.
Z: Ho-hola... vengo a preguntar si por casualidad tienes a Procyon aquí.
I: Lo lamento señorita, no le puedo enseñar al caballo de su matriarca sin su consentimiento, sea usted quien sea. -dijo Ireith, quien jamás había visto a la princesa en persona y sin querer, la trató como a una cualquiera-.
Z: Lo sé, por muy princesa de Hyrule que sea, nadie tiene derecho a tocarlo. Igualmente solo quería saber si Urbosa había pasado ya por aquí.
I: -sintiéndose tremendamente avergonzada- Oh, por las diosas... ¿sois la princesa en persona? Ay madre mía, perdonadme, no sabía que...
Z: No te preocupes, no es algo que me importe demasiado. Hoy mismo he vivido una experiencia con alguien que, aún tratándome de vos, me ha humillado.
I: Por los cielos... que la justicia lo reprenda...
Z: Así será, ya está condenado. Nadie merece ser insultado por nadie, pero en fin, no deseo entretenerte con mis historias. ¿Serías tan amable de decirme si has visto a tu matriarca por aquí?
I: Por supuesto, princesa. La matriarca depositó a Procyon hace más de dos horas, cenó rápidamente aquí y por lo que intuyo, se fue a entrenar al desierto. Precisamente hace escasos treinta minutos pasó por aquí y se dirigió hacia allí, al este. Con total seguridad seguirá por ahí.
Se oyó un fortísimo relámpago, demasiado característico...
Z: ¡Es ella! Reconozco esos rayos. Muchas gracias por la información, señorita...
I: Ireith, alteza. Me llamo Ireith.
Z: Lo tendré siempre en cuenta. Hasta la próxima.
Zelda desoyó el consejo de Morei de no adentrarse en el desierto y acudió en busca de Urbosa. Hubiese sido más seguro acudir a la Ciudadela y darle una sorpresa esperándola allí, pero sus impulsos siempre eran mayores que su razón, y no sopesó que seguramente ese desmedido deseo le podría acarrear peligrosas consecuencias... ni lo pensó.
Caminó por la inhóspita zona por menos de diez minutos, tiempo más que suficiente para avistar una montaña de cadáveres de monstruos rodeando un círculo con rayos enmarañados, arena que se movía como ventisca y un velocísimo cuerpo moviéndose en el interior de todo aquello... sin dudas, ahí estaba Urbosa. Pretendía que el encuentro fuese diferente, pero verla era lo único que necesitaba y no iba a interrumpir sus entrenamientos solo por un capricho suyo, así que se sentó en una roca cercana pero prudente de distancia y tan solo se dedicó a admirar su tremenda figura dando muerte a los engendros del mal. Era imposible ver defectos en ella, cada movimiento acompasado, cada corte, cada estocada y defensa... todo era perfecto. Ninguna electricidad le causaba daño, parece ser que con el tiempo ganó resistencia y aprendió a dominarla, "ya le preguntaré sobre ello, es la mar de curiosa su resistencia, parece que ni la siente" -pensaba, imaginando en cómo se daría ese momento-. Nada parecía sorprenderle, daba la sensación de que se sabía de memoria o que de alguna forma predecía los movimientos de ese par de lizalfos que aún permanecían con vida, pues los esquivaba con una maestría que asombraría a cualquier maestro del arte de la guerra…
Nada distraía a la matriarca, nada le causaba asombro, Zelda comenzaba a entender por qué había sido investida campeona, todo parecía pan comido si lo hacía ella, "hace fácil lo difícil" -pensaba recordando todas las experiencias vividas a su lado-. Urbosa dió el golpe de gracia al penúltimo de los lizalfos quedando finalmente uno contra uno. El monstruo, aún siendo un cabeza hueca, temblaba... la matriarca rodeaba a su presa a paso lento mientras que ese monstruito desarmado trataba de golpearle con su extremidad caudal sin éxito, cosa que provocaba gritos en él y risas en ella. Urbosa envainó su cimitarra ante la interrogativa mirada del lizalfo, según ella, ahora venía lo bueno. Se acercó a él y lo agarró del cuello, elevándolo en el aire y apretando con fuerza esa zona; y cuando parecía que la alimaña no iba a soportar más, le soltó y lo dejó caer en el suelo, permitiendo que recuperase el aliento. Su honor le impedía combatir contra alguien desarmado, pero no contemplaba nada con respecto a la tortura... así que por esa vía siguió, desfogando en él todo lo que sus antepasados le hicieron. Apalizó su cuerpo escamoso con sus propias manos, dislocó uno a uno todos sus dedos, fracturó sus costillas... cada grito que emitía ese lizalfo era música para sus oídos y una promesa de que la deuda quedaba saldada. El bicho yacía moribundo en la arena, que se le metía en sus ojos y heridas.
U: Tendrás la más agónica de las muertes.
Urbosa echó de menos su daga en estos momentos, pero tan solo era un detalle sin importancia. De una patada y tras un vulgar insulto, puso boca arriba a ese monstruoso reptil que con seguridad, le quedarían minutos de vida.
U: Vas a sentir lo que tus malditos ancestros grabaron en mi piel.
La matriarca aplastó la tráquea del lizalfo con su tacón, quería dejar de oír gritos para pasar a escuchar auténtica agonía, y con la punta de su cimitarra comenzó a hacer cortes verticales, horizontales y diagonales sobre esa abultada tripa amarillenta. La bestia se retorcía a cada corte produciendo sonidos indescriptibles mientras que Zelda se tapaba y destapaba los ojos de vez en cuando, se le hacía demasiado violento todo aquello; una chica gerudo de su edad estaría sobradamente preparada y acostumbrada a eso, pero no ella, al menos no ahora. Urbosa, por más y más cortes que hacía no parecía encontrar satisfacción, así que se giró hacia el sur dándole la espalda para mentalizarse en cómo lo decapitaría antes de marcharse a su casa para zanjar al fin ese duelo físico y mental. Su cuerpo era puro arte para aquel que supiera apreciarlo; unas armas ensangrentadas, rozaduras esparcidas por su tez, mirada cansada pero brava, un arañazo en su muslo izquierdo causado por un bumerán triple... y gran parte de su figura completamente llena de sangre de varios monstruos... y su voz, como una balada a la guerra, siempre sonando suave y profunda...
Zelda, a lo lejos todavía sentada en la roca, viendo como su fuerte flor se giraba, alzó sonriente un poco la mano y lo continuó alzándose y aplaudiendo.
Z: ¡Bravo por mi campeona!.
Urbosa la miró con asombro, parece que la ofrenda de sangre fue tomada por las diosas, quienes materializaron su deseo de verla cuanto antes. Se fueron ambas acercando, acortando sus distancias a cada paso que daban.
U: Mi amada, dulce y pequeña ave; ven a mis brazos.
Zelda dejó de caminar para empezar a correr. Colisionaron, la matriarca la tomó y la alzó casi hasta los cielos como si a ella le dedicase la victoria. La princesa rió como una chiquilla, y su amada le siguió, sintiéndose afortunadas por compartir todo aquello aún habiendo terminado ese alzamiento que en un beso metamorfoseó antes de ser devuelta a tierra.
Z: ¡He visto todo! Eres espectacular.
U: Mi princesa debería saber que esto es peligroso. Si ibas a regresar, deberías haberme esperado en la posta o en Gerudo. Podría haberte pasado...
El horror se cernía de nuevo en la vida de Zelda... Un ahogado grito y unos ojos que se pusieron completamente en blanco, precedieron a la imagen de una Urbosa cayendo a plomo sobre la arena, expresando su cuerpo una convulsión antes de quedarse inmóvil y sin aparente respiración.
Z: ¡No, no, no, no! ¡Urbosa! ¡Despierta, maldita sea! -gritaba y lloraba mientras le daba fuertes golpes en la espalda tratando de reanimarla-.
Ese lizalfo... esa maldita alimaña rastrera aún le quedaba un último aliento que aprovechó para lanzarle por la espalda un fulminante rayo que la dejó en el sitio, levantándose el bicho chorreante de bilis y sangre hacia la princesa.
Z: ¡Urbosa, por favor, despierta! ¡Por las diosas, no sé pelear!
El monstruo desde cerca se veía demasiado atemorizante y horrible, jamás sería capaz de enfrentarlo... Y se acercaba... poco a poco... más y más...
Z: ¡N-no te acerques a Urbosa!
Y no entendía su idioma, el lizalfo quería venganza, y se ensañaría con el cuerpo de Urbosa mientras una acobardada Zelda retrocedía más y más metros.
Z: ¡De-detente bestia!
Y ya con la princesa alejada y con la espalda de la matriarca a escasos centímetros, el monstruo hundió en ella su dislocada zarpa propinándole una arañazo que recorrió su dorso desde su cuello hasta su cóccix, haciendo que aún inconsciente, Urbosa diese un grito que pareció rasgar el cielo, siendo Zelda testigo de ese horrible derramamiento de sangre de su amada.
*Flashback*
"¿Ves allí? Hace unos veinte años casi muero dando la vida por una amiga que, al igual que tú, huía a Gerudo para evadir su mente de las obligaciones del reino."
"No debí dar la espalda a esos monstruos cuando tu madre se negó a dejarme sola"
"Cuando levanté la cabeza solo pude ver a tu madre huyendo mientras sollozaba y gritaba con desgarro mi nombre."
"Sentía las garras de los lizalfos eléctricos arañar mi espalda desgarrando y cauterizando mi piel al tiempo."
"Ha perdido demasiada sangre, solo un milagro de las diosas podría salvarla."
"No salí de esa, tan solo no morí"
*Fin del flashback*
Z: ¡No, no, no! ¡No pienso permitir esto! ¡Monstruo, vas a morir!
Zelda sintió horribles sensaciones en su cuerpo, se negaba a repetir el mismo patrón que su madre. Antes se pondría ella misma en riesgo que plantearse un abandono o huida. Apretó su mano izquierda, que era donde llevaba los anillos, y se abalanzó sobre el lizalfo desenvainando en el camino la daga de Urbosa sin tener idea de cómo se manejaba ni lo que debía hacer... Envolvió con todas sus fuerzas su cuello con tal de ahorcarlo, pero era inviable debido a su baja condición física; así que usando la daga como puñal, traspasó el cuello de ese bicho que comenzó a sangrar a chorros, pues por lo visto logró acertarle en una arteria.
Z: ¡Maldito seas, deja de revolverte!
Sí, se revolvía sin parar, tanto así que en un último intento de resistirse, trató de cornearla con ese hueso craneal electrificado que mataría a cualquiera por su voltaje... y ahí Zelda descubrió el porqué su madre siempre apreciaba tanto ese anillo, pues por instinto agarró el cuerno con su mano y no resultó herida. El cuarzo citrino se rodeó de rayos anaranjados y emergió de él una bioluminiscencia que por instinto supo usar agarrando con esa precisa mano la daga de Urbosa, tomando esta como prestado el poder albergado en el anillo, tornándose eléctrica al instante.
Z: ¡Morirás!
Y de una sola puñalada en el cráneo, provocó un rayo tan potente como los de la matriarca fulminando al instante al reptil maligno. Urbosa despertó, pero Zelda no se percató, de hecho ni siquiera supo que había vencido al lizalfo y lo seguía apuñalando aún estando chamuscado por el rayo y no oponiendo resistencia a sus cuchilladas.
Z: ¡Muérete, muérete! -gritaba una princesa que por puro trauma había viciado el gesto, yendo ya por unas veinte estocadas-.
Urbosa alzó la vista y un poco su torso, viendo la arena teñida de su sangre y a Zelda gritando casi en estado de posesión al cuerpo ya más que muerto de la alimaña mientras que no cesaba en sus cortes, que por su manera de hacerlos, se veían ya cansados y desacertados. La matriarca supo al instante lo que pasó y se autocastigó por, de nuevo, haber cometido el error de dar la espalda a un enemigo, mas por fortuna, aunque grande y visualmente horrible, no era grave ese arañazo. Aún con mucho dolor logró ponerse en pie y acudir adonde Zelda, agarrarla por debajo de sus axilas y apartarla de aquella acción viciada. Su ropa estaba completamente llena de sangre al igual que su piel, las mangas de redecilla rasgadas, el top destrozado, un zueco en paradero desconocido y el pantalón parcialmente quemado; aquel traje que tanto cariño le tenía había pasado a mejor vida. Y aún habiendo sido separada, la princesa se seguía revolviendo sin sentido.
U: ¡Zelda!
Oír pronunciar su nombre siempre la sorprendía, así que esa fue la clave para devolverla en sí.
Z: ¡¡Urbosa!!
La agarró con todas sus fuerzas, cosa que provocó un quejido en la matriarca.
Z: ¿Có-cómo? ¿De qué manera yo...? El anillo y rayos…
Zelda decía aún en shock cosas sin demasiado sentido, y no era el momento más adecuado; debían ambas acudir a la enfermería de la Ciudadela cuanto antes.
U: Ese anillo...
Esto se quedaba para después, quedaba pendiente hablar sobre ello, pero no ahora, las heridas dolían demasiado y necesitaban tener una charla para sanar todo esto. La princesa lloraba y lloraba, no estaba preparada para esto, ni para la guerra, ni para asimilar haber visto las heridas de Urbosa... sin duda, tenían mucho de qué conversar.
Z: N-no... no puedo creer que... yo... la daga...
U: He ascendido a sargentos a muchas mujeres con menos méritos que el tuyo... has sido muy valiente.
Se tomaron de las manos como únicas zonas sin herir, corroborándose de esta manera que efectivamente siempre estarían la una para la otra y que se protegerían mutuamente sin importar las consecuencias... hasta la muerte si hiciera falta.
NOTAS DE LA AUTORA
¡Al fin he logrado plasmar la idea que tenía desde el capítulo 2! Ingenua, yo tenía fe en que todo lo que ha ocurrido desde el capítulo 2 hasta ahora, iba a caberme ahí. Aunque se ha alargado un poco más de la cuenta, me resulta satisfactorio cuando recibo ese tipo de críticas que alaban mi elevado nivel de detalle, cosa que aprecio muchísimo porque me encanta enriquecer a los personajes. Éste capítulo ha estado cargado de nuevos personajes, y no se detendrá aquí, pues con total seguridad, tomarán más relevancia en el futuro. Con la confesión de Zelda, a partir del siguiente capítulo se pondrá la cosa muy interesante, y podremos ver cómo ella enfrenta la situación desde Gerudo mientras descubre los misterios del anillo de su madre y la parcial invulnerabilidad de Urbosa a los rayos. El drama y las narraciones bélicas son algo que, junto con lo romántico y erótico, siempre me ha fascinado, por lo que seguramente iré añadiendo estas notas conforme se siga desarrollando la historia… Me he sentido muy cómoda con la escena final de Urbosa, probablemente no será la única que cuente. Como curiosidad, deciros que cuando Lowrance encuentra el joyero de Zelda, tuve en mente tres opciones: la primera fue que hubiesen dos anillos casi idénticos y que ante la duda, le llevase ambos. La segunda era que el joyero estuviese cerrado con llave y por no perder más tiempo, se lo llevase todo entero, eligiendo en presencia de Urbosa el anillo que le daría y al final acabar viendo el anillo mágico que finalmente he representado en la que ha sido mi tercera alternativa. ¿Te ha gustado cómo ha quedado? ¿O hubieses preferido cualquiera de las otras dos alternativas? ¡Estaré encantada de saberlo! Nos vemos en el próximo capítulo.
Nota: sí, en el próximo se empotran.
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