Capítulo 9. URBOSA X ZELDA
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En aquella noche del anuncio mientras el duelo a muerte se disputaba en los jardines, Nóreas huía al barracón de caballeros que esa misma tarde había conocido. El lugar estaba vacío y oscuro como el mismo infierno, pues unido al aviso de tormenta y el cúmulo de sensaciones encontradas que sentía recorrer, esa caseta de madera con pestes de mil hombres, se convertía en su refugio. Se sentó directamente en el suelo de losa de piedra fría y vulgar, encogió las rodillas contra su pecho y, su nerviosismo sumado al helor de la tempestad, le hizo tiritar. No hubieron lágrimas, no hubo miedo... pero sí incertidumbre, de esa que aún sabiéndolo, te hace cuestionarte hasta quién eres debido al chaparrón de dudas que diluvian sobre tus pensamientos.
Se pasó adentro demasiado tiempo, tanto como para preocupar a un chaval que temió que algo le habría ocurrido, pero no le importaba, no ahora. Cipia y Glerdor la buscaron en mil sitios en conjunto y por separado; se propusieron hallarla sin levantar sospechas, pues al menos para el infante, era tarea algo más sencilla. Miraron en los aseos, en salas comunes, en pasillos y establos. Preguntaron a todo hombre y mujer del servicio, pero nadie la había visto. En cierto punto de los pasillos, infante y teniente se dividieron, dando el primero con una señora del servicio que estaba limpiando de barro la zona de entrada de los invitados, preguntándole ya algo estresado y apurado. Aún con esa carga, Glerdor expresó su preocupación entre halagos, comentándole que si por un casual había visto a la gerudo más bella de la historia... Su respuesta, en primera instancia, le reconfortó. Pero algo le molestó... y mucho.
(?): Hmm... sí la he visto, ha ido al cuartel. Me imagino que os referís a esa, a la hija de la matriarca. Una que es así como un poco desproporcionada y con andares extraños, una negra con la cara cuadrada... ¿esa es la que buscáis?
A Glerdor le cambió la expresión por momentos, enfadándose para sus adentros. Y en ese momento, apareció un criado de las cuadras, tomando contacto verbal con la primera para corroborar que él también la había visto.
(?): Oh sí, infante. La tendríais que haber visto como corría hacia el barracón. Por un momento pensé que habría que llamar a los caballeros porque se nos había colado un centaleón... ¡menudo monstruo! Aunque me compadezco por ella, no tiene la culpa de haber nacido con esa cara. No sé si algún día encontrará marido, pero si es así, ¡pobre de él! Capaz y revela un carácter hostil y lo muele a palos. No me la quiero imaginar enfadada.
Enfurecido y lleno de cólera, agradeció mientras reparaba por unos segundos cuál era la opinión popular sobre Nóreas. Corrió hacia el barracón pensando en ello, pues visto lo visto, la gente ya la adjetivaba como fea, tosca, torpe... y algún comentario racista por tener una piel como el cacao más puro... No obstante, a Glerdor no le importaban esas charlatanerías; sus ojos veían otra cosa que por lo visto ni su propia madre ve.
G: ¡Lady Nóreas! -dijo entrando apurado al barracón-.
Nóreas finalmente había sollozado. El joven se percató de aquello y, aún ahogado de tanta carrera, se apuró en sacar un fino pañuelo de algodón para secarle todo el rastro de pena.
G: Maldigo a todo el cielo por haberme demorado tanto en hallaros, mi Lady -susurró hiperventilando mientras se agachaba para secar sus lágrimas-. Shh... Tranquilizaos, mi dulce Lady.
La joven no pudo resistirlo más. Se retiró su corona rápidamente y se abrazó al pecho del infante, correspondiéndole este rodeando su cabeza. Las lágrimas no dejaron de fluir de mientras, parecían incluso ir tomando fuerza conforme transcurrían los minutos. Glerdor no quiso errar en ningún comportamiento, por ello tan sólo continuó con su abrazo mientras le incitaba a la calma.
G: Decidme en qué puedo ayudaros, podéis contarme qué os hace sentir esto. Ni siquiera habéis cenado.
Ella se esforzó en respirar lentamente alzando la cabeza. Él, no cesó en secar las lágrimas atendiendo a esa mágica mirada brillante como las mismas joyas.
G: Podéis tomar mi mano y apretar si eso os calma.
Le tendió la mano como opción para el bienestar. Una mano blanca como la luna, de palma y dedos finos y estilizados dignos de un pianista. Ella accedió, posando sobre la de él la suya, casi el doble de grande, gruesa como un madero y brillante como el ébano pulido.
N: C-creo que no es buena idea.
G: No me vais a romper, y si lo hacéis, ya la mandaré al taller a arreglar.
Esa referencia a los recambios de maquinaria de tecnología ancestral relajó el ambiente hasta el punto de que Nóreas soltó una breve risa, suficiente para que Glerdor supiese que había sido buena idea. Aún así, se tomaron la mano, y él besó su dorso.
G: Decidme quién o qué os ha hecho llorar. Seguro que le podemos encontrar solución.
N: V-verá, Glerdor, es algo difícil de explicar... No es algo nuevo para mí, pero me sigue afectando aunque yo crea que no.
El infante se sorprendió, pero quiso atender a lo que aparentemente era una lucha que llevaba tiempo librando.
N: Siento enormemente haberle preocupado, no se merece esto, pero no he podido evitarlo... Necesité salir de aquel lugar, no lo soportaba más.
G: ¿Qué os ocurrió en ese momento?
N: Verá... usted no cesó en ser amable conmigo. Me vertió mil piropos, me arrimó a la mesa y me encargó la cena mientras me daba conversación. Me sentí estupendamente, aunque extraña... Nunca nadie ha sido así conmigo, Glerdor... y vi las miradas de los invitados. Con el tiempo me he acostumbrado a esas miradas, hasta de mi propia gente; pero nunca habían ido unidas a halagos ajenos.
G: ¿Cuáles son esas miradas?
N: Ya sabe, Glerdor... seré quien soy en Gerudo, pero fuera de esa región, las gerudo somos una raza que en ocasiones somos vistas de reojo. Mi madre ha captado más la atención de la gente por haber sido la elegida de la región y contar con una belleza especial... En cambio, y no es nada nuevo para mí, sé que me dicen que no soy agraciada, que camino mal, que doy miedo y que mi voz no es agradable. Estoy ya acostumbrada, y aunque a veces emano seguridad, por dentro me hiere que la gente me juzgue solo por mi aspecto. Sé que no soy como una hylia...
G: Alto, alto, alto...
Glerdor sintió furia sabiendo que la gente acostumbraba a decirle esas horrendas cosas y que, en efecto, no eran comentarios puntuales de dos envidiosos.
G: El próximo que ose deciros que no sois la gerudo más grácil y hermosa de todo el reino, le haré sacar los ojos. Mi dulce Lady Nóreas; contáis con los ojos más especiales de la tierra, la expresión más dulce, el cabello más perfecto, el carácter y modales ideales y el cuerpo más fuerte. Quien no sepa ver eso, que venga y me lo diga a la cara si tiene valor ¿me oís?
Nóreas se sonrojó con esa retahíla de piropos, pero trató de ocultarse por vergüenza.
G: No os ocultéis mi Lady -dijo tomándola por el mentón alzando su rostro y mirándola fíjamente- tan sólo os estoy diciendo la absoluta verd...
Aún con temor, la joven heredera se lanzó a callar la boca del infante con la suya propia. No sabe cómo, fue algo innato que no pudo ni se resistió a controlar, algo que nació de su interior y que no supo por qué pasó... pero rápidamente se separó, temiendo una consecuencia.
N: L-lo siento m-muchísimo, Glerdor. M-me he dejado llevar por algo que desconozco... perdóneme, n-no volverá a suceder...
Glerdor, un poco nervioso, le sonrió con confianza.
G: No os preocupéis, mi Lady. No me siento molesto. No soy del tipo de personas que se espantan por cualquier cosa.
La joven se encogió de hombros sintiendo apuro por lo que acababa de hacer, distanciándose de él.
G: No hagáis nada de lo que no os sintáis cómoda jamás. Ni conmigo ni con nadie. Sed fiel a vuestros sentimientos.
Nóreas le miró... ¿debía hacerle caso? ¿o debía hacer lo acostumbrado? Eso que solía hacer cuando no sabía tomar un rumbo determinado; llorar y huir. La indecisión se apoderaba de sus sentidos, sentidos que fueron nublados por un contacto físico que el muchacho inició sin propasarse ni un solo centímetro, comenzando a palpar sus mejillas, su cuello y cabello.
G: Detesto la idea de que la gente os diga que no sois la gerudo más hermosa sobre la tierra, lógicamente, sin faltar al respeto a vuestra madre. Para mí, que hace escasas dos horas que os conozco, me habéis deslumbrado. Miraos, mi Lady, tenéis un cabello que asemeja una cascada de lava de la Montaña de la Muerte, y vuestra piel, suave como el plumón de un polluelo.
N: G-gracias, Glerdor. Es usted muy amable con sus piropos. Me hace sentir como una reina.
Nóreas apoyó su frente contra la de Glerdor, teniéndose ambos tan cerca, que pudieron aspirar sus mutuos alientos. Ella posó su mano completamente extendida sobre el pecho de él, abarcándolo casi al completo y notando su pulso acelerado. El infante era un chico muy bien educado, templado y pacífico, pero también muy joven y carente de experiencia como para mantenerse firme en esta situación en la que por primera vez, una mujer lo tocaba; cuánto ni menos, semejante hembra como Nóreas, pues aún inexperta en todo aquello, era físicamente imponente para cualquiera.
N: Debo preguntarle algo, no deseo generar una situación inapropiada.
G: Decidme con total confianza.
N: ¿Qué edad tiene?
Glerdor no se esperaba esa pregunta. Se le hacía extraño, pero no iba a mentirle, pues se podría enterar por otra vía y no quería defraudarla.
G: Estoy a punto de cumplir catorce, mi Lady. No os preguntaré la vuestra porque eso no lo hacen los caballeros, pero seguro que eso no será ningún inconveniente para que no llevemos bien, ¿cierto?
N: ¿No se sentirá incómodo si le digo que tengo veinte?
G: En absoluto, mi Lady. Para mí, sois la misma.
Las pulsaciones del infante se seguían acelerando, era algo que la heredera gerudo notaba en su mano.
N: S-siento que le estoy poniendo en un compromiso... mejor salgamos a seguir cenando, no deseo ponerle en un aprieto después de lo gentil que está siendo conmigo hoy.
G: Si lo que hago ahora os incomoda, rompedme la cabeza contra la pared, ponedme un madero sobre la misma y huid como si nada.
Glerdor se abalanzó a replicar la situación anterior que, aún con brevedad, hizo con intensidad. Con fuerza y velocidad, aplastó con sus manos la parte alta de sus pantalones, como ocultando algo que Nóreas no entendía antes de separarse.
G: Vamos, matadme. Moriré feliz.
La gerudo estaba desorientada, habilidades instintivas la movían, como si la espesa sangre del desierto le mandase lo que debía hacer. Era como sobrenatural, como fuera de lo acostumbrado... algo que sabía que existía y para lo que servía, pero que no entendía por qué era imposible de controlar. En su mente, creyó que era una función más como ser vivo, pero que se podía gestionar como quien decide por sí mismo practicar un deporte o actividad.
N: No le voy a matar, Glerdor, no es mi estilo matar a la gente bondadosa. Usted me hace sentir honrada.
Al joven se le veía tenso y nervioso ocultando aquello, pero la gerudo, con todo el calor en el que su sangre hervía, quería ir más allá en ese momento... quería ver qué era eso que con tanto ahínco se reservaba el muchacho... pero en cuanto se vio decidida a ello, un fortísimo rayo cayó, espantándolos. No lo sabían, pero ese rayo fue la ejecución de Togill, y sonó tan cercano que ambos supieron de qué se trataba, como si lo presintiesen...
N: Creo que deberíamos salir de aquí. No es el lugar más apropiado para esto.
G: Tenéis razón, mi Lady. Creo en las señales divinas, y esta ha de ser una. Vayamos a ver qué ha ocurrido.
De esa espontánea forma, fue como acudieron a los jardines, interceptando a Cipia por el camino y llegando rápidos al destino, ofreciendo ayuda a la princesa y al capitán Dorrill llamando a los médicos. Afortunadamente, Zelda sólo había agotado sus energías y únicamente requería reposo… Fue Dorrill quién salió peor parado, yendo un par de caballeros hasta Kakariko en busca de un medicamento o antídoto para las heridas hechas con óxido, pero por el resto, nada relevante.
Esa noche ofrecieron a Zelda y a sus acompañantes dormir en palacio dada la excepcionalidad de lo sucedido, noche que Nóreas y Glerdor aprovecharon para conversar sobre lo ocurrido y hablar demases temas que los unió intelectualmente (o al menos, eso nos cuenta la gerudo). Al día siguiente regresaron a su hogar, no sin antes Cipia hacer una nueva "amiga" en palacio que era pintora. Urbosa se extendió hasta altas horas de la madrugada dando cariños a su mujer, pues ellas pernoctaron en su propia habitación, haciendo la matriarca constantes comparaciones con Zelda y la reina admirando el lienzo de su cuarto mientras dormía... La princesa se estaba convirtiendo en una mujer con el mismo carácter piadoso y transparente de su madre.
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Seis de la mañana, Palacio Real de Hyrule. Mil cabezas pensando y organizando todo. Unas vestían a Zelda, otras, a Urbosa. Dos vestidos blancos, uno de corte princesa y otro de sirena en dos piezas perfectamente entallados pese a que no fueron jamás probados. La corona de una y la tiara de otra, daban fe de que aquello era real, que no era un sueño ni ninguna ilusión. Los papeles quedaban también claros; Nóreas llevaba a Urbosa, el rey a la princesa, Glerdor los anillos, y otras importantes personalidades hacían el resto. Habían desayunado todos juntos como marcaba la tradición antes de dar comienzo a la ceremonia que transcurrió con total normalidad y tal cual lo acordado. En contra de todo pronóstico, el palacio se llenó de miles de invitados y reporteros, cosa que alegró a todos dada la baja tasa de asistentes que se esperaban. Todos habían dormido en el castillo, pero Urbosa casi ni durmió; debía ir a por Procyon para hacer el tradicional paseo a caballo que va tras el casamiento. Todo guardia y caballero se vistió de gala, incluso el rey empleó otro atuendo que encargó para ese día. La ceremonia comenzaba con un discurso dado por una sacerdotisa, la cual era muy distinta a la casamentera de Gerudo, no dejándose llevar por designios divinos sino por las órdenes que se le diesen, ya que en la realeza, los matrimonios no solían ser por amor, sino por deber. El rey acudió a los aposentos de Zelda para acompañarla al altar, dando con ella justo cuando sólo restaba ponerse su corona.
R: Estás hermosa, hija mía. Llevas el mismo modelo de traje que llevó tu madre, pero completamente blanco, signo de tu eterna pureza.
Z: Gracias padre, estoy ansiosa por dar comienzo a la boda.
En una habitación aledaña, Urbosa también estaba lista.
N: Por los cielos, madre. Ese vestido parece hecho por las mismas diosas. En mi vida había visto nada igual.
U: ¿Verdad que sí, Nóreas? Me siento un poco extraña, pero sin duda, es una delicia. Anda, ayúdame con la tiara ¿quieres?
N: Por supuesto. ¿Quiere que le haga algún peinado diferente? Le podría favorecer mucho.
U: Nada de eso. Iré como de costumbre. Las novedades no van demasiado conmigo.
En los aposentos de Zelda era algo distinto. Ella decidió dejar su cabello completamente suelto y alisado. Por alguna razón, creyó que eso sería lo mejor para asombrar a su esposa que prontamente lo sería oficial para todo el reino.
El rey la abrazó, le puso su brazo y comenzaron a bajar los peldaños para dirigirse al altar. Nóreas hizo lo mismo tras ser avisada para bajar.
Con Zelda ya en el altar solitaria aguardando a su esposa con un gentío que enloquecía de alegría, apareció esa gerudo que enmudeció a todo aquel que gritase. Y a partir de este punto, es donde yo me retiro, pues el espíritu liberado de la reina, quiere hablar.
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"(?): Conozco a tantos, desconozco a tan pocos. Nóreas ya es una mujer, Glerdor casi un hombre, pero desconozco a esa muchacha gerudo que acompaña a mi pequeña ave... mi hija... no puede estar más bella. Mis dos amores ahora estarán unidas para siempre. Le dije a mi amada Urbosa que la cuidase tanto como a mí, y no ha fallado en su palabra. Sé que la está amando tanto como me amó a mí, y eso me reconforta. Mis dos amores son dos mujeres poderosas, y adoro saber que van a sellar su amor. Mi niña ha despertado su poder aunque ella no lo sepa, y a la que ahora llama "su fuerte flor", le hace muy feliz verla crecer, tanto como a mí me lo haría si supiesen que estoy aquí...
"Mi fuerte flor"... Jamás se me ocurrió llamarla así, pero mi pequeña ave ya conoce a Urbosa tanto como yo la conocía, pues ese bonito adjetivo la define a la perfección.
He visto a mi hija sufrir por ella cuando aún no habían dado el paso. He visto cómo mi marido le ha tratado de distraer... Lo he visto todo, menos lo ocurrido fuera de palacio. Adoraría que mi espíritu hubiese sido preso de la fortaleza de Gerudo, pero me he visto enclaustrada en este lugar que tan alejado de mi felicidad se mantiene...
Pero ya soy libre. Ahora puedo descansar.
Mi pequeña ave tiene muy claro todo esto, y no es de extrañar, pero me llena de dicha que ella haya podido cumplir el sueño que yo no pude... Será eso que llaman destino.
El ramo de princesas de la calma es una exquisitez, y el de flores gélidas de Urbosa, una delicia. De nuevo, el blanco y el azul, unen definitivamente a dos energías hermanadas por el poder de las diosas... y pese a que eso me mató, mantengo mi profecía de la gerudo mestiza. Quedan noventa años.
Desconozco a la sacerdotisa que las va a casar, pero el sentimiento que transmite, es real. Deseo de todo corazón que en un futuro, Zelda sea una gran reina y que, al lado de su trono, tenga el valor de sentar a su fuerte flor, pues ella será la máxima autoridad en el reino.
Veo cómo se toman las manos. Urbosa no ha perdido la costumbre de tenderla ella primero... y está mirando a nuestra pequeña ave con una devoción infinita, expresión que me calma al saber que tras mi partida, no se han perdido ellas también... nunca van a estar solas jamás, se tienen.
Sus sonrisas ciegan mi espectral visión, son tan nítidas y transparentes que solo un necio se atrevería a conjeturar de que su amor no es real.
Mi marido sonríe, pero es forzado. Él hubiera preferido casarla con algún noble del reino, pues sólo le interesa la corona... mas debe aceptarlo, la diosa y la profecía de la princesa y la matriarca, han hablado.
Ahí viene mi querido sobrino Glerdor, ah, cuantísimo ha cambiado. Los anillos darán paso al resto de la celebración que tanto ansío presenciar. Las frases nupciales no han cambiado, pero con certeza, la interpretación es personal y particular... y eso me lleva a pensar si mi marido cumplirá con todo con respecto a la tradición como bien dijo, esa ceremonia de encamamiento que va después de la comida. Espero que la respete, pero que les den su intimidad para ello, no quiero que también mi hija sea el hazmerreír del reino igual que hicieron conmigo...
Aún con ello que invade mi etérea mente, no dejo de cruzarme con sus miradas, al menos durante estos minutos en los que parece que mi espíritu se desvanece... Estoy al lado de ellas, nadie me ve ni me siente salvo Zelda, única persona que veo algo inquieta y con los vellos erizados... Si pudiera gritar y decirles todo lo que siento, dejaría sumergir mi pensamiento en un infierno eterno con tal de que se me permitiese expresar un simple "os amo".
No dejo de admirarte, mi amada Urbosa. Tu mirada ya no es la misma que hace diez años, pero estás feliz... Te siento. El tiempo ha dejado sobre tí la secuela del sufrimiento y del padecimiento por mi pérdida, lo veo en tus ojos, en tu alma. Tu cuerpo también ha sufrido las consecuencias, lo veo en esas sanas muñecas cortadas que un día serían mares de sangre pensando en mí... detesto pensar en tí, que te amé como a mi propia vida, sintiendo dolor en tu cuerpo y encarnizando decenas de duelos en búsqueda de sanación... pero también bendigo que la carne de mi carne, que la sangre de mi sangre y que el ser de mi ser, sea ya tu esposa; queda corroborado en esa ola de aplausos que han sucedido a vuestro beso... largo y cargado de sentimientos compartidos.
Veo cómo la tomas en brazos, cómo giras como una bailarina mientras la alegría es lo único que llena vuestros corazones. Os miro de nuevo a los ojos y seguís sin verme... pero no importa...
Salís del templo hacia el banquete mientras siento mi alma levitar, creo que al fin me convocan los cielos tras años de encierro...
Y aún así, jamás conoceré muerte más dulce, viendo a mis dos únicos amores transformarse en uno solo...
Veo una luz, siento paz, lo que queda de mi forma física se va consigo también, a la luz.
Te deseo lo mejor, mi pequeña ave. Una porción de mí siempre estará en mi anillo, jamás lo pierdas. Te deseo lo mejor, amada mía. Protege a nuestra pequeña ave de todo mal con el escudo de tu amor...
Hasta siempre, mis dos amores. Os amaré siempre.
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El palacio rebosaba alegría y cada vez a más personas. Era curioso como la gran mayoría de asistentes voluntarios eran mujeres acompañadas de sus "amigas" o de sus "primas lejanas", cosa que ocurría de forma homónima con los hombres.
A las recién doblemente desposadas se les preparó una mesa central para ellas solas, mientras otras mesas les rodeaban en orden de importancia, no obstante, antes de comer, había que hacer el paseo a caballo.
Con una banda de música tras ellas y centenares de personalidades aplaudiendo, Urbosa trajo a Procyon a la llanura de Hyrule, en donde darían esa vuelta tan precisa. Zelda ya había cabalgado tantas veces sobre el equino, que al rey le pareció sospechosa tanta confianza por parte de ese caballo del que se tiene bien conocida su bravura. Pero ignorando aquello, se dispuso a ofrendar bendiciones.
R: Pueblo de Hyrule, bendigamos con flores el matrimonio de princesa y matriarca. Arrojen sus ramos y frutas contra el pasto en símbolo de creación y nacimiento.
Todos los allí presentes se alegraban, no había un solo corazón que albergase duda sobre lo que veían y sentían, salvo los reporteros, que estaban para ver quien se llevaba el trozo más gordo del pastel. Urbosa se montó de un solo salto sobre Procyon, dejando a una muchedumbre boquiabierta en cuanto se puso a relinchar y a caminar sobre sus patas traseras. Ella dio una breve muestra del poder de su tribu haciendo alarde del perfecto manejo que tenía sobre el equino, dando a entender que el animal podía oler el aroma particular que las gerudo tienen sobre su piel, aroma que le calmaba y lo volvía manso y obediente sobre su jinete. Eso causó asombro pero también dudas, pues bastantes temieron que la princesa recibiría hasta una coz de aquella bestia. Un consejero, le propuso educadamente al rey cambiar de caballo para garantizar la seguridad de la hyliana, pero pese a su temor, se mantuvo firme. Dijo que había que respetar la tradición, y si la tradición decía que una princesa recién casada debía cabalgar sobre la montura que fuese pertenencia de su cónyuge, así se mantendría fuera cual fuera la consecuencia. El rey tenía tanto miedo de errar, que apartó completamente de su cabeza la idea de que quizás habría algún riesgo, cosa que le hizo tener que respirar muy hondo en cuanto la princesa se posicionó bajo el caballo cuando este no había dejado de resoplar ni de caminar erguido.
Z: Shh... calma, Procyon... sarqso...
Él no aceptaba jamás sangre ajena, pero entre lo acostumbrado que estaba ya a Zelda y cómo poco a poco iba dominando las palabras de ese idioma que se le hacía familiar, se relajó hasta el punto de quedar prácticamente inmóvil.
Z: Sav', Procyon, sav'...
Urbosa acarició el cuello de Procyon recostada sobre él diciéndole palabras de calma en gerudo. En pocos segundos y en esa misma posición, casi sin moverse, tendió su mano a su esposa para invitarla a subir. Lo cierto es que nada de ese protocolo, ni siquiera la tendida de mano, era algo necesario. Procyon sólo con oler a Zelda, ya se dejaba montar y lo hacía desde hace tiempo sin ayuda ni recomendación de momento preciso; pero debían guardar las apariencias para dar la sensación de que eso era una primicia hasta para ellas.
U: Adelante, mi pequeña ave. Puedes montarte.
La matriarca trató de disimular sonriendo a la princesa, y ella tampoco se quedó atrás. Aún así, sentía coraje por ello. Le resultaba un fastidio tener que fingir que era su primera vez.
Z: S-sí, mi fuerte flor. Ahí voy, con cuidado.
Urbosa tomó la mano de Zelda igual que hace meses en su primera monta y la elevó hasta ella, sentándola delante suya de lado; cosa que solo hicieron una vez, pues desde entonces jamás volvió a llevar un vestido.
La joven contempló a la mayor, evocando rápidamente el recuerdo de aquella primera monta en la que ni siquiera estaban prometidas, admirando lo muchísimo que había cambiado su vida desde entonces, hace poco más de tres meses. Aunque los guiones de las bodas son muy rígidos en lo que respecta a las tradiciones, nada hay escrito sobre lo que hay que hacer antes de dar dos vueltas a la llanura de Hyrule, por lo tanto, ambas se tomaron la libertad de acariciar sus rostros, dedicarse palabras bonitas y, por último, fundirse en un beso que reveló las auténticas expresiones de los invitados. Los y las que claramente eran como ellas, sintieron ternura y alegría, caso distinto para los que no lo eran. Se oyeron expresiones de asombro, algún "hala", alguna risa nerviosa... y unos ojos de majestad que se cerraron con algo de desprecio.
Todos en la boda supieron que se habían besado, pero nadie lo vio debido a que ese contacto se hacía bajo la protección de un velo celeste. La única testigo de ello fue la sacerdotisa, quien tiene el deber de atenderlo en privado en busca de señales divinas, ya fuera en positivo o en negativo. Pero este nuevo contacto era sin velos, sin censura, al natural... y eso fue lo que precisamente espantó e hizo girar la cara a varios; se alegraban por ellas como seres humanos, pero nadie deseaba apreciar una muestra física de ello... pero ellas siguieron a lo suyo, importándoles más bien poco las reacciones que acababan de desencadenar.
El rey pensó, se tomó unos segundos para ello. Pensó con acierto en algo: "si en vez de una mujer fuese un varón, ¿miraría o les apartaría la vista?". Eso le respondió la cuestión pese a ser una pregunta, así que aún sin gusto y temiendo la repercusión divina, miró, pero ya era demasiado tarde. Habían acabado.
R: ¡Otro! -dijo aplaudiendo frenéticamente-.
El populacho le siguió el aplauso por educación, y los y las que sí apoyaban esto, enloquecieron. El rey no deseaba aquello, pero necesitaba verlo para no fallar a las diosas. Sorprendidas, se miraron.
U: ¿Otro, pajarillo? -susurró muy bajo-.
Z: ¡Sí, esposa mía!
Retornaron al contacto, rodeando la princesa el cabello de la matriarca con sus brazos. Ya que no era la primera vez y se les solicitó el bis, aumentaron la intensidad, aparentando encarnizado duelo de labios y lenguas que dejaron perplejos a todos, incluyendo al rey, que se preguntó si esa maestría era fruto de la intuición o de una mentira que se les escapó a la hora de afirmar que aún no habían yacido. Según su manera de pensar, esa clase de besos eran típicos de otras situaciones más privadas, no de algo espontáneo que surge en público... y le hizo sentir ignorante, cosa que no gestionaba bien. Vertía tópicos como que no veía sonrojada ni agitada a su hija, no obstante, prefirió callar.
R: Está bien, está bien. Ahora daremos paso al ritual de la vuelta a caballo. Lady Urbosa, haga los honores.
U: Sí, majestad, -dijo tomando las riendas de Procyon- ¿está lista mi pequeña ave?
Z: Sí. Vamos a ello, Urbosa.
Primero, caminando. Luego, trotando. Finalmente, galopando. El caballo de la matriarca tenía fama de tener una resistencia inagotable, pero ya no era sólo fama, sino una realidad ¿Cuánto tardaron en dar una vuelta completa a la llanura? ¿cinco minutos? Bueno, pues en menos de diez minutos dieron ambas, anonadando al público por la velocidad... ah, y también por la maestría de Urbosa cabalgando a ese coloso.
R: Maravilloso, Lady Urbosa. Queda patente que las gerudo tienen una habilidad especial cabalgando morsas y caballos. Jamás he visto vuelta más rápida. Cierto es que tampoco he visto caballo tan feroz.
U: Gracias, majestad. Procyon es un ejemplar sin igual. Hasta a mí misma me ha sorprendido con la velocidad que ha tomado, pero ambas hemos ido muy seguras sobre él. No ha hecho paradas ni movimientos extraños.
R: Todo son señales claras del gran porvenir que le espera en su matrimonio. La diosa nunca se equivoca. Ahora, aplaudamos todos y que suene la música. El banquete está listo para todos.
Mientras todos se adentraban, el rey esperó para ayudar a Zelda a bajar del caballo, pero éste se negaba a su presencia, mostrándose enojado.
Z: No se preocupe, padre. Yo sé bajar -dijo descendiendo de un salto perfectamente calculado y entrenado-.
Urbosa desde arriba, la miró con una ceja arqueada. Demostrar esa habilidad era un craso error. Zelda lo hizo por bien, pero cayó tarde en el detalle, justo cuando el rey le estaba también arqueando la ceja. Aún así, le respondió algo adecuado.
Z: Recuerdo aún las clases de equitación de cuando era niña... y total, de un caballo a otro no hay mucha diferencia, ¿no? -dijo con sonrisa nerviosa-.
R: Claro hija, -expresó molesto-. Mejor que vayáis a devolver al caballo a las cuadras y vayamos todos a comer antes de ver más coincidencias.
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Ya con Procyon en su establo apartado del del resto por seguridad, todos fueron al banquete nupcial. Miles de platos se disponían con tantas recetas existiesen en el reino y tantos alimentos pudieran rellenar hasta la última esquina de cada mantel. Las mesas, kilométricas hasta hartar, y el servicio, con personal extra al habitual para poder abarcar tantísima faena. Cada puesto estaba con nombres y apellidos, y cada grupo de bancadas, distribuidas por tribus y pueblos con motivos de cada uno, haciendo de aquel convite, una verdadera gala de mezcla de culturas.
La mesa reservada para las recién casadas se encontraba en el centro del salón para así poder ser vistas y felicitadas por todo aquel que quisiese acercarse. Montones de flores la cubrían, y también adornos y lazadas que la convertían en una obra de arte que daba lástima desbarajustar. Dos criadas las orientaron hasta allí y les fueron tomando nota de lo que pedirían para ir agilizando, pues atender a todos sería una titánica encomienda que debía desarrollarse sin retrasos.
Cada comensal fue pidiendo lo suyo cuando Zelda y Urbosa ya estaban casi servidas, escogiendo la princesa una sopa rauda de verduras y un pescado recio al vapor con frutas pochadas congeladas; y la matriarca, un salteado aromático de hierbas electrizante, una brocheta de setas sigilosa y una crema de la pasión como postre. Aun con tantísimo trabajo y para satisfacción de todos, en unos veinte minutos estaba ya todo ciudadano con al menos un plato en la mesa.
Glerdor estaba a la izquierda del rey, así que aprovechó el momento para pedirle permiso para hacer un brindis, cosa que así fue. Tras todos beber y aplaudir, Zelda le miró hasta que contactó con su vista, mostrándole con ella agradecimiento y simpatía. Pero el infante real no tomó asiento después de brindar, sino que se mantuvo en pie mientras que iba captando atención con su decidida expresión en el rostro.
G: Gracias por brindar conmigo, ciudadanos. Si mal no recuerdan ustedes, para los que estuvieron aquí en la cena de la semana pasada, nuestro majestad dijo una frase que vendría no solo bien no olvidar, sino recordarla en este día en particular.
El rey, todavía sentado, le miró con gesto satisfecho mientras atendía a sus palabras. Él ya sabía lo que iba a decir, pues le había pedido permiso para ello, pero le enorgullecía ver como su joven sobrino iba demostrando al pueblo sus capacidades comunicativas. Sin moverse del sitio y en tono decidido, continuó.
G: "Una alegría llama a otra alegría"... ¿será eso cierto? Juzguen ustedes mismos con el anuncio que les voy a dar. Y que se acerquen los reporteros para anotar bien la primicia, pues salvo nuestro rey y la persona involucrada, nadie más lo sabe. Que no sea este anuncio objeto de empañar este maravilloso evento, pues me disgustaría mucho; así que más bien al contrario, que sirva de inspiración, de alegría y de estímulo para lo que estamos viviendo en el día de hoy. -dijo caminando un par de pasos a su izquierda hasta ponerse cerca de Nóreas, pasando su brazo por el de la gerudo- Bajo la protección y aprobación de las diosas, me complace anunciarles que próximamente tendrá lugar el enlace entre Lady Nóreas, heredera al trono gerudo y yo. Brinden por ello conmigo todos juntos.
Un aplauso forzado y vítores obligados inundaron el palacio... pocos se alegraron por eso, no cabía duda; el prejuicio hacia esa muchacha era evidente desde hacía varias jornadas. Nóreas se había estado alojando en el castillo día sí, día también, con tal de seguir conociendo a Glerdor, pues ambos encontraron en la otra parte, un refugio. Mientras daban paseos, compartían momentos y se dejaban ver, el infante saltaba en cólera con cada comentario que le soltaban, tratando la gerudo en vano, calmarlo. Ella seguiría afectada por el desprecio durante más tiempo, pero Glerdor hasta retaba a duelos con tal de defenderla, pues donde todos veían fealdad, él veía divinidad. Pese a las posiciones de ambos, pocos eran los que se cortaban a la hora de vertir antítesis de piropos sobre la joven, siendo pasmosa la brutal sinceridad y arrojo de la gente a la hora de decirle "fea" a la cara y a la espalda. Cuando coincidían a solas con Glerdor, muchos caballeros y criados le hacían preguntas y comentarios la mar de incómodos, como por ejemplo que si sentía devoción por lo grotesco, que si no tenía miedo de morir aplastado mientras intimasen o que si su objetivo real era el de hacer una obra benéfica casándose con semejante bestia. A él le hervía la sangre pese a lo calmado y pacífico que era siempre, pero ahí estaba siempre Nóreas para decirle que reservase sus fuerzas para hacer cosas más productivas.
Y aún con la falsedad de la gente, hubo muchos que se alegraron, empezando por las recién casadas, que fueron a su mesa a darles abrazos y felicitaciones, sintiendo de repente él gran simpatía por su prima Zelda, pues en cierto modo, aún con sus diferencias, estaban de forma paralela viviendo historias similares. Urbosa también sintió alegría por su "hija", por lo que no cesó en darle muestras de afecto en público, sellando así su actitud maternal.
El rey se levantó y le dio la mano a su sobrino y, posteriormente, a Nóreas, sintiéndose honrada y pletórica en ese momento en el que recibió tantas muestras de afecto juntas, incluido aquel beso que su ya prometido le dio allí mismo, quedando algunos de los allí presentes con expresión de horror ante el contacto, expresión que ni siquiera entre la princesa y la matriarca, se solía ver. La realidad es que Nóreas ni siquiera era fea, cuánto ni menos, horrible, pero la mayoría de hylianos tenían idealizado que un noble varón, debería de buscar un matrimonio ventajoso con una dama bellísima con rasgos angelicales, no con una gerudo que era literalmente el doble en peso, le pasaba más de setenta centímetros y tenía la típica expresión ruda de las de su tribu. Para su manera de pensar, la fealdad era algo completamente subjetivo, y quedaba claro a la hora de prometerse con una hembra que tenía la mandíbula más cuadrada de lo que la tendría él nunca.
Z: Glerdor, Nóreas, no sabéis lo feliz que me hace saber que os vais a casar. Hacéis una pareja excepcional, y tenéis junto a vosotros, todos mis buenos deseos y augurios; al igual que mi apoyo y bendición.
G: Muchísimas gracias, prima. Fue algo del destino, fue casual y fortuito, me imagino que igual que tú con Lady Urbosa.
Z: Ay, primo. Algún día hablaremos con tiempo sobre ello, pero que no te quepa duda de ello.
Tras ese cruce de palabras, se volvieron a abrazar y a desearse lo mejor previo a retornar a sus sitios para terminar de consumir el postre.
El día siguió transcurriendo. Unos invitados se iban yendo y otros iban llegando para los actos posteriores y la merienda. Organizaron charlas, recorridos por el palacio, muestrario de reliquias reales y lienzos de antiguos reyes y reinas de Hyrule. Frecuentemente pactaban recesos, los cuales aprovechaban para ir a tomar café, salir a tomar el aire o incluso a echar siestas sobre la llanura.
A Zelda y a Urbosa les dieron otros vestidos más cómodos para seguir pasando el día, pues pese a que lo desconocían, también habría cena y fiesta. En total, tres vestidos cada una, con sus correspondientes complementos y joyas, pero sin cambiar sus coronas.
El mediodía, la tarde y la noche fueron transcurriendo, incluso la cena, que fue la guinda perfecta para cerrar con broche de oro aquella boda. Pero aún quedaba ese punto final que, aunque el rey desease esquivar, se negaba a osar evitarlo; por lo que se alzó para hablar en esa sobremesa nocturna que ya rozaba la madrugada.
R: Señoras, señores... En esta ocasión es un tanto extraño finalizar con este tradicional acto, pero así queda marcado y así se hará. Abran todos paso, pues vamos a trasladar a las novias para celebrar el encamamiento.
Urbosa abrió sus ojos con expresión de horror mirando a Zelda en busca de respuestas.
U: ¿¡Pero qué demonios!?
La princesa quedó igual. Sabía que esta tradición era siempre requerida en los matrimonios de la realeza y de la alta nobleza, pero pensó que quizás no se haría al ser dos mujeres y carecer de sentido tal acto, por lo que se dirigió a su padre rápidamente.
Z: Pa-padre... ¿es esto necesario? -susurró temblando-.
R: Sí, hija. El matrimonio se hará conforme a la tradición. Pero no te preocupes, os dejaremos a solas.
Ella tenía constancia de que, comúnmente, se llevaban en brazos a los novios hasta el lecho y, posteriormente, los dejaban ahí acompañados de testigos que diesen fe de que la consumación se había hecho efectiva. Momentáneamente tuvo miedo de aquello, pero se calmó al saber que tan sólo las guiarían al lecho nupcial para luego dejarlas solas. Zelda no sintió nerviosismo por aquello, al contrario, le causaba curiosidad hacerlo allí mismo en el palacio, pues lo veía como lo prohibido... así que no dudó en tomar la mano de su mujer para dirigirse a la habitación que era suya, abriéndose paso por la gente que aplaudía y animaba que eso ocurriese. Normalmente, entre los invitados las tomarían en brazos hasta allí, pero las miradas de asesina que Urbosa lanzaba cuando alguien en broma trataba de tomarla a ella o a su pequeña ave, quitaban las ganas a los atrevidos, que decepcionados, desaparecían entre la muchedumbre.
Anduvieron escaleras arriba hacia su objetivo, que estaba al torcer una esquina hacia la izquierda. Justo cuando fueron a doblarla, fueron sorprendidas por un muchacho delgado disfrazado de bufón verde y amarillo con finas y ridículas medias rosas. Llevaba una careta con forma de gato naranja hecha a mano, y no dejaba de hacer extrañas posturas y bailes antes de raptar a la princesa en brazos y llevársela hacia su habitación.
Z: ¡Socorrooo!
Urbosa, cuando fue a correr tras ella, fue también capturada por un hombre vestido de forma similar al primero, pero éste siendo aún más chistoso, pues su abundante vello corporal emergía entre sus medias de redecilla negras, haciendo de él, un circo andante.
U: ¡Pero bueno!
Ambos hombres se encontraron en el camino mientras reían y hacían bromas referentes a las grandes capturas que acababan de hacer.
(?): ¡Ju, ju, ju! Princesa, ahora obedeceréis la voluntad de las diosas y os cepillaréis a vuestra matriarca.
(?): ¡Sí, sí! Y usted, matriarca, complacerá a la princesa si no desea enfurecerla, pues tiene gran apetito.
Z: ¡Eh, eh! ¡Esas voces las conozco! -gritó levantando la máscara de su captor- ¡Lowrance, sabía que eras tú!
Urbosa rió a carcajadas en ese momento de descubrimiento, tomándose un instante para mirar al suelo y ver que su secuestrador corría a gran velocidad pese a llevar unos tacones de aguja de unos veinte centímetros. Apoyó su frente en el pecho del varón con tal de contener la risa tras ver la maestría con la que movía sus caderas dándose a la carrera con semejantes taconazos, levantando también su careta para acertar que quien la llevaba en brazos, era Dorrill.
U: Sir Dorrill. Jamás pensé que existirían tacones tan altos, y de saberlo, nunca imaginé verlos puestos en los pies del capitán de la guardia real.
D: Bueno, Lady Urbosa. Quizás deba darle algunas lecciones sobre calzado femenino en otro momento.
Matriarca y princesa empezaron a vivir esa caminata como algo tenso, pero terminaron por llegar a la habitación hasta llorando de la risa. En cuanto arribaron a la puerta y ya exhaustos, las soltaron en el suelo antes de seguir riendo los cuatro por la broma.
L: ¡Ajá! Esto sí ha sido una carrera digna de una ceremonia de encamamiento. Pero ahora viene la parte importante, señoritas -dijo frotándose las manos-.
U: Sí, Sir Lowrance. De esa parte nos encargamos nosotras. Espero que esta puerta tenga por dentro varios candados, no quiero que nadie nos moleste.
L: Descuide por eso, estarán bien protegidas. Nosotros nos quedaremos aquí vigilando, a ver si de paso aprendemos algo escuchando, que hay que innovar.
Z: ¡Lowrance!
Y siguieron riendo otro rato más antes de ver un enorme grupo de invitados aproximarse para atender al evento, momento en el que se apresuraron con las gracias y los comentarios.
L: Es broma, princesa, es broma. Nos quedaremos de guardia aquí por seguridad, pero seguro que no oímos nada. Nada más tiene que ver estas puertas, son más gordas que la po... ¡que la portada de aquel libro que hay ahí!
D: Low, esas cosas no se le dicen a una señorita.
Zelda, abrazada a Urbosa para no caerse al suelo de tanto reír, fue dando pequeños pasos al interior del cuarto. La matriarca estaba algo más entera, por ello, aún con dificultad, fue quien se encargó de cerrar el pestillo de la puerta, yendo directa a aterrizar en la cama, aplastando sin darse cuenta un bulto que había allí.
U: ¿Hmm...? ¿Qué es esto, pajarillo?
Lowrance y Dorrill estaban con la oreja pegada a la puerta, y se pusieron a dar saltos en cuanto oyeron aquello.
L: ¡Matriarca, es un regalo nuestro!
Z: ¡Cotillas, dejad de escucharnos!
No había forma de cesar las risas, era una odisea. Pero aún así, Urbosa tomó el paquete que allí había. Envuelto en tela de saco y con una tarjetita dedicatoria, desenvolvió aquello hasta dar con un tarro lleno de una densa baba color llameante. Extrañada por el contenido, fue a leer la tarjeta, que resultó tener una pequeña carta que decía así:
"¡Hola, hola! Dorrill y yo no nos hemos esforzado en elaborar (y probar) este gel que con tanto cariño os regalamos. Está hecho a base de chuchu ígneo triturado y cítricos. Podéis usarlo de cuantas formas se os ocurra, ¡incluso lo podéis comer, esta delicioso! Él fue a la Montaña de la Muerte en busca de unos diez ejemplares para experimentar, y tras muchas pruebas (y quemaduras) hemos dado con el resultado. Está perfectamente cocinado y es 100% seguro, así que usadlo sin miedo. Quizás en el futuro experimentemos con chuchus gélidos para conseguir efecto frío, ¡quién sabe! Ahora, a disfrutar. Os quieren vuestros amigos Lowrance y Dorrill."
Urbosa analizó el tarro antes de abrirlo, tomar con su dedo y probarlo. Sabía mayormente a pomelo, pero también se adivinaba naranja y limón. En menos de cinco segundos, notó como la punta de su lengua comenzó a tomar bastante temperatura, sabiendo al instante para que lo usaría.
U: ¿Quieres probarlo, pajarillo?
Zelda tomó también un poco, sintiendo rápidamente lo mismo.
Z: ¡Diosas, quema! Pero no es picante, y está riquísimo. Lowrance es muy buen cocinero, pero ¿en qué podríamos usarlo ahora?
La matriarca bajó su rostro y mostró una sonrisa ladeada. Tomó otra porción de gelatina y la posó en su lengua sin tragarla, ordenando con su dedo a la princesa que se acercase y la besase. Estando en la cama sentada, aguardó a la llegada de su pequeña ave.
Z: Con la comida no se juega, Urbosa.
La gerudo sonrió de nuevo y, quedándose sólo con la falda que llevaba, se quitó el sujetador que iba en conjunto con esa pieza. Zelda suspiró al verla semidesnuda sentada en su cama y con esa expresión facial, observando al detalle de cómo las pupilas de Urbosa se dilataban igual que las de una hembra felina antes de cazar. Noto cómo se le erizaban los vellos de su tez, como si ahora fuese su presa a punto de ser cazada y sometida. La matriarca se levantó y fue hacia su víctima favorita, tomándola en brazos y empotrándola contra la pared provocando que un marco que contenía un diploma, se balancease. La princesa pudo ver el mismo fuego, la misma expresión de la sed en sus ojos, la furia de una hiena a punto de asestar su primer mordisco... hoy ella iba a ser la capturada.
Urbosa posó uno de sus brazos en la pared previo a devorar esos enrojecidos labios producto del gel ígneo, labios que pese a estar bien alimentados, siempre se mostraban famélicos.
U: No te lo tragues.
Entre el gel, las salivas y el tremendo calor que se empezaba a notar, era imposible no tragar algo... Pero no desobedecería a la que ahora parecía su soberana, dejando pues que ese ardiente líquido se derramase sobre sus mentones y se comenzase a deslizar por sus cuellos en dirección descendente.
La mayor tumbó bruscamente a la menor en su lecho sin abandonar sus labios rebosantes no sólo de deseo, alejándose por un momento e irguiéndose de rodillas.
U: Mi captor me dijo que te complaciese si no deseaba enfurecerte. Espero estar a la altura.
Zelda deseaba aquello, más aún viendo esa actitud tan seductora rozando el límite de la brutalidad que estaba tomando. Vio como su expresión facial cambiaba. Normalmente las relaciones con ella solían ser intensas, pues la joven recuerda bien que salvo contados encuentros al principio, el resto han ido cargados de gran sensualidad y desgaste físico; pero hoy había algo diferente. Pese a su enorme apetito y su gran vigor, la gerudo siempre se reservaba un margen de cordura, margen que por lo que fuese, hoy no se veía... ¿Sería efecto de aquel gel que les regalaron? Sea cual fuere el caso, se la veía salvaje, feral, brava, indómita... agresiva... Y le estaba gustando...
U: Esta noche no pararé de follarte ni aunque grites...
La princesa no temió de aquello, al contrario, fue música para sus oídos. La matriarca, aún erguida entre sus muslos, posicionó sus manos en los cierres centrales superiores del corpiño de Zelda, que llegaban hasta el final del vestido, y se centró en ir abriéndolos, pero...
U: No te vas a casar nunca más. Ya no necesitas este vestido para nada.
Y tal cual desde ese punto que estaba en medio del pecho de su esposa, cerró sus manos como cepos, tensó todos sus músculos delanteros y estiró hacia ambos laterales rasgando de un sólo movimiento todo el traje. Sólo los elaboradores de aquel gel sabrán si en sus ingredientes había exclusivamente lo que dijeron o, por el contrario, contendría algo insípido que tuviese efectos vigorizantes, raudos o robustos. Zelda veía a Urbosa convertida en un animal, como cuando la vio aniquilando monstruoso en el desierto, pero además, con una excitación desatada. La movía aquí y allá en mil posiciones. La tomó de todas las maneras que una mujer podía tomar a otra. La devoró. La marcó por todos lados. La penetró por tantos sitios y formas quiso. Utilizó su cabello como rienda para tenerla en cuatro sobre ella. Le ordenó cabalgar sobre sus caderas... Y cuando la princesa no podía aguantar más, bebía de ese gel para seguir acatando y cumpliendo todos sus deseos. Así se pasaron toda la noche sin un minuto de descanso. En cierto punto, cuando quedaba poco para el amanecer, ambas estaban agotadísimas, pero el deseo no disminuía por muchas veces que terminasen o cambiasen de posición; cosa que en absoluto les hizo desesperar, pidiendo a sus guardianes sin ninguna vergüenza que les trajesen medio litro de elixir vigorizante. Lowrance les dijo que en breve sería la hora del desayuno y que, por lo tanto, sería recomendable que dejasen de beber más gel ígneo. Aceptaron la recomendación y dejaron de tomarlo, pero pasaron a untárselo por cada rincón de sus cuerpos, preguntándose el muchacho que a qué mala hora se les ocurrió regalarles un tarro de litro y medio. En la mente de Dorrill y de Lowrance, creían que lo racionarían para usarlo en ocasiones especiales, pero ya quedaban apenas un par de tazas de café.
L: Se han pasado muchísimo. Tendríamos que haberles hecho menos cantidad. Como no paren en un rato, las vamos a tener que encarcelar en celdas de aislamiento hasta que se relajen.
D: La culpa fue tuya. Te dije que no echaras tanta miel de vigor y esencia de monstruo, pero te empeñaste en dártelas de erudito.
L: Y he aquí la clara muestra de mis fascinantes habilidades usando esencia de monstruo. No todo el mundo sabe usarla hoy día. Soy un genio.
D: Sí, Low. Un genio que como ose entrar ahí conforme está la matriarca, saldrá de adentro sin cabeza, ¿acaso no has visto cómo estaban? Las vamos a tener así dos días más.
L: ¿¡Dos días!? No, no, no. No puede ser, tenemos que hacer algo.
D: Hmm... Quizás se me ocurra algo... Quédate aquí. Tardaré un poco, pero ten paciencia. Y ante todo no intentes detenerlas ni desobedecerlas si te piden algo.
L: Joder, Dorrill. Qué asco de vida. Quiero ser cocinero.
Riendo entre dientes, Dorrill marchó aún disfrazado y con tacones a las cocinas en busca de los ingredientes necesarios... como siempre, tenía una idea.
Mientras tanto, en el interior de la habitación y con el elixir haciendo su efecto, esto era un no parar. No pensaron en las consecuencias de todo aquello, pues en cuanto recuperasen la cordura, deberían prácticamente huir a Gerudo para evitar ser vistas tal cual se veían ahora. La piel morena de Urbosa ocultaba la gran mayoría de marcas, pero en Zelda, que ni aún viviendo meses en la Ciudadela tomaba un tono de bronceado, se le veía una gran cantidad de moratones, mordiscos, azotes y arañazos; y era inapropiado mostrarse así.
Las joyas, adornos, coleteros y demases cosas de ambas, quedaban desperdigadas por todo el suelo, debiendo despejar un pequeño espacio para acatar la orden de la matriarca.
U: De rodillas a rezar, sacerdotisa.
Coleccionando ahora dos nuevas marcas en sus piernas, obedeció a su dominadora que, aún con enormes y notables ojeras, no reprimía ningún deseo o idea que se le ocurriese. Su voz estaba ya completamente quebrada y afónica de tanto gemir, gritar y jadear, pero eso no era impedimento para seguir.
U: Come y bebe, niña. Come y bebe... Oh, diosas...
Urbosa agarró el cabello de Zelda con contundencia mientras que su experimentada esposa hacía aquello que tan bien se le daba, aquella tarea que desenvolvía sin despeinarse más de lo que ya estaba. El sudor discurría por el cuerpo de la gerudo en grandes gotas que descendían por la zona central y lateral de su abdomen y espalda... Terminar era demasiado sencillo así.
*Toc, toc*
Mal momento, pero abrieron enfadadas.
L: Hola, hola, chicas. Os traigo un nuevo gel que segurísimo que os va a encant...
Urbosa agarró a Lowrance del cuello.
U: Óyeme, travesti con cara de gato. Como vuelvas a ser tan inoportuno, me colgaré tus pelotitas como pendientes. Y trae eso, necesito esta porquería.
Cerró de un portazo echando los pestillos.
L: Ahg, ahg... ah... sí que está fuertota la matriarca. Jolines, ahg, casi me parte el cuello.
D: Te lo dije, Low. Pero te encanta jugar con fuego.
L: ¿Y como querías si no que les diese tu potingue? Espero que hayas hecho bien tu pócima mágica y las relaje un poquito.
D: Tranquilo, ha salido de lujo. Con suerte, si les da por probarlo, dormirán el día entero. Quédate vigilando de nuevo, voy a cambiarme y a informarle al rey de que les sentó mal la cena de anoche y que están reposando.
L: ¡Dorrill, tío! Siempre me dejas a mí el trabajo sucio.
D: Nos lo tenemos merecido por jugar con las esencias de monstruo de ese mercader tan raro. A saber de dónde las sacó.
El capitán se marchó de nuevo, pues ya serían pasadas las seis de la mañana, hora en la que el rey solía ya estar dispuesto para salir a desayunar. Hoy como tal, no había nada que hacer, tan sólo regresar a casa, pero al menos seguramente esperaría desayunar en familia. Dorrill tardó apenas quince minutos en cambiarse, asearse y plantarse frente a su majestad e informarle del suceso. El rey se mostró preocupado, queriendo personarse en los aposentos de su hija, mas su guardia le instó a no hacerlo alegando el malestar estomacal de ambas junto con su necesidad de reposo. Pero le atormentó una cuestión, así que no demoró en ser algo indiscreto avasallando al capitán con una duda.
R: Sir Dorrill, dime algo... ¿Sir Lowrance y tú montasteis guardia durante toda la noche en los aposentos de la princesa, no es así?
D: Sí, majestad. Estuvieron protegidas toda la noche, que transcurrió sin altercados.
El monarca no quiso ser curioso ni entrometido, pero necesitaba corroborar algo para quedarse tranquilo. Hizo el amago varias veces, pero seguía costándole.
R: Sé que eres un hombre de principios y que tu estilo no es como el que tenía tu hermano, pero necesito que me confirmes una cosa en caso de que fueses testigo, ya fuese de forma directa o indirecta.
D: Sí, majestad. Hubo consumación.
El rey se sorprendió por la velocidad de responder a una pregunta que ni siquiera se le había formulado, pero esa era una de las tantas cualidades que apreciaba de Dorrill; en cierto modo, se sentía comprendido.
R: Gracias, Sir Dorrill. Puedes retirarte. Tu turno termina a las doce.
Reverenciando y sin darle la espalda, regresó con Lowrance. Al llegar, le indicaría que fuese él a cambiarse el disfraz mientras controlaba, y de paso, preguntar sobre lo sucedido ahí adentro.
En la habitación se respiraba la calma. Urbosa había caído como una torre sobre un sofá que había en la esquina del cuarto, mientras que a Zelda, le quedaba poco.
Z: U... Urbo... sa... Despierta... No t-te duer... -decía bostezando y con una voz que simulaba la embriaguez- no voy a... parar de...
Las diosas sabrán lo que la princesa no quería parar de hacer, pues tras esas últimas palabras que más bien eran balbuceos, se derrumbó sobre el cuerpo de su esposa dejando caer el tarro cerrado al suelo. Era gracioso, porque segundos antes de Zelda caer en profundo sueño, estaba tratando de abrir las piernas de Urbosa sin siquiera percatarse de que ésta ya dormía.
En el exterior, Dorrill ya había dado con Lowrance.
D: ¿Qué? ¿Cómo van las chicas?
L: Óyelo tú mismo -dijo poniéndose las manos tras sus orejas-.
D: No se oye nada, Low.
L: ¡Exacto! El sileeencio... No han tardado ni cinco minutos. Se han peleado por el tarro un rato y se lo han zampado. Sé que lo han hecho porque oí a Lady Urbosa toser y decir que estaba asqueroso. Y luego la princesa también tomó porque dijo que sabía a estiércol de mula. No sé cómo sabrá a lo que sabe eso, pero sonó muy convincente. Y me parece lógico, se nota claramente que soy mejor cocinero que tú.
D: Ese jarabe no está hecho para estar bueno, sino para ser efectivo.
¿Que qué llevaba ese jarabe que Dorrill fabricó? Bueno, mil cosas, pero la base era gelatina de chuchu neutra y flor princesa de la calma triturada con esencia de monstruo para aumentar el efecto. También llevaba flor sigilosa para que sus movimientos fuesen más suaves, flor gélida para enfriarlas un poco y unas gotas de elixir sigiloso para potenciar aquello, resultando un jarabe de aroma floral y sabor a carroña. Aún así, ellas con tal de lograr mantenerse despiertas, tomarían cualquier cosa sin analizar de previo lo que era, cosa que les hizo caer en la trampa de sus guardias.
L: ¡Eres un genio! Pero y ahora, ¿cuánto dormirán?
D: No demasiado. La cantidad y la dosis no era alta, de hecho, pensé que sólo se relajarían, pero se ve que estaban reventadas de toda la noche.
L: Macho, ¿y eso te extraña? Parecían animales ahí dale que te pego, golpe arriba, golpe abajo. Me han violado la mente tan pura que tengo.
D: Te creo cuando dices que te han violado la mente porque hasta yo me he asustado en algún momento. Ahora, lo de mente pura...
****************
U: Por las diosas, que alguien me mate...
Once y media de la mañana, Zelda en su baño, echando hasta su primera papilla. Urbosa, con vértigos y una tremenda migraña.
Z: Tú calla, que al menos no estás... ¡glurp!...
En el exterior, los guardias oyeron su despertar, y tras traer un tarro de la cocina, pidió Lowrance permiso para entrar.
L: Muy buenos días, mis pequeñas máquinas de placer. Os traigo caldito de pollo para desayunar. Voy a traer unas túnicas con capucha para que os vistais y os vayáis a Gerudo a descansar, que os hace falta después de esta noche en la que me he sentido violado por dos mujeres. Y por el cielo bendito, abrid esas ventanas, apesta a hembra.
Z: Yo no me pienso tomar es... ¡glurp!
U: Quita, yo no me fío.
L: Relax, mis promiscuas musas, es sólo caldo de pollo con arroz. No lleva ingredientes sorpresa.
Entre pudores, Lowrance dejó el tarro en una mesita avisando de que en unos minutos volvería para dejarles las túnicas. Después de lo vivido durante esa noche, les costaba confiar a la hora de querer beberse ese caldo, pero no tenían de otra. Lo cierto es que tenía muy buena pinta, la carne estaba desmenuzada y el arroz, recién hecho.
U: En fin, no creo que esto pueda ir a peor.
Tomó unos sorbos y corroboró que estaba delicioso, además de sentir como si mágicamente recuperase la salud, pues aunque Lowrance no lo dijo, Dorrill había agregado una medida de tónico feérico, que va genial como reconstituyente cuando uno se siente enfermo. Acudió al baño para ducharse y darle un poco de caldo a Zelda, a quien también le hizo bien. Y efectivamente, la puerta sonaba de nuevo habiendo tras ella las túnicas que el guardia prometió, dejándolas en un colgador que había cerca de la puerta, pues no quería invadirlas de nuevo.
Los guardias aseguraron la puerta para ir a preparar el carruaje para llevarlas a ellas y a Nóreas con Cipia... pero debían ser más ingeniosos que nunca, pues tenían que habilitar algo para poder llevar a Procyon detrás. El equino se iba acostumbrando a la presencia de Lowrance, pero jamás lo suficiente como para dejarse llevar; no obstante, al menos pudieron montar todo cerca suya sin perturbarlo. Idearon atar un carro detrás en donde fuese tranquilamente tumbado mientras Rígel y Pólux tiraban de todo, así que mientras las esposas se preparaban, ellos organizaron todo.
Finalmente, tras derroche de ingenio, dispusieron el gran carro. Al frente, Pólux y Rígel ayudados por el caballo de Zelda, Tirol, pues creyeron conveniente que dicho equino partiese definitivamente con su dueña. Seguidamente, el asiento del conductor y el carruaje. Finalmente, a la cola, un carro cubierto gigante con un lecho de heno en su base para tumbar a Procyon, dejando esa tarea para cuando Urbosa acudiese. El joven guardia se tomó la libertad y echó un par de zanahorias briosas al interior junto con un bloque de sal, pues recordó lo mucho que le gustaban cuando lo vio por primera vez... tanto, que el equino empezó a alterarse producto del deseo de catar las hortalizas.
L: ¡Quieto, Procyon! ¡Sé que no me vas a obedecer, pero al menos no me mates!
Lowrance, acobardado por esa bestia que sobrepasaba los mil kilos, le lanzó una zanahoria al suelo y, de terror, se quedó inmóvil. Procyon engulló su alimento y observó interrogativo a Lowrance, como si esperase más. Al no obtener respuesta, se le acercó. El joven temblaba y sudaba sin poder moverse.
L: Ca-caballito bueno... No me mates...
El equino se plantó ante el delgado guardia, lo olfateó y le comenzó a cabecear para obtener alguna zanahoria más, no mostrando en absoluto signos de agresividad en sus gestos ni en su mirada.
L: He de estar soñando... To-toma otra -tartamudeó dándole el alimento directamente en la mano- ¿D-desde cuándo eres tan bueno?
U: Le chiflan las zanahorias briosas. Te felicito, eres no sólo el primer hombre en tocar a Procyon, sino además, la única persona aparte de Zelda sin ser gerudo. Ya sea por tu carisma o porque a lo largo de la noche te has ido impregnando de nuestro aroma, te ha aceptado. Tócalo, no te hará daño.
Urbosa y Zelda aparecían junto con Nóreas y Cipia en los establos en disposición de partir a Gerudo cuando se toparon con la escena, narrando la matriarca desde la lejanía todo aquello. Mientras Lowrance lloraba de felicidad por aquello, Dorrill invitaba a todas a subir para marchar cuanto antes, sintiéndose el joven capaz de subir al equino al carro sin dificultad; "hoy es el mejor día de mi vida" -pensaba-.
Ya con todos adentro y en disposición de partir, alguien tocó la ventanilla. Era el rey.
R: Espero volver a veros pronto, familia. Que mi hija, mi nuera y mi futura sobrina política se cuiden; y también usted, teniente Cipia.
NOTAS DE AUTORA
De nuevo, el idioma gerudo se deja ver con mis invenciones. El “sarqso” ya quedó claro que era “gracias”, pero el “sav’” es nuevo. Me he basado en los saludos en su traducción al inglés, como en la anterior ocasión. Cuando saludamos, lo decimos siempre con un “buenos” delante, ya sea días, tardes o noches. En inglés, eso sería “good”, y en gerudo es “sav’” (sí, con el apóstrofe). En resumidas cuentas, he tomado esa sílaba para indicar que Zelda le estaba diciendo a Procyon algo del tipo “buen chico”.
Continuando con el capítulo, he querido poner el broche de oro a todo para cerrar definitivamente el arco del presente. Aún publicaré un capítulo más para sí que sí, hacer el cierre total de esta parte, pero veréis que es de otra manera, con un salto en el futuro bastante importante.
El cierre, a mi parecer, ha sido magistral. Ya no sabía qué posturitas ponerles a mis chicas para que quedase fascinante y que no fuese redundante, así que, en principio, pensé en la idea de que Urbosa se hubiese llevado un arnés escondido al palacio. Lo malo de esa idea es que, de haberla hecho, no habría podido jugar con el factor sorpresa del encamamiento, por eso la deseché. Lo del gel fue algo de última hora, digamos que acordarme de los anuncios de TV de Durex, me hizo encender la bombilla.
Finalmente, sé las ganas que tenía Lowrance de saber más sobre Procyon. Quizás nuestra bestia sea un gordo y solamente se anulen sus instintos oliendo zanahorias, quizás Lowrance tenga un aura especial o quizás iba muy impregnado de la peste a hembra de su dueña; pero sea como fuere, ha podido tener un contacto cercano al final del capítulo.
Me hubiera gustado desarrollar más el encuentro de Nóreas y Glerdor, creo que hacen una pareja genial, pero me tendréis qué perdonar si os digo que me siento incapaz de seguir el rollo a una pareja heterosexual; sencillamente, no sé qué poner que hagan porque ni siquiera comprendo los mecanismos ni comportamientos masculinos… Así que de esa forma se queda. Un poco a medias, lo sé, pero no puedo hacer más.
Despedíos de algún personaje y abrid vuestros corazones a algunos nuevos que se verán en el próximo capítulo de forma exclusiva y única.
Soy la primera que lo lamenta, pero no todo es para siempre, y prefiero hacer un buen cierre antes que sacar de quicio la historia.
Aún así, mi mente sigue divagando… No sé si cabrá la posibilidad en un futuro cuando la precuela esté terminada, pero dependiendo de los factores que tenga por entonces, quizás pueda hacer cuentos cortos o capítulos sueltos contando las vidas de los personajes que son exclusivos míos, sobretodo de Cipia, a quien quería darle más protagonismo y finalmente, se ha quedado corta.
Quiero indagar también en las vidas de las comandantes Hassa y Daelia, porque además ha sido una petición personal que he recibido de una lectora, pero sus vidas desde la juventud, serán narradas en la precuela.
¿Por qué tiene tantísimo miedo el rey y ha sido capaz de tragarse todo esto pese a que no le gusta para nada? De nuevo, la respuesta estará en Jesús, digo, en la precuela.
¡Nos vemos en el décimo y último capítulo de este arco!
AGRADECIMIENTOS ESPECIALES
-Ana Arbiol: autora original de la imagen que veis en la portada de este capítulo. El dibujo, podéis ver que está inacabado, pues está resultado en tarea titánica para esta artista y colega mía, quien tiene un estilo de dibujo tremendamente realista y, el manga, se sale por completo de su zona de confort. Siempre confié en ella, y sabía que podía darme una excelente ilustración, y aunque ha necesitado algo de consejo de su hijo Gabriel, al cual, también se lo agradeceré infinito, ha podido darse a la misión de poner todo su empeño en mi encargo. No solo yo, sino los que me leéis, estaréis ansiosos de ver la imagen completada, ¡mantengamos la paciencia!
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