Capítulo 5. URBOSA X ZELDA
Autora: Bárbara Usó.
Tiempo estimado de lectura: 1h 20min.
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U: No cierres tus ojos, princesa. Mírame. Quiero que me mires cuando te corras. Eso es. Buena chica.
Z: Mmhh... Hmmph... Hngh...
En ese anaranjado amanecer, Urbosa todavía con su lencería de dormir, había tomado la iniciativa en ese "aquí te pillo, aquí te mato" matutino que con lamidas de pezones había dado comienzo. Zelda estaba tendida sobre la cama leyendo un libro de tecnología ancestral cuando los labios de su aparentemente dormida matriarca iniciaban tan placentero movimiento en su seno derecho, siendo apremiante para la princesa soltar el tomo y dejarlo caer en el suelo. No sabía muy bien cómo, pero Urbosa se las había apañado para levantar su camiseta sin que ésta se diese cuenta, pues entre la interesante lectura y sus gafas de ver de cerca, se le imposibilitaba ver más allá de un palmo de su cara. Siempre que la princesa leía debía colocarse sus lentes de aumento, pues desde muy pequeña había estado forzando su vista, quedando así hipermétrope.
Los dedos índice y corazón bombeaban con fuerza en el interior de Zelda mientras que Urbosa centraba más atención en los movimientos circulares de su dedo pulgar, ella sabía que debía de poner más esfuerzo en el clítoris de su amada antes que en esa chopada entrada.
Z: U-Urb... mmh... bosa...
U: Shh... mírame...
Las gafas de la princesa se deslizaban por su respingona naricilla quedando sobre la punta de ésta mientras que sentía como los ojos de su amada la penetraban más que sus asalvajados dedos, sus tímidos y azulados ojos le correspondían pero no con ese característico arte seductor que Urbosa tenía dominado tras años de experiencia. Zelda apretaba sus labios como si desease que nadie la escuchase.
U: Te voy a hacer cantar...
No intensificó su ritmo ni su velocidad, pero sí apretó sus dedos más al fondo como si en ellos habitasen el poder de partir su alma.
Tenía todo su cuerpo marcado con los labios de su matriarca, no había zona sin recorrer con ellos o con su lengua, esa lengua que de nuevo amaba sus pechos en busca de disfrutar una vez más de la melodía de su pequeña ave, quien estando tumbada a boca arriba proyectaba hacia el cielo sus caderas, sintiendo que de esta forma podían los dedos de Urbosa llegar a golpear el fondo de esa vagina que ya comenzaba a estrangular las falanges de la gerudo, provocando estremecimiento en la más mayor, que se ponía bruta notando todo aquello en su mano.
Llevando ya un buen rato así y con una princesa que retorcía los dedos de sus pies al son de esas brutales estocadas, las contracciones no se hicieron esperar mucho más, desencadenando éstas sin haber tenido demasiados alicientes previos siendo más que suficiente tener a Urbosa de esa forma vestida y en actitud tan suculenta...
Poco a poco sacaba sus dedos chorreando tan delicioso líquido que no osó desperdiciar en un paño o en agua corriente, sino que quiso conservarlo dentro de su ser. Aún temblando de placer, Zelda atendió lo que su matriarca hacía con su abundante néctar.
Z: ¿Q-qué ha-haces...?
U: ¿Es que no lo ves?
Urbosa en ocasiones resultaba ser tan chula y descarada que causaba en la princesa un extraño deseo de someterla hasta arrebatarle de su mirada ese gesto, como si quisiese a veces desatar un deseo salvaje de dominación sobre ella, pero, ¿qué hacía la campeona gerudo para conservar su esencia? Guardarla en el mejor y más apropiado recipiente destinado exclusivamente para alojar este tipo de materias... su propio interior...
Z: Oh, diosas...
Urbosa era una hembra extravagante que no dejaba de dar sorpresas. Ella ya estaba sobradamente empapada, no requería en absoluto del flujo ajeno como para humectarse; ese gesto tan gratuito a fin de cuentas formaba parte de su esencia.
U: ¿Otro?
La duda ofendía, ¡por supuesto que quería más! y más después de haber presenciado como su fuerte flor se quitaba su prenda inferior para autopenetrarse con esos dedos impregnados de esencia real; pero primero se quitaría la ropa que le quedaba puesta, no le iban las medias tintas. Retomó un poco el aliento mientras dejaba sus gafas en la mesita y vió como mientras tanto, Urbosa desabrochaba el cierre de la única prenda que aún conservaba, su sujetador... esto no había hecho más que comenzar.
Z: Házmelo sólo como tú sabes.
La matriarca se tomó eso casi como un reto, mas en esta ocasión quiso sorprenderla con algo nuevo antes de proceder con su clásico rol activo. Le aleccionó con lo siguiente mientras se recostaba en su amplio lecho, abriendo sus piernas y mostrando su derramado misterio:
U: Antes de que se te continúe cayendo la baba, te enseñaré hoy algo nuevo que me instruyó una mujer cuando yo era muy joven.
Zelda puso mucha atención a sus palabras y acciones. Preguntó demasiadas cosas que no venían al caso como por ejemplo que quién era esa mujer, que a qué edad lo aprendió y qué base tenía la doctrina que iba a recibir, pero Urbosa siguió con su explicación haciéndole la promesa de que algún día le hablaría de ello.
U: Céntrate pajarillo, pon mucha atención a lo que te voy a mostrar.
La matriarca indicó a la princesa que debía sentarse erguida y atenta entre sus piernas y mirar fíjamente a la zona más baja de sus labios mayores. Ella obedeció, pensando que en pocos segundos podría lanzarse de una vez a saborear todo aquello que sus ojos analizaban.
U: La gran mayoría de personas nos limitamos solamente a acudir al punto fácil, pero mayormente eso suele ser un error cuando ya estás en pareja con alguien. En dicho punto, lo mejor es explorar y ahondar más en estos pequeños detalles -le indicaba señalando y recorriendo con sus dedos todo el exterior de su también guerrera y musculada puerta-. Esto no se basa solo en comer y meter, también es preciso experimentar todo el amplio abanico de sensaciones que tu cuerpo te puede ofrecer, y nunca es mal momento para probarlo.
La princesa trataba de seguirle el ritmo a Urbosa, pero definitivamente, se había perdido.
U: Te lo pondré más fácil. Puedes comer todo lo que no esté cubierto por mi mano.
La gerudo abrió todo aquello con sus manos y cubrió con su diestra la parte central, ocultando bajo ella su clítoris, sus labios menores y su vagina.
Z: Pe-pero Urbosa, así yo no puedo...
Tomó con su zurda la cabeza de su pajarillo sin aclarar respuesta y la acercó suavemente a su ser.
U: Puedes hacerlo.
Zelda, muy extrañada, se preguntó cómo algo así podría satisfacerla, no obstante y por tener menos experiencia, se dejó guiar por esa mano y lamió sus labios externos sin comprender las razones. Urbosa se tumbó recta en su cama inspirando y expirando con fuerza mientras suaves y casi inaudibles jadeos eran expresados por su garganta, sin lugar a dudas, su pequeña ave cada vez hacía mejor todo aquello. Mientras tanto, la menor se cuestionaba todavía el hecho de qué mujer le habría enseñado esto si según ella, era una práctica de parejas más estables... le pasaba todo aquello por sus pensamientos mientras irrumpió algo más apremiante, "diosas, no me deja de palpitar..." -se percataba-. No supo cómo una acción tan liviana le podría estar produciendo aquello, pues con la mano de la mayor tapando lo más interesante, no podía más que ir consumiendo algunas gotas de lo que caía eventualmente. Con su nariz trataba de apartar la mano poco a poco para ir ganando terreno, pero en cuanto Urbosa advertía de ello, retornaba a esa rígida postura de guardia mientras tomaba en consideración los gruñidos de Zelda.
U: Trata de no desesperarse demasiado.
La princesa, con el ceño fruncido, miró desde allí abajo a esa mujer que tantas órdenes le daba, sintiendo la matriarca la exasperación en su gesto... y quiso jugar más con ella... Quería despertar la bestia que hacía escasos tres días había visto en el club... así que momentáneamente se destapó, dejó que Zelda le lamiese un poco su clítoris de piedra y se volvió a cubrir, provocando su enfado.
Z: ¡Ya basta, no seas así!
Urbosa rió entre dientes, aún debía alimentar un poco más a la bestia para darle razones para atacar. La más inexperta continuó con su tarea de lamer esas alejadas zonas de su destino, sirviéndole ya como único alimento los gemidos que a cuentagotas le iban siendo regalados. La gerudo pues, dió su estoque final comenzando ella misma a acariciar todo y cuanto se alcanzase mostrando en primera persona cuantas ganas tenía de ser copulada y de terminar cuantas veces se terciasen, impidiendo a Zelda que le lamiese más allá de lo anteriormente acordado.
La princesa sentía que su clítoris iba a estallar de no satisfacer al menos su hambre mental... ver a su prometida gimiendo cada vez más alto y batiendo con más y más fuerza sus dedos tanto en su exterior como en su interior le estaba poniendo en una tesitura en la cual solo podía ser espectadora de lo que iba a ocurrir.
U: Voy a correrme...
Zelda no podía permitir ya más aquello. Apartó con brusquedad la mano de Urbosa y tomó furiosa los muslos de esa seductora gerudo por debajo para alzarlos obligándole a flexionar sus rodillas, que acabaron apretadas contra su pecho, resultando así en una postura minimizada tan enorme mujer que permanecería ahora a merced de una pequeña pero embravecida jovencita.
Z: La que se va a correr voy a ser yo.
La princesa inmovilizó a la matriarca dejando justo entrever entre sus muslos su suculenta delicia, empotrando sus caderas contra aquello que tan a elevada temperatura se conservaba, sintiendo como su clítoris se adentraba unos milímetros en esa carnosa ambrosía de notas azucaradas. Ahora Urbosa es la que se sentía presa de Zelda, su inexperiencia le hacía comportarse de forma errática a la hora de querer dominar, pero esas toscas y desacompasadas embestidas eran esa esencia natural y espontánea que tanto apreciaba y gozaba la que sí tenía experiencia sobrada como para juzgar que aquello estaba siendo sólo movido por impulsos e instintos primarios.
Urbosa, ya fuese por cuestiones de tamaño, por su raza o por puro estereotipo, siempre se había visto incentivada a ser la activa, pero además eso iba ligado a su inseguridad a la hora de dejarse hacer; definitivamente, eso de sentirse tranquila con cualquiera no iba con ella. Si hace memoria, puede aún recordar los rostros de las únicas dos mujeres con las que se sintió relajada, aún así, sólo se dejó hacer por una de ellas, pero es algo que todavía tardará en contarnos. El tamaño, la procedencia y la edad no era algo que la matriarca usase como baremo para realizar estadísticas sobre quién podía o no podía dominarla, simple y sencillamente debía sentir una conexión concreta para ello, esa que sentía con su pequeña ave desde hacía tanto tiempo.
U: Un poco de cuidado, por favor.
No era algo habitual una petición así por parte de Urbosa, pero era algo más que justificado. Apenas hace un par de días o tres que ambas se enfrentaron a aquel lizalfo que tantos problemas les dió, y las dos llevaban ungüentos y cataplasmas bajo sus vendas para que sanasen cuanto antes. Ninguna precisó de cuidados especiales, pues la joven tenía sólo arañazos en sus muñecas, y la mayor, pese a lo horrible de su herida, resultó ser algo de muy poca gravedad que sólo requería de curas una vez al día por las mañanas. Las mujeres hicieron desde entonces vida normal, reposaron un día en palacio, o quizás día y medio, y posteriormente fueron advertidas de que no hiciesen movimientos demasiado bruscos durante una semana, momento en el que a la princesa se le retirarían los vendajes y a la matriarca se le haría una valoración de los puntos de aproximación que le pusieron; su arañazo fue muy escandaloso y doloroso porque estuvo hecho encima de otras muchas cicatrices, pero las enfermeras de Gerudo fueron muy concisas aclarando que carecían de gravedad.
Z: S-sí perdona. Me he emocionado.
U: No te preocupes, probemos de otra manera.
Urbosa tomó la iniciativa en una posición que era la clara representación de la equitativa versatilidad que tanto gustaba de practicar; se sentía cómoda siendo la activa, pero sin dudas, de lo que más disfrutaba era de las prácticas igualitarias, pero aún con esas, siempre evitaba exponerse demasiado porque la fragilidad era una emoción que le causaba conflicto. Poquísimas veces la había ejecutado, y desde la última vez hacía demasiado, pero recordaba bien el fundamento de la misma porque siempre rezaba para que se diese la oportunidad de sentirse lo suficientemente desinhibida como para llevarla a cabo... y esta era esa casualidad que andaba buscando, pues estando con esos vendajes debería de ser cautelosa con sus prácticas para no extender en exceso el tiempo de curación, procediendo así a la acción.
U: Túmbate boca arriba estirada.
Sabiendo que en esta ocasión no debían forzarse demasiado ninguna de las dos, Zelda rebajó un poco sus revoluciones para centrarse en suavizar todo aquello y acatar las indicaciones de esa matriarca, quien aún entera y sin aparente aflicción, se veía obligada a limitarse para evitar cualquier desafortunado desenlace.
Se tendió sobre el centro de la cama mientras Urbosa tomaba posición para montarse de piernas abiertas sobre ella, generando total y absoluto contacto al instante. Con la gerudo sobre sí, contempló tan esculpido cuerpo asentarse encima suya, daba igual que pesase casi el doble que ella, al contrario, eso favorecía la fusión. La matriarca se recolocó moviendo sus caderas de lado a lado; eso no formaba parte de la postura, pero de por sí ya daba suficiente placer como para que a Zelda se le escapasen dos o tres roncos gemidos.
U: Ahora sabrás por qué las gerudo somos tan famosas y reconocidas jinetes en el reino.
Zelda sabía lo que estaba por venir y tragó saliva, "me va a destrozar". Habían practicado esto antes, pero jamás con Urbosa arriba, quien gozaba de tanta maestría montando tanto caballos como morsas, pasando por búfalos y hasta osos... sabía de sobra por experiencias previas con ella que esas anchas caderas no lo eran así solo por casualidad, sino que aparte de ser una característica gerudo, también habían sido equipadas por años de entrenamiento en el cuartel y en la cama... y todo ese saber hacer acumulado en su registro por las décadas, iba a desatarse precisamente ahora encima de ese cuerpecillo que era la encarnación del mírame y no me toques... o al menos de eso se tiene creencia.
Z: ¿N-no te harás daño así? -preguntó atemorizada-.
U: Te va a doler más a tí que a mí.
Con una expresión similar al miedo impresa en la vista de la princesa, no tuvo momento de preguntar que a qué se refería con eso del dolor, pues la matriarca se abrió todavía más de piernas y reposó todo su peso encima de esa pequeña y lastimera ave que creyó que eso era demasiado para ella hasta que atisbó al bajar la vista, como su clítoris se hundía y desaparecía entre esos inferiores labios que, hambrientos, se lo tragaban a la par que esa sedienta sáfica, gritaba. Zelda trató de contener un poco el aliento, pues sintió que se desmayaría notando todo aquello que Urbosa manejaba con tanta maestría. Miró abajo, "ha desaparecido" -pensó-...
U: ¿Demasiado para tí?
La campeona gerudo no solo era campeona en el campo de batalla, de eso quedaba constancia viendo y sintiendo todo aquello. Nada más que se colocó debidamente casi desafiando a su pequeña ave, abrió sus piernas tanto como pudo e inició un bravo galope con sus caderas, dejando rápidamente sin habla a esa valiente jovencita que no le faltaba osadía a la hora de plantear encamarse con la mismísima matriarca gerudo. Zelda abrió con determinación los ojos y la miró, ahora era ella quien le clavaba sus dos puñales de zafiro en su ser.
Z: Nunca es suficiente, Lady Urbosa.
Con ese tono la desafió, pero más aún con sus gestos, tomando con fuerza sus caderas y apretándolas tanto como sus manos le permitiesen, que con seguridad, las marcó. Comenzó además ella también un movimiento pélvico ascendente y descendente, que sumado al delantero y trasero de su fuerte flor, coordinaron una bravía danza.
U: Prepárate entonces.
Urbosa se dejó de formalidades y se preparó para hacer correrse a su alteza varias veces si fuese menester, dejándose vencer un poco hacia adelante y poniendo sus manos completamente extendidas sobre la reducida zona pectoral de Zelda, abarcando con ellas desde sus pechos hasta sus clavículas casi obstruyendo su respiración.
Z: ¿Pretendéis ahogarme, matriarca? -dijo en tono burlón-.
Con media sonrisa en su rostro viendo a su princesa retomando el juego de poderes que dejaron aparcado en el club, mientras continuaba con las cabalgadas, sube su mano derecha y ahorca su riego.
U: A ver cuanto aguantas, jovencita.
Zelda también rió, pero algo más fuerte. La mano de Urbosa era lo suficientemente poderosa como para partir su cuello si quisiese, pero se dedicó exclusivamente a hacer lo necesario, apretar su yugular para aturdirla. El clímax se aproximaba para esa princesa que comenzaba a marearse, esa mano sabía demasiado bien donde presionar para dejarla fuera de juego en un santiamén; además la emoción y actividad física aumentaban esas pulsaciones que se disminuían por la falta de riego y aire, cóctel perfecto para un desmayo.
Z: No soy una jovencita, soy tu soberana.
Una asombrada Urbosa detuvo la presión casi a modo de respeto y se reclinó en dirección contraria para apoyar sus manos en los muslos de Zelda sin dejar de cabalgar; esta vez, le había ganado. La princesa soltó sus caderas y tomó los pechos de la matriarca para amasarlos justo en el momento en el que su clítoris se contrajo y expandió numerosas veces, concediendo de nuevo el deseo de Urbosa de ser mirada mientras se corría, pero en esta ocasión, con una fiereza sin igual impresa en ella que hasta se podría decir que la intimidó. Ah, y Urbosa se lo tenía muy bien callado, pero en esa postura y con tantos alicientes, seguramente también se corrió al menos dos veces, pero se hizo la dura con tal de no mostrar brecha en su estudiada actitud de amazona sexual.
Z: ¿Y usted por qué no me miró a los ojos mientras se corría, Lady Urbosa?
La matriarca, con una pequeña y ladeada sonrisa, miró a esa envalentonada princesa y le tomó una mano para direccionarla a ese clítoris suyo que pese haber recibido numerosos momentos de clímax, aún se mantenía erecto y con ansias de más.
U: Porque pensé que sería imposible extrañarte si dejaba de mirarte por unos instantes, pero me equivocaba.
Urbosa, ahora sí sin apartarle de su vista, se echó sobre Zelda para besarla de nuevo en este ya establecido amanecer como si con este gesto quisiese recuperar esos segundos que perdió por no contemplarla. La princesa, que aún tenía su mano por allí abajo, comenzó un pausado y contundente movimiento circular, sabía de sobra que su matriarca quería más.
Z: ¿Otro?
U: -exhalando un jadeo muy sonoro- S-sí...
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*Toc, toc*
Zelda y Urbosa ya iban por su cuarta ronda cuando la puerta sonó, pues durante el día de convalecencia, habían acumulado demasiadas ganas. La princesa estaba sentada en la cara de la matriarca en estos instantes en los que eran succionadas todas las gotas que iba expulsando de su ser, siendo la matriarca gustosamente alimentada. La gerudo subió un poco su empapadísimo mentón, sacando durante dos segundos aquella delicia de su boca.
U: Adelante.
Z: ¡Pe-pero Urbosa! ¡Que estamos...! -dijo tratando de bajarse de ahí sin éxito, siendo tomada de la cintura por su fuerte flor que siguió con su faena-.
Y allí tras la puerta apareció Daelia, una de sus capitanas de confianza, la que solía ser su mensajera cuando se precisaba de su presencia. Ella, hace días, fue la que escoltó a Morei hasta esa misma sala cuando solicitó audiencia con Zelda.
D: Buenos días matriarca, alteza. Se solicita en el salón del trono vuestra presencia.
Mientras que una impasible capitana transmitía su mensaje, hacía memoria de cuántas veces había visto así a Urbosa, ya fuese ahí o en el club, a fin de cuentas, esa escena se le hacía demasiado normal, aunque no tanto para su alteza.
Z: ¡Urbosa, suéltame! Por las diosas ¿es que no te da vergüenza nada?
D: Os aseguro que no, alteza, pero os comprendo. Me retiro.
La gerudo no quiso que esa peleona jovencita se bajase sin correrse al menos una vez más, así que sin preguntar, introdujo su dedo corazón completo en su retaguardia mientras que con su otra mano le tapó la boca. Parecía como si Urbosa, entre mares de néctar, le hubiese dicho un "cállate" que no se alcanzó a comprender, pero sus gestos fueron los que enfatizaron esa acción que no pudo ser verbal.
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Cinco asaltos fueron en total antes de vestirse y acicalarse a toda velocidad, y unos veinticinco minutos de retraso que rezaban porque estuviesen siendo bien cubiertos en su ausencia. Urbosa se puso su sujetador de acero y su faldón negro de matriarca, pues su falda de elegida seguía siendo adecentada por unas lavanderas que ya ni sabían que echarle para sacarle todas las manchas de sangre que la ensuciaron la otra noche. Además, también debía elegir correctamente su atuendo dependiendo de la circunstancia, pues no iba a cumplir con sus obligaciones como matriarca sin su corona y con una falda que evocaba al cataclismo, por lo que tras ponerse sus zapatos y sus joyas, se colocó la corona y tomó la mano de Zelda para bajar al salón real gerudo, quien vestía una básica túnica de lino ocre atada con una cuerda de yute y unos zuecos planos sencillos; "luego iremos a por ropa nueva" -pensó Urbosa-.
Juntas, con la princesa pasando su mano por el brazo flexionado de la matriarca, bajaron todos los escalones mientras que cada gerudo allí presente las reverenciaba. A Urbosa no le gustaban demasiado esas formalidades, pero sabía que sus compatriotas lo hacían por Zelda, quien aún teniendo el mismo sentimiento que ella, estaba sobradamente acostumbrada a recibirlo.
Nada más llegar al lugar, la matriarca tomó asiento en su trono mientras una interrogativa princesa le miraba preguntando dónde sería correcto que ella se posicionase, a lo que fue respondida con un no verbal "acércate" de Urbosa, que le invitó a quedarse en pie al lado de su noble asiento. Con todas ya posicionadas, la capitana Daelia y su esposa, la capitana Hassa, abrieron el portón del palacio invitando a entrar a una sargento gerudo que vino cargada con un saco de cáñamo y una carta en mano.
(?): Sawosaaba a todas las presentes, en especial a vos, alteza, y a usted, matriarca. En el tercer día de la estancia de la princesa aquí en Gerudo y como acostumbra desde el primero, Sir Lowrance, guardia real del palacio de Hyrule, os trae víveres de parte de vuestro padre, vuestro majestad, el rey de Hyrule. Aquí os lo dejo, sellado correctamente tal cual me fue dado.
Z: (diosas... ¿ya llevo aquí tres días?)
U: Muchas gracias sargento. No era necesario movilizar a todo el palacio para hacer la entrega rutinaria, pero gracias igualmente. Puedes retirarte.
(?): Permítame matriarca. Traigo algo más. Se trata de una carta del mismísimo rey y un mensaje verbal que me ha transmitido Sir Lowrance. Dígame que desean oír primero.
Zelda no podía creer lo que oía, finalmente, había sido descubierta. Su padre habría descubierto su mentira.
U: Dinos el mensaje verbal y danos la carta, la leeremos en privado si eres tan amable.
(?): Por supuesto. Mas el rey solicita que la carta le sea devuelta firmada por la princesa. Se me adjunta una pluma y tinta para ello.
U: No habrá problema con eso, acércanos todo y transmite el mensaje sin más demora.
La sargento, una joven gerudo de unos veinticinco años, estatura algo inferior a la media de su raza y bien conocida y apreciada por las suyas, acerca todos los enseres y se detiene ante la princesa para hacerle entrega y transmisión de aquello. Seguramente no era la primera vez que Zelda la veía, pero nunca había reparado en lo particular de aquella muchacha. Su cabello, aún pelirrojo, lucía algo más oscuro que el del resto, algo contrario a su piel, que era más clara que la típica tonalidad bronceada de las mujeres de aquellos lares. Su constitución física resaltaba entre todas, pues sus proporciones eran más típicas de una hyliana que de una gerudo; casi como una mestiza que sólo por ser así, se llevaría consigo a cualquier mujer si esos fuesen sus gustos.
Z: ¿Cuál es tu nombre, sargento?
C: Cipia, alteza. Cualquier cosa que necesitéis, siempre custodio la puerta sureste.
Z: Lo tendré siempre en cuenta, sargento. Dinos cuál es el mensaje de mi padre si eres tan amable.
C: Sí, alteza. Aquí tenéis los víveres y la carta, luego podéis hacer que me la manden cuando la hayáis firmado. Vuestro padre, en palabras textuales, y perdonad las formalidades, dice: "hija mía, lee cuantas veces desees la carta antes de devolvérmela y piensa bien en lo que harás. Recuerda que todo acto tiene su consecuencia." Eso dijo.
Zelda suspira apretando sus puños y mirando al techo mientras un gesto de derrota se atisba en su rostro.
Z: Ah, gracias por el mensaje sargento Cipia. No sé que pondrá en la carta, pero creo que estoy acabada.
C: Lo siento mucho, princesa. Si en algo os podemos ayudar las gerudo solo debe decirlo.
Z: No va a ser necesario que se me siga diciendo princesa, ya te lo digo yo.
U: No adelantemos acontecimientos y vamos al cuarto de atrás a leerla. Sargento, puedes retirarte. Gracias por todo.
Adelantándose a cualquier despedida formal, Zelda escapa a una pequeña sala que se halla anexa a la del trono. Pequeña, oscura, sin ventanas, tan solo alumbrada por un candelabro; usada para todo y para nada, con cajas apiladas en estanterías y una pequeñísima mesa en un rincón. Actualmente se la podría describir como almacén, pero también se suele usar como refugio secreto de civiles o para transmitir mensajes ocultos en las pausas que suelen tener las reuniones del Consejo Gerudo. De vez en cuando, Urbosa le ha dado otra utilidad, pero prefiere guardarse el detalle para sí misma. El salón principal se va vaciando de guardias mientras la princesa aguarda ahí dentro en espera de su amada, quien no se demora más de escasos tres minutos.
U: Mi pequeña ave debería tener algo más de cuidado con la imagen que da cara al exterior.
Z: Esto es el fin, Urbosa. No quiero ni leer la carta.
La gerudo a veces se exaspera con los arrebatos pesimistas de su joven prometida. Trata con gran esfuerzo de nunca minimizar sus emociones, tarea a veces imposible, en ocasiones veía esos momentos con pura desesperación, pues no entendía su constante tendencia a adelantar siempre en negativo los acontecimientos; no deseaba cambiarla, pero en eso eran muy diferentes.
U: Está bien. La leeré yo en voz alta.
Urbosa comienza a rodear con su uña el sello de cera que mantenía la carta cerrada para así abrirla sin dañar el sobre para su posterior devolución. Zelda la observaba con temor mientras tanto, siguiendo en mente con su negatividad. Ya abierta y desplegada, se comenzó a leer.
U: Dice así.
"Querida hija mía, princesa de Hyrule por la gracia de las diosas, me dirijo a tí en calidad de padre en la totalidad de este escrito que te envío con todo mi afecto. Han pasado tres días sin saber nada de tí. Sir Lowrance y Sir Dorrill están cuidando muy bien de tí por cómo me cuentan la ardua e ininterrumpida meditación que estás llevando a cabo en la Fuente del Valor. Espero que los víveres que te estoy enviando te estén resultando útiles y suficientes, por favor, hazme saber si no es así.
Quisiera ser directo y no robarte demasiado tiempo. Primeramente te debo una disculpa. Los acontecimientos ocurridos el día que viniste fueron demasiado para mí, desencadenando la peor de mis reacciones; ruego me disculpes. El antiguo capitán de la guardia, Togill, se encuentra ahora mismo en prisión. En cierto modo agradezco a las diosas mi errónea actuación, pues jamás hubiese deseado que hubieras presenciado la pena que se le impuso. Sir Dorrill se ofreció voluntario para ser su corregidor, y fue tal el nivel de tortura que varios guardias giraron su cara ante tal grado de ensañamiento, hasta él mismo acabó herido de tantos instrumentos que usó para torturarlo. A cada golpe, corte, quemadura y puñalada que le daba, no dejaba de gritar "por el honor de la princesa"; así que puedes estar en paz, pues tu honra ha sido restaurada. Tuvimos que detenerle, pues casi lo ejecuta diciendo que era lo que merecía tras haber vertido semejantes insultos, mas su pena, como bien dije delante tuya, será la esclavitud vitalicia.
Por mi parte, y ya habiéndote puesto en tesitura de todo esto, me gustaría proponerte algo, lo cual igualmente entenderé si lo declinas. Más allá de querer excusarme contigo en persona, quisiera invitaros a ti y a Lady Urbosa a una reunión privada. Sé que tu primera reacción será negarte, pero ruego que lo plantees. Necesito que sepas que quiero que estés bien, que deseo tu felicidad por encima de todo y que, a nivel superior de todo eso, ansío conocer todo de tí. En algún momento me perdí algo de tí obcecacándome en hacerte cumplir tus obligaciones, y en ese instante se desarrolló todo esto de lo cual no tengo constancia, mas desearía tenerla. Quiero al menos comprenderte, quiero saber tu historia, mejor dicho, vuestra historia, pues de Lady Urbosa podría esperarme que ella fuese así siendo algo común en su tribu, pero no de tí; de ahí mi necesidad de conocimiento. Me gustaría reunirme con ambas dentro de dos días. Si me devuelves esta carta firmada, entenderé que aceptas mi propuesta. En tal caso, mandaré a Sir Lowrance y a Sir Dorrill de nuevo contigo para que te transporten a Gerudo para comunicarle a Lady Urbosa todo esto. Pasa un par de noches allí descansando y te esperaré al mediodía del quinto día. Hablaremos los tres todo y cuanto sea necesario. Una vez finalicemos desearía que te quedases aquí, pues es tu hogar, pero no te detendré si deseas retornar junto a ella a Gerudo mientras vuelvas regularmente a cumplir con tus obligaciones como princesa y sacerdotisa que eres. Recuerda que según la profecía, se acerca un gran cataclismo que, aún sobradamente preparados como estamos, puede desenlazar de múltiples maneras; no deseo ser pesimista, pero quiero tener la cabeza bien tranquila para cuando eso ocurra.
Recibe todo el afecto de tu padre, el rey Rhoam Bosphoramus Hyrule."
U: Fin de la carta, mi querida y amada ave.
Lo cierto es que Zelda, a cada frase leída, se sorprendía más y más. No era en absoluto lo que esperaba, y le sorprendía ver que su padre quería saber todo aquello.
U: ¿Ves? No era nada malo.
Z: No. Pero no sé qué hacer, ¿y si es una trampa?
U: Ay, por las diosas, es tu padre, ¿cuántas trampas te ha tendido él?
En ese instante la princesa cierra los ojos y recuerda demasiados momentos así, al menos muy parecidos a trampas, pero más bien los describe como traiciones... y todos a raíz de la muerte de su madre, pues con ella viva, era una niña mucho más libre con una educación que aunque muy rigurosa, resultaba ser mucho más laxa. Recuerda muchas cosas en negativo con respecto a su padre, las suficientes como para sentir temor ante esta idea.
U: A tu padre le contaste la verdad. Conoce tus intenciones y también las mías, no al detalle pero sí a rasgos generales. Además, te diré algo; encerrarte desencadenaría una guerra civil y eso él lo sabe. Sólo por eso, ya puedes estar tranquila. El cataclismo llegará, y para entonces necesitará un reino fuerte y unificado, no dividido y con derramamientos de sangre innecesarios.
Z: ¿Y qué propones entonces?
U: Vayamos. Estoy completamente convencida de que nada malo ocurrirá. No pienses en lo malo, es irreal.
En esta ocasión y emulando muchas anteriores, Zelda debe dejarse guiar por la voz de la experiencia y acatar la propuesta, "ella sabe más de guerras y de conflictos que yo".
Z: Bu-bueno...
Urbosa se le acerca de frente dejando la carta sobre la mesa para abrazarla, tomando con su mano la cabeza de su pequeña ave para hundirla entre sus pechos, pues sabe lo mucho que le tranquiliza su aroma. Mientras se abrazan le jura que todo irá bien y que pase lo que pase, la protegerá siempre, incitándole además a mantener la fuerza y la templanza, la misma que tuvo para enfrentar al lizalfo hace tres días.
U: Anda, pajarillo. Firma la carta y entreguémosla a la sargento. Y de paso vamos a conseguirte ropa nueva, no querrás ir con ese saco a ver a tu padre.
De esta forma y tras autografiar el escrito, se disponen a salir de aquel habitáculo y proceder paso a paso con todos los preparativos para ese día. Sin duda, estarán entretenidas.
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El mediodía se establecía en la Ciudadela Gerudo abrasando las arenas y la lechosa piel de la princesa, quien habiendo visitado esa región incontables veces, todavía seguía sintiendo el azote de tan ardientes tierras en las que pese a todo aquello, estaría dispuesta a vivir. Ambas habían compartido el momento del almuerzo antes de disponerse a salir del palacio en dirección a por ropa nueva a la tienda, no obstante, en esta ocasión, Zelda había olvidado su bolsa de rupias en las maletas donde originalmente iban alojadas; tenía claro que Urbosa la invitaría de nuevo a ir de compras pero sentía ya un poco de reparo por no ofrecer nada a cambio. La matriarca por su parte se sentían deuda con esa pequeña hyliana que con bastas e indignas vestiduras se hallaba ataviada por culpa suya; estaba decidida a enmendar aquello regalándole un atuendo que con seguridad sería de su agrado. La tienda se ubicaba en el centro de la Ciudadela, pero Urbosa, con su pequeña ave tomándole del brazo como era costumbre entre las prometidas, torció la esquina hacia la izquierda en dirección al cuartel militar de las gerudo, resultando ser esto algo extraño. Zelda sabía de la ubicación del lugar, mas nunca había acudido personalmente a presenciar ningún entrenamiento, cosa que le fascinó todos sus sentidos con tan solo un vistazo.
(?): Sawosaaba, matriarca. Buenas tardes, alteza, ¿les podemos ayudar en algo?
U: Sawosaaba a todas. Solo venimos de oyentes.
Z: Sa... sawo ¿saaba? ¿Lo he dicho bien?
Urbosa le sonrió muy feliz, la pronunciación había sido deplorable, pero cada gesto por el estilo le acercaba cada vez más a su completa integración en Gerudo. Le inundaba la alegría cada vez que veía este tipo de cosas.
U: Lo has dicho estupendamente, amada mía. Ya iremos puliendo detalles con el tiempo.
La sargento mayor, quien amaestraba a las nuevas reclutas, le saludó con su mano y con su voz con gran amabilidad, pues como experimentada militar y estratega, veía esa unión de realezas como una gran oportunidad de crecimiento para su tribu.
Aquel cuartel estaba a rebosar de mujeres y jovenzuelas incluso menores que la princesa. Unas entrenando con monigotes y dianas, otras practicando combates entre ellas, otras atendiendo a instrucciones y teorías de sus superiores... todas hacían algo allí. A Zelda le llamaron la atención demasiadas cosas; las diversas armas, las milimétricas instrucciones... y una pareja de dos mujeres que hace días vió en el club frotándose mutuamente mientras la miraban desnudarse ante su matriarca; las cuatro advirtieron de ello y se saludaron con total normalidad.
U: Ven aquí, pajarillo. Miremos el entrenamiento mientras te cuento una historia que te interesará. Siéntate aquí conmigo.
La princesa obedeció sentándose en su regazo mientras que Urbosa la abrazó por detrás. La más joven se sentía en la gloria viendo todo aquello... un show constante de mujeres combatiendo y portando peligrosas armas que con destreza dominaban, alguna que rociaba sobre su sudoroso y semidesnudo cuerpo tinajas de agua fresca haciendo su piel de canela brillar más que el sol, y esa pareja bien asentada que parece que entrenaban siempre juntas, comenzando un calculado y estudiado pero brutal y extenuante duelo de puños y pies con derribos... toda una delicia visual ver ese espectáculo de musculosos cuerpos que se revolcaban en la arena con furia tratando de conseguir la victoria sobre la otra.
U: ¿Te gusta lo que ves?
Z: S-sí... qué maravilla -decía con gran asombro-.
U: Este es el día a día aquí. Fíjate en esa pareja, esas no se saltan ni un entrenamiento.
Z: En esas precisamente me estaba fijando, ¿no se hacen daño?
U: Sí, y mucho, ¿no ves lo magulladas que van?
Z: Pe-pero... ¿no son pareja?
U: Sí ¿y qué? Tan solo están entrenando para hacerse más fuertes.
Z: A mí me daría pena... yo no podría golpearte y pensar que te he herido.
Urbosa rió torciendo sus labios, en cierto modo comprendía esa reacción de Zelda, pero aquí eso era tan normal... La matriarca le preguntó tratando de desviar su atención que si traía puesto el anillo que llevaba el otro día, a lo que obtuvo una respuesta afirmativa y le pidió que se lo diese un momento, pues debía contarle algo. Con él ya en la mano, lo analizó y en efecto corroboró que se trataba del anillo que suponía, viniendo a su mente decenas de recuerdos.
U:¿Por qué trajiste este anillo? ¿Sabes de quién era?
Zelda se encogió de hombros, entre tantas cosas había olvidado que lo había traído a propósito para regalárselo.
Z: Bu-bueno... sé que era de mi madre. Siempre decía que lo había conseguido aquí en Gerudo, de hecho, cuando mi padre se lo vió y le preguntó, le dijo que se había permitido el lujo de comprárselo.
U: Ya veo. ¿No sabes entonces nada más de él?
Z: No, ojalá me hubiese contado más. Y bueno, con respecto al por qué lo he traído, te seré sincera... Tú me regalaste uno tuyo y sentí la necesidad de darte yo uno mío, pero ninguno lo recordaba apto para tu medida salvo este. Además, recordé la historia de que provenía de estas tierras y creí conveniente devolverlo a su lugar a través tuya. Quizás te suene cursi, pero quería que ambas llevásemos anillos.
U: ¿No te has preguntado el porqué este anillo era el más grande de toda tu colección?
Z: N-no, la verdad. No sé a qué se deberá, hasta donde me alcanza la memoria, mi madre no era especialmente grande.
A Urbosa se le comienzan a humectar los ojos por ese vívido recuerdo que su mente comenzaba a visualizar. Ante esa pausa en la conversación, Zelda se giró para mirarla.
Z: ¿Q-qué te ocurre...?
La matriarca contuvo el aliento antes de espetar lo siguiente, que gran esfuerzo le costó.
U: Zelda, este anillo era mío.
Z: ¿!Qué!?
La princesa se levantó de un respingo con los ojos abiertos de par en par.
Z: ¿Q-qué acabas de decir?
Con resignación y a modo de muestra, Urbosa se puso el anillo en su dedo anular izquierdo, ese dedo que hacía escasos días estaba ocupado por el anillo de oro que ahora era propiedad de Zelda... y le iba perfecto.
Z: ¿C-cómo es esto posible? ¿Entonces era mentira?
U: Tu madre era muchas cosas, pero no mentirosa. El único detalle que omitió es que el anillo no lo compró, sino que era mío y se lo regalé.
La princesa pensó algo fugazmente, "¿con qué objetivo le regaló un anillo a mi madre?" pero rápidamente fueron despejadas sus dudas.
U: Se lo regalé para protegerla de mí y de los monstruos. Por aquel entonces había ocasiones en las que no controlaba muy bien mi poder y temí dañarla; no habían muchos monstruos, pero cualquier alimaña eléctrica puede matar a cualquiera en un abrir y cerrar de ojos. Preferí su protección, así que bajo mi cuenta y riesgo, se lo regalé.
Z: Pero, ¿tú no eres inmune a los rayos?
U: Ah no, pajarillo. Logré mucha resistencia, pero nunca la completa inmunidad. Actualmente tengo total poder de dominación sobre el rayo, pero mi espalda siempre será mi punto débil; un ataque por ahí y quedo fulminada. Por delante en cambio, apenas los siento.
Z: Entonces deberías quedártelo de nuevo.
U: Al contrario. Llévalo tú siempre para protegerte, igual que te protegió contra el lizalfo. Es más, te enseñaré una cosa.
Sin dar detalles, Urbosa le colocó en su dedo pulgar nuevamente el anillo y con su mano agarró con fuerza la muñeca de Zelda, ejerciendo una presión que en breve se convirtió en miles de voltios sobre su piel que la menor describiría como un suave cosquilleo. Detuvo rápidamente aquello e instó a observar el cuarzo fíjamente, que como en la anterior noche, se rodeó de rayos verdosos.
Z: ¿"U"?
U: Sí.
Cuando el anillo tomaba el poder del rayo, mostraba la inicial de la matriarca en su piedra semipreciosa.
U: Toma tu daga y apuñala aquel monigote.
Zelda acató la orden, y la historia de la daga electrificada y la descarga fulminante contra el muñeco de entrenamientos se repitió igual que con el lizalfo, haciendo saltar del susto a todas las allí presentes que se sorprendieron viendo arder a aquel inmóvil contrincante.
U: El anillo inmuniza a aquel que lo porta y es capaz de albergar el rayo para usarlo posteriormente, siendo cualquier arma gerudo conductora de dicho poder a través de los metales empleados en su fabricación. Y como pudiste ver en el cuarzo, ese anillo es mío, pero pese a que ya era tuyo por herencia, te lo vuelvo a regalar. Me alegra que no se haya perdido y que seas tú quien lo lleve. Y no aceptaré un no por respuesta. Quédatelo, por favor, ya me regalarás uno en cualquier otro momento, pero este deseo que te lo quedes, le des uso y lo cuides tanto como tu madre lo hizo.
Zelda seguía tirada en el suelo viendo al monigote arder, pero escuchó todo lo que Urbosa le dijo, "no tengo su poder del rayo. Poseer este anillo podría resultarme beneficioso... Le haré caso".
Z: Está bien, me lo quedaré porque mi fuerte flor me lo dice.
La matriarca acudió hacia ella y la ayudó a levantarse.
U: Vamos un momento al interior de este almacén. Hay otra cosa que deseo entregarte.
Con Urbosa a la cabeza, ejerció su papel de guía por aquel árido escenario que conducía a un almacén de tamaño respetable que estaba anexo al cuartel. Tras una fina y siempre abierta puerta se hallaba toda la despensa y arsenal de armas y víveres bélicos que existían en Gerudo... Armas de todos los tipos con sus respectivos recambios, herramientas y afilador de piedra giratorio, también todos los accesorios de los que éstas disponían, como por ejemplo las vainas, los polvos de limpieza, trapillos de algodón para el abrillantado y más cachivaches que Zelda no alcanzó a ver. Todo estaba bien dispuesto en armeros de madera de ébano y cajones de pino, incluso las homónimas armas de entrenamiento, que eran réplicas exactas de olivo. Pasando esa primera y extensa sección, se encontraban gigantes arcones y baúles llenos de comidas en conserva que las guerreras llevaban en alforjas al campo de batalla; la princesa no pudo verlas porque estaban selladas en disposición exclusiva de ser usadas en combate, pero la matriarca le explicó cuales eran sus contenidos.
U: Al igual que en otros ejércitos, las raciones van selladas individualmente. Cada saco, dependiendo del color de la cinta que lo ata, indica cuál es su contenido y a qué ingesta está destinada. Por ejemplo, este de color salmón es un desayuno, y contiene variedad de frutas en almíbar, unos pocos cereales, un panecillo y unas galletas de leche.
Z: ¡Vaya! Es imposible pasar hambre con algo así. Suena apetitoso y además te hará sentir casi como en casa aunque estés en medio de una guerra.
U: Esa es la intención, y no solo eso, además cada saco de comida que requiera de ser calentada, lleva un trocito de pedernal y unas cañitas de madera muy inflamables. Y sin excepción, todas llevan trapillos para limpiarse las manos, una hoja de hierbabuena disecada para refrescar el aliento y, aleatoriamente, un pequeño papiro con una frase de motivación para las tropas. El humor es muy importante.
Z: ¡Se pensó en todos los detalles a la hora de elaborarlo!
U: Sí. Y eso es solo la comida, el equipaje completo consta de mucho más... ¿quieres verlo?
Z: ¡Pfff, por supuesto que quiero verlo!
Ambas sonriendo, se siguieron adentrando por el único pasillo central de aquel ya kilométrico almacén, llegando al final de este tras pasar por infinidad de cajones repletos de comida y estanterías a rebosar de enseres la mar de interesantes. Ya en el tope de la estancia, se veía con claridad lo que Urbosa solía llamar "la joya de la corona".
Z: ¡Por las diosas, Urbosa ! ¡Qué maravilla!
Una última e interesantísima sección se plantaba frente a esa princesa que no le quedaba más boca por abrir... Las armaduras gerudo. Ni un museo contaría jamás con tantísimas piezas... gargantillas, corazas pectorales como las de la matriarca, cinturones, brazaletes, hombreras, grebas... todas de distintos colores y materiales dependiendo del rango de su portadora, yendo desde los engastados de acero para los más bajos escalafones hasta los de oro solo aptos para la elegida gerudo y las más reconocidas y notables militares. También habían pantalones, zapatos, cubrebocas y coleteros distintivos para cada soldado. Los colores de las telas eran exquisitos, pero generalizando, los que más se veían eran los verdes, los azules y los rojos, pero también una única coraza negra solo portada por matriarcas desde la era del mito.
Z: ¿Por qué tú no llevas esta armadura?
La armadura expuesta en un maniquí completo que estaba forrado de terciopelo rojo, era toda una obra de arte en su totalidad. Constaba de dos grebas, un cinturón a falta del faldón que Urbosa sí llevaba, dos brazaletes pequeños, dos hombreras, una coraza pectoral considerablemente grande y una lanza gerudo de casi dos metros y medio.
U: Mis antepasadas, salvo mi madre, solían llevarla siempre. Primeramente me está enorme, fíjate en su tamaño, solo pude quedarme con el faldón, que ya ves por donde me llega... y en realidad debería de ir por las rodillas. Las antiguas matriarcas eran más grandes de lo que lo soy yo hoy día, y como puedes ver, su arma no era la cimitarra.
Z: ¿Y por qué decidiste llevar la cimitarra y no la lanza?
U: La lanza requiere de un estilo completamente diferente y ha de manejarse con una sola mano, pues mi escudo también pertenece a esa armadura. Mi madre fue la que comenzó a darle un uso principal a la cimitarra en vez de relegarla a un papel secundario, y yo seguí su tradición. Ella usó mis armas en conjunto con la armadura en alguna ocasión y siempre resultaba ser muy cargante, por lo que decidí tomar su ejemplo y adoptar un estilo de combate veloz y aligerar la carga física, optando por una armadura más ligera. Definitivamente esa armadura está hecha para ser llevada con lanza y escudo y emplearla en duelos con mucho contacto... no está ni estuvo hecha nunca para mí.
Z: ¿Tan grandes eran tu madre y tu abuela?
U: Casi tan altas como Vah Naboris, ja, ja, ja...
Las dos rieron al unísono tras ese comentario de Urbosa, sentían ambas mujeres como si esos momentos las uniesen aún más, pues si de por sí a Zelda le gustaba la historia, saber la de la dinastía de las matriarcas de Gerudo le hacía sentirse cada día más partícipe, más unida, más integrada... como si fuese una más allí.
U: Me gustaría hacerte un par de regalos. No es gran cosa, pero ojalá te guste.
Z -con enormes rubores en sus mejillas- Mi fuerte flor va a lograr que me sienta mal recibiendo tanto y dando tan poco.
La matriarca negó con su cabeza sin apartarle su característica mirada penetrante, diciéndole que ella le ofrendó el mayor de los regalos, su amor. Además de eso, le salvó la vida hace tres días y, previo a eso, le aceptó su pedida de mano; nada de eso valía dinero, pero valía algo mucho más importante... Le aseguró que sin esos gestos, ella jamás habría logrado la plena felicidad y que sólo gracias a su presencia, sus días tenían luz, tenían sentido, tenían significado... Le aseveró que antes de ella, su vida era un sinsentido lleno de desgracias, que ella era su rayo de luz.
Z: Hubiera hecho eso mil veces más si fuese necesario por mi fuerte flor. La lástima fue no ser tan buena y valiente guerrera como tú, sino, otro gallo hubiera cantado.
U: Eso tiene fácil solución, pero antes déjame darte este presente.
Urbosa comenzó a hurgar en los cajones y estanterías, tomaba prendas que luego devolvía, las comparaba y miraba a Zelda al tiempo. Dejó sobre una silla unos pantalones bombachos violáceos muy similares a los que la princesa llevaba hace días, pero estos eran de una tela más firme. Tomó con su mano el bracito de la muchacha rodeándolo con sus dedos índice y pulgar como si la estuviese midiendo.
U: Esto no se puede considerar ni un bracito de niña, ¿tienes algo ahí adentro, corazón? Lo de "mi pequeña ave" iba en serio por parte de tu madre.
Z: Eres mala persona, Urbosa -dijo inflando sus mejillas-.
Tras una exagerada carcajada por parte de su fuerte flor, siguió escogiendo más prendas que continuó depositando sobre la silla. Sólo le faltaba una prenda por elegir, así que sin aviso ni cuestionamiento, agarró con ambas manos los pechos de Zelda y los masajeó y acarició tanto como quiso.
Z: ¿A-aquí, Urbosa...?
U: Si quieres, sí. Pero solo te estoy tomando medidas.
Z: ¡Ah! Como si no supieras como las tengo -dijo cruzándose de brazos-.
Desde hacía rato todo esto parecía más una comedia que algo serio, pues Urbosa tenía un sentido del humor algo ácido. Finalmente, se decantó por una hermosa coraza pectoral blanca y plateada, compartiendo ésta la tonalidad con el resto de protecciones que había elegido, las dispuso todas sobre la silla junto a unos zuecos violeta con un casi imperceptible tacón y pasó a mostrárselo todo a su princesa en conjunto con una breve explicación.
Z: Cielos, Urbosa, es una maravilla de equipo.
U: Y es todo para tí. Has demostrado tener el arrojo y valor necesarios como para portar una armadura gerudo de acero. Te la regalo en honor a tu valentía de la otra noche en el desierto.
Z: N-no creo que yo... además, no quiero desestimar el valor de las auténticas guerreras gerudo, ¿qué pensarán si me ven con esta ropa tan exclusiva de las militares?
U: Pajarillo, ¿no te has dado cuenta? ¡Eres la comidilla en la Ciudadela desde que ambas regresamos heridas! Estás en boca de todas, no hay ciudadana que no sepa ya lo que ocurrió aquella noche con el lizalfo. Para muchas te has convertido ya casi en un símbolo, incluso las gerudos maduras te han llegado a comparar con tu madre, pues el acontecimiento fue muy similar pero con un desenlace opuesto; las chicas ahora confían mucho más en la corona después de tu acto, pues sobretodo las más ancianas tenían la creencia de que el reino nos guardaba rencor por algo. No solo me salvaste la vida, sino que has restaurado la imagen de la corona aquí en Gerudo y te has ganado su respeto. Después de todo eso ¿crees que objetarán algo si te ven llevando una armadura? Es el mínimo regalo que se te puede hacer, créeme.
Z: Lo hice sin esperar ningún tipo de gratificación, pero me cuesta resistirme a esta belleza.
U: No se hable más, quítate esa túnica y deja que te ponga todo el equipo. Para cualquier reparación puedes llevarla a la herrera, estará encantada de arreglarla o sustituir piezas.
Zelda se quitó con ansias esa ropa más propia de andar por casa que de ir por la calle y comenzó a ponerse los pantalones y los zuecos. Y ya el resto se lo dejó poner por Urbosa, pues jamás se había puesto una armadura; aún así recibió instrucciones de cada pieza, pues estaban diseñadas para poder ponérselas una misma.
U: Listo, ¿qué te parece?
Z: Es... maravillosa…
U: ¿Verdad que sí? Vayamos al exterior, démosle uso a esa daga.
Zelda no sabía lo que estaba por venir, pero esas palabras le dieron una pista, y estaba deseosa de aprender a usarla aunque fuese como defensa personal. Ya casi en el exterior, Urbosa tomó una daga y una cimitarra de madera junto con un escudo de mimbre. Afuera, les esperaba una multitud.
(?): Sawosaaba matriarca y alteza. Dichosas las gerudo por asistir a este momento en que a la princesa se le otorga lo que merece. Os agradezco vuestra labor alteza, contad conmigo para cualquier cosa.
(?): Sí, sí, ¡y conmigo también!
(?): ¡Alteza, sois la mejor!
(?): Princesa, contad siempre con mi lanza.
La princesa recibía todo eso de buenísimo grado, ver que las gerudo la aceptaban tan bien era toda una alegría.
Z: Mu-muchas gracias a todas. Conmigo también podéis contar para lo que sea, quizás mi mano en la guerra no sea muy hábil, pero os garantizo que pondré remedio a eso.
(?): ¡¡Dejadme que yo os enseñe, alteza!!
(?): ¡No, no! ¡A mí!
U: ¡Eh, basta ya todas! Entrenará conmigo y ya si lo desea, solicitará entrenamientos con el resto. Ahora dejadle un poco de espacio. Y que se corra la voz de que se os requiere a todas en palacio a las cuatro de la tarde.
Zelda rara vez sabía lo que Urbosa se traía entre manos, y esta vez, era una de ellas... pero se quería dejar sorprender. La matriarca le dió la daga de madera mientras que ella se quedó con la cimitarra y el escudo, le instruyó con unas básicas indicaciones y se pasaron por lo menos una hora y media o quizás dos entrenando con monigotes y entre ellas.
Y de esta forma, Urbosa le enseñó a danzar.
*************
La princesa y la matriarca se hallaban en el salón del trono frente a un gentío de mujeres gerudo y extranjeras que decidieron no perderse nada de lo que allí iba a acontecer. Urbosa, en honor al valor de Zelda, le regaló definitivamente la daga, pues pese a que ya era suya, se lo remarcó esta vez más amarrándola al cinturón de aquella sencilla pero imponente armadura del desierto que la joven hyliana lucía con todo el orgullo que podía ser capaz de albergar en su pecho. Dos grebas, un cinturón y dos brazaletes, todos en color acero que hacía contraste con la coraza pectoral blanca y los pantalones violeta pastel, hacían de aquella princesa una imagen espectacular de lo que una hyliana era capaz de portar ganándose los méritos necesarios y contribuyendo al bien de esa tribu. La matriarca ordenó poner un sencillo asiento al lado de su trono, pues como prometida suya, la quería tener de ahora en adelante siempre cerca cuando debutasen acontecimientos importantes; y este era uno de ellos, pues una vez con el palacio repleto, ordenó a sus capitanas Hassa y Daelia cerrar las puertas para dar varios anuncios importantes.
U: -poniéndose en pie junto con Zelda-. Ciudadanas gerudo, amigas de la tribu y extranjeras provenientes de todo el reino, me hace enormemente feliz poder celebrar hoy este día en el que las reclutas pasan a formar parte del equipo de cadetes al servicio de Gerudo.
Silbidos y vítores inundaban la sala con velocidad antes de que Urbosa alzase las manos para pedir quietud y sentarse en su trono mientras las mujeres iban guardando silencio.
U: Me honra tener un ejército tan bien asentado y eficaz, por eso, en este espléndido día, me gustaría condecorar adecuadamente no solo a las reclutas, sino a cuatro mujeres más que merecen ser premiadas, ya sea por su fiel servicio, su valentía o por su valor. Por esta razón, convoco en primer lugar a la sargento Cipia, a que se postre ante su matriarca.
Cipia, la sargento que anteriormente había llevado los víveres y la carta, esa gerudo joven y atípica de físico, con gran sorpresa pero en silencio y con el pecho expandido emerge con su lanza de entre la multitud, se quita su cubrebocas, se arrodilla en la alfombra carmesí y deposita a su diestra su lanza.
U: Cipia, natural de Gerudo y con muchos menos años de los que tienen las que comparten tu rango. Huérfana desde niña y adoptada por el ejército a la edad de cinco años para convertirse a pronta edad en militar. Cabo desde los once años y sargento desde los diecisiete... hasta hoy. A partir de este día dejarás de ser la guardiana del portón sureste y pasarás a formar parte de la guardia de palacio bajo el rango de teniente. Que las diosas atestigüen este momento y bendigan tu nueva e importante labor, pues ahora, teniente Cipia, ponte en pie y recibe como condecoración tu nuevo cinturón de bronce y honra tu nuevo deber.
C: Me honra, matriarca. Acepto con humildad y devoción mi nueva posición. Dígame cuál es mi deber a partir de ahora y cumpliré con él hasta el fin de mis días. Su orden se convertirá en mi deseo.
Se puso en pie entre aplausos y felicitaciones de sus compatriotas, pues era muy querida y admirada por a tan corta edad, haberse ganado todos sus méritos con cada gota de sudor y sangre... era el ideal de guerrera; joven, fuerte, honorable, diligente y de sangre pura, y aunque físicamente no encajaba en el clásico perfil gerudo, era igualmente tomada muy en cuenta, pues poseía la misma fuerza y destreza que cualquier otra musculada y mastodóntica militar.
U: Teniente Cipia. Debido a tu vasta experiencia en batalla, a todas las reclutas que, aún mayores que tú adiestraste, y debido al fuerte lazo que te une al palacio por haber sido adoptada por el consejo, a partir de hoy serás la guardia personal al servicio de su alteza, la princesa Zelda. Tu deber será protegerla con tu vida y proveerla de cuantas cosas requiera de ti. No deseo que la sigas a cada sitio, tu verdadera labor será la de custodiar el ala oeste del palacio, pero en cuanto la princesa solicite a una soldado para cualquier menester, esa serás tú.
C: Así será, matriarca. Así será, alteza. Será un honor serviros, princesa de Hyrule. Juro ser vuestra espada y vuestro escudo, vuestra real consejera y vuestra oyente. En mis manos siempre mi lanza, y en vuestras manos, allí estaré yo.
Zelda se alzó de nuevo. Todo esto era una sorpresa, pero se sentía muy feliz con su nueva protectora, que ansiaba comenzar a conocerla a fondo para tener una relación saludable con ella. Pese a que Urbosa fue quien la eligió, no sintió eso como una imposición como lo fue con Link; en cambio lo percibió como si hubiese sido cosa del destino. Se acercó a Cipia, quien a diferencia de los clásicos sirvientes del resto de Hyrule, no se arrodilló ni dió gesto de sumisión; aquí nadie era esclava ni sirvienta de nadie, sino iguales con misiones diferentes.
Z: Sargento Cipia. Juro por mi honor que miraré siempre por tu bien y que jamás te ordenaré algo que pueda mancillar tu nombre, y lo juro delante de tu matriarca y de todas las aquí presentes para que así conste.
La sargento la miró desde arriba, pues le sobrepasaría apenas unos diez centímetros. A continuación miro a Urbosa y, frunciendo el ceño, comenzó a golpear el suelo con su lanza, gesto emulado por sus camaradas mientras que a cada estoque aceleraban el ritmo.
(?): ¡Viva la teniente al servicio de la princesa!
(Todas): ¡Viva!
U: Y que viva la guardia real de Gerudo.
(Todas): ¡Viva!
El palacio se llenó de bullicio, pues pareciendo esto poca cosa, lo cierto es que jamás en la historia ninguna gerudo había sido guardia personal de una futura reina. Cipia sería a partir de hoy una afortunada que se convertiría en leyenda.
C: Muchas gracias a todas, en especial a usted, matriarca, y a vos, alteza. No soy y nunca seré más que nadie por esto, estoy convencida de que cualquiera de las gerudo sería capaz de cumplir con la encomienda sin dificultad... mas si las diosas así lo han querido, seré la guardia de la princesa.
U: Así será, y no eres la única en obtener condecoraciones. Que se adelante la capitana Hassa y la capitana Daelia.
Ambas mujeres adelantaron en silencio entre aplausos. Ellas sí se olían lo que se les iba a otorgar, ya fuese por rumores o por la experiencia que los años les dieron. Llegaron y, al igual que Cipia, se arrodillaron.
U: En pie capitanas, -dice levantándose de su trono y yendo hacia ellas-. Oh, mis fieles y veteranas compatriotas... Me habéis visto crecer. Desde que tengo uso de razón sois mis guardias personales aunque haga años que no requiera de vuestros servicios. Me habéis guiado y protegido cuando era niña, aconsejado y aleccionado de adolescente, hasta podría decir que aún me escuece la bofetada que me dió la capitana Hassa cuando tenía yo unos catorce años y osé ordenarle obediencia por ser la hija de la matriarca; ah, qué tiempos aquellos, -se oyeron risas entre las espectadoras-. Ni todas las condecoraciones, ni todas las rupias ni el oro pagarían una vida de servicio, pero mi reconocimiento lo tendréis siempre.
Dos gerudos muy ancianas, ex-militares hace décadas ya jubiladas, emergen de la parte trasera del trono con un mandoble gerudo cada una. Eran las míticas Hiria e Iceth, respetadas al mismo nivel que su matriarca. Condecoradas con el máximo rango militar cuando ejercían, ellas fueron guardias personales de la bisabuela, abuela y madre de Urbosa, ochenta y dos años de servicio lo garantizaban. Tienen el récord de ser las gerudo con más matriarcas protegidas a sus espaldas, incluso a la mismísima elegida protegieron hasta que ésta tuvo ocho años, momento en el que Hassa y Daelia tomaron la labor a raíz de la jubilación de las mismas. Urbosa, cuando su madre falleció, decidió que era apropiado ofrecerles un rango militar en desuso de forma honorífica, por lo que socialmente, eran conocidas como las generales del ejército gerudo. Ambas se pusieron ante las capitanas y ofrecieron aquellos mandobles fabricados adrede para ellas.
U: Capitanas, es difícil que superéis a vuestras generales, pero si de algo estoy segura, es de que procuraréis ejercer tan bien como ellas lo hicieron. Tomad vuestros nuevos mandobles, pues a partir de hoy esas serán vuestras armas junto con unas nuevas armaduras engastadas de oro que recibiréis en la fiesta de esta noche. Por ello, y bajo la completa aprobación de las generales, entre las tres os otorgamos el máximo rango efectivo militar al que se puede ostentar en esta región y que solo cuenta con dos vacantes disponibles... Tomad y alzad vuestros mandobles, comandantes del ejército gerudo.
I: Usadlos con tanto honor como nosotras lo hicimos. Os traspasamos nuestros poderes porque así lo hemos decidido y así lo merecéis, comandantes. ¡Que vivan las comandantes del ejército gerudo!
(Todas): ¡Que vivan!
U: ¡Que vivan Hassa y Daelia, comandantes del ejército gerudo que dirigirán las tropas para aplacar el cataclismo de Ganon!
(Todas): ¡Que vivan!
Entre un gentío alborotado, Hassa miró a Daelia viéndose lo que efectivamente estaba por hacer, pues la abrazó de sopetón. Daelia era muy emocional y lanzada, mientras que Hassa era más analítica y recta, pero esa situación ameritaba ser celebrada con dicha unión que fortificaba la idea de las comandantes que debían ser indivisibles. Y así, la teniente y las comandantes se mezclaban entre esa muchedumbre que las aclamaba. Aún en medio de todo esto y con Urbosa aún en pie, solicitó de nuevo el silencio.
U: Hay alguien más a quien deseo condecorar.
Las mujeres se extrañaron, pues no se imaginaban quién era.
U: Zelda, princesa de Hyrule. En pie delante del trono.
Un hueco silencio rasgó la sala... Pero Zelda obedeció.
U: Alteza, princesa, Zelda... Hyliana. Todas os habéis enterado de lo sucedido en el desierto. Sin protecciones, sin conocimientos, en zona hostil, con una pequeña daga y con el alma hecha un nudo, vuestra alteza me salvó la vida. Me vió caer por un enorme rayo, vió el horror materializado en un lizalfo eléctrico deformado y sanguinolento, vió cómo dejé de respirar, vió cómo de nuevo, igual que hace años, abrieron tres uñas la piel de mi espalda. El terror se apoderó de sus sentidos, pero no huyó. Su mente está entrenada para otras cosas, pero su cuerpo, no... y se lanzó aún a riesgo de su vida para salvar la mía. No dudéis cuando os diga que la princesa salvó a vuestra matriarca y que sin ella, hoy en vez de una fiesta, se estaría formando fila en mi funeral.
Z: Matriarca Urbosa, como dije desde ese momento, lo haría una y mil veces.
U: Por esa razón y por si vuelve a ocurrir, se te otorga oficialmente esta armadura gerudo que llevas y, aparte de libre entrada en el cuartel para adiestrarte, te concedo el título de cadete de honor en reconocimiento a tu valor y osadía aún sin ser gerudo ni estar entrenada.
(?): ¡Que viva la princesa cadete!
(Todas): ¡Viva!
U: Y que viva la unión de la corona y del matriarcado.
(Todas): ¡Viva!
Tras ese "viva", varias preguntaron que a qué se refería.
U: Aprovecho la ocasión y ya como último anuncio para revelaros que en pocas jornadas tendrá lugar el enlace entre la princesa Zelda y yo al cual, por supuesto, estáis todas invitadas... ¡Que se corra la voz!
(Todas): ¡Viva!
Urbosa, mientras las comandantes abrían las puertas y las extranjeras corrían a expandir la noticia, tomó a su pequeña y guerrera ave y la besó delante de todas, sellando así públicamente aquel recién anunciado compromiso. Posteriormente debían preparar todo, pero primeramente, aún deberían enfrentar la reunión con el rey. Pero con todo esto, Zelda había adquirido algo que llevaba tiempo deseando; valentía, arrojo, determinación y seguridad. Ahora con todo hecho oficial, defendería lo que es suyo con uñas y dientes... ahora, iba a vivir su auténtica y soñada vida.
NOTAS DE LA AUTORA
Lo prometido es deuda, se han empotrado.
Bueno, esa frase la catalogo como introducción antes de poner mis notas sobre este capítulo. No veo muchos (por no decir ninguno) fanfics que traten sobre esta pareja, y en caso de verlos, siempre han sido ilustraciones o relatos cortos que narraban escenas concretas con un principio y un final. Desde que yo me metí en todo esto, siempre me recorría la misma duda, ¿cómo sería si su relación se extendiese más allá de uno o dos capítulos?
Los dos primeros capítulos dejan entrever una historia que comienza como un secreto y que poco a poco se va asentando pero sin avanzar demasiado en la intencionalidad de querer darle continuidad (ojo, por parte de ellas, no por parte mía).
Ir desarrollando todo esto está siendo un reto de medidas colosales, pensándolo bien y poniéndose en situación hay muchos puntos de inflexión en los que me he preguntado "¿y ahora qué?" porque sencillamente no hay nada escrito. Hay que darle bastante en coco para resolver todas esas casuísticas, no me puedo basar en una relación estándar para desarrollar la suya porque está relación es de todo menos normal… Una es princesa, otra es matriarca, diferencias de edad, diferencia racial, social… Y lo más importante, la época.
Sé que a estas alturas no es muy lógico que explique todo esto porque es obvio que es un dilema al que ya me he enfrentado, pero siento la necesidad de haceros partícipes de que esto NO es nada fácil, pero aún es más difícil enfrentarse a la crítica social. He visto ships de ZBOTW extraños y bizarros que son perfectamente vistos (no sé por qué, pero igualmente los respeto…) y mi ship, mi "tesorito" como lo suelo llamar, es abucheado constantemente.
Este ship voy a darlo de sí todo lo que pueda darse, por mucho que la gente no tolere que dos mujeres de distintas edades, hipotéticamente, se amen. Ya tengo totalmente esquematizada una respetable precuela y un SpinOff de esta misma historia que ahora estáis leyendo, y aunque la gente sea muy vaga como para leer todo el desarrollo que le estoy dando, estoy convencida de que muchas personas aprecian lo que narro.
Dejando un poco de lado esta nota de indignación, porque me estoy extendiendo en exceso mientras como caramelos en mi sillón, paso a hablar del capítulo.
Hassa y Daelia ya habían aparecido, llevan haciéndolo desde el primer capítulo, pero ahora van a tomar más relevancia y por eso dejaré de llamarlas tan solo por sus rangos militares para pasar a hacerlo por sus nombres de pila.
Con Hiria e Iceth no sé si haré mucho más de lo que hice en este capítulo. La intención es que sí, pero debo de hacer muchos borradores y fichas técnicas para saber si son personajes que puedan aportar algo a la trama, creo que dos gerudos tan maduras tienen mucho de qué hablar.
Cipia… No voy a decir que vaya a ser mi nueva protegida, pero casi. Esa sí que va a tomar relevancia de ahora en adelante como protectora de Zelda. Tengo ya muchas ideas con ella porque está basada en un personaje del evento canónico que estoy viviendo en mi vida real ahora mismo. No sé aún si acabaré por desgraciarla o por hacerla reina del universo, eso estará por ver. Pero de que va a ser importante, será.
El anillo, la armadura de Zelda, el pequeño asiento al lado del trono, el almacén del cuartel, el almacén del palacio, la carta del rey… Todo son señales, solo hay que saber interpretarlas. Muy pronto, todo eso dejarán de ser detalles para pasar a formar parte del instrumental básico de los capítulos venideros.
¡¡Nos leemos en el siguiente capítulo!!
AGRADECIMIENTOS ESPECIALES
–@BangDacy: Así le podéis encontrar en X (el Twitter de toda la vida). Esta personita es quien tiene la autoría de la imagen que veis en lo alto de este capítulo. Le agradezco enormemente que me haya permitido usarla, no sólo como inspiración, sino como manera de darle más cuerpo al comienzo de este capítulo. Sin su imagen, el tramo inicial se habría desarrollado de forma muy diferente! Agradezco también que me pasase otra imagen privada de su autoría para proporcionarme más inspiración si cabe; el contenido de dicha ilustración no puedo hacerlo público, pero dará cuerpo de forma indirecta a otros encuentros que tengan Zelda y Urbosa. No dudéis en pasaros por su muro de X, pues siempre tiene contenido de lo más interesante, tanto SFW como NSFW (ese me gusta más, para qué engañarnos). ¡Os lo recomiendo! ¡Muchas gracias por tu ayuda, compi!
-Paloma Piquet: Quien es la artista de la fabulosa segunda imagen que aparece en el capítulo, dándole un cuerpo espectacular al final del acto. Su estilo de dibujo tan alejado del típico de anime, estremeció todos mis sentidos cuando la conocí también por X. Su arte me ha inspirado y lo seguirá haciendo para muchas escenas NSFW que irán ocurriendo en capítulos venideros, ella no lo sabe, pero su trabajo es una auténtica joya para mí, la cual disfruto diariamente con sus publicaciones. Os recomiendo muchísimo que la visitéis en su página de X, la cual podréis encontrar como @eropaloma. ¡Mil gracias por permitir que tu arte forme parte de mi historia!
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