Capítulo 8. URBOSA X ZELDA
Autora: Bárbara Usó.
Tiempo estimado de lectura: 1h 5min.
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En Hebra, hogar de los orni. En Eldin, hogar de los goron. En Lanayru, hogar de los zora. En Akkala. En Necluda. En Farone. En el centro de Hyrule... y en Gerudo, como es obvio. Toda región, todo pueblo, toda tribu, todo asentamiento y posta, e incluso las zonas inhóspitas y alejadas de la civilización quedaban plagadas de carteles, tablones de anuncios, panfletos y periódicos con la noticia.
"Boda histórica entre la matriarca gerudo Urbosa y la heredera al trono de Hyrule, la princesa Zelda" -rezaban la mayoría de diarios y folletos-.
El gran grueso de reporteros y periodistas habían perdido (o invertido) varias jornadas con tal de personarse en Gerudo en busca de la primicia, tratando el asunto con un gran respeto muy parejo al morbo y la curiosidad. Era evidente que los rumores y las noticias sensacionalistas no demorarían en emerger de hasta entre las piedras, pero eso no afectó demasiado a esas cónyuges que, hacía unos días, cumplieron tres meses de casadas. Habían escritores muy aburridos que gastaron su tiempo en lanzar encuestas absurdas y preguntas al público para hacer de este acontecimiento, algo de lo que pudieran subsistir económicamente tanto como pudiesen expandirlo. Habían otros graciosillos que hacían apuestas para ver cuántos hijos engendrarían, y unos cuantos gastaban bromas pesadas como que el próximo rey de Hyrule sería Urbosa, el macho de Zelda... bromas que no tardaron en llegar a oídos del rey, quien apenado, se debatía en esa mañana en los aposentos qué hacer para acallar todo aquello. Durante esos tres meses no vio a su hija, mas sabía que se encontraba perfectamente, pues solía enviar a Lowrance para corroborarlo; sabía que por alguna razón, tenía buena amistad con Zelda. Miró delante de su lecho, en el mueble donde sobre un cojín celeste descansaba su corona. Arrugó su expresión. Cerró sus ojos y meditó unos segundos antes de levantarse e ir hacia ella apenas vestido con una túnica blanca de dormir. La tomó en sus manos y la colocó en su cabeza como diariamente venía haciendo por décadas previo a sentarse allí mismo, tomando papel y pluma de un buró que tenía a su izquierda.
R: He de impedir que se siga mancillando el nombre de mi hija.
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En el palacio Gerudo, mientras una camarera servía el desayuno a la matriarca y a la princesa, éstas seguían en su cama haciendo de las suyas divirtiéndose.
Z: ¡Para, Urbosa! ¡Me haces cosquillas!
La campeona gerudo tomaba a su mujer en brazos, la movía aquí y allá dándole cariños, abrazos y besos por toda su piel, enterneciéndose con cada gritito que Zelda daba producto de sus travesuras.
U: ¿Mi pequeña ave tendrá también cosquillas aquí? -dijo señalando el lateral derecho de su vientre-.
Z: ¡Sí, Urbosa! ¡No me hagas... no, no, no, noooo!
Su esposa, con toda su cabellera al viento, sin joyas ni maquillajes que ocultasen su matutina naturalidad, emprendió en dar pequeños mordisquitos entre grandes risas oyendo a su pajarillo tratando de huir de su cepo braquial.
Lo que un día fueron dudas; lo que otro, atrevimiento; lo que otro, confesión y lo que otro, celebración, desembocó en una templada mañana primaveral jugando desnudas en una cama como dos niñas para ver quién tenía más cosquillas.
Z: ¡Verás, ahora te toca a tí!
Logró zafarse de la posición y comenzar a atacar. Sabía que jamás tendría la fuerza física de Urbosa, pero quizás podría intentar ser más rápida que ella, por lo que se escurrió hacia abajo y empezó a rascar la planta de un pie de la mayor.
U: ¡Ay! ¡Te vas a enterar!
La matriarca la aupó para dar inicio a una guerra de abrazos y vueltas consecutivas en la cama, ambas entre risas dándose afecto. Cuando el movimiento se detuvo con la hyliana bajo la gerudo, dijo:
U: Ahora vamos a ser buenas chicas, vamos a levantarnos, desayunar, y cumplir con las funciones del reino obedeciendo a lo que los ciudadanos esperan de nosotras -espetó poniéndose roja de tanta risa que contenía a cada palabra pronunciada-.
Z: Sí, claro. Y luego vamos con nuestros maridos a engendrar principitos y matriarcas.
Ambas revolcadas de la risa, siguieron con su pelea de cosquillas. Era fin de semana, hoy no había nada que hacer ni deber que cumplir.
U: Antes de que un shiok te toque, yo misma te haré una hija, no sé cómo, pero te la haré.
Z: Que mi fuerte flor no piense en ello, ya tenemos a Nóreas como futura matriarca.
U: Eres una chica muy incorrecta, señorita.
Aún con todo eso, el cese de diversión y esparcimiento previo al desayuno, se extendió mucho más de lo esperado. Pero no importaba, no tenían prisa alguna.
Z: Creo que tengo un poco de hambre. Desayunemos.
Levantándose ambas del divertimiento que la cama ofrecía, fueron a catar el primer alimento del día que ya llevaba un buen rato dispuesto en su habitual localización.
Durante esos largos minutos que duró el desayuno, Zelda hizo balance de todo lo vivido durante esos tres meses que se extendió de forma ininterrumpida su estancia en Gerudo. Día a día recordaba su boda, sobretodo tras la finalización, cuando un opulento banquete se alargó por toda la noche, comiendo, bebiendo, bailando y hablando con todo el mundo. Rememora los buenos momentos vividos junto a sus amigos, en particular con Impa, Prunia, Rotver y Mipha, además de una larguísima charla con Cipia y Nóreas sobre armamento y tecnología ancestral. Le viene a la mente, aparte del gran día; su luna de miel, esa que aprovecharon para montar en morsa e ir de visita a los lugares más secretos de la región. Vio tantas maravillas que le cuesta recordarlas todas. Sin miedo, cabalgaron sobre Procyon por el Cañón Gerudo pese a estar plagado de yigas; alguno se encontraron, pero cierto acontecimiento pasado les hacía recular y huir sin siquiera hacer contacto de aceros. Al final de todo, visitaron la fuente de la Gran Hada del extremo oeste de Gerudo, donde recibieron su bendición y, a cambio de unos materiales y rupias, hicieron más poderosa la daga de Urbosa que Zelda llevaba ya siempre consigo.
Y hablando de la daga, ya que es un tema que a la princesa cadete le apasiona actualmente tanto como la tecnología ancestral. Tras su casamiento, aunque ya fuese algo que tenía pensado, se propuso con más firmeza hacer como las gerudos de su edad y entrenar sin excusas una vez cada dos días por la mañana en el cuartel y, una vez cada dos días por la tarde en el aula de instrucción; no pretendía con ello apropiarse de ningún conocimiento cultural y hacerlo suyo, tampoco ganar rangos militares ni nada de eso... tan sólo aprender y ganar toda la destreza que pudiese (aparte de mejorar su condición física y no ser tan débil). Cipia y Nóreas la estuvieron ayudando, pues finalmente, se decidió que esta última no se exiliase más a no ser que fuera por voluntad propia para así terminar de integrarse con su gente. Ellas dos fueron un excelente soporte para su enseñanza tanto a nivel marcial como teórico, pues ambas eran muy expertas en todo aquello pese a su corta edad; Cipia por su trayectoria desde niña, y Nóreas por su rigurosa formación como futura matriarca. Todo ello sumado a la instrucción de las capitanas del cuartel, cinco pares de mujeres maduras encargadas de aquel recinto y especializadas en la docencia, dieron como resultado una Zelda que en poquísimo tiempo se convirtió en una muchacha tan preparada como una gerudo promedio de siete u ocho años, sintiéndose orgullosísima de sí misma.
Pero su formación no se detenía ahí, pues con el dinero que iba recibiendo de su padre sumado al que ella misma ganaba ofreciendo sus servicios como profesora de tecnología ancestral para niñas, consiguió reunir lo suficiente como para pagarse una profesora de idiomas de allí mismo, aprendiendo el idioma gerudo a pasos agigantados. Quiso también tomar clases de herrería para, eventualmente, poder repararse ella misma su arma y armadura, pero manualmente se vio muy torpe para ello, así que tan sólo pudo absorber la teoría. En conclusión, no perdió nada el tiempo.
U: Mi pequeña ave está desayunando muy distraída.
Z: ¡N-no! Tan solo pensaba en todas las cosas que he hecho todos estos meses. No veo el momento de detenerme en aprenderlo todo, sobretodo el idioma, que es lo que llevo más atrasado.
U: Poco a poco. Es un idioma muy distinto al tuyo. Seguro que lo acabas dominando, ya verás, vure.
Z: ¿Qué has dicho?
U: Vure. Eso no te lo enseña tu profesora, ¿verdad?
Z: No. En su momento comenzamos con el vocabulario básico, pero ahora estamos haciendo frases cortas formales. Pero entre ese vocabulario básico no me dijo nada de "vure"
U: Vure es pajarito o pajarillo. Hubiera sido coincidencia que te enseñase eso, vure.
Z: Sarqso¹ por enseñarme una nueva palabra.
U: So vasaaq, vure².
*(¹: gracias. ²: De nada, pajarito/illo)*
Mientras tanto, en el castillo de Hyrule.
R: Hagan llamar a Sir Lowrance y al Capitán Sir Dorrill.
(?): ¡Sí, majestad!
Un recluta de la guardia real, acudió raudo al comedor donde todos los guardias desayunaban, encontrándose a ambos hombres con facilidad.
(?): Capitán. Siento interrumpirle, pero el rey le hace llamar a usted y al sargento primero, Sir Lowrance.
D: Hmm... ¿De qué se trata, recluta?
(?): No lo sé, capitán. El rey no me ha dado detalles.
D: Está bien. Low, vamos.
Durante este breve tiempo, las cosas habían cambiado mucho para Dorrill. Desde la última vez que se supo, nunca había vuelto a ver a su hermano; sabía que aún lo mantenían vivo, pero dejar de torturarle, le aportaba paz. Con Lowrance las cosas habían evolucionado bastante, más aún cuando el joven le confesó que a su primer amor también lo mataron, y que veía en Dorrill un enorme parecido tanto físico como mental, además del nombre, pues se llamaba Darrak. El muchacho ahondó en los detalles de haber nacido en una familia muy religiosa, y también en el punto en el cual su padre, agricultor, soltó a propósito un buey para que embistiera a su amante, cosa que le dejó marcado de por vida tras presenciar como aquella bestia corneaba hasta la muerte al hombre que amaba. Lowrance no quiso rememorar, pero ya que conocía la historia de Dorrill, se quiso sincerar. Eso no sólo hizo odiar a su padre, sino también desearle la muerte, pero amaba demasiado a su madre y no quería hacerle sufrir también esa pérdida, así que se fue con lo puesto al castillo de Hyrule y se alistó al ejército... y nunca regresó a su hogar. Dorrill atendió toda su historia con respecto, y desde ese momento se juraron mutua protección y también, ser libres y no esconderse. Ambos sabían bien cómo sobrevivir, tenían conocimientos y contactos en caso de ser expulsados de la guardia, pero sabían que eso no ocurriría dado que sus funciones eran indispensables e insustituibles. Es por eso que a partir de ese día no se molestaron en esconder el profundo afecto que se sentían. Lo cierto es que no habían trascendido a nada más, pero de momento, así eran felices. Llegaron a los aposentos del rey.
D: Majestad, Sir Lowrance y yo os escuchamos.
R: Bienvenidos, caballeros. Si os llamo a los dos juntos ya os haréis una idea de la razón.
L: ¿Es por la princesa, majestad?
R: En efecto, Sir Lowrance. Necesito que vayáis a galope a Gerudo y le entreguéis la carta. El procedimiento será el de siempre. Aquí tenéis la carta, una pluma, un tintero y esta hoja aparte. Os espero de vuelta para esta tarde.
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"Hija mía, te escribo desde mis aposentos en la misma jornada en la que recibirás esta carta. Los sucesos acontecidos últimamente con la prensa me inquietan hasta el punto de impedirme conciliar el sueño con normalidad, pero sencillamente es algo que no puedo controlar. Afortunadamente hay algo que a diario me alegra, y es esperar las noticias tan buenas que me llegan de tí. No sabes cuán inundado de dicha me hallo sabiendo lo feliz que eres en Gerudo y lo mucho que estás aprendiendo de su cultura, mas me gustaría ver en persona todos tus progresos. Espero que tanto tú como Lady Urbosa estéis satisfechas con los pequeños presentes que os hice, pues los mandé fabricar con toda mi estima.
Esta noche en el castillo se celebrará un gran banquete en conmemoración del descubrimiento de la tecnología ancestral, creo que es algo que te podría interesar, y por supuesto, quedas invitada.
Aprovechando el evento, sería excelente que vinieses acompañada de Lady Urbosa, siempre es un placer mantener el contacto con su gente a través suya, al igual que si crees conveniente traer a alguna gerudo más, la recibiré encantado.
Percibe todo mi afecto. Rhoam Bosphoramus Hyrule."
C: Y fin de la carta, princesa.
U: Tu padre siempre sabe cómo tentarte, pajarillo.
N: Es vuestro padre, alteza. Deberíais ir.
Z: Bah, por las diosas, ¿hasta cuándo pretende controlarme? ¿Es que nunca me dejará en paz?
Zelda cada vez se sentía más y más prisionera pese a la libertad que vivía día tras día en el desierto. Le daba la sensación de que su padre establecía una especie de controles periódicos para corroborar que todo estaba siendo visto bajo lupa. Pero ahora todo era diferente. No había pasado suficiente tiempo como para generar cambios evidentes en sí misma, pero lo que sí tenía claro es que no se iba a dejar aplastar por nada ni nadie; ya se acabaron los tartamudeos y las inseguridades.
C: ¿Marcharemos pues?
Z: Sí, lo haremos. Vente con nosotras, Cipia. Y ya que estamos, ¿te apetecería venir también, Nóreas?
La joven heredera ni siquiera había contemplado esa opción, no pensaba que tal cosa fuese posible.
U: Vamos, Nóreas. Como futura matriarca, es adecuado que conozcas a tu rey. Anímate, lo pasarás bien.
N: Será un honor, madre. Espero que el carruaje sea grande, ja, ja, ja.
Z: A una de malas, nos puedes perseguir corriendo, esas piernas tienen pinta de tener aguante.
Las cuatro mujeres rieron y comentaron mientras caminaban tranquilas al carruaje. Urbosa trajo de nuevo consigo aperitivos para todos. En menos de un minuto se toparon con sus caballeros de confianza.
L: ¡Vaaaya! ¡Y yo que pensaba que Lady Urbosa era grandota! ¿Tú quién eres? ¿Te gusta el pescado?
N: Bu-bueno, yo…
Lowrance, cada vez que veía una gerudo, no podía evitar pensar siempre en lo mismo; sabía que existían, pero no podía imaginar a una mujer de esas tierras yaciendo con ningún hombre, sencillamente le explotaba la cabeza. Eso, o los hombres que ellas elegían eran simples y debiluchas marionetas de usar y tirar para luego continuar con sus esposas en la Ciudadela.
N: Me gusta la trucha y el salmón, pero la carne de caza poco hecha, me fascina.
L: Ah, ¿que le das a todo?
N: ¿Perdón?
Cipia y Zelda se agarraron la una a la otra con tal de no caer al suelo de la risa. Nóreas era tan inocente que no tenía ni idea de a qué se refería con eso de darle al pescado y a la carne.
U: Ay, Sir Lowrance. Te presento a Nóreas, futura matriarca de Gerudo. Es una jovencita poco avispada con las bromas, creo que no te ha entendido.
L: Vaya, Lady Urbosa. No sabía que usted tenía una hija, pensé que sólo le gustaban las...
U: Todas tenemos que cumplir con nuestro deber, caballero. Y yo no soy la excepción.
Lowrance analizó sus palabras, pues él sí era muy avispado... y algo le olía mal, más teniendo en cuenta que no les veía parecido ni conexión. Pero supo que debía cambiar de dirección.
L: Por supuesto, Lady Urbosa. Es un placer conocerla, Lady Nóreas, pero aún no me ha respondido.
N: ¡Pero sí lo hice!
U: Ay, chiquilla. Se refiere a si te gustan los hombres o las mujeres, no a la comida.
Nóreas bajó la vista y se encogió de hombros, sintiendo gran vergüenza en ese instante en el que tan gigante y fortísima hembra parecía tornarse una frágil y delicada señorita.
N: S-supongo que los hombres, ¿no?
U: Ese ya sabes que es el deber, pero se refiere a otras cosas, Nóreas.
N: N-no sé a qué cosas se refiere, madre. ¿Podríamos cambiar de tema, por favor?
La joven comenzaba a inquietarse, sabía que en algún momento debería salir en busca de un marido, pero jamás pensó que habría algo más aparte de eso... y eso le causaba incertidumbre, y más asistiendo a este tipo de reuniones espontáneas donde claramente se quedaba a la cola a la hora de captar las chanzas que otras personas hacían.
L: No se preocupe, joven Lady. Todo llegará a su debido tiempo, no se tome tan en serio lo que le digo. Debería ser humorista en vez de caballero, pero se me da demasiado bien manejar espadas de todos los tamaños y durezas.
D: ¡Y vaya que si tienes razón! -decía Dorrill desde el interior del carruaje-.
L: ¿Ve? Mi maestría es bien conocida en toda la guardia de... ¡Pero serás desgraciado!
En ese par de frases, Nóreas creyó comprender que ocurría, pero se reservó la duda por si acaso. Por lo visto, todo su círculo más cercano era así... particular. Mientras, Lowrance le daba collejas a Dorrill mientras las demás, incluido el capitán, reían.
D: ¡Se te da genial sacarles brillo, sobre todo a mi daga!
L: ¡Pero! -gritaba dándole más tortazos- ¡que te calles!
D: Cállame, bandido.
Z: ¡Uy, uy, uy! ¡Esto es una novedad! Todas a bordo, y ya tardáis vosotros dos en actualizarme todo esto.
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El trayecto hasta el castillo se hizo corto, demasiado corto para tanta comidilla nueva que se traían estos dos. Llegaron tan pronto al castillo que daba la sensación de que Lowrance les metía demasiada velocidad a Pólux y a Rígel con tal de que Dorrill no se fuera mucho de la lengua.
D: No es nada formal, no hay mucho tiempo para eso. Pero cuando estoy estresado, Low me ayuda a relajarme en mi habitación.
Z: ¡¿Quéeee!? ¿Y mi padre os lo permite?
D: Ayudarse entre camaradas a arreglar los trajes y comentar estrategias para el día siguiente mientras nos ayudamos con las contracturas no es ningún delito.
Z: Imagino que no hacéis nada de eso.
D: Imaginas bien. Pero de una forma u otra, cada mañana los trajes están listos, la estrategia de entrenamiento elaborada y sin dolor corporal.
Z: Diosas, ¿cómo olvidar tu intelecto?
D: Así es. Por cierto, te veo cambiada. Más... ¿fuerte, puede ser? No sólo mentalmente, también físicamente.
Zelda, en el tramo final del camino, se explayó en contarle su arduo entrenamiento, sus rutinas, su alimentación basada en proteína y sus ejercicios de poder mental, como baños de agua helada o plantarle cara a un monstruo desarmada. Le narró también como los bokoblins rojos ya no eran rivales para ella, y cómo poco a poco iba perdiendo el miedo a los moblins. Bajo el amparo gerudo, se estaba convirtiendo en una guerrera.
D: Me alegra mucho escuchar todo eso, solo hace falta ver lo bien que estás esculpiendo tu figura y la valentía que estás demostrando. Yo tengo algunos guardias con menos dedicación que la tuya, y eso que cobran por ello... cuánto ni menos si fuese voluntario. Pero en fin, entre palabra y palabra, ya hemos llegado al castillo, incluso antes de tiempo. ¿Les apetece a todas ver el interior del cuartel ahora que está vacío?
C: ¡Por favor!
D: Bajemos todos pues, por lo menos tenemos media hora para deambular antes de acudir a la cena.
El pasillo estaba estratégicamente enfocado a las cuadras, pues dicho corredero conducía al lugar donde todo guardia y caballero era entrenado, manteniéndose la localización muy cercana por si en caso de emergencia necesitasen salir a galope de allí. Anduvieron a lo sumo dos minutos previo a dar con la explanada del cuartel, que fácilmente sería diez veces más grande que el de Gerudo. No obstante y pese a ello, la cantidad de armas era inferior, pues mientras las gerudo no cesaban sus consecutivas campañas militares, los soldados de Hyrule tenían más bien poco que hacer. Nóreas se fascinó con todo. Pidió permiso para acceder a un barracón lleno de armaduras de entrenamiento, permiso que obtuvo sin mayor problema. El resto se quedaron admirando las armas de la guardia real mientras que ella, solitaria, accedió curiosa a esa caseta de madera agachándose para no golpearse en la cabeza con el marco superior.
Al entrar, se dio cuenta de que no estaba sola. Allí adentro, espada y escudo de madera en mano, se encontró un apuesto muchacho de no más de quince años blandiendo con maestría contra un madero de entrenamiento. El chico, vestido con ropajes de máximo lujo, hacía tajos precisos y veloces que maravillaron a Nóreas, atendiendo a aquello desde la puerta mientras que advertía ese corto cabello castaño brillante que ondeaba en cada gesto.
(?): Os veo prestar mucha atención, ¿será que con acierto me desenvuelvo? -espetó el joven girándose-.
N: Oh, discúlpeme caballero. No deseaba importunar sus prácticas.
(?): Al contrario, mi Lady. Vos sois gerudo, sólo debo atisbar sus ropajes y portentoso aspecto que me mostráis. Estoy convencido de que con la fiereza que veo en vuestra figura, podríais enseñarme muchas cosas. Y por cierto, no soy caballero. Soy el infante real Glerdor Bosphoramus Hyrule. Es para mí un honor conoceros a vos, Lady... ¿?
N: Nóreas. Me llamo Nóreas. Soy hija de Urbosa, la matriarca gerudo. Por lo tanto, soy la heredera al trono de dicha región.
G: Que las diosas me oigan cuando les diga esta noche en mis rezos que mi alma se llena de júbilo al haberos conocido en este preciso día, mi Lady. La cena de hoy será puro bullicio de tecnología ancestral, espero veros por allí, bella dama.
N: S-sí, allí estaré. Estudio mucho sobre el tema y me encantaría aprender más si cabe.
G: Los cielos me bendicen plantando ante mí a la mismísima heredera al trono gerudo sumando gustos tan idénticos a los míos. Lamentablemente, el deber me llama, y he de acudir con brevedad al previo acto de la cena, mas espero volver a cruzarme en vuestro camino, dulce señorita.
El apuesto y correctísimo infante alzó su vista hasta toparla con la de Nóreas, cruzando sus ojos de tonalidad melosa con los de la gerudo mientras tomaba su mano para besarla en gesto de cortesía. Tras ello, la volvió a mirar fíjamente sin soltar su mano previo a marchar, saliendo del barracón por otro camino para no cruzarse con nadie. Nóreas notó como algo en su pecho se encogía, era una sensación completamente nueva y desconocida que no supo adjetivarla más profundamente que nerviosismo; "me ha dicho bella y dulce" -pensaba-.
U: ¡Nóreas! ¿Qué haces tanto rato ahí adentro? Vamos, sal o llegaremos tarde a la cena.
Agachándose de nuevo para salir, emergió de la cabaña mientras todos le miraban extrañados.
L: ¿Se encuentra bien, Lady Nóreas? Parece que acabe de ver a un monstruo. ¿Necesita que llame a un médico?
Z: ¿Ocurre algo, Nóreas?
La joven sudaba, estaba completamente sonrojada y parecía hasta temblar.
N: He v-visto a un muchacho.
D: Hmm... ¿de quién se trataba?
N: No lo sé. Me dijo que era el infante real y que se llamaba Glerdor, pero apenas intercambiamos un par de frases antes de que se marchara con urgencia. Decía tener prisa.
Z: ¿Cómo? ¿Mi primo Glerdor estaba ahí? ¿Y qué te ha dicho? ¿Dónde está?
N: S-sí, allí estaba. Dijo que debía ir con tiempo a la cena.
Z: ¿Y qué más te dijo?
N: Que... que era bella y dulce.
U: Vaya, vaya. Parece que cierta señorita ha llamado la atención sin despegar la boca.
N: N-no, madre. Eso es... imposible. Ni siquiera voy arreglada.
L: Eso no tiene nada que ver, con el tiempo lo comprenderá, Lady Nóreas. Ahora no nos demoremos más y vayamos a la cena. Nos estarán esperando.
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Aquel salón donde una vez Zelda fue insultada, humillada y expulsada, volvía a estar repleto de un gentío, mas en esta ocasión, sólo las más altas esferas e importantes personalidades referentes a la tecnología ancestral eran quienes se saludaban y preguntaban a las sirvientas dónde debían sentarse. Casi en su totalidad, eran sheikahs de mediana edad, algún anciano erudito y jóvenes estudiantes. El rey aún no se había personado, pues todavía seguía recibiendo gente en el acto previo, acto donde las cuatro mujeres acudieron para presentarse y dar fe de su asistencia personalmente. Zelda, caminando al lado de Urbosa, la tomaba del brazo como toda pareja casada hacía. A su izquierda y dos pasos por detrás, Cipia con su lanza. A la derecha del todo y a la misma distancia que la guardiana, Nóreas. La princesa vistió su ya evidentemente usada armadura. La matriarca, coronada, como de costumbre. Nóreas, a excepción de sus protecciones laminadas de los hombros, también vistió lo típico, pero añadiendo su corona de heredera al trono. Cipia, lució su brazalete celeste símbolo de su indeleble unión con la cadete.
Después de una breve cola, estuvieron todas frente al rey, quien asombrado, aliviado y feliz, las saludó.
R: Bienvenidas sean todas. Lady Urbosa, me place tenerla de regreso a mi hogar con dos de su gente. A la señorita Cipia le conozco, pero deberá presentarme a esta joven.
U: Majestad, buenas noches. Ella es Nóreas, mi hija.
R: Cielo santo, ¿usted es...?
El rey recordó todo. A Nóreas sí la conocía, pero sólo la vio una vez cuando ésta tendría unos ocho años, perdiéndole desde entonces la pista para siempre.
R: Le recuerdo, Lady Nóreas. Ha crecido muchísimo desde la última vez que la vi. Quizás usted ni me recordará, pero mi memoria no falla. Le veo y es como si viera a su abuela, que en bendita gloria esté.
N: Os agradezco mucho vuestras palabras, majestad. Por otra parte, lamento no tener recuerdo vuestro. Quizás era demasiado joven como para rememorarlo, o quizás fue un encuentro muy fugaz. Sea cual sea el caso, me alegra estar de nuevo ante vos.
Las palabras del rey, aún sin buscarlo, alegraron a Nóreas sobremanera; poco a poco las acusaciones de aquella anciana se iban quedando en agua pasada conforme más gente importante le iba recordando el gran parecido que tenía con su "abuela". Lógicamente era casualidad caprichosa del destino esa similitud, pero eso ayudaba a reforzar la idea de su legitimidad hacia la gente y suavizaba aquellas dudas que fueron causadas.
R: El placer es mío, ver como la corona se emparenta con su región es una alianza formidable y conveniente para usted como heredera al trono. Y hablando de emparentar, no olvido saludarte a tí también, Zelda. ¿Cómo te encuentras? Te veo muy cambiada para mejor.
Z: Gracias, padre. La felicidad cambia la vida de las personas, y cada día lo soy más. -dijo tomando con más firmeza el brazo de su esposa-.
R: Ya veo. Es algo evidente, no sueltas a tu mujer.
El rey sabía lo que acababa de decir; sabía las consecuencias que podía traer, y precisamente eso quería provocar. Quería ver la reacción de la gente. Necesitaba corroborar por sí mismo si las charlatanerías de los periódicos eran seguidas por minorías o si realmente eran la sensación del reino. De mientras, las cónyuges se miraron asombradas, ¿podía ser que el rey finalmente estuviese aceptando lo suyo? Era extraño, pero entre esto y lo de los anillos, parecía como si quisiese darse una oportunidad... mas lo cierto, era que su mente estaba inquieta. Ya no pensaba en el qué dirán, sino que recordó una cosa que su difunta esposa, la reina, le dijo en su día. La gente de a pie no sabía mucho de ella, pues era una mujer escurridiza, poco visible e impopular, pero su marido sí sabía cosas... entre ellas, su supuesta capacidad de ver el futuro...
*Flashback*
(?): ¡Esposo mío, he tenido una visión del reino de dentro de cien años! -dijo la reina despertándose de sopetón en medio de la noche maravillada a la par que confundida y extrañada-.
R: Hmm, ¿y de qué se trata? -preguntó aún con el sopor de la madrugada sobre sus pesados párpados -
La reina, quien recién era su esposa desde hacía unos años y que ya le había dado descendencia, le dijo en tono muy bajo al oído posando su mano cerca de este.
(?): He visto a una gerudo mestiza sentándose en el trono.
*Fin del flashback*
No sabe el rey por qué, pero jamás quiso creerla... cosa que durante años, fue su perdición. Pero al final, él mismo, calmándose, se corroboraba de que los sueños premonitorios de su esposa eran puras pamplinas, pues jamás Zelda podría traer al mundo a un heredero con una mujer... cosa que le calmó e inquietó al mismo tiempo, pues el tema de la corona seguía pendiente.
Por otra parte, aunque ya con resignación, le preocupó la consumación matrimonial. En un matrimonio típico, eso tendría sentido para él, pero no en este, viendo que tal acto sería exclusivamente movido por el vicio y la perversión sin ningún fin real. Quiso no pensar en ello, pues ya era evidente que había ocurrido, y más después de ver ciertas acciones ejecutadas en su matriarcal boda, no queriendo ni imaginarse lo que ocurrió a intramuros.
No hubo demasiada revolución con sus palabras, la gente no se atrevía a faltarle en su cara, pero en su hija y en la esposa de ésta vio algo que no supo interpretar. Atendió a sus miradas, pues eso es lo único que ellas hicieron; mirarse. Observó como desde arriba, Urbosa le fijaba sonriendo con ternura, como si estuviese una niña acariciando al más adorable de los terneritos. Se fijó en Zelda, que desde abajo, miraba a su mujer de la misma forma que un devoto mira la efigie de la diosa cuando esta le concede un milagro... Era algo desconocido y extraño para él, quien jamás miró ni fue mirado así por su esposa, siempre manteniéndose ambos rectos y serios tanto en público como en privado.
Z: Sólo la muerte me haría soltarla, y ya me estoy entrenando lo suficiente para aprender a burlarla.
Algunas personas miraban de reojo. Poco importaba, la ley gerudo a la cual se acogía, le protegía.
R: Bien hecho, hija mía. Entrenar el cuerpo siempre aporta beneficios. No es lo más adecuado para una princesa, pero poco importa eso.
Z: Quizás no será lo más adecuado para una princesa, pero sí sé qué es lo más adecuado para mí.
El rey espetó una brevísima risa, en cierto modo, el comportamiento de su hija siempre había sido particular. Pero entre charlas y pensamientos, ya había dado la hora de comer el último alimento del día y no debían demorarse. Así que tras unas breves formalidades, acudieron al salón donde fueron recibidos entre aplausos por todos los invitados, quienes en pie les esperaban en sus sitios.
Fueron anduviendo despacio con el rey a la cabeza, Urbosa y Zelda tras él, y Nóreas y Cipia a la cola. Varios metros detrás, el capitán de la guardia real Sir Dorrill, otros altos rangos y alguno más, entre los que indudablemente, se encontraba Sir Lowrance. En el momento en el que se plantaron ante el centro de la mesa, se colocaron en sus puestos en vigilancia armados con diversos filos, y el rey dio un breve discurso de mientras. Agradeció a todos la asistencia y comentó rápidamente la finalidad de dicha reunión, incitando a todos a compartir conocimiento. Él se sentó en el centro, al lado, Zelda con Urbosa, al lado contrario, Glerdor, quien velozmente saludó y se presentó a todas, y al lado de éste, Nóreas y Cipia, sorprendiéndose la primera.
U: Vaya, así que él es tu primo Glerdor, con quien se encontró Nóreas antes. Ya es casualidad que se vayan a sentar juntos en la mesa.
Z: Sí. Ya has visto que es un muchacho muy agradable. Pero además es muy listo. A saber que habrá dicho o hecho para sentarse tan cerca suya... pero bueno, no hay problema en ello.
G: Las diosas van a gastar toda la suerte que tengo por consumir en mi vida justo en este día. Me bendicen sentando a mi lado a la encantadora Lady Nóreas. Por favor, tomad asiento mi Lady. No ensuciéis vuestras hermosas manos manejando esta silla que tan indigna me resulta para vos, dejadme que yo mismo os arrime a la mesa y disfrutad de la cena. Sentíos como en vuestra casa.
N: Oh, infante Glerdor, muchas gra...
G: Llamadme Glerdor solamente.
Nóreas, dejándose arrimar a la mesa por ese atlético pero fortachón joven, se sonrojó de nuevo por sus palabras. Quería pensar que el chico tan sólo trataba de ser amable, pues no se conocían de absolutamente nada, pero le resultaba característica su manera de ser.
N: Le agradezco su hospitalidad, Glerdor. Está siendo muy amable desde que llegué al castillo.
G: Lo más importante es que os sintáis cómoda en este día, pues la noche será larga con tan entretenida conversación de tecnología ancestral que mantendremos con los aquí presentes. Estoy repleto de ganas de que me contéis vuestras experiencias con esto.
Zelda y Urbosa atendían felices y satisfechas a aquello; veían a Nóreas muy nerviosa y algo confundida, pero sabían que Glerdor sería muy correcto y jamás diría nada fuera de lugar, así que se dedicaron a ver cómo se desenvolvía todo.
N: Estoy cómoda, Glerdor. Cuenta con mi gratitud.
G: Al contrario, mi Lady. Llamaré mientras tanto a la sirvienta, no me perdonaría jamás que vuestra cena se retrasase ni un minuto. -dijo haciendo un gesto con la mano alzada para ser atendido-.
En un santiamén, una mujer del servicio acudió rápidamente al lugar. La cena era tipo buffet, todos podían levantarse e ir tomando lo que quisiesen, pero por alguna razón, Glerdor no quería que Nóreas se levantase de allí.
(?): Decidme infante, ¿qué os sirvo?
G: A mí nada, no se moleste, yo mismo me levantaré. Es para esta señorita que tiene ante usted, Lady Nóreas, heredera al trono gerudo por la gracia de las diosas. No deseo que se mezcle con estas gentes, ¿sería posible que le emplate y le sirva la comida en la mesa? Le pagaré un extra de mi bolsillo por ello si es menester, pero tráigale sólo de lo mejor.
N: N-no será necesario, Glerdor, no se preo...
G: Estáis en mi casa, y desearía vuestro máximo confort. Pero por supuesto, vos decidís cuál es vuestra preferencia, incluso os puedo traer yo mismo lo que me pidáis.
N: S-sí, bueno. Creo que antes necesitaré ir al servicio.
La joven no quería ser descortés, pero se estaba comenzando a agobiar y necesitaba un receso. Sin inconveniente, él le indicó la dirección y la dejó marchar, esperándola en la mesa tomando aperitivos, como caracolas raudas y salmón vivaz. Ella, sencillamente, desapareció.
Mientras tanto, Zelda iba entablando conversación con su padre conforme podía. Le contaba cómo era su vida y lo que hacía más allá de meditar. Urbosa, de mientras, iba reforzando sus frases con afirmaciones y rellenos, pues también tenía la necesidad de hacerle ver que su matrimonio, aún sin descendencia posible, era de lo más conveniente.
R: Y dime, hija, ¿te sientes bien acogida allí? ¿sientes que las mujeres te guardan respeto y te aceptan como su soberana?
Z: Sí, padre. Todas las gerudo sienten gran comodidad teniéndome en sus tierras. Están siendo muy correctas y tienen mucha paciencia a la hora de enseñarme todo lo referente a su cultura. Estoy muy satisfecha viviendo allí.
R: Hmm ¿Y usted, Lady Urbosa? ¿Cómo se siente mostrando las entrañas de su cultura a la princesa?
U: Majestad, si me permitís serle sincera, yo apenas le he enseñado nada a Zelda. Es siempre ella la que se muestra curiosa ante todo. A la que me dé cuenta, sabrá ella mejor mi idioma que yo misma.
R: Ah, mi querida hija... siempre tan intrigada con las cosas de la vida... desde que era pequeña ha sido así, siempre investigando una cosa nueva.
U: Lo sé, majestad. Aún lo recuerdo. Es difícil olvidarlo.
El rey cayó en la cuenta... sí, la conoce desde que nació, cuando ella ya contaba con veintidós años de edad... pero trató de esquivar ese pensamiento. Debía centrarse para lo que estaba a punto de anunciar... debía templarse y respirar, pues no las había hecho llamar sólo para que Zelda viese a más eruditos de la tecnología ancestral, sino que todo estaba perfectamente cuadriculado para que ella tuviese la impetuosa necesidad de acudir a aquella reunión a la que casualmente acudía a esa gente. La miró una última vez con gesto de contención en su rostro, como si tratase de sacar fuerzas de donde no las tenía para alzarse y anunciar aquello que llevaba días guardándose en espera del panorama correcto. Solicitó quietud a los asistentes antes de pronunciarse.
R: Ciudadanos de Hyrule. Me place estar compartiendo esta velada con tan importantes personalidades para el reino. Sólo por eso, brindemos.
Todos al unísono se alzaron, brindaron, bebieron y callaron. De mientras, Glerdor se empezaba a preocupar por la ausencia de Nóreas.
R: Bien, bien. Os noto a todos muy felices, y como bien se sabe, una alegría llama a otra alegría.
Los asistentes se miraron entre ellos preguntándose que sería aquello que los alegraría. Quizás alguna importante financiación, o puede que la construcción de un nuevo laboratorio o universidad... eran tantas las posibilidades... pero los tiros no iban por ahí.
R: Sé que esto os puede causar incertidumbre, pero no me haré más de rogar y os diré que las arcas del reino van a financiar dos importantes acontecimientos, uno de ellos, de mi propio bolsillo.
Y los eruditos comenzaron a alegrarse, todo parecía ir sobre ruedas, mas el rey tenía la última palabra.
R: No os puedo revelar demasiados detalles, pero debéis saber que se va a financiar la fabricación experimental de nuevos guardianes; fabricación a la cual os invito.
Todos aplaudieron, esa era la mejor de las noticias que podían recibir. Nada lo podría superar, pero el rey aún no había dado su segundo y más importante anuncio, el cual dejó para el final, generando así expectación y atención. Este era el evento financiado por su bolsillo, un acontecimiento que, aún público, sería de un carácter más personal. Con tranquilidad y bajo la extrañeza de la muchedumbre, solicitó a Zelda y a Urbosa ponerse en pie junto a él, llamando a una señora que también era invitada de la cena para que le trajese una caja que le había encargado. Una vez la tuvo en su poder y bajo la curiosidad de las cónyuges y sheikahs, la abrió desvelando lo que había en su interior. Dos maravillas de oro y piedras preciosas salieron de ahí.
R: Zelda. Princesa de Hyrule. Heredera al trono por la gracia de las diosas. Mi hija. Tengo el honor de otorgarte esto que bien mereces.
Sacó de allí una corona. Era la corona que, durante generaciones, pasó de cabeza en cabeza de príncipes y princesas herederas al trono. Fabricada en puro oro y con reales simbologías, tan sólo se obtenía el derecho a portarla cuando quedaban unos meses para cumplir la mayoría de edad.
R: Desde el día de hoy, tu deber será llevarla en los acontecimientos importantes y siempre que lo creas conveniente. Es tuya. Te pertenece.
Zelda se extrañó por lo repentino de aquello. De normal esa entrega no era algo relevante como la coronación como reina, pero sí se cuenta que solía ir ligado a un breve acto; no obstante, prefería que fuese así en vez de un acto multitudinario lleno de formalidades. La princesa, sabedora de que eso le pertenecía por derecho, no dudó en aceptarlo y ser coronada allí mismo aunque sus ropajes militares gerudo no combinasen demasiado con su ya corona que, orgullosa, portó desde el primer segundo en que su peso reposó sobre su cabeza.
Z: Gracias, padre. Desde el día de hoy, esta corona será una extensión de mí misma, no lo dude.
Todos los allí presentes aplaudieron, mas esa segunda noticia aún no había finalizado.
R: Un momento, un momento. Cálmense todos, aún no he terminado. Lady Urbosa, acérquese a mi lado.
Urbosa miró a Zelda con tanto asombro como los sheikahs lo hicieron al rey. Era raro para ellos que algo relacionado con la región de Gerudo fuese relevante, pero aún así atendieron a las palabras del rey.
R: Urbosa. Matriarca gerudo. Campeona y piloto de la bestia divina Vah Naboris. Mi... nuera... Tengo el honor de otorgarle esto que bien merece.
Con ese intermedio comentario todos se alteraron, incluso las protagonistas y sus amigos los guardias, quienes en conjunto, abrieron los ojos como platos, creyendo por un momento que el monarca estaba fuera de sí. Él sacó de la caja la segunda maravilla, una fina tiara de oro con topacios y cuarzos citrinos especialmente fabricada para ella.
U: Majestad. Me place enormemente recibir su obsequio, es una auténtica joya. Pero no comprendo su finalidad.
R: Lady Urbosa. Usted es la matriarca de su región, el máximo rango de soberanía en Gerudo. Aquí se la conoce como Lady, título inamovible para todas las matriarcas que estén por venir dado el lazo que las une con la corona... lazo que en breves días, quedará sellado.
La gente no demoró en iniciar los comentarios mientras que la matriarca se agachaba para ser obsequiada por el mismísimo rey. Los comentarios no eran insultantes, pero en su mayoría alegaban el aprovechamiento de Urbosa tratando de emparentarse con la corona a través de una princesa que, casualmente, era una niña.
Z: Por las diosas, Urbosa... estás bellísima con esa tiara. Le debemos enorme gratitud por esto, padre.
El rey terminó de colocar la tiara sobre la frondosa cabellera de la matriarca con algo de dificultad, quedando muy satisfecho con el aspecto que le daba.
R: ¡Silencio todo el mundo con sus comentarios! Bajo la ley y el amparo gerudo, y esto no es novedad para nadie de aquí, Lady Urbosa y mi hija llevan casadas tres meses con la diosa de acuerdo con ello. He cometido con las encomiendas divinas demasiados errores, pero este no será uno de ellos. La efigie de la diosa de Farone habló, y la de Gerudo también... y al margen de que yo esté de acuerdo o en desacuerdo, no debo omitir sus señales. Y esto es algo que nos atañe a todos, no sólo a mí. Esto será excepcional y no habrá réplica con nadie más en el reino, pero en breves días y a la manera clásica y tradicional, tendrá lugar aquí en el castillo de Hyrule, el enlace oficial entre mi hija Zelda y Lady Urbosa.
Nadie se podía creer aquello, incluso alguien dijo que el rey estaría teniendo un episodio febril con delirios, mas él estaba más cuerdo que nunca. Todos criticaban, pero Dorrill aprovechó su rango para ordenar a todo guardia presente que bajasen sus armas en señal de respeto. Con todo arma bajada, él y Lowrance aplaudieron con tantísima fuerza que parecía que en vez de dos, aplaudían veinte. Alguno más aplaudió, pero por educación, pues casualmente, Cipia y Glerdor, preocupados, salieron en busca de Nóreas.
R: No les pido que acepten o rechacen, tan sólo que piensen que ninguna ley humana queda por encima de la divina... jamás.
Z: Pe-pero padre, no nos había dicho nada de esto.
R: Lo sé, hija mía. Ni yo mismo lo sabía, pero las diosas mandan sobre nosotros, los simples mortales. Y hablando de ello. Lady Urbosa, hay algo más que debo de entregarle ya que pidió la mano de mi hija.
Urbosa se extrañó, pero en cuanto vio aparecer a dos criados con un gran baúl de madera maciza rematado en hierro, supo de qué se trataba.
U: Ay, no... -dijo llevando su mano a su frente-.
R: Sí. Usted solicita la mano de mi hija, la princesa. Y yo le ofrezco lo mismo que ofrecería a un varón en caso de que así hubiese sido. El contenido es suyo, ábralo.
Joyas, piedras preciosas de todos los tipos, reliquias y miles de rupias conformaban la dote real. Entre todo sumaría más de ochocientas mil rupias.
U: Majestad, lo siento pero no puedo aceptar esto. A nosotras nos unen otras cosas como bien os dije. No me he casado con vuestra hija por joyas ni fortuna, así que aún con mi enorme gratitud, he rechazar vuestra dote. Para mí, Zelda no es un bien material del cual lucrarme; no me he enamorado de su dinero ni posición. Déselo a los pobres o dé más inversión a la ciencia. Esto no es para mí.
R: Creo que no me ha entendido, Lady Urbosa... No se trata de que quiera o no quiera, es que debe aceptarlo, pues así es la tradición. La boda será la semana que viene y no pienso omitir ningún detalle tradicional para adaptarla a las preferencias de nadie. La diosa os desea unidas y así será, bajo el clásico procedimiento nupcial, comenzando con la coronación de los prometidos y prosiguiendo con la dote. Lamentablemente, lo único que debo omitir es el hecho de su título real, pues no puedo hacerle reina consorte ya que Zelda ya será reina y no pueden haber dos. Pero salvo eso, el resto del proceder será el tradicional.
No hubo un "vivan las novias" como en Gerudo. No hubo aplausos. No hubo felicitaciones. La gente sencillamente ignoró todo aquello y lo dejó pasar pese a que el rey invitó a todos ellos. Nadie quería ver la boda de dos mujeres, a nadie le interesaba. Con algún puntual silencio incómodo, los criados se llevaron el baúl para cargarlo en el carruaje que luego las devolvería y se sentaron en la mesa en disposición de seguir charlando de sus temas tecnológicos, sintiendo ellas y el rey una disimulada falta de respeto.
R: Lady Urbosa, Zelda. Podríais salir al jardín a pasear un poco. Debo comentar unas cosas con esta gente y no deseo mezclarlos en el asunto. Luego podemos vernos más tarde antes de iros.
Nada ni nadie sabe por qué de repente el rey estaba tan decidido a casarlas, excepto él. Pensar en negarse a ello le atemorizaba; ya no por la opinión pública o por su reputación, sino por la consecuencia divina que eso podría acarrear... aún, pese a que hace más de diez años, recuerda la gran desgracia que se cernió sobre su familia por negar los designios de la diosa, por querer anteponer sus mundanas opiniones a las evidentes señas que le eran proporcionadas tan en primera persona. Rememoró hacía días ese suceso y comenzó a temblar de pavor, encargando desde ese preciso momento organizar el evento y solicitando a los mejores joyeros la tiara para Urbosa y unos anillos que recién los dará llegado el día. Definitivamente, el rey tenía miedo, y estaba dispuesto a mantener una acalorada discusión con cada sheikah que pusiese su decisión en tela de juicio... "no más muertes", es lo que pensaba.
Mientras que eso ocurría, y por seguridad, Dorrill puso momentáneamente al mando a un teniente de la guardia real y salió tras Zelda y Urbosa. Algo, un impulso o presentimiento le dijo que debía escoltarlas.
En los oscuros y silenciosos jardines, paseaban princesa y matriarca admirando la flora del lugar mientras que, felices, comentaban lo curioso y fascinante del evento recién vivido. Ensoñaron cómo serían sus trajes, el banquete y todo lo que en resumidas cuentas envolvía una boda.
U: Te sonará a chiste, pero jamás pensé que algún día me casaría de forma oficial; cuánto ni menos con una mujer. Mi pequeña ave no sabe lo feliz que me siento ahora mismo.
Z: Ansío que llegue el día, pues jamás en el palacio de Hyrule se habrá visto princesa ni reina más hermosa que mi fuerte flor casándose. No puedo ni imaginar lo bella que estarás.
U: El palacio no habrá visto reina ni princesa más bella porque yo no ostento ese título. Pero con seguridad, tu madre fue la reina más bella hasta el momento... aún recuerdo aquel día...
A Urbosa le invadió la mente aquella imagen de la madre de Zelda casándose... Un precioso vestido azul pastel y blanco ceñido a lo que fue un cuerpo delgado y perfecto, cuerpo que nunca se cansó de ver en cualquier circunstancia.
Z: Entonces te haré mi reina.
A la matriarca de enterneció el comentario, tanto, que tomó a su princesa en brazos y la alzó hasta tenerla frente a frente, enroscando la menor las piernas en torno a su cintura.
U: Tú ya eres mi reina y soberana de todo mi cuerpo y mi mente. No me importa que en el futuro todos te llamen majestad, eso sólo es un título que te otorga gobierno sobre el reino... pero mi corazón ya llevas demasiado tiempo gobernándolo como una dictadora que me ordena que cada día la ame más... como una dueña que me hace esclava de sus encantos.
Zelda la miró con los ojos entrecerrados atendiendo a la dulce poesía que emanaba de sus labios. Acarició sus mejillas con ambas manos sobre esa cálida y reluciente piel que enaltecía su brillo con la luz de las antorchas que alumbraban el jardín... y la comenzó a besar con una levedad que generaba abrupto contraste con el frenético latir de su corazón. De fondo, Dorrill había dado con ellas, mas solamente se quedó alli sin interrumpirlas, pues le maravillaba la magia que surgía entre ellas cuando hacían contacto... él era feliz viendo tan genuina manifestación de amor que tanto le recordaba a ese pescador que amó de muchacho.
D: ¡CUIDADO!
Dorrill fue veloz, fue arrojado, fue valiente... Urbosa, con Zelda en brazos, corrió hacia un lateral cuando vio al guardia lanzarse hacia ellas en dirección a algo que las atacaba. La matriarca soltó rápida a su princesa tras de ella, desenvainando su cimitarra y tomando su escudo. La joven cadete se espantó, pero tampoco titubeó a la hora de desenvainar su daga y tomarla con su mano izquierda en posición de ataque, mano anillada con aquella joya especial de Urbosa y de su madre.
Una espesa capa formada de tierra revolviéndose ocultaba a Dorrill dándolo todo en un combate cuerpo a cuerpo contra lo que parecía un anciano mugriento armado con un puñal oxidado que a saber de dónde habría sacado. El capitán iba desarmado, pero no dudó ni un instante a la hora de plantearse defender a aquellas mujeres que, aún sin ser indefensas, estaban con las guardias bajas.
D: ¡Maldito cabrón! ¿Cómo te has escapado de tu celda?
T: Te dije que iba a exterminar a las zorras de las gerudo... ¡y me has interrumpido justo cuando me iba a cargar a esa puta!
Era Togill. Más mugriento y decrépito que nunca, pero aún con fuerzas para tener ingenio y salir de su prisión, encontrar un arma, ocultarse y esperar el momento preciso para emboscar a la matriarca... Dorrill perdió los estribos. Los dos se revolvían en la arena propinándose tantos golpes como podían. El hermano mayor trataba de apuñalar al pequeño, pero solo atinaba a rasparle la piel y darle puñetazos.
Z: ¡Tenemos que hacer algo, Urbosa! ¡Dorrill está en peligro!
La imagen era devastadora... A Dorrill le caía la sangre de la nariz a chorros a la par que sus lágrimas... El dolor emocional era terrible.
T: ¡Eres un maricón! Lloras por pegarle a tu hermano, ¡te voy a matar y acabar la faena que dejé a medias!
El capitán era incapaz de contenerse; en el fondo le dolía demasiado, odiaba que su situación fuese esa. Estando él encima, las lágrimas caían sobre su hermano. Parecía que iba a perder las fuerzas, pero aún con horrendo daño, tomó con fuerza el cuello de Togill, ahorcándolo.
T: ¡Eso es, mátame! ¡Demuéstrame que eres un hombre! ¡Mata a tu hermano y serás digno de llevar mi apellido y el de tu familia!
Zelda no aguantó más detrás de Urbosa. Emergió.
Z: ¡Alto! - dijo mientras Dorrill, sin abandonar su tarea, le miraba como si esperase una orden-. Sir Dorrill, levántate del suelo y ve con Urbosa. Esto es algo entre Togill y yo.
Dorrill se negó, pero tras decirle Zelda que era una orden de su soberana, no tuvo más remedio que acceder. Togill, aún tendido sobre el suelo, rió a carcajadas; se le hacía por lo visto muy chistoso que una jovencita le quisiese retar en duelo. Pero no se resistió a la idea de matar a una desviada, pues a eso, él le llamaba "hacer limpieza"... así que tomó el puñal hurtado y se puso en pie. En su estado se veía atemorizante, pero ya no para Zelda. Una gerudo curtida en batallas era algo que daba mucho más miedo, esas mujeres militarizadas te podían hacer picadillo en segundos... y ella se había entrenado con ellas.
T: Oh, ¿me vas a matar, princesita?
Z: No dudes si te digo que te quedan instantes de vida.
Dorrill se sentía derrotado. Sentía que había fallado al reino dejando desprotegida a la princesa, pero jamás iba a osar desobedecerla, de eso estaba seguro. Urbosa sostenía y daba apoyo al guardia, que apretaba sus puños desesperado. Y no, no temía por Zelda, sabía que eso sería pan comido para ella si lograba templarse y enfocarse en el duelo tan bien como lo hacía en el cuartel. Además, iba bien protegida. Lo único que le preocupaba era el óxido del puñal, advirtiéndole desde la lejanía sobre su peligrosidad en caso de ser cortada con él igual que Dorrill.
T: Venga. Muéstrame lo que eres capaz de hacer, pequeño pajarillo de la reina.
Repentinamente, el oscurecido cielo carente de luna, se enturbió todavía más con un extraño viento y aviso de tormenta. Se estaba desatando algo dentro de Zelda.
Z: No tienes suficiente con hacer la vida de mi amigo un martirio, osas siquiera pensar en ponerle la mano encima a mi esposa, hieres al capitán de mi guardia... y ahora insultas la memoria de mi madre. La muerte es un castigo demasiado dulce para tí. Yo te condeno arder en el peor de los infiernos durante toda la eternidad. Muere, Togill.
Lo que parecía un aviso de tormenta, ya era un diluvio tan violento como los sentimientos embravecidos de la princesa, pues en apenas un rato, ese engendro la había insultado a ella, a Dorrill, a Urbosa y, lo peor de todo, a su madre. La electricidad comenzaba a erizar los vellos de los hombres, pero no a las mujeres, pues entre el control y habilidad de una y la protección de la otra, no tenían nada que temer.
Zelda alzó su mano a los cielos, notando como la joya se recargaba de poder. Urbosa, mientras tanto, se frotó los ojos todo y cuanto pudo, abriéndolos y cerrándolos repetidas veces.
U: Dorrill, dime que no estoy loca... ¿estás viendo eso?
D: Claro y cristalino, matriarca.
El poder del rayo, el poder del anillo, el poder del amor... y el milagro de la conexión a través de él.
U: E-es... i-imposible... es...
D: Sí, yo también la veo. Ahí está junto a ella.
Zelda estaba a su faena. Togill, de mientras, paralizado por verse venir que toda esa exhibición de poder iba a impactar contra él. Urbosa y Dorrill cayeron de rodillas al suelo, uno por absoluta devoción y respeto, y la otra... por amor.
Z: Despídete de la vida, Togill.
Nadie allí podía moverse. Justo detrás de la princesa se estaba manifestando una bellísima figura femenina de poco más de treinta años y conocida por todos... y esa figura copiaba las posturas de Zelda, como si le ayudase en su ataque ahora que su espíritu quedaba liberado tras invocar el rayo en el interior del castillo de Hyrule a través de ese anillo que, en vida, fue suyo... La reina, la madre de esa princesa que se iba a transformar en verdugo, emergió de la nada en forma de ente para ayudarla una última vez antes de dar muerte por primera vez a un hombre.
*Flashback*
(?): Siempre estaré a su lado para ayudarla. La amo tanto o más que a mi propia vida. Quiero estar en todas sus primeras veces.
U: ¿La amas tanto como a mí?
(?): O incluso más, amada mía.
Z: ¿Ledi Ubocha me quere?
U: -alzando a una Zelda de dos años en brazos, le dice- Muchísimo, mi pequeña ave.
Urbosa le besó con dulzura la frente antes de devolverla a los brazos de su madre, relajando su postura en el césped de la llanura de Hyrule, donde estaban haciendo un picnic privado.
(?): ¿Quiere mi pequeña ave comer sola con la cuchara que le he comprado?
Z: ¡Chíii, mamá!
*Fin del flashback*
El espíritu de la reina no era un simple ente, tenía conciencia propia... y miró a su izquierda, a Urbosa... y le sonrió una última vez antes de seguir imitando la postura de Zelda, quien ya bajaba el brazo para ejecutar a Togill.
U: ¡NO! ¡Detente!
La tormenta ya era demasiado copiosa; la princesa no podía oírle. La matriarca corrió con tal de darle alcance antes de que finalizase su ejecución... pero el destino era acabar ahí, y eso hizo. Una oleada de rayos fundidos con la esencia de Urbosa, de su madre y de ella misma, pusieron fin a la vida de Togill, cayendo incinerado al suelo. Zelda sintió todo eso en realidad, pero quiso atribuirlo a sugestión o a una casualidad... pero aún con esas, fue demasiado para ella, cayendo a plomo al suelo por el agotamiento y por la impresión de haber matado a un hombre. Urbosa y Dorrill acudieron, y por el estruendo, aparecieron por fin Cipia y Nóreas que, acompañadas por Glerdor, nos contarán en otra ocasión lo que estuvo ocurriendo anteriormente tras su desaparición. Hicieron llamar a los médicos para atender a Zelda y a Dorrill, y al sepulturero para recoger los restos incinerados de Togill.
La noche prometía ser más larga de lo esperado, pero mantener la tranquilidad en palacio era necesario, así que no se reveló nada de lo ocurrido y sólo se mencionó que había tormenta. También se pusieron excusas sobre que la princesa estaba indispuesta para que nadie se preocupase.
U: Estoy orgullosa de tí, mi pequeña ave.
Z: Quiero seguir este camino para que jamás nadie pueda herirte.
U: Y yo siempre estaré ahí, detrás tuya, a tu lado para ver todas tus primeras veces, amada mía.
NOTAS DE AUTORA
Se va acercando el final de esta entretenida obra, pero se vienen vientos pasados…
Sea como sea, este capítulo ya va anunciando el desenlace, no obstante, aún quedan bastantes detalles por desentrañar.
Mis ganas de matar a Togill, eran superlativas. Ya dije en unas notas pasadas que deseaba que su muerte fuese algo épico y memorable, pero no tenía ni yo misma la idea de que generaría esa impactante escena final. La idea original era batirlos simplemente en duelo, pero pensé que sería genial aportarle ese toque mágico, épico, crudo y sentimental. Cuéntame qué te ha parecido.
El rey está inundado de miedo, ¿qué ocurriría en el pasado como para que autorice legalmente la unión entre Zelda y Urbosa? En el viento que sopla del pasado, lo veremos.
¿Qué ocurrió entre la reina y Urbosa? La respuesta es la misma que la de la anterior pregunta.
Me encanta estar haciendo a Zelda guerrera, sé que lo dije con anterioridad, pero lo repito de nuevo. Me fascinan las pocas Zeldas guerreras que han habido, y creo que con el desarrollo que va llevando la historia y tomando como inspiración la última entrega de Hyrule Warriors, le va como un guante.
Sí, es zurda, ¿por qué? Porque los zurdos son especiales (aunque los ambidiestros, lo somos más).
Antes de finalizar, quiero hacer una aclaración con el idioma gerudo. Hay muy pocas palabras que los gamers podamos haber oído, y entre ellas está las que ya he dicho con anterioridad, incluido sarqso (gracias) y vure (pajarito/pillo). La expresión “de nada”, la he creado yo misma basándome en “bienvenido” y “gracias”. Me explico. En inglés, “de nada” es “you are welcome”, entonces, (aunque sea un poco improvisado) tomé media palabra del “gracias” en inglés “thank you” (en este caso sarqso) y “bienvenido” también en inglés, “welcome” (vasaaq). En fin, creé una especie de “you're welcome” tomando medio “sarqso”, en este caso “so” y “vasaaq” como bienvenido. Así que traduciendo ese “so vasaaq” que, en inglés sería “you're welcome” nos quedamos, en su traducción con nuestro “de nada”.
Espero haberme dado a entender, sé que es un poco lío. Necesito crear un documental completo para explicarlo correctamente.
Nos vemos en el siguiente capítulo, ¡el penúltimo ya!
Créditos de la imagen a su autor: @mukumi08. Localicé al autor de la imagen de portada tanto en X como en Instagram. Lamentablemente, por falta de actividad en sus redes, no pude dar con su persona para solicitarle el permiso de compartir su ilustración en mi blog. Todos los derechos le pertenecen, y ojalá en algún momento me localice y pueda conversar con él/ella, pues gracias a su talento, este capítulo tiene portada.
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