Capítulo 7. URBOSA X ZELDA


Autora: Bárbara Usó. 

Tiempo estimado de lectura: 1h 20min.

Gmail: barbarauh1998@gmail.com 

*****************************************

Una gerudo desconocida se plantaba en la mañana de la víspera del festivo a unos doscientos metros de la Ciudadela. Natal de allí, criada lejos en tierras de científicos, se hacía llamar Nóreas. De veinte años de edad y ataviada con ropajes nada austeros, convocada específicamente por la matriarca para alojarse allí durante dos semanas por asuntos apremiantes. Se aproximó paso a paso a la Ciudadela, en concreto a su entrada principal sin cabalgar equino ni espolear morsa, pues carecía de montura alguna, mas sus piernas tenían un poder equiparable a un centaleón. Recibida en el pórtico no sólo con un simple "sawosaaba", sino con una reverencia y bajada de armas; era alguien importante que estaba siendo esperada en palacio por aquella mujer que era más que su líder. Entró y atravesó las murallas siendo observada y saludada por las más jóvenes y de mediana edad con devoción, no obstante, las más maduras, aún con respetos, le miraban por encima del hombro por razones que aún costarán ser indagadas.

Una joven pero preparadísima mujer adorada por la mayoría y vista de reojo por la minoría, iba caminando al palacio con sus ojos dispares de esmeralda y topacio anonadando a las gerudos que la última vez que la vieron sería hace más de diez años. Asombradas muchas quedaron no sólo por su atemorizante aspecto, sino por la silenciosa seguridad que emanaba de su ser. Ninguna se atrevió a ir a saludarla personalmente, pues temían su reacción, ya que pese a ser archiconocida, se la veía cambiada. Ya no era aquella tímida niñita de cabellos cobrizos que se ocultaba tras las faldas de su madre cuando venía de vacaciones a Gerudo; ahora era una auténtica hembra gerudo que según sus médicos personales contaba con 2'32cm de estatura, 147kg de peso y una salud de acero que se alimentaba cada día más con sus intensas sesiones de entrenamiento físico y mental a las que se sometía en pos de alcanzar sus exigencias (y eso sin contar las ingentes cantidades de carne de caza muy poco hecha que consumía a diario). La definición muscular de Nóreas era comparada por sus educadores con la de un centaleón, no había fibra ni vena en su cuerpo que no fuese perfectamente visible y palpable, incluso una de sus médicos lo calificaba de completa exageración para la media gerudo, mas la joven no cesaba su empeño en mover rocas gigantescas. Su fuerza era tan colosal que sus educadores temían enfadarla, pero sorpresivamente era una muchacha muy mansa, pacífica, obediente y cumplidora con sus tareas. Su constitución era de las más gruesas que se podían ver, tenía unas piernas que parecían pilares de diamante, unas anchísimas caderas típicas de las mujeres de sangre más pura del desierto, una cintura sorpresivamente poco marcada que contrastaba con el anormal volumen de sus pechos... y todo eso, unido a un torso que parecía un muro y unos brazos que asemejaban troncos de olivo.

Y aún con tal flamante descripción de su persona, las más ancianas siempre ponían el punto sobre la "i" al reparar en ello. Decían que siendo quien es y siendo hija de quien era, no resultaba normal en su aspecto ciertos rasgos más típicos de una cualquiera. Esperaban una piel de tonalidad caramelo y recibieron una típica tostada tirando a café. Esperaban un cabello como el mismo fuego y recibieron una melena lisa borgoña sin brillos, contrastes, ni reflejos. Esperaban hallar una bellísima mujer de rasgos finos y elegantes como los de su progenitora y recibieron las más vulgares de las facciones plasmadas en un rostro de mandíbula cuadrada, orejas grandes, nariz aguileña, ojos redondos y cejas cortas y poco pobladas. La gente en general coincidía en que no tenía absolutamente nada que ver con su madre. Sus devotas atribuían una poderosa influencia de ancestros o quizás de un padre de genética particular. Las que ocultaban su falta de simpatía hacia ella, la acusaban en secreto de bastarda, pues ni siquiera gracia para caminar tenía. Ella siempre era sometida a comparaciones con su madre, de eso era consciente, pero poco le importaban los rumores, pues aseguraba que la elegancia no ganaba batallas, ni cazaba animales, ni trabajaba, ni aportaba nada en definitiva. Nóreas se esforzaba en ser algo más agradable visualmente y no ser tan tosca, pero era demasiado difícil con tal tamaño; le gustaría ser más femenina y grácil para eventualmente conquistar a algún hombre, pero era tremendamente complicado, así que terminó por aceptarse tal cual era y comprendió que su futuro marido debería de amarla por su contenido y no por su continente.

Se había educado y entrenado lejísimos de allí, en concreto, en la otra punta del mapa, mas no obstante, tuvo la posibilidad de recorrer cada rincón del reino en busca de sabiduría y formación. Tras varios maestros y maestras de la guerra, acabó escogiendo dos dagas como arma principal, pues el combate cuerpo a cuerpo con cortes y derribos, era lo suyo. Su destreza como guerrera y militar sí que era comparable con la de su madre, jurando varios mentores que en caso de enzarzarse ambas en encarnizado duelo, perderían sus vidas al tiempo.

Su ropa fue adaptada completamente a sus necesidades y posición. Desde los pies a la cabeza, portaba unos tacones color índigo satinado, un faldón gris oscuro casi negro que le llegaba por los tobillos adornado con medallones de plata brillante, un fino cinturón de oro en la cadera, brazaletes índigos y plateados rematados en oro por sus bordes, sujetador de acero idéntico al de su madre pero con el fondo en tonalidades de mar profundo, y finalmente unas hombreras enganchadas al mismo que caían en láminas metálicas hasta sus codos... sin lugar a dudas, era toda una exhibición de poder.

Aún así y con tantas cualidades, había algo que las ancianas calificaban de defecto y les hacían levantar una ceja en cuanto pensaban un poco en ello. Según ellas, siendo hija de quien era, debería haber heredado obligatoriamente su más exclusiva habilidad... pero no nació con la fortuna de poseerla... Pero aún con esas, Nóreas continuaba siendo una balsa de agua, no le atormentaba aquello, sabía que sus habilidades y aptitudes eran otras.

Ahora sí, con saludos y reverencias, arribó a aquel palacio en el que la matriarca en su trono y coronada aguardaba sentada junto a su prometida que permanecía en pie a su vera. Las militares allí presentes la reverenciaron mientras caminaba segura por la alfombra de terciopelo carmesí hacia su líder. Urbosa arqueó sus cejas al verla, Zelda quedó de mientras, impresionadísima. Cuando Nóreas llegó a estar a dos metros del trono, miró a su matriarca y a su soberana fíjamente con ojos bravos antes de hincar la rodilla depositando desenvainadas sus dagas ante ella. Agachó su cabeza, abrió los ojos y miró la alfombra mientras que, silenciosa, se ponía a merced de Urbosa.

La matriarca la dejó allí postrada algún minuto en puro silencio, analizando los detalles de ese escultural cuerpo que sin palabras, definía con claridad el ideal gerudo. Finalmente y tras un meticuloso desglose de su apariencia, se levantó de su trono y se plantó ante ella a escasos centímetros, mas la joven no ejecutaría acción a no ser que se le ordenase.

U: En pie -dijo en tono rudo y decidido-.

Nóreas se puso en pie ante su matriarca y miró al frente sin cruzar contacto visual con ella. Urbosa comenzó a rodearla, apretó sus bíceps, tomó su mano para analizar su tamaño y contempló sus enjoyados dedos. Siguió su vuelta y palpó su durísima espalda completamente libre de estragos de guerra. Llegó nuevamente a su cara delantera y presionó uno a uno sus abdominales, y posteriormente, sus pectorales, notando que eran de puro acero. Alzó su brazo y la tomó del cuello para comprobar su contorno, que era gigante. Aprovechó que estaba ahí para girar su cara en ambas direcciones para asombrarse con la ruda forma que finalmente tomó su mandíbula. Y en último término, se alejó un poco de ella.

U: Mírame.

La gerudo bajó su mirada hasta cruzarla con la de su matriarca, pues le sobrepasaba por aproximadamente treinta centímetros. Se clavaron la una en la otra como si buscasen mutua guerra en sus ojos; los dispares y tranquilos de Nóreas contrastaban con los verdes bravos de Urbosa que aparentaban desafío.

U: Has cambiado mucho, Nóreas.

Zelda atendía a la escena con asombro, era raro ver tan seria a Urbosa, pues hasta con desconocidas era más agradable, pero no osaría cuestionar aquello.

N: Así es, matriarca. Me alegra que se haya percatado.

U: Es difícil no percatarse. La última vez que te ví, todavía te escondías debajo de mi falda.

N: Aún lo recuerdo, y me alegra que lo recuerde.

U: Todo te alegra, pero estás muy seria. Mírate, has alcanzado ya la estatura de tu abuela y tu bisabuela; eres la viva imagen de ellas.

Nóreas dejó entrever una sonrisa, pues ella no era la típica gerudo recia y seria, sino más bien serena y cercana. Urbosa le ordenó guardar sus armas mientras le presentaba a Zelda, pues pese a que se conocieron en la infancia, no guardaban demasiados recuerdos de aquello, por no decir ninguno. Igualmente la reverenció y presentó sus respetos.

U: Puedes depositar allí tus armas y relajarte, por aquella puerta tienes tu habitación preparada. Bienvenida a casa de nuevo.

La joven le miró y casi sin quererlo, se fundieron en un largo y afectivo abrazo que se alargó en el tiempo.

N: Gracias por todo, madre.

             ***********************

Nóreas había regresado al salón del trono en cuanto su limitado equipaje quedó dispuesto en la habitación que se le había preparado. Consigo apenas portaba un saco de cuero marrón oscuro que contenía raciones de comida y agua que ella misma había recolectado, pues el camino desde Akkala lo hizo completamente a pie y como buena gerudo, se las tuvo que apañar para sobrevivir sin una sola rupia. Las dagas las conservó amarradas a su cinturón como único enser que no retiró.

U: Bueno, Nóreas. Cuéntanos a la princesa y a mí qué tal te ha ido en todos estos años, aunque por lo que veo, no has desaprovechado ni un sólo instante.

N: Así es. Mi rutina ha sido constante e ininterrumpida. Un día entreno y al siguiente estudio, así sucesivamente. Varios maestros de Kakariko me enseñaron el arte del combate sin escudo mientras que los científicos de Akkala me instruyeron en tecnología ancestral. Además tuve el placer de aprender de un ex miembro del Clan Yiga que se ofreció a ayudarme a interiorizar todo tipo de tácticas de espionaje y combate en equipo.

Z: ¿Tecnología ancestral, dices?

N: Así es, alteza. Incluso pudimos experimentar con la fusión de dicha tecnología con el armamento gerudo. Quién sabe, quizás en un futuro nos favorezca enormemente.

U: Hmmm... Ten cuidado con el Yiga, por mucho que ya no sea miembro, puede ser un espía.

N: No se preocupe, madre. En tal caso, yo misma le cortaré la garganta.

Urbosa mostró una pequeña y forzada sonrisa de satisfacción, se sentía feliz de ver a aquella muchacha llegar tan alto, pero oír como le decía "madre", le causaba incomodidad. Sin dudas le había ganado algo de cariño, pero no más que a cualquier camarada del ejército, no obstante, hizo lo posible por mostrar eso que llaman "orgullo de madre", pues esa joven no tenía la culpa de nada.

Z: Bu-bueno. Al margen de gargantas cortadas, me encantaría que me contases un poco más sobre tus estudios. Soy una apasionada del tema y estoy convencida de que ambas podemos aprender de la otra, si quieres, claro.

N: Por supuesto alteza, para mí será un placer. Pero aparte de todo esto, me gustaría saber para qué se me convoca.

La matriarca indicó a su "hija" que se sentara en el suelo delante de ella, que se hallaba postrada en su trono. En gesto amable, Zelda también se sentó al lado suya en la alfombra para generar confianza y cercanía entre ambas. Urbosa vió eso de buen grado y muy apropiado.

U: Te he hecho llamar por dos razones. Empezaré por la primera, pues es una pregunta fácil de responder.

Nóreas puso toda su atención en aquello.

U: ¿Tienes ya algún pretendiente?

La joven gerudo se sonrojó y encogió de hombros.

N: N-no, madre. Todavía no me he centrado en ello, pero si lo desea puedo emprender en la tarea.

U: En absoluto. No eres una yegua ni una esclava como para centrar tus esfuerzos en algo así, pues tienes una carrera muy prometedora como heredera al trono gerudo y siempre es preferible centrarse en ello. Además, yo no soy tu dueña, tú decidirás lo que se adapta y es más conveniente para tí... igual que en su momento lo hice yo...

Urbosa tragó saliva con esa última frase. El secreto de que era una bastarda se lo llevará consigo a la tumba, pues a excepción de Zelda, todas las personas que lo supieron ya estaban muertas; incluso la madre biológica.

N: Está bien, madre. Pues si no le importa, prefiero esperar a que el destino elija lo que será adecuado para mí.

U: Me parece estupendo. Esto me lleva directamente al siguiente tema, que es la noticia de mi casamiento con esta mujer que tienes ante tí. Está todo casi preparado para llevar a cabo el enlace en los próximos días, y nos encantaría que fueses tú quien entregases los anillos a la casamentera. 

Nóreas se quedó en silencio unos segundos... Por alguna razón, aquello no le terminaba de encajar, pues en teoría la matriarca, aún sin contacto, debería tener marido. Además también le extrañaba que se fuese a casar con la mismísima princesa de Hyrule, quien seguramente tendría ya algún prometido. Y por último, ¿si tenía marido, como pretendía casarse? Y no cortos con eso ¿cómo podía amar a una mujer estando casada? Era una bomba de preguntas que como tempestad, llovieron sobre Urbosa.

U: Vamos a ver, Nóreas. Las razones por las cuales la princesa y yo nos amemos y deseemos casarnos son exclusivamente nuestras; simplemente es nuestro anhelo. Luego, tú no habías ni nacido y tu padre ya se había muerto, pero es algo que no te debería de importar, pues ninguna gerudo conoce a su padre. Me quedé viuda muy joven y debía continuar con mi vida, y decidí rehacerla con Zelda.

Z: Así es, Nóreas. Igualmente, si deseas hacerme cualquier pregunta, estaré encantada de responderte. El rey está al corriente de todo esto; no ha dado su bendición pero tampoco se ha negado. Estamos de todas maneras en plenas negociaciones para garantizar el futuro de la corona.

La heredera gerudo atendió a cada frase con gran interés. Sus dudas eran normales, pero fueron todas resueltas por una Urbosa que se sentía invadida y por una Zelda que se quiso ganar su confianza con la esperanza de tenerla de cara en futuras negociaciones.

N: Está bien. Lo he entendido todo. Por supuesto que las ayudaré con lo que sea en el día de la boda.

Aliviada por el cese de incógnitas, la matriarca le indicó que no tenía nada más que decirle y que podía irse a hacer lo que quisiera. De siempre había sido algo distante con ella, pues no la reconocía como su hija, pero no tenía más remedio que interpretar su papel.

Z: ¡Un momento! Ya que estamos hablando de esto, me gustaría convocar al Consejo para terminar de cuadrar los detalles de la boda. Mipha podría venir, pero también me gustaría invitar a Lowrance, Dorrill, Daruk y Revali, pero como son hombres, no pueden acceder a la Ciudadela. Por ello, querría hacer una rápida deliberación y ver que podríamos hacer.

U: ¿Y a tu querido Link no piensas invitarlo, pajarillo? ¡Ja, ja, ja!

Z: ¡Urbosa! ¡No seas así! Tendré que invitarlo por educación, pero veremos qué decidimos. ¡Ah! Y también me gustaría invitar a Impa, a Prunia y a Rotver.

U: Convoquemos pues al Consejo. Comandante Hassa, por favor, ayúdame a localizar a las mujeres.

H: Sí, matriarca.

               *********************

Apenas en unos minutos quedó reunido todo el Consejo Gerudo en el salón del trono en disposición de tratar el tema que tan apremiante le resultaba a la princesa. Las reuniones de aquellas mujeres eran un tanto particulares, además de ser muy diferentes a las típicas de otras noblezas. Este consejo era público, mas aunque ciertamente las cabecillas eran ancianas o altos rangos militares, todas tenían derecho a voto y a ruego; digamos que las que "mandaban", eran únicamente organizadoras.

Las reuniones, debates, charlas y asambleas tenían siempre un punto en común; no habían sillas ni mesas. Desde tiempos remotos se realizaban así por una razón más que práctica, pues incluso la matriarca atendía a estas de pie. Existía la creencia de que las charlas acomodadas, con tentempiés, con recesos y sin hora de salida alargaban inútilmente los temas que con dinamismo podrían ser tratados; por ello, se introdujo esta norma. Y aparte de todo aquello, las mujeres no se colocaban en un orden ni posición particular, así podrían ir moviéndose conforme necesitasen dialogar con unas o con otras.

Así que esa era la visión actual de la planta baja del palacio de arena; unas ciento ochenta mujeres en pie haciendo grupos y corrillos dispuestas a atender el diálogo de la cadete real.

Z: (alzando al máximo su voz para ser oída) Pueblo de Gerudo. Ciudadanas, compatriotas y camaradas. Bien sabéis que mañana será el enlace entre vuestra matriarca y yo, así que os he hecho llamar para debatir un asunto dada la excepcionalidad del acontecimiento. Solicito el permiso de la matriarca para exponer el caso, someterlo a votación, y posteriormente, a acuerdo y resolución.

Toda gerudo atendió en pulcro silencio a cada sílaba pronunciada, además de conservarlo más allá en el tiempo a la espera de la respuesta de Urbosa, quién ni siquiera planteó segundos de duda previo a dar voz a la princesa con un sonoro "sí".

Z: Bien. Gracias, matriarca. Trataré de abreviar todo esto lo máximo posible, pues no estoy acostumbrada a este tipo de consejos. Ruego que me disculpéis si me excedo en mis palabras y que, si me extiendo demasiado, contéis con la confianza de decírmelo.

Y así, Zelda relató de forma escueta su deseo de que sus amigos varones asistiesen a su enlace. La matriarca, salvo circunstancias de vida o muerte, siempre debía votar abstención, pues en caso contrario podría influenciar el criterio de sus súbditas, ya que todo aquello era público. La princesa cadete comenzó a poner mil pretextos a su deseo ante un consejo que se empezaba a alborotar en gesto de desacuerdo... Que si Lowrance y Dorrill eran homosexuales, que si Daruk era un goron y esa raza permanecía en un limbo alegal de aceptación en la Ciudadela, que si Revali sólo sentía interés por su arco, que si Rotver ya estaba casado... A las gerudo, todo aquello les resultaba una retahíla de excusas y más excusas. Así que con una apenada Zelda, se procedió a unas votaciones que contó Nóreas.

N: Hmm... Todo esto suma ciento ochenta y ocho noes y dos abstenciones. Gana el no por mayoría absoluta. Solicito, por favor, que las ciudadanas que están más al fondo dejen de discutir y mantengan el silencio.

Al fondo, dos ancianas vecinas discutían. Se les oían decir auténticas barbaridades.

(?): No es suficiente lo que vimos de la jefa en su juventud, lo que escuchamos a diario en sus aposentos, el hecho de que cada esquina de la Ciudadela sea su lupanar privado, que se vaya a casar con una niña por muy princesa que sea, que le haya otorgado un rango militar honorífico, como para que ahora encima esa cría nos quiera traer shioks a intramuros... ¿qué será lo siguiente? ¿una ciudad mixta? Esa shiak está loca.

Las mujeres se empezaron a alterar y a intentar frenar a esa anciana desatada. Muchas daban la razón a los sucesos, porque de hecho, así fueron. Pero El Consejo era algo, tenía un sentido y razón de ser; la democracia, y debía anteponerse la misma con imparcialidad.

N: Disculpe, conciudadana. Ruego que exprese su opinión de una forma clara y que trate de dejar a un lado su opinión personal. Y por supuesto, evite vejaciones e insultos. Ahora procederemos a un acuerdo común y a una resolución para, posteriormente, finalizar la reunión. Así que le pido que de ahora en adelante, mantenga el silencio.

Urbosa se enfureció con todo aquello mientras Zelda se encogía de hombros y se entristecía viendo como hasta en Gerudo, existían aún ancianas intolerantes. La matriarca la abrazó y agradeció la tranquila expresión de Nóreas, pues de no ser por ella, ya habría dado de comer a un Moldora con ese escuálido y decrépito cuerpo de vieja de esa vecina. Aún así, aquella señora señaló a la futura matriarca con el dedo, y sin titubeos, le dijo:

(?): ¡Tú a mí no me mandes callar, bastarda!

Todas se giraron ante ella indignadas por tal insulto. Muchas quisieron atacarle, pero las militares impidieron aquello. Nóreas abrió cuanto pudo los ojos, comenzó a sudar y a hiperventilar mientras apretaba y contraía sus músculos como si estuviese a punto de transformarse en una bestia. Urbosa, gritando a pleno pulmón y desenvainando su cimitarra con ganas de rebanarle el cuello, se acercó y retiró a Nóreas hacia atrás, protegiéndola. Las diosas sabrán si lo hacía por la joven o por el secreto en sí, pero lo cierto es que se mostró como una leona con su cachorro.

U: ¡COMANDANTE HASSA! ¡¡¡Llévate a esa traidora a los calabozos!!!

Rauda y furiosa, la hercúlea Hassa tomó bajo el brazo a esa señora como a una ramita de árbol mientras ésta pataleaba y decía sandeces.

(?): ¡Urbosa, deja de mentir! ¡Esa hija no es tuya! ¡Podrás encerrarme mil años, pero la verdad jamás escapa! ¡Todo el mundo sabe que esa muchachita que tanto exilias es una bastarda! ¡Deja de engañar a tu pueblo, lamebragas, que te crees más reina que la madre de la princesa y te piensas que las gerudo estamos ciegas! ¡Que te has encamado a la mitad de las mujeres del reino y jamás se te ha visto con ningún hombre!

Nadie simpatizaba con ella, ni siquiera su anciana vecina, quien trataba de calmarla antes de que la liase de esa forma. En menos de cinco segundos, el palacio quedaba nuevamente cerrado con Zelda sollozando sosteniendo las manos de una Nóreas que temblaba de tensión mientras caía de rodillas al suelo, siendo rápidamente abrazada por la lagrimeante princesa y por la teniente Cipia, quien fue veloz a socorrerlas e invitarlas a salir de allí.

N: ¡No! No voy a irme de aquí.

Urbosa se sentó de golpe en el trono mientras un terrorífico silencio se hundió en el salón, silencio sólo perturbado por el leve y casi finalizado sollozo de la princesa y por los golpes que la heredera gerudo daba de rabia en el suelo. La matriarca juró que iba a explotar de un momento a otro, y sin dar pie a diálogo, obtuvo un semblante dictador.

U: ¡La próxima que ose cuestionar la legitimidad de Nóreas, se le cortará la lengua!

La anciana que discutía con la ya convicta, se abrió paso entre la multitud y fue hacia las tres principales, solicitando hablar.

(?): Disculpen a mi vecina, está completamente loca... Princesa Zelda, bendigo su matrimonio con mi matriarca. No puedo aceptar que entren shioks a la Ciudadela, pero seguro que podremos llegar a un acuerdo. Y por último, joven Nóreas, no haga caso de las habladurías. Será la matriarca de todas nosotras con gran honor. Yo fui una gran amiga de su bisabuela y le garantizo que es la viva imagen de ella. Además, ví a mi matriarca embarazada de usted, y le ví recién nacida cuando le llevaron al oasis a bañar... Ignore las charlatanerías, no es una bastarda. Y aunque lo fuese, no me importa, a su edad ya es una mujer muy preparada para suceder a mi matriarca.

La anciana vecina de semblante amistoso, procedió tras sus palabras a retirarse haciendo mención a sus piernas, que no eran las mismas desde que de joven la arrolló un moblin en plena campaña militar defendiendo a la que por entonces era la matriarca. Nadie objetó aquello y la dejaron marchar mientras que un corrillo de mujeres de mediana edad, empeñaban en dar lluvias de ideas para solventar aquello con eficiencia.

Una dijo que lo mejor sería hacerles entender a los shioks que no se les permitiría el acceso. Otra, que se podrían poner mesas en el exterior y hacer allí un banquete público. Otra, más conflictiva, propuso desatar una guerra civil contra el rey para legitimar el matrimonio igualitario en todo el reino para que así, ambas pudiesen casarse en el Palacio Real... Pero entre todas, hubo una que aportó una propuesta que pareció ser muy acertada, convincente y a gusto de todas (incluso de Zelda).

(?): ¿Y si se hacen dos bodas?

Zelda, de primeras, se extrañó. Pero quiso saber más de eso.

(?): Sí, me refiero... Podrían hacer una boda tradicional intramuros con las gerudo y las shiaks invitadas. Y, posteriormente, una réplica de la misma en el exterior, cerca del oasis. Podríamos organizarla entre todas, con un gran banquete final allí mismo que se extienda hasta la noche. Por razones lógicas, la boda pública sería con ropa, pero como la oficial sería aquí adentro no habría problema con tal detalle.

La princesa cadete cerró los ojos de repente, apretó los labios y se sumergió en un recuerdo que había olvidado sobre aquella noche en la que Urbosa le contó la boda de las comandantes Cipia y Hassa... en su día atendió a ello aún hallándose medio ausente, pero en definitiva, era un acontecimiento que ya había archivado.

"Ah, aún recuerdo su boda, con toda lanza y espada gerudo cruzadas formando un camino que recorrieron desnudas para al final de él, ser proclamadas almas gemelas de nacimiento y proceder a besarse con sus cuerpos pegados mientras un anciana las cubría con una capa carmesí."

Z: (Cielos... me voy a casar desnuda...) 

U: Al fin alguien que da una idea coherente. Nóreas, somete a votación.

La joven heredera, aún con las venas a punto de estallar sobre sus músculos y voz temblorosa, contó los votos todavía de rodillas en el suelo.

N: Ciento ochenta y siete síes, un no y dos abstenciones. Gana el sí por mayoría absoluta, madr... matriarca...

U: Bien. Pues si nadie tiene nada más que objetar, se levanta la sesión. En la plaza se pondrá un cartel provisional donde estarán anunciados los horarios de cada evento. Igualmente, hasta mañana, tendremos allí mismo a una secretaria que estará para resolveros las dudas.

Y el salón, con velocidad quedó vacío. Nóreas se mantuvo encerrada todo el día en su habitación mientras vio pasar el mediodía, la tarde y el anochecer. Zelda y Urbosa se dieron un masaje tras la reunión, comieron, entrenaron juntas, se bañaron y descansaron; querían olvidar el acontecimiento negativo a su manera. A última hora de la noche y como era tradición, las prometidas se separaron a la espera del siguiente día, así que la matriarca dio el día libre a Cipia para que durmiese en su casa y que, de paso, se llevase consigo a la princesa.

             **********************

La madrugada se hundía en la Ciudadela. Nóreas era incapaz de dormir con toda su mente nublada por la acusación de la anciana.

N: ¿Será verdad lo que dijo...?

Era la duda que le atormentaba... y más viendo como su madre no acudió en su ayuda sabiendo que estaba encerrada en su cuarto...

N: ¿Por qué mi madre será así conmigo...?

Las lágrimas se le escurrían con abundancia por esa piel facial que, aún viéndose ruda, saltaba en sarpullido con la amargura de aquel llanto.

N: ¿Habrá alguien que me quiera de verdad...?

Trataba de pensar en todo en busca de una respuesta que calmase su tristeza. Recuerda que, a su madre, la ha visto tan pocas veces que de un encuentro a otro, la olvidaba. Repara en recibir cariño de sus maestras hylianas, de su enfermera zora, de su profesor de tecnología sheikah y de toda esa gente que se encarga de su enseñanza y cuidado... pero, ¿qué había del amor maternal? Ese que veía siempre en las niñas y no tan niñas recibiendo de sus progenitoras... Ese que nunca vio ni sintió pese a que le cuentan que sí existió, ese que extraña ahora que se le menciona, ese que le dicen que es así en las gerudos...

Por algún factor desconocido, Nóreas se sentía más sensible que el resto con estas cosas. Ella necesitaba algo, pero no sabía el qué. Y cuando se encontraba así, solía desfogar practicando escalada libre sin ningún tipo de protección ni sujeción, descalza y hasta donde el cuerpo le diese... Así que salió al fin de su cuarto y desde la plaza avistó ese gran tronco de granito que emergía desde el centro del palacio y que estaba coronado con una palmera de unos cincuenta metros de altitud, algo sencillo para ella que había ascendido al pico más alto de Lanayru y a la cumbre de Hebra.

Descalza y decidida, además de con permiso de la comandante Daelia, fue detrás del palacio a extramuros y procedió en su ascensión. Los huecos entre las rocas de la muralla facilitaban mucho aquello, yendo a tal velocidad que parecía una ligera lagartija cualquiera dejando perplejas a las pocas gerudos que estaban despiertas y avistaron la escalada de esa gigante. El tronco de granito superior era más difícil, pues era de una sola pieza punzante que le causaba cortes y raspones, pero ya no podía echarse atrás, debía terminar. Casi llegando al final, miró abajo para admirar las vistas y descansar en un saliente que halló, y en los canales de la azotea, vio a una mujer demasiado conocida.

N: ¿E-es...?

Sí, era Urbosa, que solitaria, tomaba un baño sentada sin sus joyas, turbantes ni coleteros, sumergiendo de tanto en cuanto su cabeza bajo el afluente. Nóreas sintió que estaba invadiendo a su madre y no quiso importunarla, así que se abnegó y continuó con dificultad el trecho hasta esa palmera que vio demasiado tarde que estaba repleta de espinas. Iba ondeando de lado a lado buscando salientes y zonas fáciles, pues los últimos metros resbalaban y sus manos y pies estaban en carne viva. Durante minutos se quedaba estática y se lamía las heridas, incluso sus lágrimas de rabia y tristeza servían de irritante ungüento para estas. Sin pensarlo dos veces yendo a por todas, dio un brinco final... llegó a la cima, pero a costa de un antebrazo derecho quemado por la raspada. Al fin allí, respiró, se puso en pie y estiró sus brazos hacia arriba en signo de privada victoria personal, gesto que siempre hacía al finalizar una escalada. Cerró sus ojos y amplió sus sentidos, tanto, que pudo oír un lejano aplauso desde abajo, un palmeo solitario y decidido procedente de los canales... bueno, no, de su madre.

U: Bravo, Nóreas.

La joven se llevó las manos a la cara mezcla de emoción y vergüenza unidos a enorme felicidad, por lo que no tardó en calcular bien todo para descender en menos de cinco minutos hasta dar alcance al canal, comenzando a correr hacia ella una vez pisó el agua, olvidando por completo sus heridas.

U: Excelente escalada, Nóreas. Has hecho un gran trabajo, pero debes tener más cuidado con eso, por poco te caes antes de llegar a la cima. Tu bisabuela también era una gran escaladora y siempre decía que primeramente había que analizar el terreno antes de lanzarse a la aventura. Sigue su consejo si no quieres acabar lastimada cada vez que practicas esto.

N: S-sí, madre. Gracias por el recordatorio, lo tendré muy en cuenta.

Nóreas cayó en la conclusión de demasiadas cosas viendo a la que supuestamente era su madre, esa que seguía sentada en el canal tomando un baño. Sin ser demasiado invasiva, miró al detalle sus facciones... y ninguna coincidía con las suyas. Sencillamente nada le resultaba familiar... los ojos rasgados, cejas bifurcadas, nariz angulada, labios carnosos, mentón afilado... todo lo contrario a ella. Y que decir de su cuerpo curvilíneo, definición muscular suavizada, piel dorada, cabello de fuego ondulado, estatura bastante inferior a la media... Eran demasiados puntos que le habían pasado desapercibidos durante toda su vida... incluso su constante distancia emocional. Pero no quiso mantenerse más en esa extrañamente "saludable" ignorancia, temiendo que lo más oportuno sería aventurarse a la búsqueda de conocimiento.

N: Madre, debo hacerle una pregunta.

La matriarca le miró sin ejecutar gesto mientras aguardaba dicha duda.

N: ¿Por qué me parezco tanto a mi abuela y a mi bisabuela y tan poco a usted?

Urbosa tragó disimuladamente su saliva y le espetó una fácil contestación.

U: La genética es caprichosa. Piensa que tú continúas un linaje auténtico. Soy yo la que no me parezco en nada a ellas ni a tí. Cuando llegue el momento, tú podrás llevar la armadura a azabache de las matriarcas, esa que yo no pude llevar por ser tan pequeña en comparación de la media gerudo. Además, todas lo dicen. Eres la viva imagen de mi abuela. Te miro y es como si la viese reencarnada.

N: Lo comprendo. Pero entonces, ¿por qué aquella anciana vertió esas acusaciones contra nosotras?

U: Envidia, seguramente. Como futura matriarca, has de saber que el camino no será fácil. Acostúmbrate a ello y recuerda que nadie está libre de culpa.

Nóreas trató de calmarse y procesar aquello mientras le vino a la memoria otro comentario que la incomodó.

N: ¿Es cierto lo que dijo?

U: ¿Hmm...?

N: Ya sabe... que se ha encamado con la mitad de las mujeres del reino.

U: Nóreas, por favor...

N: ¡No, dígamelo! Si esa acusación es falsa, debería ser sometida a un interrogatorio para saber de dónde proviene esa... esa... patraña.

Urbosa puso sus ojos en blanco ante una pregunta sin escapatoria. Pero lo cierto es que la anciana tenía razón al decir que la verdad no escapa por siempre.

U: Mira, Nóreas. Todas, y te lo digo como heredera al trono gerudo que eres, absolutamente todas tenemos que cumplir con nuestro deber, y eso es algo que tú misma experimentarás llegado el momento. Ya no eres una niña, y eventualmente verás que la ley aplica igual para todas; "primero el deber y luego el placer". Contigo cumplí mi deber, y lo seguiré cumpliendo hasta el final de mis días porque mi encomienda es hacer de tí, una matriarca. Ahora, al margen de eso, mi vida personal como mujer va aparte. Si necesitas algo de mí, pídemelo porque soy tu madre y te daré lo que te haga falta, pero aparte de matriarca y madre, soy persona... y esa parte te corresponde a tí asimilarla, no puedo decirte más. Es más, y ya que estamos, te faltan piernas para correr pero ya a la enfermería a que te curen todos esos raspones.

Nóreas agachó la cabeza y notó sus palabras como puñales que le contraatacaban más que como un bálsamo que la apaciguara. En su mente creyó que su regreso a Gerudo sería una celebración y alegría, pero por desgracia se llevó insultos, malos gestos y una madre que prácticamente la repudiaba... "¿y sobre estas mujeres se supone que debo gobernar yo algún día?" -se cuestionaba apenada-.

N: Sólo... quiero preguntarle algo más antes de irme.

La matriarca arqueó las cejas a la espera.

N: ¿Cuándo se dio cuenta de que le gustaban las mujeres?

Hizo memoria, pero un sólo acontecimiento le hizo posicionarse en un punto cronológico reconocible.

U: Yo te tuve con diecinueve años, pero mi primer amor fue a los catorce. Previo a esa edad, yo ya sabía que me gustaban las mujeres.

N: Pero entonces... no amó a mi padre.

U: Ay, jovencita... amar no es un requisito. Lo importante es el deber.

N: Entonces me concibió en contra de su voluntad...

La campeona gerudo estaba convencida a llevarse el secreto a la tumba. Jamás había levantado sospechas de aquello, y nunca pensó que tendría una "hija" tan curiosa. Debía evitar ahondar en detalles que pudiesen dar lugar a dudas o que hiciesen tambalear la seguridad de aquella muchacha a la cual se veía obligada a criar. Aún sin sentimiento o con la mínima expresión del mismo, debía decir o hacer algo que apaciguase ese torrente de dudas. Y no sólo eso, sino además, eso que le verbalizase, debía darle tranquilidad, valor y también ganas para estar colaborativa en su boda y en hipotéticas negociaciones futuras... todo un reto a abordar en unos pocos segundos que no debían expandirse.

U: No fue lo más placentero que hice en mi vida, no voy a engañarte. Pero a cambio obtuve el mayor de los tesoros, que eres tú, Nóreas.

La heredera había sido formada y educada en mil materias, pero el nulo contacto maternal y social con las de su pueblo, le impidió desarrollar ciertas habilidades sociales que le permitiesen ver más allá de la superficialidad de las palabras... Nóreas era talentosa en mil cosas... pero era muy, pero que muy ingenua e inocente, por lo que esas últimas palabras de Urbosa le resultaron muy convincentes y reales, cosa que le emocionó y tornó su semblante a uno armonioso y feliz casi al instante, cosa que alivió a la matriarca. Una tímida lágrima se escurrió por su mejilla.

U: Anda. Ven aquí, chiquilla.

La emocionada joven obedeció con gran alegría aquello y se sentó a su lado, quedando muy cercana a su "madre", que la recibió con un abrazo.

U: Has estado llorando. Dime por qué.

N: N-no es nada, madre. Ya no es nada.

Nóreas tumbó su cabeza en el hombro de su madre, quedando relajada y casi dormida al instante. Urbosa trataba de ser comprensiva, no le deseaba ningún mal a esa joven, más bien al contrario, pero llevaba fatal eso de mentirse a sí misma y ser falsa, mas su empeño en ser una madre correcta no conocería fin. 

U: Ya no puedo decirte "chiquilla". Me pasas dos cabezas. Por las diosas, ¿cuánto mides ya? ¿qué te dan de comer?

La joven guerrera rió como nunca, la alegría era superlativa. Urbosa le siguió los pasos y rió con ella, la realidad es que lo que menos deseaba era hacerla una desgraciada... no quería hacer con su "hija" lo que su madre hizo con ella... Eso con lo que todavía no reúne el valor preciso para contarnos.

N: Me alimentan muy bien en Akkala. Me dan de todo y hago mucho ejercicio.

U: Eso es excelente. Y de todo lo que te dan, ¿qué es lo que más te gusta? Podríamos incluirlo en tu menú de mañana.

N: ¡Me encantaría! Mi plato favorito, sin dudas, es la carne de caza aliñada con especias goron. O sencillamente asada sin más.

U: ¡Ja, ja, ja! Sí que me vas a salir barata pues, pero si es tu plato favorito, no dudes que mañana estará en la mesa. Ahora vayamos a descansar, mañana será un largo día. Y por favor, hazte mirar esas heridas, no seas cabezona.

Tras su gesto afirmativo, ambas se pusieron en pie y se dirigieron a la famosa escalerilla de madera para bajar e ir con brevedad a dormir, pues era tardísimo. El día siguiente aguardaría sorpresas y también grandes alegrías.

            ************************

El sol ni rasgaba la mañana cuando el recinto exterior e interior quedaban en disposición de tan mítico día para las gerudo. Quién sabe si sería la última, pero al menos la única e icónica ocasión se estaba dando por vez primera en todo el reino. Fue tal la expectación, que las organizadoras debieron acordonar la zona aledaña a la Ciudadela a causa de la masificación que se montó en la entrada, que se hallaba a rebosar de mujeres de tantas razas y especies como contenía la geografía en su totalidad. Dejaron entrar entre ajenas decepciones a tan sólo unas pocas antes de tomar la decisión de cerrar todos los portones para garantizar la total intimidad de las prometidas, pues así era el protocolo de las mujeres que se casaban entre ellas en dicho lugar.

La noche había transcurrido con mucho nerviosismo por parte de las contrayentes; Zelda apenas durmió, y se pasó casi toda la oscuridad hablando con Cipia sobre técnicas de combate con distintas armas con tal de matar el tiempo mientras aprendía. Urbosa por su parte, acompañó a Nóreas a la enfermería, y al regresar, le estuvo enseñando su futura armadura, su lanza y mandoble de gala y contándole batallitas de sus "familiares" tratando en vano de cansarse y poder dormir, pero pese a su temple, ese día estaba siendo demasiado para ella.

Muy cansadas, ambas amanecieron junto a sus acompañantes. Nóreas se maquilló y enjoyó más de lo normal, incluso la matriarca le prestó prendas de sus "antepasadas" y exquisitos abalorios que cruzaban todo su torso en diagonal como una banda. También le permitió adornar su cabello con la tiara de la heredera al trono gerudo, una tiara que toda matriarca había llevado en su juventud antes de portar la tan conocida corona. Dicha real diadema era similar a la futura, pero mucho menos decorada y pequeña, contando tan sólo en su centro con un pequeño filo doble vertical.

Cipia por su parte y como guardia personal de la princesa, fue obsequiada con un brazalete azul celeste con un solo triángulo en su centro que representaba a la sabiduría, cualidad de las diosas con la que en teoría debería Zelda estar bendecida.

Mientras las acompañantes se vestían y acicalaban a la par que memorizaban todas sus funciones, las prometidas tenían poco que hacer más que asearse y desayunar. Unas modistas del centro de Hyrule tejieron tan solo unas sencillas túnicas celestes para la ceremonia exterior, esa que se celebraba a extramuros como réplica y excepción de la original.

Simultáneamente, en casa de Cipia y en el palacio, un corrillo de cuatro mujeres respectivamente aparecían en la escena con una tinaja de barro marrón especiado y aromático. Todas menos Zelda sabían para qué era, pero tal duda fue rápidamente resuelta por una de las mujeres que acudió con el recipiente a por la princesa, una enorme anciana de más de noventa años que su oficio era el de tatuadora.

(?): Buenos días, princesa. Como marca la tradición desde la era del mito, las mujeres que se desposan en estas tierras deben tatuarse los símbolos que dicho año son reconocidos por las diosas. Le tatuaremos durante la mañana todo el cuerpo, estará preciosa, se lo garantizo.

Z: Espera. De esto no me había avisado nadie. Tatuarse es algo muy serio, debe pensarse mucho antes de hacerlo. Además, ni siquiera le he pedido permiso a mi padre.

(?): No se preocupe, princesa. Voy a explicarle todo.

Las mujeres entraron en casa de Cipia con la tinaja, varias plumillas de madera y plantillas de cuero en disposición de hacerle un muestrario y explicación. La más anciana le comentó la receta y el procedimiento, además de remarcarle que era indoloro y temporal. Por lo visto, una antiquísima y desconocida civilización se asentó en el desierto y trajo consigo esa receta y tradición, aunque se desconoce el origen exacto; no obstante, se sabe a ciencia cierta que la sangre de esa gente sigue corriendo por las venas de las gerudo.

Quedándose Zelda muchísimo más tranquila, se desnudó y se dejó hacer con ilusión mientras que en palacio, acontecía lo mismo. A Urbosa ya le tenían el cuello y medio brazo tatuado, y a ella, aparte de los motivos divinos de ese año, le estaban diseñando unos especiales para sí misma como matriarca. La pasta usada con ella, en vez de marrón, era negra para que así resaltase más sobre su piel de bronce, esa piel que se erizaba cada vez que pasaban la plumilla por su espalda. Aún así, resistió los mareos que eso le causaba mirando fíjamente a la pared que se hallaba encima de su mesita de noche, esa pared adornada con el pequeño lienzo que la princesa trajo de su habitación, ese lienzo que las contenía a ellas dibujadas al óleo, ese dibujo encargado por la reina... esa reina a la que con sinceridad y rememorando momentos en tan marcado día, amó. Fue tal el confort que sintió leyendo una y otra vez esa frase de "mis dos amores", que a la que atendió, su espalda ya estaba finalizada y una mujer se concentraba en su otro brazo, otra en su zona pectoral, y otra en sus glúteos.

De tal forma, las horas iban pasando para las futuras cónyuges mientras comían y charlaban con las tatuadoras. No eran ni las diez de la mañana y ya habían terminado con Zelda, así que la ayudaron a subirse a la azotea de la casa de Cipia para secarse y, posteriormente, acudir a palacio a echar un cable, pues aún siendo la versión reducida de una gerudo, decían, "allí hay más mujer para tatuar". Marcharon mientras la teniente daba charla a la princesa aguardando a un correcto secado al sol.

En palacio y entre ocho mujeres, abreviaron la faena a la mitad, quedando quince minutos para las once de la mañana cuando la matriarca se transformó todavía más en una obra de arte con tales tatuajes. Y con el mismo proceder, subió junto con Nóreas a un balcón a secarse y a charlar. Desde allí vio el centro de la Ciudadela a rebosar. El camino tradicional de flores gélidas fue además, y por sorpresa, adornado con flores princesa de la calma; no se sabe quién o quiénes tuvieron la idea, pero fue un gran detalle en honor a Zelda, amante empedernida de tal flora. Las tiendas estaban abiertas, pero en vez de mostrar el género habitual, habían montado mesas con souvenirs, comida, obsequios y demases elementos para dar ambiente a aquello, quedando con todo, una matriarca muy complacida. Miró también los adornados balcones. Tanto mirar, tanto mirar, al final se topó con su prometida y Cipia charlando en un balcón. Zelda estaba de espaldas y podía verla tatuada, lógicamente no al detalle, pero se emocionó.

U: ¡Te amo, princesa!

Tanto ella como la teniente se giraron con velocidad, comenzando a correr como pollos sin cabeza tratando de esconderse mientras Urbosa y Nóreas casi acaban revolcadas en el suelo de la risa; ver a Cipia tratando de ocultar a Zelda para que no viesen sus tatuajes antes del momento oportuno era de lo más cómico, y más teniendo en cuenta de que la princesa no dejaba de corretear desnuda por allá arriba mientras su guardiana no cesaba en darle caza para taparla.

Z: ¡Cipia, socorro!

C: ¡Princesa, estáos quieta, por favor!

Z: ¡Nooo... que me ven!

Nóreas estaba de rodillas riéndose con la mano apoyada en el borde del balcón con su brazo mientras que Urbosa, se mantenía de pie con los brazos extendidos para no fastidiar sus tatuajes. Hasta a toser se puso de tanto que reía; sin dudas, mereció la pena.

             ***********************

Ya era casi la una. Todo listo.

La princesa se puso su flor favorita en el pelo. La matriarca, con los tatuajes ya secos y fijos, se embadurnó completa con aceite de romero. Zelda por Cipia y Urbosa por Nóreas, fueron acompañadas al inicio del camino donde, ahora sí, pudieron apreciarse y tomarse de las manos.

U: Si ahora mismo quedase ciega, sería la invidente más feliz del planeta, pues antes de serlo, habría visto la cosa más maravillosa del mundo ante mis ojos... A mi pequeña ave sonriéndome a punto de casarse conmigo.

Z: Que las diosas te bendigan con una vista de águila, pues quiero que mi fuerte flor me vea amanecer sonriéndole cada día mientras le digo que la amo.

Aún no podían besarse, todavía no. Estaban al inicio del camino de lanzas y espadas aguardando el cruce las militares. Cipia con su lanza, esperaba firme al final del camino. Nóreas tras las novias, traía sobre sus manos un cojín verde hierba con sus alianzas de oro, esperando su momento para llevarlo hacia ellas.

Zelda y Urbosa se contemplaron con las manos unidas y miradas fijas durante unos minutos en los que en la Ciudadela tan sólo se oían las melodías de los sitares, timbales y flautas de pan entonando una contínua balada que habían compuesto en su honor, música relajante, hermosa y que llegaba hasta el alma.

La anciana casamentera, que ya era muy anciana cuando la matriarca nació, las observó antes de darles la señal para comenzar a caminar hacia ella, pues era quien tenía la última y respetadísima palabra previo a dar paso a una boda, palabra que nadie cuestionaba a la hora de aprobar o rechazar cualquier enlace, ya fuera matriarca o plebeya. Y con ellas no tuvo duda alguna, vio algo, casi como una visión premonitoria, que le hizo saber que debía unirlas para siempre, como un particular presagio que tuvo al percibir en sus energías una fuerte conexión que, incluso vaticinó al instante, "nos salvarán de algo en conjunto".

Ambas caminaron. Ninguna garganta propia ni ajena emitió sonido; seguía oyéndose únicamente la instrumental.

Las lanzas y las espadas se iban irguiendo también en absoluta quietud conforme anduvieron por la vía floral. El paso era lento y armonioso, pero ni aún con esas se lograba reducir la velocidad del frenético palpitar de las féminas, que vibraban tanto espiritual como físicamente. No soltaron sus manos en ningún momento, incluso cuando finalizaron el corto y serpenteante trayecto que las distanciaba de la casamentera, mujer que aseguró ver un mágico aura que las envolvía... aura que, como señal divina, le hizo proceder sin dudarlo. La anciana, según cuenta su leyenda, jamás se le puso nombre al nacer, pues se dice que fue hallada abandonada con días de vida hace más de un siglo. Nunca nadie la reclamó como hija, hermana, sobrina o prima, sencillamente no era de nadie; pero la sangre gerudo corría espesa por sus venas. Al no aparecer ninguna familiar, nadie le puso nombre por creencia de que era una niña venida de los cielos, por lo que ella misma se puso un nombre cuando tuvo el conocimiento necesario para hacerlo... Y desde los cinco o quizás seis años de edad, se le conoció como Ena.

E: Bienvenidas sean a este sagrado e irrepetible día, matriarca y princesa. Las diosas nos bendicen a todas con su enlace, pero aún más a mí, que creo que fui enviada a este lugar tan solo para culminar mi vida uniéndolas en matrimonio.

Zelda y Urbosa la atendieron con respeto, pero no se atisbaron capaces de evitar la tentación de contemplarse sonrientes tras esas palabras que tanta alegría les causaron.

E: Bien. Ahora que la melodía ha dado a su fin, procederé a leerles unos poemas tradicionales que les traerán abundancia en su unión.

La anciana Ena desplegó un pequeño papiro y comenzó a recitar. Lo dijo en idioma gerudo. Urbosa se emocionaba y lloraba de alegría. Zelda no comprendía nada, pero la vehemencia con la que oraba le transmitía fuerza y valentía, era como una oda al amor, a la unión y al eterno compromiso. Por fortuna, la matriarca le tradujo todo en cuanto finalizó. 

E: Por favor, procedan a la unión.

Urbosa se puso de rodillas e invitó a su pequeña ave a hacerlo delante suya. Se miraron, se tomaron ambas manos y se unieron en un apretado abrazo. Zelda se encogió en el pecho de su amada, quien le correspondió ahuecando su postura y envolviéndola. Bajo la atenta mirada de Ena, Nóreas comenzó a recorrer descalza el camino con los anillos en el cojín, y tan pronto se los entregó, marchó.

E: El símbolo físico se halla aquí, mas el verdadero se localiza en vuestros vientres, lugar donde se encuentra la energía elemental de todo ser. Tomen cada una el anillo de la contraria y pónganlo en el orden que deseen y en el dedo que crean más conveniente. Déjense llevar por el poder de las diosas.

La anciana Ena se puso de rodillas ante ellas con el cojín que Nóreas trajo. Las alianzas no tenían nada de especial, eran simples anillos de oro sin decoraciones ni piedras preciosas, pues en Gerudo se tiene la creencia de que de poco sirve portar ostentosos anillos sobrecargados de simbolismos exteriores si el interior de las almas están carentes de relleno verdadero. Zelda tomó la delantera y desató el finísimo lazo que mantenía la sortija de su amada unida al cojín, la apretó fuerte con ambas manos y la colocó sobre su pecho hasta que sintió que el material tomaba su misma temperatura corporal. Con los ojos cerrados, pleno silencio y concentración, se dejó de nuevo ver una luz emanar de su ser al igual que con Dorrill en días anteriores. Las presentes lo vieron y, al unísono, todas notaron una gran paz, sentándose en el suelo y manifestándose en cada una distintas formas de alegría. Unas rieron, otras cantaban, otras se abrazaban, otras se besaban, y otras espetaban bendiciones a su soberana.

E: Que las diosas atestigüen el milagro.

Ena sintió en ese culmen cómo toda su existencia había tomado sentido, vio aquello con tal emoción que incluso ella sollozó.

Z: Hace un tiempo desnudaste tu dedo meñique para ofrendarme lo que tenías en él. Te lo devuelvo en este día, con esta alianza, prometiéndote con ella mi eterno amor y compañía, mi eterna protección y cuidado hacia tí, y mi ferviente deseo de permanecer contigo hasta que nuestras vidas se desvanezcan.

De esta forma y tras su hermoso sello de profundo afecto, besó la alianza y la colocó en el dedo indicado. Urbosa, a la par que lo miraba con exagerada emoción, iba desatando con su otra mano el anillo que pertenecería en segundos a su pequeña ave, anillo tan pequeño que atendió ver qué dedo escoger. Tan pronto lo tuvo en su poder, supo que tal joyita debería ponerla también en el dedo meñique de Zelda, pero en el contrario, ya que la princesa era zurda y no quería que su anillo le molestase a la hora de escribir o desempeñar cualquier tarea. Además, de esta forma, cuando se tomasen de las manos al caminar, tendrían unidos sus sellos físicos.

U: Yo no te he desnudado ningún dedo, de hecho, nunca te he conocido llevando sortijas. Poco a poco te estás integrando en mi cultura, cosa que es evidente viendo la cantidad de anillos que vas llevando. Este será uno más, y en su esencia queda inscrito todo lo que ya sabes que deseo para nosotras, entre ello, la libertad de amarnos sin mesura ni límite, sin cárcel ni desilusión, y por supuesto, sin fin. Es por eso que también visto tu mismo pero contrario dedo, para que nos veamos siempre como dos almas reflejadas en un oasis.

La casamentera, tras todo el derroche de cariño, se puso en pie y tomó de un gran baúl que tenía detrás suya una gigante capa carmesí de cinco metros cuadrados. En su ayuda, acudió una jovencita que estaba aprendiendo el oficio de casamentera, la extendió, y entre ambas las cubrieron al completo dejando tan sólo descubiertos sus rostros.

E: El tiempo es favorable. La capa no se opone. La efigie silba fuerte al noreste... E incluso el divino milagro se ha dejado ver en el día de hoy. Llevo más de noventa años casando mujeres y jamás he visto tantísima gente, cuánto ni menos que todas con paz se dejen vencer al suelo y todavía permanezcan. Tan solo yo estoy en pie tras cubrirles y siento hasta que las insulto. Y esto sólo puede significar una cosa... Las diosas os bendicen, y yo, su mero objeto, debo cumplir su deseo. Ámense.

Urbosa tomó el mentón de Zelda con un lateral de la capa para no sacar la mano de allí adentro, de ese escudo protector que la casamentera colocó sobre sus cuerpos. La miró como nunca la había mirado, y la besó como nunca la había besado. La tumbó dentro y sobre la capa, y ella lo hizo sobre su amada también sin destaparse. La matriarca sobre la princesa unió cuanto pudo todo su cuerpo sin cesar en la fusión labial y lingual, del mismo modo que también en la inferior, esas también ya húmedas y hechas una.

E: Las almas nacen. Las almas crecen. Las almas se unen. Y hoy, dos de esas almas gemelas, se sellan como una sola por la gracia de las diosas de Hyrule. Como representante en Gerudo de las mismas y a partir de este momento preciso, les declaro como bien merecido tienen, desposadas. Pónganse en pie y recorran de nuevo el camino, pero esta vez, cubiertas y unidas para siempre.

El pueblo entero se irguió. Todas aplaudieron y gritaron con la música sonando potente. Muchas bailaron, cantaron, corrieron, bebieron y saltaron. Unas cuarenta mujeres tomaron la capa por los bordes con las ya casadas sobre ella y las iban propulsando al aire mientras todas reían.

En el exterior ya se iban preparando, pues los portones se abrieron y escucharon todo el bullicio desde adentro por la celebración. Urbosa y Zelda se fueron sobre la capa transportadas a palacio. Allí se vistieron con las túnicas celestes sencillas para hacer una conmemoración en el exterior donde todo el resto de mujeres que no pudieron acceder y los amigos masculinos, las esperaban.

            *************************

A extramuros de la Ciudadela, se mascaba la expectación. Allí había sido colocado un pequeño madero elevado no más de medio metro, lugar donde las ya casadas se pondrían tan sólo en pie para dar una ceremonia en conmemoración del reciente acto previo al banquete final, donde todos y todas disfrutarían de manjares de todas las culturas. Amigos, compañeros, camaradas, conocidos, emisarios, reporteros y desconocidos formaban un gentío de incontables dimensiones; tanto así que pese a que las gerudo habían dispuesto banquillos, sillas y taburetes, quedó como ridículamente insuficiente. Sólo los más allegados tuvieron el privilegio de los primeros asientos, pues más allá de ellos, no quedó demasiado hueco para el resto. Lowrance y Dorrill se vistieron con uniformes de gala militares de color negro, oro y celeste; además, pusieron en sus bolsillos de las chaquetas la flor favorita de la princesa. Mipha utilizó para la ocasión las joyas de heredera al trono que estaban en su poder. Revali cubrió su torso con un chaleco de plumas multicolores la mar de adecuado. Daruk... bueno, él no cambió demasiado su atuendo, pero dijo que el taparrabos lo había estrenado ese mismo día. Link, de mientras, fue como de costumbre. Los amigos más cercanos de Zelda como Impa, Prunia y Rotver fueron con ropas tradicionales sheikah. El resto de personalidades eran tan sólo colegas y poco más, pero igualmente se estimaron sus presencias, pues las bodas en Gerudo carecían de obligatoriedad asistencial, siendo totalmente voluntarias.

Ya con el mediodía sobradamente establecido y pasando al inicio de la tarde, todos con música de fondo y entre aplausos, reciben a Zelda y a su mujer, Urbosa.

(?): ¡¡¡Que vivan las novias!!!

Todo era alegría, la princesa tenía dolor en su tripa y mandíbula de tanto reír, cosa que no era muy distinta para su esposa.

Bien se asentaron en el escenario cuando ante ellas apareció Ena acompañada de su aprendiz, quien en el baúl traía flores y un pequeño atril para la casamentera, pues la capa carmesí con la que fueron cubiertas, no podía salir de la Ciudadela bajo ningún concepto. La anciana pidió silencio.

E: Bien dije a intramuros que jamás he oficiado una boda como esta, y sigo en lo cierto. Por las diosas creadoras de Hyrule, ¿cuántos sois hoy aquí ante mí? Cuento cientos, quizás hasta sois mil.

Algunos asistentes rieron, pues desde que existe registro, es cierto que jamás se ha dado un enlace así.

E: Las diosas unen las almas siempre con objetivos particulares. Se suele decir que el destino y los deseos mundanos son caprichosos, mas éste, lleva escrito desde la era del mito. Las diosas redactaron en su día que para esta era tendríamos una heredera al trono llamada Zelda, y que la matriarca gerudo de su tiempo, caería rendida de amor a sus pies. Las diosas nos guían a unirlas más de lo que ya están en alma y en cuerpo, pues todas habéis sido testigos de ello. Las diosas hablan, yo soy su objeto... y me dicen que "unirlas, nos salvará a todos". Así que celebremos, comamos y bebamos en su honor, pues el destino lleva siglos señalando nuestra era como el resurgir. Tengamos un momento de contemplación mientras cubro sus cuerpos de tantas flores hay en este recipiente. Siéntense aquí mismo y ámense de nuevo, pues este segundo y caduco manto está cargado de aroma y simbolismo al igual que la capa nupcial.

La inmensa mayoría de asistentes, sin saber por qué, se les derramaron las lágrimas... el milagro sucedía de nuevo. Lowrance y Dorrill se abrazaron llorando.

L: Por las diosas, Dorrill, están hermosas... ¡os quiero, chicas! -gritaba entre un mar de lágrimas-.

Esta vez fue Zelda quien besó a Urbosa, creyó que equilibrar la balanza sería un gran comienzo. De lejos, una persona atendió demasiado a ese detalle bajando la vista con sentimiento de derrota realista, pero nadie se dio cuenta.

Z: Te amo hoy y siempre, mi matriarca.

U: Te amo en el pasado, en el presente y en el futuro, mi princesa.

Zelda siguió la libre indicación de amar a su esposa, por lo que emuló lo que Urbosa practicó a intramuros y la invitó a tenderse en el suelo mientras que se montó sobre ella en posición erguida. La desconocida mirada se fijó en el gesto de la princesa como si le pareciese poco común que pudiese hacer algo así, pero siguió sin delatarse. Urbosa tomó y acarició la cintura y torso de su mujer al tiempo, y poco tardaron en unirse de nuevo en un nada disimulado beso que a todos dejó sin palabras por lo perfectamente compenetrado que se vio.

E: La primera unión las sella, la segunda, las convierte en un solo ser. Es la muestra fehaciente de que las diosas nos hacen dichosos. Recibamos su amor y calor en nuestros corazones, sintámonos poderosos y celebremos que... ¡vivan las novias!

(Todos): ¡VIVAN!

La muchedumbre aplaudió, lanzó flores, se exaltó, lloró, celebró y fue directa a felicitarlas, pero...

(?): ¡Un momento!

Alguien emergió. Un anciano pordiosero cubierto con una capa y con capucha se abrió paso en profundo silencio. De constitución gruesa y frondosa barba blanca, sólo tres personas lo reconocieron antes de revelar su identidad... pues era el mismísimo rey Rhoam, quien de incógnito, presenció la boda. Los presentes, excepto Zelda y Urbosa, hincaron la rodilla y bajaron armas. El rey, completamente impasible, acortó distancias entre él y ellas hasta toparlas.

R: Felicidades, Lady Urbosa. Felicidades, Zelda.

La princesa trago saliva y temió, pero tomó las manos de la matriarca como si en ellas hallase refugio.

Z: Pa-padre... no le esperábamos.

R: Lo sé, pero quise venir al enlace de mi hija. Tengo mucho que pensar todavía, pero os traigo un presente que ruego que aceptéis.

El rey se sacó de una alforja una pequeña caja de madera, se la entregó a su hija, le besó la mejilla, y se fue hacia su caballo sin esperar reacción. Simplemente, desapareció.

Zelda miró la caja, abrió un pequeño pestillo, miró, la cerró e hizo llamar a Nóreas.

U: ¿Qué está ocurriendo?

Z: Esta será la réplica de la boda a intramuros.

Nóreas abrió la caja y sonrió suave. La mostró a la casamentera y se echó al suelo. Fue profético. Todos aplauden.

¿Que qué había dentro? Dos alianzas de oro para ellas, para su boda pública, para su amor compartido... el símbolo de Hyrule grabado en ellas les daría suerte en su matrimonio, de eso no cabía dudas. Pero ese gran gesto por parte del rey significaba mucho más... Pronto lo sabrían. 

NOTAS DE AUTORA

Nóreas viene pisando fuerte. Llevo ya desde el primer capítulo machacándome la cabeza para idearla como personaje, pero siempre se presentaban dificultades. Tardé mucho en encontrarle nombre porque, aunque lo cierto es que quería meterla en algún capítulo, mi idea era ponerla como alguien pasajero con nula importancia. 
Pienso más en la corona que el propio rey, así que sin darme cuenta, fui creando personajes para ver si en algún punto me resultaban útiles. 
Nóreas iba a ser alguien fugaz, pero se ha metido de lleno en mi trama. Lo bueno es que contaré con un personaje con una personalidad muy sólida. Lo malo es que ya no me la puedo (ni quiero) quitar de encima. No sé si tenerla en Gerudo un par de semanas de vacaciones o ya mudarla ahí definitivamente, os leo. 
En este capítulo, Cipia ha sido muy secundaria. Quiero darle un poco de forma a su vida ahora que tiene una privilegiada y asentada posición, pero no sé muy bien qué hacer porque me ha dicho que solo le interesa la guerra… veremos. 
Lo siento, no odiéis demasiado a Urbosa, os juro que se esfuerza por ser buena madre adoptiva. 
¿Qué hago con Lowrance y Dorrill? Más ahora que el rey los ha visto llorando abrazados. 
Seguramente para el próximo capítulo estaré completando aspectos de Cipia y Nóreas… Además, anoche justo tuve una idea genial para acabar con Togill. Estad atent@s…

(Créditos al autor de la imagen, no he podido hacerme con él/ella)

Comentarios

Entradas populares de este blog

COLABORACIÓN @BangDacy LI X MEI

Creando a una matriarca (pt. 1)

Capítulo 10. URBOSA X ZELDA