Capítulo 6. URBOSA X ZELDA
Autora: Bárbara Usó.
Tiempo estimado de lectura: 1h 10min.
Gmail: barbarauh1998@gmail.com
*****************************************
Quedaba en un cálido recuerdo del anteayer toda aquella espectacular ceremonia militar que la matriarca organizó en honor no sólo de las gerudos afortunadas que obtuvieron ascensos, sino también para deleitarlas por sorpresa con la noticia de su casamiento, primicia que también lo fue para esa princesa que sin ser sabedora, casi que fue conducida allí a propósito para ello; sin lugar a dudas, este era el tipo de sorpresas que sí le gustaban, pues ese lado casi caballeresco de Urbosa le hacía enloquecer. Zelda siempre había sido educada para que tuviese bien presente que esos eran comportamientos exclusivos y obligatorios en un hombre que quisiese pedir su mano, pero verlos también en esa gerudo le hacía darse cuenta de la especial belleza que tenían las mujeres que adoptaban con total naturalidad ese rol, teniendo demasiado claro que la matriarca siempre lograba transmitirle lo que desea ver en la persona que amará por el resto de sus días.
Todavía no había amanecido en la Ciudadela, ni siquiera el cielo clareaba cuando la princesa ya se hallaba dando vueltas en la cama muy nerviosa pensando en la cita que tenía ese mismo día con su padre y con Urbosa en el castillo de Hyrule. Se encontraba acostada en ese lecho que cada vez que anochecía era rodeado de brasas de carbón subterráneas para mantenerlo caliente, pues así ambas podrían dormir sin problemas como las diosas las trajeron al mundo; amaban abrazarse desnudas y descansar de esa forma, pues cuando la matriarca despierta, eso es lo primero que desea ver nada más abrir sus ojos. Zelda intentaba calmarse y dormir un poco más, pero era imposible, entonces pensó que quizás lo mejor sería comenzar a levantarse e ir preparando ella misma lo que necesitarían en el viaje, ya que en Gerudo eso de ir ordenando a otras para que hiciesen tus tareas no era algo normal a no ser que pagases por empleadas a un alto precio, las cuales no estaban en ninguna obligación de tratarte con mayor respeto que el que darían a cualquier otra contratante; en definitiva, debía ir abandonando viejos hábitos y comenzar ella solita a resolverse sus cosas. Se levantó entonces de la cama dejando allí tumbada y sumida en un profundo sueño a su amada, quien no se inmutó siquiera de aquellas caricias que la princesa le daba en su vientre recorriendo con sus dedos aquella zona de forma ascendente y descendente, notando lo suaves y maleables que eran aquellos abdominales cuando su dueña estaba dormida, apenas viéndose marcados. Antes de marcharse, acertó al pasar por su mente una frase que le decía que estaba perdiendo demasiado tiempo en aquello, pues su mano se dirigía varias veces a un lugar en dirección descendente que ya estaba lejos del vientre... "cielos, está mal lo que estoy haciendo..." -se decía sin poder detener a aquella delincuente que acariciaba el pubis semirrasurado de Urbosa-.
Zelda sabía que debía detener aquello si no quería despertar a su fuerte flor del letargo y que la descubriese en tan indigna actividad, por lo que contuvo aquellas poderosas ganas y tras besarle el pubis, se marchó a la esquina de la habitación en donde se le había instalado un pequeño baúl especial con perchero que era el típico que estaba específicamente destinado a las que portaban su propia armadura. De lejos, una mañanera Urbosa la contemplaba, pero se hizo la dormida para ver qué hacía su pequeña ave, pues sin ella saberlo, había sido consciente de todas aquellas caricias lascivas.
La princesa abrió su baúl y comenzó a sacar su equipo para vestirse, pues esa no era una armadura de gala solo fabricada para ocasiones especiales, sino que era un uniforme de diario. Hizo memoria del orden de colocación, de cuál hebilla iba primero que la otra, de si los zapatos iban antes o después de la equipación superior... se puso y retiró piezas al darse cuenta de que se iba equivocando bajo la atenta mirada de la matriarca, que sonreía viendo como Zelda ponía todo su empeño en la tarea, tarea que finalmente logró anteponiéndose a cada problema que iba surgiendo. Y ya para concluir, tomó la daga y se la puso en la vaina de cuero de su cinturón quedando ya dispuesta para salir al almacén anexo al salón del trono, lugar donde organizaría un par de cosas para la maleta antes de ir a un sitio más que deseaba antes de la hora del desayuno. Nada más abrir la puerta de la habitación se topó con Cipia, su guardia personal que hoy tenía turno de veinticuatro horas.
C: Buenos días, princesa, ¿qué os trae por aquí tan temprano?
Z: Oh, Cipia. Buenos días. No puedo dormir, así que como hoy es el día en que iré a visitar a mi padre, he decidido tenerlo todo listo con el equipaje y luego ir a descargar adrenalina contra algún monigote de paja al cuartel de adiestramiento.
C: Si deseáis que os ayude en algo, tan sólo decídmelo.
Z: Hmm... Quizás si puedas ayudarme en algo. Ven conmigo.
Cipia le siguió allá donde su alteza le dijo, y tras llegar al almacén se percató de que su equipaje ya estaba todo hecho y atado en un fardo listo para transportar.
Z: Cipia, ¿sabes quién se ha tomado la molestia de hacerme el equipaje?
C: Sí, alteza. Fue mi matriarca, después de la fiesta nocturna de anteayer. Recordad que debisteis mucho shiok y shiak y acabasteis de pie encima del trono gritando y bailando diciendo que erais la reina de los orni. Disteis un salto y comenzasteis a batir los brazos como alas y...
Z: Espera, ¿¡QUÉ!?
C: Sí, alteza. Aterrizasteis de bruces contra el suelo y no os levantasteis, así que mi matriarca me pidió que os llevase a dormir mientras ella hacía la maleta, pues temió que no amanecieseis hasta hoy y quiso dejarlo todo listo.
Z: Quiero pensar que esto es una broma... ¿por qué nadie me dijo nada?
C: No bromeo, alteza. Mi matriarca dijo que era sencillamente innecesario rememorar el suceso, así que siguiendo sus indicaciones os llevé a los aposentos, os retiré vuestra armadura y vuestras prendas y os acosté en la cama. Encendí las brasas y os guardé todo el equipo en vuestro baúl para después retirarme. Espero que encontraseis todo correctamente en su sitio, si no es así, decídmelo.
Z: ¿T-tú me...? -dijo encogiéndose levemente-.
C: Oh, no os preocupéis por eso, alteza. Recordad que aquí eso no significa nada, además, podéis confiar en mí.
Zelda se encontraba tremendamente abochornada, sin duda, elaboraría una debida disculpa pública. Y con respecto a Cipia, sintió vergüenza al saber que la había estado desnudando y acostando tal cual en la cama, pero quiso repetirse como un mantra que en Gerudo no significaba nada la desnudez. Tomando unas cuantas bocanadas de aire para tratar de dejar el suceso aparcado para después, se decidió a dirigirse al siguiente lugar que tenía en mente y donde vendría genial la compañía de su fiel guardiana.
Z: Cipia, ¿serías tan amable de acompañarme al cuartel no solo como espectadora? Me gustaría que me enseñases algo con la daga.
C: Por supuesto, alteza. Será un honor entrenaros.
Tras la respuesta afirmativa, partieron al cercano cuartel, en donde Zelda accedió al almacén de armas y tomó una daga de madera. Su guardiana le siguió y tomó una lanza también de madera para que así la princesa aprendiese el comportamiento de dicho arma, pues solía ser común avistar monstruos que usaban palos largos o ramas de árbol como arma arrojadiza, por lo que era conveniente dicha práctica. El trajín generado allí llamó la atención de Urbosa, quien aún despierta, se levantó de la cama y sin llegar a asomarse al balcón, se quedó a ver todo aquello.
Z: Cipia, t-tengo un poco de frío...
C: ¿Hoy entrenaré con la princesa Zelda o con una cadete?
Zelda no sabía muy bien el porqué de esa pregunta, pero tuvo clara la respuesta.
Z: Con una cadete, mi teniente.
C: Bien, entonces no hay frío que valga, cadete. Entrareis en calor con el combate.
La princesa no dudó de que había tomado la decisión acertada, pero le costaría endurecer el carácter. Desde arriba, la matriarca se llenaba de júbilo viendo aquello, quería ver hasta donde llegaba su pajarillo; no temía por ella, iba muy bien equipada y las armas eran de madera, así que como mucho se llevaría algún chichón.
C: ¿Estais lista, cadete? La lanza es un arma temible, pero sólo lo es en su punta. Si la superais y contáis con más habilidad y velocidad que el lancero, acabaréis por dominarla. Vos lleváis una daga, arma que requiere cercanía, esa que la lanza no os dará. Además, en caso de superar mi punta, nada os garantiza alcanzarme, pues os podría golpear con el asta en cualquier momento; no resultaríais herida, pero yo obtendría unos valiosos instantes para recuperar la distancia y atinaros. Incluso podríais caer al suelo con dicho golpe, y ahí solo os quedaría rezar por vuestra vida.
Z: Entonces, ¿la lanza es un arma invencible?
C: Toda arma es invencible si se sabe usar bien. Las armas son como las carreras de morsas, unas llevan unas bridas de un color y otras van con peinados. Todas parten de la misma línea y todas alcanzan la meta al tiempo. Ninguna es mejor que otra, todo depende de su jinete.
Z: Ya veo, ¿entonces cómo podría vencer a una lanza aparte de siendo más rápida que quien la lleva?
C: Siendo mejor que quien la lleva.
Z: ¿Cómo? ¿Me estás pidiendo que sea mejor que tú?
C: Intentadlo, cadete.
La joven gerudo era temible casi con cualquier arma, pero sus lanzadas eran mortales, cientos de combates contra monstruos y duelos ganados daban fe de ello. Tras una breve explicación y demostrar estoques contra monigotes y dianas de madera, acordaron batirse en pausado duelo. La teniente apuntaba fíjamente al cuello de la princesa como principal postura de guardia mientras oscilaba alrededor suya, relajaba las facciones y lanzaba algún lento estoque que Zelda esquivaba de la forma exacta que se le indicó.
C: Bien, cadete. Ahora iré algo más deprisa y no os avisaré.
En esta ocasión, la hyliana cadete se llevó algún golpe, pero supo templarse y no ponerse a lamentarse por ello; incluso cuando su mentora le lanzó una certera estocada al muslo que fue incapaz de evitar.
C: Bien hecho, pero recordad que vais armada. Vuestro objetivo es vencer, no sobrevivir a la oleada de ataques.
Cada vez que Zelda trataba de burlar la punta de la lanza, era golpeada con contundencia por Cipia.
C: ¿Demasiado para vos, cadete?
Ya era la segunda vez que una gerudo le preguntaba eso en estos días... y la respuesta sería la misma.
Z: Nunca es suficiente.
Con más valor se trató de acercar superando al fin el límite de la punta, corriendo todo y cuanto pudo hasta la teniente, pero justo antes de alcanzarla, le dió un fuerte golpe en la espinilla que la hizo caer de rodillas, gesto que preocupó a Urbosa desde la lejanía de su balcón.
C: Vos misma deberíais saber que así atacan los lizalfos, por sorpresa, a las piernas... Poneos en pie, cadete.
Ese golpe sí había dolido pese a llevar grebas, no quiso imaginar que habría sido de su pierna de no ser por la protección. La matriarca, viendo en secreto que no se levantaba, estuvo por detener aquello... pero Cipia ordenó por segunda vez que se pusiera en pie y le obedeció sin demora; Zelda estaba siendo muy fuerte, y esta vez, ella estaba convencida a ganar.
Maestra y alumna danzaron atacando y esquivando, pero la cadete tenía un plan... dejarse vencer a propósito para engañar a la teniente... así que hizo el mismo ataque suicida que el anterior, pero cuando vió de nuevo la lanza ir contra su espinilla, levantó su pie y la pisó, desarmando en seco a Cipia y abalanzándose contra ella para darle el toque vencedor; no obstante, aunque sorprendida, la esperó y la agarró por las muñecas para hacerle un placaje y montarse encima de ella en el suelo.
C: Mi lanza es solo una de mis armas. Todavía tengo mis pies y mis puños.
Zelda no se esperaba ese giro en los acontecimientos, pero recordó el duelo del lizalfo y se revolvió en la arena decenas de veces hasta lograr ver que la teniente había aflojado sus piernas, casualidad que aprovechó para soltar la daga hasta que cayese en su pecho para tomarla con la otra mano que tenía suelta y dar la estocada final en la cadera de la maestra, quien al notarla, aflojó toda fuerza en reconocimiento.
C: Bien hecho, cadete. Habeís aprendido lo necesario para enfrentaros a un adversario con lanza. Tomad mi mano y poneos en pie.
U: ¡Bravo!
Desde el balcón y aún sin vestir, Urbosa aplaudía aquello.
C: Sawosaaba, matriarca.
Z: ¡Urbosa! Buenos días, ¿qué haces ahí?
U: Lo he visto todo, Bravo a las dos por el entrenamiento. Teniente, ve a descansar, te lo mereces. Y pajarillo, sube para bañarte y que te dé mi enhorabuena, hoy tenemos un largo día por delante.
C: Sí, matriarca, con permiso. Y excelente trabajo alteza, será un honor entrenar con vos en otra ocasión.
Z: Ha sido un placer, Cipia. Estoy deseosa de recibir más lecciones tuyas, ha sido un rato muy instructivo. Vayamos a bañarnos, vamos repletas de arena.
U: ¡Venga, y también a desayunar!
******************
En los aposentos de la matriarca se encontraban ambas mujeres dándose mutuo baño mientras tomaban un variado cóctel de frutillas silvestres con frutos secos como desayuno acompañado de leche de cabra, todo aderezado con miel de vigor, como la princesa solía demandar. Urbosa le iba alimentando mientras con una esponja de procedencia vegetal le frotaba todo el cuerpo con tal de eliminar toda la arena de su piel y de paso, relajarla. Conforme la acicalaba, le iba dando masajes en las zonas donde había recibido golpes para así descontracturarla.
U: Mi pequeña ave se ha esmerado muchísimo en su entrenamiento. Estoy orgullosa de tí, aunque temo que la teniente fue demasiado dura contigo.
Z: Que mi fuerte flor no se preocupe por ello, fui yo la que le dije que estaba entrenando con una cadete y no con la princesa.
U: Lo sé, pero podrías haber salido malherida justo hoy que vamos a ver a tu padre.
Z: Pero no ha sido así, por lo que no hay que preocuparse.
La matriarca sentía como su pecho se expandía cada día más viendo a su pequeña princesa siendo tan valiente, tuvo claro que si su cuerpo y su mente eran débiles era porque así la habían educado para que fuera, pues apenas rascando un poco su superficie, se podía apreciar que ella quería florecer y ser todo lo opuesto a aquello. Se pasaron ahí adentro casi una hora conversando y haciendo todo lo demás, pero si querían llegar a tiempo al castillo de Hyrule, debían comenzar a planear el salir de la terma para secarse y arreglarse, pues seguramente Lowrance ya estaría de camino para Gerudo y no querrían retrasarlo. Urbosa tomó la delantera y se alzó escurriendo su cabello en la caída de agua, quedando plantada a un palmo de Zelda, que no dejaba de atender a los numerosos detalles arquitectónicos de la gerudo.
U: Por cierto, muy relajante el masaje de esta mañana. Una pena que el beso no se transformase en otra cosa, pues cuando te fuiste, me tuve que terminar yo la faena -decía al terminar de escurrir sus últimos mechones de pelo-.
Z: ¿Q-qué? Yo n-no te hice... -dijo con grandes rubores-.
U: Claro, por supuesto que no. Venga, sal del agua y ve a arreglarte, traviesa.
Rauda, salió de allí para correr hasta la toalla y secarse mientras que su amada reía a carcajadas con lo que acontecía, pues la joven hyliana no había reparado en ello en ningún momento de los que estuvo a punto de lamer su abdomen.
*Toc, toc*
D: Sawosaaba a ambas. El equipaje está dispuesto en el exterior del palacio en disposición de que llegue vuestro transportista, que está estimado que lo haga en una media hora o cuarenta minutos. Vayan estando listas para entonces.
Z: Muchas gracias por avisarnos, comandante Daelia.
D: Si necesitan algo más de mí, háganmelo saber.
Z: Hmm... ¿serías tan amable de decirle a la teniente Cipia que se prepare? Deseo que venga con nosotras.
D: Sí, alteza, enseguida le informo. Me retiro.
Tras cerrarse la puerta, Urbosa le preguntó que para qué requería su presencia, a lo que le respondió que quería dejar claro que no necesitaba de más guardias personales que la que ya tenía y que además, quería hacer su vida en Gerudo. La matriarca se extrañó, pero como era un detalle sin importancia, le dijo que estaba bien aquello; debía favorecer su pensamiento propio y crítico. De esa forma, procedieron a su habitual ritual de vestimenta, pero Zelda con unos pantalones blancos con pequeños símbolos gerudo en gris, pues sus pantalones violáceos estaban lavándose tras el entrenamiento de esa mañana y su amada le consiguió unos nuevos en el almacén, pues la princesa quería vestir así a toda costa. Urbosa por su parte, fue con su ropa de matriarca con la corona incluida, accesorio que sólo se quitaba para pelear.
*************
Z: ¡Cipia, vamos!
C: Sí, alteza.
U: ¡Míralas! Parece que os lleváis genial.
Z: La teniente Cipia está siendo muy amable y cordial conmigo, es natural que me sienta a gusto con ella.
C: Me halagáis, princesa. Me hace muy feliz saber que os hago sentir cómoda.
U: Podría haber escogido a cualquiera de entre todas las gerudos, pero yo sabía que ella era la más indicada.
Las tres iban teniendo una animada charla camino al carruaje, pues ya habían sido avisadas de que Sir Lowrance las estaban esperando, muchacho que se avistaba plantado ya como de costumbre al exterior de la Ciudadela.
Z: ¡Sir Lowrance! ¡Te había echado de menos! -le dijo tomando sus manos-. El plan de Dorrill funcionó a la perfección, he pasado unos días fabulosos.
L: Oh, princesa, bienvenida de nuevo. Y bienvenida a usted también, Lady Urbosa. Siempre se os echa de menos.
U: Buenos días, Sir Lowrance. Veo que hoy el carruaje trae dos caballos. A Rígel ya lo conozco, pero ¿quién es este de aquí?
L: Oh, le presento a Pólux, Lady Urbosa. Puede pasar a verlo.
Z: ¿Pólux, dices? ¿Eso significa que...?
L: Sí, pero creo que se ha dormido, -dice aporreando la puerta del carruaje- va, Dorrill, macho, despierta.
Z: ¡Dorrill está aquí!
D: ¿Hmm...?
Dorrill, medio dormido, bajó de allí y rápidamente recibió el gran abrazo de Zelda, quedando Urbosa extrañada. La princesa le explicó quién era ese gigante de casi dos metros y ambos se dieron la mano, formalizando entre todos las presentaciones y procediendo Lowrance a cargar el amplísimo maletero del carruaje que hoy le mandaron llevar.
L: Una pregunta, así sin venir a cuento, ¿ella también viene? -dijo señalando a Cipia-
Z: ¡Sí, Lowrance! Ella es mi guardiana personal aquí en Gerudo. Quiero que venga con nosotras si puede ser.
L: Guardiana personal ¿eh? Ciertamente es como Link, pero más de vuestro estilo, ya me entendéis.
Z: ¡E-eh! ¡Pero ella no es...! O quizás sí, no lo sé, no se lo he preguntado.
L: Ya os digo yo que sí que es.
Cipia bajó un poco la cabeza y se sonrojó. No era algo que tratase de esquivar, pero le sorprendía haber sido captada por aquel joven caballero.
L: ¿Veis? Le va el pescado.
Z: ¡Sir Lowrance! ¡Deja a Cipia en paz!
U: Teniente, no te tomes nada en serio de lo que dice Sir Lowrance, a veces es muy tremendo para decir las cosas, pero es un buen muchacho. Y a él le gusta que le claven lanzas como la tuya otros caballeros.
D: Todos aquí estamos en confianza. Tanta, que como sigamos hablando llegaremos tarde. Mejor continuemos con la conversación de camino para el castillo.
U: Será lo mejor. Hagamos caso a Sir Dorrill, y de paso me contáis un poco cómo os habéis conocido.
Z: ¡Vamos!
Y de una vez, uno tras otro se montaron, conduciendo Dorrill en esta ocasión ya que a la ida condujo Lowrance. Aun así mantuvieron la ventanilla del carruaje abierta para poder ir todos charlando.
****************
Durante la larga travesía habían tenido conversaciones de todo tipo. Zelda le detalló a Urbosa y a Cipia todo lo vivido en el castillo cuando fue y cómo Dorrill y Lowrance junto con Morei le habían ayudado a escapar, agradeciendo las gerudos todo aquel esfuerzo. La teniente se sintió lo suficientemente cómoda como para contar un poco de ella, parece ser que a final de cuentas era una muchacha más abierta de lo que solía aparentar. Contó que no conocía vida más allá de Gerudo porque había decidido consagrar su existencia a aquellas tierras, ya que además de ello, jamás manifestó ningún interés por encontrar marido, pues era y se mostraba muy feliz sirviendo a su tribu, esa tribu que la adoptó por El Consejo para hacer de ella una ciudadana libre, independiente y funcional. Y además, aparte de todo eso, confirmaba sentir más satisfacción por la guerra que por el amor, al menos de momento. Lowrance intentaba lanzarle alguna pregunta traviesa de vez en cuando para picarla, pero Cipia terminaba por responderle cosas que no satisfacían al joven guardia real, como por ejemplo si tenía amantes fijas en el club o si alguna vez había tenido alguna novia, a lo que la teniente respondía a todo que no; él intentaba ablandarla contándole historias suyas del pasado y cómo actualmente estaba intentando lanzarle la caña a un hombre que tenía entre ceja y ceja, pero ni aún con esas la gerudo cedió, alegando que esos eran temas privados de mujeres. Dorrill, al escuchar aquello, también se soltó e insinuó que también andaba detrás de un hombre, pero que temió que fuera pasivo y que por eso no se aventuró a más. Zelda y Urbosa reían sin parar, la princesa casi se cae al suelo de tal ataque de carcajadas que le dió, porque esta conversación parecía un tira-afloja entre esos dos hombres que decían todo pero no decían nada. Lowrance reaccionaba a las indirectas y espetaba frases como "obviamente podéis comprobar que no se refiere a mí porque yo no soy pasivo, así que te deseo suerte, compañero" a lo que Dorrill decía "quién sabe lo que mi camarada buscará, él tiene gustos muy refinados, sólo le gustan los hombres que llevan más encajes que él".
Z: Esta historia huele más mal que el carro de Morei, ¡ja, ja, ja!
El camino se abreviaba y amenizaba con todo aquello, poco a poco los kilómetros iban siendo menos, más aún teniendo en cuenta que dentro del carro llevaban un cóctel de frutas disecadas que Urbosa trajo de Gerudo para compartir con todos. Lowrance tomaba frutas de más y las metía en la boca de Dorrill a través del ventanuco al grito de "come, animal", provocando carcajadas hasta en Cipia. La matriarca sabía que las posibilidades de que la princesa se pusiese catastrofista hacia el final del camino existían, así que en determinado punto sacaba conversaciones de cualquier tema, e incluso juegos verbales tradicionales con tal de distraerle la mente a esa hyliana cadete que aparentaba estar demasiado tranquila.
Finalmente, se avistó el castillo muy de cerca casi de forma repentina; hacía un día excelente, pero con mucha niebla.
D: Estamos a punto de llegar.
Cipia se asomó al exterior y abrió sus ojos tanto como pudo, pues en su mente, la cosa más grande sobre la tierra era la zona perdida del desierto donde se hallaban las ruinas de las diosas... pero en comparación, esto era colosal.
C: Va-vaya... Alteza, ¿vos vivís aquí?
Z: Sí, Cipia, este es mi hogar de nacimiento, pero mi verdadero hogar se encuentra ahora en el Gerudo.
C: Esta construcción es realmente impresionante. Solo en Gerudo ya necesitamos doscientas soldados operativas día y noche para vigilancia, eso obviando a las reclutas y cadetes. No quiero imaginar cuántos guardias pueden haber aquí.
D: Yo llevo desde los dieciséis años sirviendo, y aún siendo el capitán de la guardia real, desconozco cuántos operarios somos exactamente.
La teniente no daba crédito, mas todo aquello le resultaba fascinante; ardía en deseos de bajarse y explorarlo todo, lo único que le apenó saber es que allí todo el personal militar era masculino y que las mujeres eran sólo simples sirvientas, siendo las más afortunadas, cocineras u operarias de limpieza... y finalmente, arribaron.
L: Bueno, señoritas, hemos llegado. No voy a preguntar si alguna necesita ayuda para bajar porque aún me llevaré alguna colleja, así que sin más, bienvenidas al castillo de Hyrule.
Ella, la sacerdotisa y heredera al trono jamás imaginó que volvería a sentir el aroma de aquel lugar, no obstante, ahí lo tenía invadiendo su nariz una vez más, cosa que le hizo sentir gratitud y tensión al mismo tiempo.
Z: Cipia, por favor, no te alejes de nuestro lado en ningún momento salvo que te lo indique.
Urbosa atendió a aquello con preocupación, pues aún estando Zelda con la tranquilidad de que nada negativo le ocurriría, parecía reservarse un margen de duda como si tuviese la creencia de que alguien la iba a secuestrar.
C: Sí, alteza, no me apartaré de vuestro lado.
D: ¿Luego regresaremos a Gerudo?
Z: Sí, Dorrill, no tengo ninguna intención de permanecer aquí.
Dorrill asintió satisfecho, se sentía muy feliz sabiendo que estaba contribuyendo a que aquella muchachita que tanta ternura le causaba estuviese cumpliendo sus sueños gracias a su colaboración; sin reservas a la duda, ver que su influencia favorecía a la princesa le hacía notar como lo que un día fueron heridas en su pecho iban sanando, como si haciendo eso estuviese saldando una deuda pendiente consigo mismo. Se quedó junto con Lowrance alimentando y cepillando sus caballos mientras las tres mujeres accedían al palacio, momento en el que Cipia y Urbosa detuvieron su caminata ocultando tras de sí a Zelda, quien se extrañó y asustó.
Z: ¿Q-qué ocurre?
D: Venid princesa, no miréis.
Dorrill la abrazó y cubrió con su chaqueta con tal de ocultarle lo que oyeron nuestros experimentados y militarizados personajes, quienes supieron interpretar con rapidez lo que significaban esos pasos fuertes y decididos que se aproximaban con tanta velocidad.
Z: ¡Do-Dorrill! Déjame ver que pasa, ¿dónde está Urbosa?
Zelda logró sacar un poco su mirada por encima de la solapa del guardia, le importaba más bien poco lo que ocurriese, sólo quería saber que Urbosa y Cipia estaban bien, y lo cierto es que la acción duró más bien poco, ya que tan solo eran cuatro caballeros trasladando a un preso encadenado a la zona de las cuadras para limpiar excrementos con las manos desnudas. El preso era cuanto menos, conocido... iba llenísimo de mil porquerías, heridas infectadas todavía abiertas, hematomas por todo el cuerpo y moribundo, pero aún le quedaban fuerzas para escupir muy cerca de Dorrill y espetar un sonoro "puta desviada" que hizo rápidamente adivinar a la princesa de quién se trataba. Era Togill, o al menos lo que quedaba de él, pues habría adelgazado varios kilos y con brasas le habían tatuado en el pecho la palabra "asesino".
C: ¿¡Cómo osas!?
Z: Tranquila Cipia, como puedes ver, ya le están dando su merecido. Por lo visto va a oler excrementos en lo que le quede de vida, porque esas heridas no tienen buena pinta.
D: No, por favor, teniente Cipia. Toma ese garrote de ahí y dale una lección. Yo estoy ya cansado de torturarlo a diario.
Cipia, con pura mirada de odio, tomó un garrote de madera que había en el suelo y se fue como una pantera hacia aquella alimaña humana.
T: Oh, hoy me va a pegar una mujer. Es mi día de suerte, tendré algo en lo que pensar esta noche cuando estos desgraciados me dejen a solas en mi celda.
D: No sabes lo que dices.
C: ¿Puedo emascularlo?
D: Mientras sobreviva, puedes hacerle lo que quieras.
U: Zelda, vámonos de aquí.
Urbosa tomó rápidamente su brazo y fueron conducidas por Lowrance al interior del palacio mientras dejaban atrás una serie de gritos de Togill, insultos de Cipia y risas de Dorrill. La matriarca le tapó los oídos con sus manos, pero la princesa se las apartó... hubiera deseado ver todo aquello desde su ignorancia, pues seguramente habría sido demasiado para ella. Lowrance cerró apurado las puertas de los establos, quedando todo insonorizado al instante.
L: Bueno señoritas, ya saben bien cómo es todo esto. El rey las espera en la sala de reuniones anexa a sus aposentos de la primera planta. Yo esperaré aquí a la teniente para luego conducirla a dicho lugar.
U: Muchas gracias por todo, Sir Lowrance. Nos vemos luego arriba.
Mientras tanto, en el interior de los establos, Cipia sostenía con pinzas de acero aquel trozo de carne ya seccionado del cuerpo de Togill, ese trozo que tanta estima le tenía serviría ahora de alimento para las ratas al igual que la abundante sangre que emergía de su muñón.
C: Me temo que esta noche no tendrás que pensar más que en sobrevivir a esto.
T: ¡Maldita zorra! ¡Maldita seas tú y toda tu raza! Algún día escaparé de aquí y os exterminare a todas.
C: Esperaré con ansias ese día.
D: Vigila lo que dices, hermanito. Como puedes ver, la teniente Cipia es mucho más directa que yo torturando.
Togill seguía sin moderarse, decía que era normal que le torturase seccionándole partes de su cuerpo porque según él, una mujer no podía ser jamás como un caballero con sus principios. Dorrill se cansó de oírlo y le dijo:
D: Efectivamente. Así que ahora un caballero maricón como yo te va a mostrar lo que es tener principios. Cuando despiertes me cuentas tu experiencia. Dame las pinzas, teniente.
Dorrill soltó aquel sanguinolento trozo de carne en el suelo delante de su hermano y con todas sus fuerzas le golpeó con las pinzas en el lateral de su cuello, golpe suficiente para hacerlo caer inconsciente sobre las heces de caballo que había a su derecha. El guardia real devolvió las pinzas a la teniente, abrió la boca de su hermano e invitó a la gerudo a hacer los honores, quien rápidamente recogió el trocito de Togill y se lo metió a presión en la boca con la herramienta. Ambos militares chocaron sus puños y se felicitaron por el excelente trabajo antes de dirigirse al aseo a lavarse las manos y a perfumarse un poco, pues aquel ya eunuco, apestaba.
En el interior del palacio se mascaba la tensión ante la puerta de la sala de reuniones, pues el rey las esperaba adentro. Ambas toman aire casi al unísono y expiran con determinación, no querían demorar demasiado aquello. Urbosa no tenía preocupación por la charla en sí, sino más bien por la reacción de Zelda; temía que el monarca la quisiese manipular para lograr que ella acabase cediendo y haciendo lo que él quisiese. Por su parte, la princesa temía que su padre generase algún odio hacia las gerudo por su culpa, no quería ser la causante de ningún conflicto... tomó el pomo de la puerta y entró.
R: Buenas tardes Zelda y Lady Urbosa. Me place contar con vuestra presencia.
Las mujeres no pudieron siquiera entrar correctamente en escena cuando ya estaban siendo saludadas e invitadas a sentarse en un sofá frente al rey por dos criadas, quienes las reverenciaron y salieron por la pequeña puerta de servicio que había tras ellas.
U: Buenas tardes, majestad. El placer es nuestro.
El rey se mostraba calmado ante ellas. Se tomó unos segundos para apreciar la imagen de su hija junto a la matriarca gerudo; le resultaba difícil emparejarlas y pensar demasiado en detalles que para él eran muy importantes, "espero que aún siga manteniendo la inocencia" -pensaba apenando su semblante sabiendo casi al instante que eso sería prácticamente imposible-. Vió a Urbosa, analizó su brava mirada típica de su raza y trató de buscar en ella cualquier rastro de perversión o deseos impuros hacia su hija, mas no lo halló. Miró a Zelda portando ya no sólo una vestimenta típica de gerudo, sino una misma armadura que recordaba perfectamente haber visto en otras mujeres de allí, percatándose de que su bien amada hija se estaba convirtiendo en una versión deformada de lo que debía ser una princesa.
R: Hija mía, ¿cómo te encuentras? ¿cómo han ido tus meditaciones?
Z: Bien, padre. Siempre son muy fructíferas.
Zelda sabía que la iba a entretener con otros temas que no venían al caso, así que posó su mano en la pierna de Urbosa dando a entender que quería empezar a tratar el tema por el cual fueron convocadas.
R: Siempre es una alegría escuchar eso ¿Y usted, Lady Urbosa? ¿Todo bien por su región?
U: Estupendamente, majestad. La Ciudadela es puro bullicio y alegría, mi gente se siente muy feliz cada vez que ven a la princesa, y más ahora que se anunció nuestro enlace.
El rey comenzó a balancear su cabeza lateralmente mientras suspiraba, le costaba creer que aquello fuese tan real.
R: Bueno, imagino entonces que ya no hay vuelta atrás.
Z: No, padre. Está decidido.
R: Y decidme ambas, ¿no creéis que esto está siendo demasiado precipitado? Quizás debáis pensarlo un poco más de tiempo, conoceros más y determinar si realmente es lo que queréis.
Z: De nuevo, no, padre. Nos conocemos lo suficiente, nos hemos dado el tiempo oportuno y no ha sido una decisión tomada a la ligera.
R: Yo cuando me casé con tu madre, que ojalá las diosas la tengan en bendita gloria, creí que la conocía. Falleció y seguro que hay cosas de ella que desconocía... todos cometemos errores, hija mía.
Z: ¿Está diciendo que madre fue un error?
R: No, hija mía. No pongas en mi boca palabras que yo no he dicho. Digo que es innecesario precipitarse, nada más.
Z: El único que tiene esa sensación es usted, padre.
R: Lady Urbosa te conoce desde el mismo día que viniste al mundo, ella si te conoce. Pero ¿y tú a ella? ¿sabes acaso como ha sido su vida? ¿las cosas que haya hecho en su pasado?
Z: Padre, voy a casarme con su presente, no con su pasado.
U: Majestad, con permiso. Si vos consideráis que vuestra hija deba saber algo que creéis que no sepa, algo o algún detalle que consideréis que sería correcto que tenga en conocimiento para pensarse las cosas, decidlo. Concuerdo en que sería lo más correcto.
R: No me malinterprete, Lady Urbosa. Usted es madre, sabe lo que es temer por una hija. Seguramente en mi lugar también querría estar segura de lo que hiciera su hija.
U: Por supuesto, majestad. Pero jamás trataría de reconducir a mi hija para que sus deseos se ciñan a los míos. Y en mi tribu también es necesaria la sucesión.
R: Para nada trato de reconducirla, pero su comentario es muy conveniente. Zelda, ¿qué piensas con respecto a la sucesión?
Z: Mire, padre. Quíteme todos mis títulos si lo desea, yo sólo quiero ser feliz. Mi primo Glerdor será mi sucesor, eso téngalo claro. Y si la hija de Lady Urbosa lo desea, podría casarse con él y darle la continuidad que me pide.
R: Pero bueno, hija, ¡eso es un disparate!
Z: Tómelo o déjelo. Nada me hará cambiar de opinión respecto a mi casamiento. Eso, o tome a la hija de Lady Urbosa como heredera, pues al casarme con ella, la joven pasará a ser mi hijastra.
R: Desvarías, hija mía. Nunca un gerudo se ha sentado en el trono real y así seguirá siendo.
Z: No tengo entonces nada más que decirle. Con permiso, nos vamos.
Zelda sentía ahora demasiada impotencia, solo quería desaparecer de allí. Habían habido un par de desplantes por parte de su padre que le habían herido, como si tratase de insinuar que aquello era un error o que no la conocía; y lo de dejar caer que tenía una hija aparentaba ser un arma arrojadiza. En este momento analizaba la maldad de esas palabras, ¿qué habría pasado en ese instante si ella no hubiese sabido que Urbosa tenía una hija? Habría desatado una terrible y desafortunada discusión, y quizás eso era lo que el rey trataba de hallar, una brecha entre ambas por la cual atacar para reconducir a Zelda... darse cuenta de ello le provocaba gran pena.
R: Pero hija...
Z: Dijo en la carta que no me retendría si decidía volver a Gerudo, así que eso haré. Voy a mi cuarto a recoger unas cosas y me voy con Lady Urbosa a un lugar en el que se alegran por mi boda y no tratan de impedírmela.
La princesa salió y la matriarca le siguió, afuera, justo en el pasillo, les esperaba Cipia ya bien limpia y acicalada. Zelda invitó a ambas mujeres a seguirla hasta su habitación a recoger unas cosas para luego partir de regreso a Gerudo; esta vez no quería irse para allá solo con lo justo.
Z: Quiero llevarme el dinero que tengo, también mi joyero, un par de libros que son muy importantes y quizás si encuentro algo más que pueda resultarme útil, pero no quiero cargarme con nada más, mi lugar ya no está aquí.
Al estar en la primera planta llegaron bastante rápido a los aposentos de la princesa, entrando las tres y cerrando tras de sí la puerta. Cipia se quedó allí de pie mientras que Urbosa se sentó en la cama para admirar el rincón de su pequeña ave. Aparte de la librería, la mesa y mil aparejos de tecnología ancestral desperdigados, había un gran lienzo en la pared donde se veían a Zelda y a sus padres. Se emocionó con aquello, pues después de tantos años era casi como ver en persona a aquella mujer por la que tantas cosas sintió, humedeciéndose rápidamente sus ojos. Para que aquello no fuese demasiado evidente, prefirió distraer su vista hacia otro lado, captando su visión algo que le causó ternura y curiosidad al mismo tiempo.
U: No sabía que tendrías algo así en tu habitación.
Z: E-eh... ¡deja eso en su sitio! -dijo quitándoselo de sus manos y abrazando el objeto contra su pecho-.
Zelda lo apartó de su busto estando decidida a partir de ese momento a llevárselo consigo a Gerudo para tenerlo siempre. Lo miro y analizó, era un mini lienzo que su madre encargó a un pintor cuando Zelda tenía cinco años en el que se ve a Urbosa tomando a una infantil princesa en sus brazos, viéndoselas a ambas tremendamente felices. En la base del lienzo, ya en el marco, podía verse una inscripción grabada a fuego que decía "Mis dos amores"... La hyliana siempre reparaba en ese detalle justificándose el gran afecto que se sentían, pero jamás halló respuesta al preguntarse por qué su madre la llamaría "mi amor"; no obstante, nunca se atrevió a conjeturar situaciones fuera de contexto más allá de una estrictamente clara amistad.
U: Ah, aún recuerdo ese día, no había modo de tenerte quieta para retratarte. Se tardaron varios días más de lo esperado por ello, pero tu madre quería un lienzo de nosotras dos a toda costa... y lo consiguió.
Z: Cuando ella murió, mis criadas me trajeron muchas cosas suyas aquí a mi habitación. Ropas, joyas, recuerdos... y este lienzo, el cual he conservado con todo mi amor.
U: Vamos a llevárnoslo. Le daremos un lugar adecuado.
Zelda tomó una prenda de ropa cualquiera y enrolló en ella el cuadrito para evitar deterioros en el viaje. Y en principio, ya nada más le faltaba. Se disponen pues a salir en dirección a los establos, mas una sorpresa les esperaba a la salida, en la parte baja de las escaleras…
Z: Pa-padre... ¡Link!
Las tres mujeres se toparon de frente con ambos hombres, Cipia no los conocía, pero ver la defensiva actuación de Zelda y la preocupación de Urbosa le hizo ponerse alerta. Link iba desarmado, había dejado su espada en una recámara donde la depositaba cuando no le daba uso, iba con su ropa de elegido y expresaba un gesto serio pero decidido, como un perro guardián esperando la orden de su amo.
R: ¿Ya te vas, hija mía? Por cierto, ¿quién es esta mujer que os acompaña?
La gerudo, al ver el trato, supo que se trataba del rey, así que lo reverenció, bajó su lanza y se presentó.
C: Teniente Cipia, majestad, y guardia personal de la princesa.
R: Hmm... ya veo. Pero la princesa ya tiene su propio guardia.
Z: Padre, de ahora en adelante, la teniente Cipia será mi guardiana en Gerudo y fuera de allí. Así se decidió.
El rey mostró un gesto apenado, sentía dolor por todo aquello; para él eran demasiadas malas noticias... pero juró no retenerla en su regreso, así que cruzó sus manos en la espalda y caminó en contradirección sintiendo como la pérdida de su hija se hundía en su alma. Viéndose sin impedimentos, comenzó a caminar en compañía de su prometida y su guardiana con absoluta decisión hacia los establos; esto ya le estaba pareciendo una completa pantomima. Link no recibió órdenes ni de retirarse ni de mantenerse en su puesto, por lo que al ver marcharse a Zelda ante el desacuerdo de su padre, se interpuso en su camino. La princesa puso los ojos en blanco y se detuvo.
Z: Aparta, Link. No me retengas.
Comenzó ella a dar pasos laterales para esquivarlo, pero el espadachín no cesaba en su empeño de detenerla, tanto así que llegó a poner su mano en el hombro de Zelda con tal de complacer el oculto deseo del rey de mantenerla dentro del castillo. Cipia reparó en todo esto y en la incomodidad de su protegida y acudió rápida a su lado para comprobar si debía actuar, siendo sorprendida por el gesto de la princesa que corrió a ocultarse detrás de ella, entendiendo rápidamente e interpretando que la presencia de aquel muchacho no le estaba resultando grata.
C: Ya has oído a la princesa. Largo.
Link atendió a la mirada de la gerudo y poco le importó lo que dijo.
U: Link, por favor, no alargues esto y déjanos marchar tranquilas.
Observó e ignoró a Urbosa, sólo le interesaba retener a la heredera. Se dispuso a apartar a Cipia y a caminar hacia ella para convencerla de obedecer a su padre.
Z: ¡Link, para! ¡Déjame!
Lo que eran gestos parecía tornarse un forcejeo a pasos agigantados, volteándose con velocidad la hyliana y yendo hacia la matriarca buscando su refugio, gesto ejecutado con tanta velocidad que terminó por caer al suelo de bruces haciéndose una herida en la nariz que comenzó a sangrar. Link se asustó por el accidente y se detuvo, momento en que Cipia aprovechó para interponerse de nuevo y apuntarle al cuello con su lanza.
C: ¡Ya es suficiente! ¡No me obligues a usar la lanza! Obedece a tu alteza y no habrá derramamientos de sangre.
R: ¡Link, ya basta! Déjalas ir.
Sin más, reverenció a su majestad y se marchó, yendo ambas gerudos a alzar a la princesa del suelo, que se taponaba la nariz para evitar derramar sangre sobre su ropa, pues en el suelo ya habían un par de gotas.
U: ¿Cómo te encuentras, mi pequeña ave?
El rey se volteó al oír ese apodo, por alguna razón comenzó a encajar algunas cosas viendo los gestos y palabras de Urbosa unido al accidente de su hija; no quiso dar pie a conjeturas que podrían ser erróneas, pero de forma muy evidente entendió por qué la llamaba así... y a todo esto, no, no la auxilió ni hizo llamar a ningún médico, tan sólo siguió caminando hasta desaparecer en alguna de las habitaciones abandonándola casi a su suerte junto a sus mujeres de confianza; la idea de pérdida le había calado demasiado hondo.
C: Princesa, vayamos a los establos, seguro que los caballeros os pueden dar algún pañuelo.
Zelda se terminó de incorporar con ayuda de ambas y se limpió la sangre con la palma de su mano con gran rabia, detestaba pensar que todo eso había sido por culpa de Link.
Z: Esta me las pagará.
U: Eh, tranquilidad. Vamos de vuelta a Gerudo, tenemos muchas cosas que hacer. Y a ver si allí te pueden echar un vistazo a esa nariz.
La princesa se adelantó enfurecida, pero las mujeres gerudo la siguieron muy de cerca hasta los establos. Una vez en la puerta, ni llamó ni preguntó, tan sólo entró.
Dentro de ese lugar se encontró una escena particular; Dorrill tumbado en un lecho de paja acariciando el pelo de Lowrance, quien estaba con su cabeza apoyada en el pecho del capitán. Al fondo, Togill sin conocimiento tendido sobre un suelo mugriento, emasculado y con su propio miembro en la boca.
Z: Por las diosas, qué asco.
L: Eh, eh, princesa, que nosotros respetamos que vos os comáis a la matriarca.
D: Low, se refiere al eunuco.
L: Ah.
Pese a la asquerosísima escena del emasculado, los cinco lograron reír un poco, dejando Zelda entrever su herida.
L: Se ha oído desde aquí. Anda, tomad un trapo y apretaos fuerte, eso no es nada. Además, ahora sois una cadete gerudo, debéis mostrar valor con esa herida.
Ambos hombres se alzaron y se espolsaron las ropas mientras preguntaban cómo había ido todo. Dorrill y Cipia contaron sus aventuras con el juguete de Togill, siendo tan explícitos con sus explicaciones que causaron asco en los otros tres compañeros de viaje; definitivamente ahora ambos militares serían camaradas.
Todos se dispusieron, pero lamentablemente, Dorrill debía quedarse, pues se le habían encomendado muchas tareas para el mediodía. Lowrance sería quien de nuevo las llevaría al desierto, cargando el maletero con los objetos que Zelda rezó para que no se hubiesen roto en la caída, sobretodo el lienzo.
L: Bueno, si lo tenemos todo dispuesto, partamos. Tengo que estar pronto de regreso, así me lo ordenó mi capitán -dice guiñándole un ojo con sonrisa juguetona-.
Las mujeres rieron de nuevo y se fueron montando en el carruaje; el viaje de retorno sería menos divertido, pero igualmente irían entreteniéndose picando a Lowrance para que soltara prenda con aquello que habían visto.
**************
El trayecto discurría con armonía y en ambiente distendido, poco a poco, Cipia y Lowrance iban contando experiencias vividas con sus amantes, pues ambos contaban tener aproximadamente la misma edad e historias sorprendentemente similares. Zelda atendía con extrema curiosidad e incluso en ocasiones con algo de pudor y morbo, lo que vivió en el club creía que era lo máximo, pero por lo visto, no. Urbosa también escuchaba cada frase de su teniente, pues interiormente sospechaba que ella jamás había tenido amantes debido a su elevadísima implicación en la vida militar, no obstante se sorprendía gratamente, pues le causaba asombro ver las cantidades y mezclas caseras de alimentos que se hacía para lograr efectos vigorizantes con tal de soportar acción de cualquier tipo. Cipia contaba como si nada que una vez logró hacer una especie de caldo de hierbas que la mantuvo despierta y con muchísima energía durante cuatro días, por lo que narraba, parecía que había creado un extraño potingue con efectos vigorizantes, robustos e ígneos, cosa que la mantuvo despierta, físicamente marcadísima y tremendamente caliente, llegando a contar encamarse durante dichas jornadas con al menos una treintena de mujeres tanto en el club como en su casa. Expresaba su especial devoción por las maduras y gigantes gerudos, pero también por las jóvenes hylianas, pasando y remarcando que las mujeres andróginas le hacían derretirse. Finalmente y tras varias preguntas, concluyó que lo único que no se atrevería a probar sería a una orni y a una zora, no sentía especial atracción por habitantes no humanos, aunque igualmente les guardaba profundo respeto. Por último, antes de que Lowrance le arrebatase la palabra, dijo con la boca pequeña que tenía el fetiche de encamarse con cualquiera de las grandes hadas.
L: ¿Veis? Os dije que le gustaba el pescado. A mí no se me escapa ni una.
C: Nadie dijo lo contrario, Sir Lowrance, pero cuéntanos también tus experiencias, sobre todo con Sir Dorrill.
L: Bueno, ya que insistís tanto...
Sus palabras fueron detenidas por un intenso galope que oyó a lo lejos. Estaban justo a punto de llegar a mitad de camino cuando por seguridad se vió obligado a cerrar el ventanuco del carruaje y detenerlo. En pocos segundos llegó Pólux con Dorrill muy agitado a sus lomos.
L: Hombre, pero si es mi capitán. Y muy sudoroso...
D: Calla, atontado. Vengo con un mensaje muy urgente.
Zelda abrió rápidamente la puerta y saltó al suelo al oír esas palabras.
D: Princesa, Lady Urbosa. El rey os convoca a ambas con urgencia. Me ha dado un papel. Si decidís no venir, debéis firmarlo. Si venís, que Lowrance dé la vuelta, os está esperando.
L: Dorrill, vigila tus formalidades, que les estás hablando como si fueran tus amigas.
Z: No te preocupes, Lowrance. Os considero a ambos como tal. Además, ahora soy cadete, estamos con las formalidades al revés porque vosotros tenéis más rango que yo.
L: Perdón, señorita, ahora debes llamarme "sargento primero".
D: Déjate de bobadas, Low. Deja que decidan lo que hacer.
Princesa y matriarca se miraron fíjamente sin saber muy bien cómo actuar. Zelda le aterraba el pensamiento de que su padre la quisiese enclaustrar. Urbosa pensó que quizás querría pactar algo.
U: Deberíamos ir, pajarillo.
Z: N-no creo que...
U: Escúchame. Si quisiera hacerte algo malo, ya lo habría hecho. No esperaría a que te fueses y arriesgarse a que no aceptes su invitación pudiéndote amurallar en la Ciudadela.
D: Princesa, Lady Urbosa tiene razón, si me permites el consejo. Además el rey me dijo eso con rostro de arrepentimiento. No sé lo que se habló en vuestra reunión, pero parece que desea redimirse de algo. Le conozco lo suficiente como para afirmar esto. Yo no temería regresar. Sé que tienes ganas de regresar a Gerudo, pero este esfuerzo considero que podría dar muy buenos frutos.
Z: Júramelo.
Dorrill soltó las riendas de Pólux y se acercó a Zelda para tomarle sus pequeñas manos y darles algo de presión. La princesa las miró, estaban llenas de cortes, arañazos, llagas y sarpullidos. Al igual que cuando le vió el pecho, las palpó con suavidad como si pudiese sanarlas... y una instantánea, fugaz y tenue luminosidad se dejó ver; no causó efecto alguno, pero sí una gran calma. Dorrill vió aquello como un milagro, se sintió como si las mismas diosas lo hubieran bendecido y como si sus heridas provocadas por torturar a su hermano ya no doliesen, en definitiva, percibió una conexión especial en ese apretón de manos.
D: Te lo juro, princesa.
Z: Por favor, sana esas heridas. No quiero que sufras más.
El capitán de la guardia real recibió esas palabras como un bálsamo. En principio le satisfacía torturar a Togill, pero últimamente sentía demasiado dolor emocional.
Z: Estas heridas sanarán, tu corazón, no.
Era como si el espíritu de la diosa hubiese poseído el cuerpo de la sacerdotisa durante unos instantes. Esos no eran sus gestos, no eran sus palabras, no eran sus expresiones.
U: Es un milagro...
Urbosa tocó el hombro de Zelda diciéndole en voz muy baja que estaba orgullosa de ella, que finalmente su poder se estaba desperezando.
Z: Las heridas y las cicatrices de Dorrill algún día desaparecerán. Y las cicatrices de mi fuerte flor, también.
La matriarca y el capitán se observaron extrañados por esas palabras que pronunció, mas no osaron contradecirlas. En determinado punto, Zelda puso una expresión confundida y soltó las manos de Dorrill, tomando de nuevo las riendas y retrocediendo. Urbosa insinuó que iba a cerrar la puerta y que volverían al castillo, pues la princesa no estaba para responder, pero segura y finalmente, ese sería su deseo. El capitán terminó de cerrar la puerta y tanto él como Lowrance dieron la vuelta para redireccionar la ruta y retornar al palacio, donde el rey les esperaba preferiblemente acompañados de su hija.
**************
Ya de nuevo en los establos, Zelda había vuelto en sí, comió unas pocas frutas disecadas que aún le quedaban y bebió unos tragos de elixir vigorizante, pues se había quedado exhausta con lo de antes.
D: Vamos, princesa. El rey aguarda en la misma sala de antes. Lady Urbosa, Cipia, vamos. Os escoltaré yo mismo hasta allí.
Aún un poco aturdida y con la mente algo distraída de aquella situación, aguardó a los efectos del elixir con tal de centrarse de nuevo, pues no quería replicar la misma conversación de antes después de haberse molestado en regresar. Tomó la mano de la matriarca y comenzaron a caminar hacia el conocido habitáculo mientras que a sus espaldas tenían a la teniente y al capitán. Por un momento miró a Urbosa, admiró no sólo su figura, sino también como todos sus adornos y joyas tintineaban a cada paso que daba... Los medallones de su faldón, sus brazaletes, su bajo coletero metálico contra su coraza pectoral, su cimitarra contra su escudo... y por supuesto, sus tacones contra el suelo de mármol; era toda ella al completo, puro arte. Era una mujer que se la podía admirar visualmente, también de forma auditiva además de a nivel mental y sentimental. Arte y maravilla se quedaba ajustado al lado de su presencia. Ya no sólo ver, sino más bien atender a las metálicas melodías que su cuerpo generaba en pos de un caminar que buscaba hallar el objetivo de la paz dialogando con su majestad, le aportaba calma. Y en un santiamén, la puerta del salón quedaba ante ellas.
D: Chicas, os deseo suerte. Cipia y yo nos quedaremos aquí en espera vuestra. Cualquier cosa, aquí estaremos. Valor.
Si en el pasado hubiesen sido diferentes las circunstancias y Zelda hubiere poseído facultad de decisión sobre ciertos asuntos, sin cabida a ningún cuestionamiento, ella habría escogido a Dorrill como su caballero protector, como su guardián personal y como su confidente allí en palacio; en apenas unos días, logró con él esa conexión y complicidad que jamás tuvo, tiene, ni tendrá con Link. Aún así, se siente dichosa de poder contar con él en la actualidad casi para lo que ella necesite. Y más feliz se siente aún de que dicho puesto esté siendo cubierto por Cipia y que, para más, se lleve tan bien con el capitán de la guardia real. De por sí con Urbosa ya se siente protegida, y más actualmente que ella misma está recibiendo una especie de adoctrinamiento militar que le hace ganar seguridad en sus herramientas, pero contar con Cipia y Dorrill le da ese plus, ese extra que le aporta recogimiento y poderío; sin dudas había formado un gran equipo. Pero ahora ya, tras un último contacto visual cargado de confianza y emoción con sus camaradas, abre la puerta y accede junto con su amada y fuerte flor, tomándole de nuevo de la mano.
Z: Buenas tardes de nuevo, padre.
El rey las miró de arriba abajo, atendiendo especialmente al detalle de sus manos entrelazadas con fuerza. Respiró hondo y bajó su mirada apretando su mandíbula.
R: Buenas tardes, hija mía. Y buenas tardes, Lady Urbosa.
U: Buenas tardes majestad.
El rey se tomó unos instantes para mirar al vacío, generando un silencio incómodo que no tardó en quebrar con gestos. Puso sus manos en los reposabrazos de su sillón, apretando estos con contundencia antes de emitir un leve suspiro y levantarse de allí. Comenzó tras enderezarse a caminar de lado a lado de la habitación, accionando alternativamente cruces de brazos delanteros y traseros, parándose en cierto punto delante de un gran ventanal que tenía como vista principal el bosque perdido. Lo miró mientras abría y cerraba la boca de tanto en cuanto, como si quisiese expresar algo que le causaba inseguridad, temor o reparo. No obstante desenlazó en un atrevimiento.
R: Zelda, ¿mantienes tu pureza? -dijo cerrando sus ojos-.
La princesa comenzó a temblar... no quería mentirle, pero tampoco decirle la verdad... Sus primeras veces con Urbosa fueron todas ellas especiales, siempre las guardará en su corazón como el acto más puro que jamás ejecutó en toda su existencia, aunque para su padre y para la sociedad general fuesen rápida e indudablemente tachadas de aberraciones. Pero las últimas veces guardaban todo tipo de adjetivos menos "pureza". El club, donde participó activamente en una orgía. La Fuente del Valor, donde utilizó la sagrada efigie de la diosa como apoyo para cabalgar sobre las caderas de la gerudo. En los aposentos de la matriarca, donde tras sólo tres días de abstinencia, desató durante horas todo el fuego contenido en su ser, siendo vista sentada en la cara de su amada por parte de la comandante Daelia. Todo eso no tenía nada de puro. Aún así recuerda oír de la odiosa de su tía, que la virtud y pureza era algo que sólo debía ser desflorado por su futuro marido, ergo, un hombre, así que tomó sus palabras a su favor.
Z: Sí, padre.
Urbosa la miró seria de reojo sin que nadie nada más que ella se diese cuenta, como si en su gesto se pudiese leer un claro "no desveles nada".
R: ¿Estás segura de tu respuesta? -dijo clavándole sus ojos-.
Z: S-sí, padre, ¿por qué lo pregunta?
Se notó algo de inseguridad en ese "sí", pero tomó valor.
R: Por nada, la realidad es que no sé cuánto tiempo os lleváis relacionando, pero supongo que será el suficiente como para haber tomado la decisión de comprometeros.
U: Alrededor de un año, majestad.
R: Y dígame algo, Lady Urbosa, ¿en un año jamás ha sentido el deseo de tomar a mi hija?
Z: ¡Padre, por favor!
R: ¡Silencio! No estoy hablando contigo.
Urbosa cerró sus ojos y arqueó sus cejas a modo de indignación, gesto que el rey notó y le enojó.
R: Admítalo, Lady Urbosa. No soy tonto, ha tomado a mi hija, y si no lo ha hecho todavía, lo desea.
Z: Padre, pare ya esto...
El rey lanzó un gélido gesto a su hija, inutilizándola e invalidando de ahora en adelante cada palabra que dijera.
U: Majestad, a la princesa y a mí nos unen otras cosas. Nunca he sentido la necesidad de propasarme ni de tomar a vuestra hija, si esa es vuestra pregunta.
Desde el exterior se oía todo. Dorrill y Cipia se miraban apenados temiéndose lo peor. La teniente le dijo en voz baja que si podían hacer algo, pero el capitán sólo dijo un "rezar" mientras arrugaba su semblante.
R: ¿Y como sé si ambas me estáis diciendo la verdad?
Z: Padre, es la verdad. Además, la pureza sólo puede desflorarla un varón. Así lo decía mi tía.
El rey se giró de nuevo hacia la ventana. Creerle no podía, pero lo cierto es que esa frase era una realidad dentro de su mente; y otra verdad es que tampoco sabía muy bien como una mujer podía poseer y desflorar a otra.
R: Está bien. Dejemos el tema, no os he hecho llamar para esto.
El rey se sentó de nuevo en su sillón, respiró muy profundo y dió dos palmadas al aire. Con inmediatez, apareció una sirvienta a la cual se le encargó una infusión de hierbas relajantes. Él les preguntó a ellas si deseaban algo; Zelda se negó, pero Urbosa le dió un toque con su pie y pidió también dos infusiones relajantes. Era un gesto sin aparente importancia, pero sabiendo demasiado de etiquetas y modales ante personalidades superiores a ella en estatus, aceptó la invitación de inmediato, pues estar en sintonía con una persona alterada con la que debes pactar acuerdos importantes es de extrema importancia, pues da sensación de confort y control al que técnicamente maneja la situación, en este caso, el rey.
Los tres esperaron las infusiones en silencio, pero fueron traídas con gran velocidad, por lo que la expectativa e incomodidad no duraron gran cosa. Entró de nuevo la sirvienta y dispuso sobre una pequeña mesa auxiliar la bandeja de plata vieja para posteriormente, verter infusión en cada taza. En breves y pidiendo permiso, se marchó. Sin demora, tomaron y aguardaron algún minuto más.
R: Bueno, ahora que estamos todos más relajados, tratemos el tema por el cual os hice llamar, si os parece.
U: Excelente, majestad. Díganos.
El rey depositó su taza en su pequeño plato que estaba en la bandeja, tomó de nuevo aire en busca de calma y se dispuso a narrar su discurso.
R: Hija mía... Zelda. Puedo estar en acuerdo o en desacuerdo con vuestro compromiso, pero las leyes son las leyes, y me temo que en cuyo caso de llevar a cabo un enlace, carecería de validez.
Z: Padre, hágalo por respeto a la diosa.
R: ¿Qué tiene que ver la diosa con todo esto?
Z: No sé si se lo llegué a decir, quizás lo olvidé o quizás no lo recuerda, pero se lo repetiré en tal caso. Urbosa me pidió matrimonio ante la efigie de la diosa de la Fuente del Valor. Y usted sabe bien que ante una petición así, el viento corre a modo de aprobación y la tormenta cae cuando no está conforme. Y de igual forma sabe que la quietud es símbolo de indecisión.
R: ¿Y el viento sopló?
U: De este a oeste, majestad. Desde Farone y hacia Gerudo. Incluso llegó a silbar a su alrededor.
Las leyes humanas eran inquebrantables, pero las divinas estaban a un nivel superior. Las diosas tenían su propia ley y destino, a veces extraño, a veces inexplicable, a veces caprichoso... pero sin osadía a la contradicción, debían acatarse sus deseos sin cuestionar los porqués. Y es más, aunque las leyes terrenales prohibiesen algo, en caso de aprobarlo la diosa, debían alterar la ley con tal de cumplir los designios de su divina demanda... sabe bien el rey que en caso de desobedecerla, desataría una hecatombe en el reino, pues alguna vez ha ocurrido en milenios pasados. El monarca quedó estupefacto, no quería negarse a creer aquello, pues los fieles a la diosa dicen la verdad, y los que no creen la palabra humana dicha por la diosa, son castigados con enfermedad y desdicha... incluso a veces con la muerte, y de eso el rey tenía una tragedia a sus espaldas, tragedia que no deseaba que se replicase también con su hija. Apretó sus puños.
R: Hija mía... No deseo oponerme a los designios de la diosa, jamás osaría algo así. Ella misma sabrá por qué nos indica este como el camino a seguir. No alcanzo a comprender que conexión desea lograr uniéndoos a vosotras dos en sagrado matrimonio. La corona jamás se ha emparentado con Gerudo, pero sin duda, algo traerá... y confío en ella. Tampoco intuyo qué beneficios podría traer a nuestro mundo el hecho de que dos mu... de que dos...
El rey resoplaba, comenzaba a sudar y trataba por todos sus medios el articular la frase que contenía como sujeto a dos mujeres, como verbo, casar y como predicado, por la gracia de las diosas.
Z: Padre, está bien. Lo hemos comprendido.
R: ¡Dos mujeres no pueden traer descendencia al mundo! ¿Qué hay de la corona, Zelda? Tu sangre desciende de los mismos cielos, si no la perpetúas, se perderá.
Z: Padre, ya hemos tenido esta conversación antes...
R: ¡Tu primo Glerdor no ha sido educado para ser rey después de tí! Después de tí, debe gobernar un vástago tuyo.
Z: Padre, cálmese. Glerdor es mi primo carnal, compartimos la misma sangre. Además, todavía es joven. No es tarde para iniciar su educación, y podría subvencionarla yo. Pero si no desea eso, prefiero abdicar en su favor y usted mismo puede educarlo como si fuese hijo suyo.
R: Zelda, no digas tonterías. Nadie te va a quitar tus títulos ni abdicarás. Tú serás la futura reina sin cabida a la disputa.
Z: Padre, no deseo entrar en un bucle. Si no desea hallar la solución, hablaremos en el futuro.
El monarca agachó la cabeza, tenía mucho en lo que pensar, pues por lo visto estaba siendo muy complicado dar con el desenredo. Trató de despejar su mente consumiendo hasta la última gota de infusión que quedaba en su taza, tomando aire lentamente a cada sorbo intentando reunir el valor necesario para finiquitar aquello de buena gana aunque el asunto sucesorio quedase pendiente de tratar. Por unos instantes pensó en su hija, aquella muchachita que en apenas tres meses sería ya una mujer. En su mente y en la más auténtica de las realidades, tan sólo quería verla feliz, pues su sonrisa era lo único que iluminaba sus grises días como jefe de estado... sonrisa que era particularmente destelleante cuando volvía de Gerudo.
Se puso en pie de nuevo y caminó hacia ellas, plantándose serio ante la matriarca, que desde abajo le observaba solemne y calmada esperando sus breves palabras.
R: Lady Urbosa, hágame un favor, ¿quiere?
U: -alzándose- Por supuesto. Dígame, majestad.
R: Cuídemela.
Urbosa respondió con una leve sonrisa y gesto afirmativo unido a una expulsión de aire nasal. Zelda se emocionó con sus palabras y, llorando, también se alzó. El rey abrió sus brazos y la princesa aterrizó en ellos con velocidad y fuerza, golpeando a su padre con su coraza pectoral. Éste se quejó un poco, pero sonrió pensando que el tiempo le daría el valor para bendecir aquello que acababa de aprobar sólo gracias a la diosa. Aún así, le llenaba de regocijo sentir a su hija feliz y cercana. Separó su abrazo y le tendió su mano a la matriarca, formalizando un apretón de manos contundente.
R: Sed felices, por favor. Daos respeto y protección, se avecinan tiempos difíciles.
Y de esta manera, ambas prometidas aprobadas por el rey, marcharon junto a Cipia, Lowrance y Dorrill a Gerudo para celebrar aquello. En los días venideros tendrían mucho que preparar para aquel evento tan importante.
NOTAS DE AUTORA
Un capítulo más, poco tengo que decir.
Me apetece desarrollar un poco la relación de Lowrance con Dorrill, pero de momento la trato con pinzas porque no sé direccionar demasiado bien un BL.
Tengo ganas de torturar a Togill un poco más; eventualmente imagino que me desharé de él, pero tiene que ser de forma épica, nada de “anda, se ha muerto”. Pero bueno, ya veré.
Igual que en el capítulo anterior, quiero ir dándole peso a Cipia en la trama; ya tengo algunas ideas que iré desarrollando.
El tema de la sucesión se me está enredando hasta a mí, aún sigo elaborando alternativas posibles.
Nuestra Zelda guerrera se va endureciendo poco a poco, ¿hasta dónde o hasta qué punto sería adecuado curtirla? Os leo.
No me gustan los capítulos en los que Urbosa colabora tan poco en la trama.
El rey me cae mal.
Tengo sueño.
No os olvidéis de parpadear y beber agua.
(Créditos de la imagen a su autor)
Comentarios
Publicar un comentario