Creando a una matriarca (pt. 2)



Autora: Bárbara Usó. 

Tiempo estimado de lectura: 1h. 

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(?): Tres… Dos… Uno…

Once y cincuenta y nueve minutos de la noche del diecinueve de noviembre. Escasos cinco segundos separaban a Urbosa de los catorce años mientras varias amigas que había logrado hacer en este último año y medio se arremolinaban en la entrada del club secreto de la Ciudadela; hoy era su día. 

(?): ¡Cero! ¡Felicidades, Urbosa! 

Ese corrillo de casi veinte adolescentes y mujeres de diversas edades le daban palmaditas en la espalda, le felicitaban, le daban abrazos y la animaban a cumplir su primer objetivo fijado para cuando tuviese la edad mínima para entrar a ese misterioso y angosto lugar. 

U: ¡Qué bien! Muchísimas gracias a todas por haberme acompañado para celebrar mi cumpleaños, me siento tan feliz… ¿A qué esperamos? ¡Vamos para adentro! 

En este año y medio, la joven heredera no sólo se había fijado en ampliar su círculo social para no estar tan anclada a su madre, sino que hizo todo lo esperado y más de ella para cumplir con sus primeras funciones y, aparte, para entrenar con más denuedo. Hassa y Daelia le estuvieron ayudando mucho, sobretodo a encubrirla cuando partía en las madrugadas al desierto para entrenar; querían hacer de ella, una gobernante igual de poderosa que Léa, pero más benevolente. Cuando escapaba a las dunas, se dejaba escoltar por sus protectoras, guiándole estas a diversos asentamientos que creían convenientes para derrotar con su fuerza y poder, que aumentaba a diario, a manadas enteras de monstruos, quedando las militares, estupefactas. 

Hassa le adiestraba en lo más duro, es decir, le hacía tumbarse en el suelo desarmada para que se las ingeniase para salir airosa de un duelo contra ella sin usar su poder, yendo la teniente siempre armada y protegida, dándole auténticas palizas que le hacían más hábil cada día. Daelia, por su parte, le instruía en el uso de todas las armas posibles, le daba todos los consejos necesarios para aumentar su velocidad y le enseñaba a danzar en medio de la guerra para que su técnica no tuviese igual. Finalmente, ambas solían batirse en duelo contra ella sin tregua, ganando la muchacha experiencia a pasos agigantados. 

Otro riguroso entrene que proponía Hassa, era la de ganar poco a poco, resistencia a la electricidad. La empapaba en agua o en gelatinas y la ponía a enfrentarse a lizalfos eléctricos repleta de protecciones fabricadas con metales conductores, aumentando así la potencia de las descargas del enemigo. Y una exigente pero necesaria doctrina que le impartía Daelia, era la de la resistencia mental. Le enseñó a plantar cara a cualquier monstruo tuviera el tamaño que tuviese, le mostró cómo no temer a nada ni a nadie y, por supuesto, le dio claras instrucciones de cómo imponerse y ganarse el respeto sin pronunciar palabra. En conclusión: mientras la matriarca tan sólo veía cómo su hija se entrenaba como cualquier otra joven en el cuartel y las aulas, las tenientes iban convirtiéndola en secreto en una heredera que no tardaría en derrocar el presente gobierno en cuanto diese a su fin para dar paso a una era todavía más próspera en Gerudo. 

En la puerta del club, aparte de su círculo cercano de amigas, habían más mujeres que iban entrando para cenar, tomar algo, charlar y lo que surgiese, entre ellas, sus guardianas, quienes también la felicitaron personalmente. 

H: ¿Así que aquí y así vas a celebrar tu cumpleaños, eh jovencita? Más te vale que tu madre no se entere o nos cortará la cabeza a las tres. 

D: Hassa, no desilusiones a Urbosa; es su cumpleaños. —dando una palmada en el hombro derecho de la joven, siguió— Ya verás qué bien te lo pasas, además, tu madre hace horas que duerme. Puedes estar tranquila. Pasa un feliz cumpleaños y sé positiva en tu día, verás cómo hoy cambia todo para tí. 

U: Gracias chicas. Os debo todo en este día. Luego, en la mañana, quisiera tener una oportunidad para hablar con vosotras en privado, siento que, en el fondo, os debo muchas disculpas por haber sido como he sido en todos estos años. 

Hassa enarcó una leve y ladeada sonrisa. Daelia, hizo lo mismo pero con mayor amplitud, diciéndole que le daría esa oportunidad si lo deseaba, pero que no había nada que perdonar. Urbosa le correspondió a ambas con gratitud, viendo cómo estas se colaban al club mientras que a ella se lo impedían. 

U: Eh, eh. Pero dejadme pasar. 

Las amigas de alrededor soltaron alguna breve risa, pues ninguna había caído en la cuenta de que debía decir la contraseña para tener acceso. 

U: ¿Cómo? ¿Y me decís esto ahora? ¿Y yo qué sé cuál es la contraseña? 

Una de sus amigas, una mujer de constitución ancha que era empleada en la frutería de la Ciudadela, se agachó hasta su altura y le dijo al oído la contraseña, advirtiéndole de que era un secreto del cual nadie debía enterarse ni podía revelar. La gerudo, de unos treinta o treinta y dos años, le dijo que le gastaron esa misma novatada cuando fue a entrar al club hace muchos años; por lo visto, era común hacer esa jugarreta a las muchachas principiantes en ese lugar. 

U: Vale, pues ahí voy… ¿toco ya? 

(?): Claro, adelante. 

Urbosa tocó tres veces la puerta, momento en el que una ronca y anciana voz respondió desde el interior un casi atemorizante “¿Quién?”. Seguido a eso, ella dijo tan sólo “Heredera” y tocó cinco veces más, atendiendo a cómo los gruesos candados de barra hacían su hueco sonido metálico, abriéndose ante sí. 

La jovencita sabía de sobra lo que ahí había, tan sólo le faltaba el detalle de la fuente visual que ya comenzaba a ver a cada paso que daba en esa cueva de misterios. Las armas de contrabando y la ropa ilegal no le suscitaban nada, tampoco las mesas ni asientos redondos de cuero que se esparcían al final del pasillo en donde muchas, bebían y comían. Tampoco le dio interés el catálogo de bebidas espirituosas, ni los opulentos platos que allí se servían, de forma paralela al desinterés que mostraba hacia la suculenta música en directo de sitares y cajones que se escuchaba… La heredera sólo quería una cosa, esa cosa que tanto había esperado y que tan sólo estaba tras una puerta. 

U: Disculpe, camarera, ¿puede darme paso a esta sala? Deseo acceder si ya ha comenzado la sesión. 

De lejos, desde los asientos de cuero, una particular gerudo le miraba fijamente toda su retaguardia, devorando con sus ojos ese cuerpo noble que recién había cumplido la mayoría de edad gerudo, pero Urbosa no se percató de ello para nada. 

(?): Por supuesto, señorita, le abro ya mismo. Y por cierto, feliz cumpleaños. 

La heredera agradeció su felicitación con amabilidad pero con urgencia; necesitaba saciar ya mismo ese instinto que debutaba en ella al igual que a todas las muchachitas de su edad. La sangre del desierto no era una más, era una espesa sustancia que se adueñaba de todo sentido y voluntad que tuviese cualquier mujer de la tribu, razón por la cual eran tan feroces en cualquier aspecto y circunstancia. La gente les temía por eso, porque en situaciones de acción, eran todas unas salvajes que perdían la razón. 

“La Sala de los Deseos”… Sala inalterable, igual que hace siglos, igual que desde siempre, igual para siempre. Esa estancia no merecía la pena describirla dos veces a una misma persona, pues siempre era y sería lo mismo. El tiempo transcurría en el exterior, pero ahí, jamás; incluso guardaban antiquísimos tapices enmarcados, teteras y otros utensilios con siglos de antigüedad en vitrinas y expositores que daban fe de que ese local no llevaba sólo un tiempo en funcionamiento. 

Justo tras ella entrar, tomar asiento y admirar las vistas con puro nervio sin atreverse a hacer nada más que eso, accedió aquella gerudo que la miró por detrás hacía menos de dos minutos… parece que quería algo de ella, pero no lo diría. La mujer, que tendría unos veintiocho años, atrajo de golpe todas las miradas de las presentes, yendo rápidas varias féminas desnudas a abrazarla, a besarla y a manosearla sin mayor preámbulo. 

(?): Hola, hola, chicas, ¿tanto me habéis echado de menos? —dijo sonriendo con chulería mientras clavaba sus ojos clorofila en los de Urbosa— ¿Quién quiere un poquito de amor? 

Urbosa no podía dejar de atender a aquello mientras sentía cómo su pulso y respiración tomaban fuerzas, notando cómo se ponía a sudar cada vez que la mirada de esa gerudo que gozaba, se hundía en su virginal ser. 

Las mujeres, que serían unas seis o siete, iban desnudando a la protagonista de aquella sala, dejándola rápidamente en paños menores mientras no cesaban en lamer y besar cada centímetro de su poderosa figura, saboreando cada una de ellas, el néctar de canela que emanaba de su tez. 

(?): Shhh… despacio, chicas. No saquéis diente tan rápido o me dejaréis… Diosas…

Dos muchachas de lo más hermosas del norte de Hyrule, se pusieron juntas de rodillas a devorar aquello que tan pocas reservaban para después; no querían quedarse sin su ración, preferían ir al grano y juntar sus cabezas para lamer simultáneamente esa perfectamente rasurada zona nada privada para ninguna de las involucradas. 

(?): Ju, ju, ju… Sois unas chicas de lo más traviesas… Ha llegado la hora de comer… 

Sin mirar a otro lado que no fuera ese, tomó cada cabeza con una mano mientras ofrecía a las empapadísimas jóvenes un movimiento pélvico que las enmudecía a cada adelanto y retroceso, haciendo especial presión en los adelantos y alternando aleatoriamente su estancia en cada boca tomando las cabelleras casi como si fuesen riendas, atendiendo a los prácticamente inaudibles gemidos que producían las hambrientas y a cómo, en ciertos momentos en los que dejaban de ingerir, se besaban para intercambiar todo lo que rebosaba de sus labios. Mientras eso ocurría, otra mujer le abrazaba y arañaba la espalda a la par que le daba suaves azotes en sus nalgas, otras dos, comían de sus pechos… Y la última que quedaba, fue agarrada en brazos y alzada hasta la boca de la gerudo, reposando sentada sus muslos sobre sus poderosos hombros, siendo ésta la única afortunada en recibir de tan famosa y deseada lengua. Estuvieron así un buen rato mientras unas y otras iban terminando, uniéndose unas y separándose otras a esa improvisada orgía. En un momento en el que la boca de la misteriosa y seductora gerudo quedaba libre, miró otra vez a Urbosa. 

(?): ¿Te unes, jovencita? 

La muchacha no sabía qué hacer; lo deseaba, pero tenía algo de reparo pese a su enorme apetencia. Estuvo todo ese rato completamente inmóvil sin poder decidirse; su sangre demandaba, su cuerpo, también, pero su cabeza estaba insegura. La mujer le tendió la mano amablemente mientras seguía siendo devorada por otras chicas distintas a las iniciales, pues la llevaba deseando desde que la vio acceder al local, y haría lo que fuese por, al menos, tener con ella un mínimo contacto. Urbosa tuvo clara una cosa en ese instante: en algún momento tendría que iniciarse, y nunca iba a dejar de estar nerviosa por arte de magia, por lo que acabó atreviéndose. 

U: S-sí, claro. 

(?): Ven conmigo —le indicó de nuevo extendiendo su brazo—. 

Urbosa no se había quitado ni siquiera los zapatos; estaba demasiado nerviosa como para plantearse aquello. Cuando llegó al lado de la mujer, ésta le pasó la mano por la cintura bajando todo y cuanto pudo su brazo izquierdo, notando su ardiente y sudorosa piel. 

(?): Estás ardiendo, ¿por qué no te vas quitando algo? 

U: N-no, no. Estoy bien así, g-gracias. 

(?): Hmmm… 

La mujer reparó en su gran nerviosismo. Le ofreció dejarlo para otra ocasión, pero la heredera no quiso. Le ofreció también ir a otro lugar o esquina más privada, pero se negó de nuevo. Urbosa, pese a su alboroto mental, tenía claro que así era como quería estrenarse, y nadie la iba a mover de ahí. 

(?): ¿Quieres hacerlo con otra mujer? Mira, tienes un amplio catálogo. Además, ninguna se negará, eres la futura matriarca. Estoy convencida de que cualquiera de las aquí presentes se mueren tanto como yo por iniciarte. 

Esta hembra no se andaba con chiquitas, era directa con respecto a sus deseos y apetencias, como la de arrebatarle ella misma el virgo a su nueva chica favorita. 

U: N-no… Contigo está bien, me has caído bien, eres muy amable. 

La mayor de ambas apartó a las mujeres que de todo le hacían a su alrededor, prometiéndoles que volvería pasado un rato a alimentarlas de nuevo. Se había encaprichado de Urbosa, ya no se la podía sacar de miras de ninguna manera. Habiéndose despejado de féminas, se acercó más a ella y se sentó en un largo sofá, invitando a la joven a hacerlo a su lado. 

U: ¿C-cómo te llamas? —preguntó temblorosa, como si ese conocimiento fuese a calmarla o a tener algún efecto relajante sobre su cabeza—

(?): Saber mi nombre no te aportará nada, créeme —le respondió casi como si le hubiera leído la mente—. 

U: Puede, pero me gustaría saberlo si puede ser. 

(?): Está bien, pero antes quiero algo a cambio —le dijo señalando sus propios labios con un dedo—. 

Urbosa comenzó a respirar más y más deprisa, no sabía ni dónde meterse, pero pese a que aquella mujer parecía ya tener las mil experiencias, se mostró comprensiva y no se apresuró a invadirla; en su mente estaba eso de que lo bueno, se disfrutaba poco a poco. Cerrando los ojos tratando en vano el calmarse, respiró profundo mientras se llevaba la mano al pecho mientras la mujer, atendía el gesto. 

(?): ¿Segura que no quieres que nos apartemos? 

U: Sí, por favor, no hagas más preguntas. 

Dicho y hecho. Su experta conocida le empezó a acariciar con una mano su mejilla y, con la otra, su muslo izquierdo, subiendo y bajando las manos y excediendo las distancias paulatinamente para acercarse a donde debía. Ella le habría preguntado si estaba todo bien, pero como la heredera le dijo que no quería más preguntas, mantuvo el pico cerrado. Las zonas propuestas que deseaba, iban quedando cerca poco a poco, alejándose mucho del centro del muslo y yéndose muy lejos de su mejilla. Palpó su cuello y clavículas, bajando aún más, y acarició el interior de su muslo, subiendo todavía más. Urbosa ya no controlaba su respiración ni sus latidos, se sentía plenamente fuera de sí; la novedad de la pasión y la lujuria habían hecho acto de presencia mientras sintió la cálida mano de la mayor tocarle un pecho por encima de su protección pectoral, notando únicamente la transmisión de la temperatura que esa experta extremidad le proporcionaba, exhalando una fuerte respiración viendo el manejo de una mano que, aun teniendo una barrera impenetrable, se desenvolvía como si no existiera. 

(?): Sé que me has dicho que no te pregunte nada más. No lo haré, pero tienes que quitarte esto en algún momento si quieres que sigamos. 

U: S-sí, perdona. Ya me lo quito. 

Urbosa llevó sus manos a la parte alta trasera de su protector pectoral para dar búsqueda y captura al broche que lo cerraba, siendo consciente de cómo le temblaban y la calamidad que pasaba para abrirlo, instante en el que aquella gerudo se abalanzó hacia ella para tomarla de la cintura y alzarla en brazos, haciendo sus ardientes cuerpos un pleno contacto en sus zonas abdominales; la curtida y durísima de la mayor con la tersa y por definir de la menor. Teniéndola agarrada, se puso en pie y se dirigió hacia la pared más cercana, empotrándola a la vez que abandonaba su cintura para ascenderla de manera más óptima con sus manos en sus nalgas por debajo de su faldón… Manos que hervían… 

(?): ¿Tú no querías saber mi nombre? 


U: S-sí, p-pero aún no he terminado d-de… 

Unió su cuerpo desnudo aún más al completamente vestido de Urbosa, acercando su cabeza a la de la heredera y aspirando sus mutuos alientos, que ebullían con el viento hasta generar vaho. Estando a tres dedos de distancia de sus labios, le susurró:

(?): Ya sabes lo que quiero. No te preguntaré si me lo quieres dar, decide tú misma o dime que te lo haga. 

La muchacha dejó en paz el cierre; ese ya no era su objetivo, al menos no por el momento. Miró los ojos rebosantes de lujuria de la dominante, que pedían beber como una bestia sedienta en medio del desierto y pasó sus brazos por encima de sus hombros, que parecían barandillas de balcones de piedra. La mayor la esperó, notando la mano de la noble acariciar su nuca y su cabello mientras cerraba sus párpados, instante en el que su piel, siendo maestra en esto, se erizó, colocando a continuación, sus labios en el cuello de Urbosa. 

La gerudo, que claramente era militar por sus numerosas marcas y fortísima figura, besó esa sensible zona y la saboreó al poco de hallarse ahí. La aprendiz de buena amante, acarició con mayor denuedo la cabellera de gruesos y lisos filamentos que la componían, teniendo la necesidad de ir a más cuanto antes. 

U: Y-ya, por favor…

La mayor sonrió para sí; había llegado la hora de comer… Se lamió sus labios mirando a los ojos temerosos de la que le correspondía el gesto como algo instintivo, viendo que, aun sin parecer muy preparada, era su deseo. Ninguna lógica decía a qué ritmo había que ir en estas circunstancias, era algo plenamente personal, pero como la joven no se lanzó mas que a decirle que procediese, ella misma decidió ir a cenarse aquellos labios sin demorarse ni medio segundo. No abrió demasiado su boca, pues con el reducido aspecto corporal de Urbosa, no hacía falta exagerar ningún movimiento… era exactamente del tamaño al que a ella le gustaban: pequeñitas y sabrosas. La joven sí necesitaba dar todo de sí, no sólo por sostenerse cuerda en esa novedosa situación, sino porque la mandíbula de aquella mujer era enorme y rápida; demasiado difícil seguirle el ritmo. Urbosa notaba ya aquel sabor, las feromonas de la militar eran potentes, eran embriagadoras… eran deliciosas… Le temblaba la boca y el cuello en su totalidad, estaba demasiado nerviosa. En cuanto cortaron esa primera toma de contacto y tras calmarse la muchacha sus jadeos, su sujetador metálico ya estaba desabrochado y colgando por un tirante a punto de caer al suelo. 

U: ¿P-pero cuándo…? 

N: Me llamo Nóreas. 

Urbosa atendió a su nombre, sonoridad que le encantó y le hizo casi tranquilizarse al instante. 

U: Y-yo me llamo… 

N: ¿Estás de broma, querida? 

Ya fuera por cortesía o por nerviosismo, fue a presentarse a su amante sin caer en la cuenta de que era de las personalidades más conocidas de todo Hyrule. 

U: Claro que era broma… Nóreas…

La mayor le volvió a clavar sus ojos y se le plantó muy cerca del oído, susurrándole en tono seductor:

N: Me gusta cómo me llamas por mi nombre, Urbosa. 

Algo más se desperezó antes de despertar en el cuerpo de la heredera; oír cómo le llamaban así le hizo perder la cordura, aventurándose a devorar por su cuenta esos labios que aguardaban su recepción con ansias. Cuando una gerudo se decidía a copularse a alguien del reino, eran encuentros extenuantes y rebosantes de pasión que exprimían a cualquier persona que tuviese el valor de encamarse con alguna de ellas. Ahora, como dos mujeres gerudo tuviesen la ocasión de coincidir en la cama, podría desatarse una hecatombe; incluso se decía entre el círculo de homosexuales de la Ciudadela en tono humorístico, que podrían causar un terremoto… y eso parecía que iba a ocurrir… 

Esto no era una burbuja que las encerraba en un lugar privado donde desatarse sin tapujos; era un lugar público en el que estaban siendo miradas por varias mujeres que sentían que iban a morir de no participar en ese acto de estreno. 

H: ¡Ja! Mira qué bien se lo pasa Urbosa, querida. 

D: ¡Hassa! Déjale pasar su cumpleaños como quiera. Nóreas será una mujeriega, pero estoy convencida de que la tratará bien. En el fondo tiene un gran corazón. Anda, deja de hablar y sigue con lo que estabas… 

Nóreas había alzado a Urbosa más alto de su cabeza, apenas un palmo suyo para tener cerca sus pequeños pechos que, entre sudores, reclamaban lo suyo. La mayor se lo hizo suave con la lengua sin abandonar su actitud imparable; su intensidad no tenía nada que ver con su carácter típico tanto dentro como fuera del club. 

U: Me hace un poco de daño eso… —dijo expresando un pequeño quejido—

N: Es normal. No te preocupes, hagamos otra cosa ¿Quieres que sigamos aquí o prefieres que nos vayamos a otro sitio? 

U: Llévame a otro sitio, por favor. 

N: Por supuesto, agárrate a mí. 

Urbosa hubiera preferido terminar todo ahí mismo y culminar con una gran fiesta que durase hasta el alba, pero dado que se había percibido suficientemente conectada con su amante y que, aún con esas, no se relajaba, creyó que quizás se sentía algo presionada en ese lugar pese a lo mucho que le había gustado visualmente; por unos instantes, se sintió ridícula por haber sentido dolor con esa práctica aparentemente inofensiva. Nóreas la continuó cargando en brazos sin soltarla y llevando su mano a acariciarle la cabellera para ocultar su cabeza y así evitar ser reconocida en cuanto saliese a hurtadillas del club a la casa que había directamente enfrente, ergo, la suya. La carrera fue breve, menos de tres segundos, su cuerpo era lo suficientemente ágil para pasar por la callejuela como una exhalación sin ser vista por nadie, carrera que no solía hacer con ninguna mujer desconocida, mas con Urbosa se sintió tranquila de llevarla a su hogar. Llegaron y la tumbó en la cama suavemente, besando su mejilla con un sentimiento similar al afecto. 

N: ¿Seguimos o quieres tomar algo? 

U: Seguimos. 

La seguridad de la joven dio valor a la mayor para proseguir exactamente en el punto en el que lo habían dejado. Nóreas no se arrepintió de dejar atrás al grupillo de chicas del club que la aclamaban siempre que iba; estaba ya tan acostumbrada a ser rodeada de mujeres que ya poca fascinación le causaban esas orgías improvisadas… además, sabía que, en caso de resultar fallido este encuentro, podría regresar sin problemas a sus chicas de confianza, que la extrañarían como siempre. 

N: Urbosa. Si algo te molesta o hace daño, dímelo. Aquí estás en mi casa, no tenemos que guardar apariencias de nada. Relájate. 

Urbosa no conocía a Nóreas de nada como para saber si eso era algo improvisado o si era así con todas, pero la mayor tenía una contundente respuesta a eso. En principio, tan sólo la vio como un trozo de carne que deseaba devorar, pero conforme fue probando apenas algo de bocado, fue sintiendo cierta ternura por la chica. La conocía por ser quien era, pero nada a nivel personal, no obstante, notó como si sus ocasionales gestos actuados se suavizasen… Se sintió relajada, sólo eso. 

U: Gracias, Nóreas. Estás siendo muy amable conmigo hoy en esta noche. 

Ya no le temblaba la voz, ni las manos, ni los brazos, ni nada en su cuerpo… Ambas se habían relajado por completo, que era justo lo que necesitaban. Nóreas se acercó a ella, le abrió las piernas, que aún conservaban sus vestiduras inferiores y se posicionó entre ellas, pegando su cuerpo tanto y como pudo para besarla de nuevo. Urbosa se dejó llevar al completo, rodeó el cuello de la gerudo con sus manos y, con sus piernas, sus caderas. 

N: ¿Quieres que te quite algo más o que apague el candelabro? 

U: No apagues nada. 

La joven deshizo el cepo femoral que aprisionaba las caderas de la mayor, haciendo el hueco suficiente para deshacerse ella misma de sus prendas inferiores de un solo gesto, viendo caer a plomo una ropa interior que estaba repleta del néctar de su ser. Nóreas se relajó al completo viendo su igualdad de condiciones, yendo sin retrasarse a besar el centro del pecho de Urbosa, que desprendía un suave calor de sus adentros. La madrugada caía fría, pero la hoguera y sus ganas, aportaban calidez. 

N: ¿Vamos, bonita? 

Urbosa ejecutó de nuevo sus cepos, dando a entender sin palabras que sí, que quería hacerlo. La más mayor apretó sus músculos al sentir el cuerpo de la heredera al trono gerudo haciendo un amago de posesión de su figura, notando el pleno contacto de la piel contra la piel. La más joven ya tenía la absoluta sensación de estar celebrando como tocaba su cumpleaños que marcaba su mayoría de edad en esa tórrida tierra; no tenía ninguna mujer como objetivo fijo pero, sin cuestionamientos, Nóreas se convirtió en la mejor y más acertada opción. Ambas se detuvieron un momento para sentirse, para percibirse, para notarse… Sus pieles de puro fuego se unían en una sola como demandaba la lógica, pues para las gerudo, fusionar sus almas entre ellas, era la mejor de las combinaciones que podían darse en el reino; las mismas sangres poderosas se mezclaban como algo mágico y único. 

Los pechos de las mujeres, pegados por la fuerza de sus torsos. Cada abdomen, hecho uno por la energía proveniente de sus espaldas. Sus labios, entremezclados en una batalla campal en la que Urbosa siempre perdía en potencia y velocidad. Nóreas rodeaba con sus brazos el cuerpecillo de la que acabaría siendo su soberana en un tiempo, pues pese a haber superado ya el 1'80m de estatura y los 70kg de peso, seguía siendo enana para las suyas; una muñequita para aquella militar que ansiaba abandonar los preámbulos para dar por fin paso a la verdadera acción… quería ser la primera en saborearla. 

U: M-me estás… Diosas…

N: ¿Hmmm…? 

Nóreas miró hacia abajo, a aquellos lugares que estaban a punto de también mezclarse, pues parecía que Urbosa había notado algo que la había sorprendido, pero luego, maravillado. 

N: Es normal, querida. Tú también estás igual, créeme. 

U: L-lo siento… Si quieres, puedo limpiarme —susurró encogiéndose de hombros, sintiendo algo de vergüenza—. 

N: No oses decirme eso, Urbosa. 

¿Qué estaba pasando por ahí abajo? Nada especial, nada raro, nada de otro planeta. Urbosa sabía bien de sobra que eso ocurría, ella misma se había dedicado su tiempo para experimentarlo en soledad, pero nunca sabía lo que se notaría el verlo y sentirlo de otra mujer. Nóreas era una hembra que no solía ser demasiado emocional, se mostraba habitualmente chulesca y distante con las chicas, como si algo del pasado que no nos contará le afectase en ese sentido, pero con la joven heredera se sintió en confianza de guiarla y de tenerle paciencia en ciertas reacciones que iba teniendo. Lo único que había llamado la atención de la joven, era sentir sobre sí el néctar derramándose de la mayor en sus labios inferiores; estaba tan excitada que su cuerpo generó excesiva cantidad de flujo transparente que goteó contra ella, percibiendo no sólo sudor en su cuerpo, sino el ardor del componente ajeno diluyéndose con el suyo. La militar bajó su mano velozmente y recogió con un dedo la porción precisa del flujo más bajo de la noble, ese que todavía no se había contaminado del suyo y que permanecía inalterado, lo subió y removió un poco entre sus dedos, mostrándoselo. 

N: ¿Ves? No pasa nada —le aclaró con tranquilidad—.

Nóreas se lo mostró por poco tiempo, pues en cuanto vio a Urbosa relajarse pese a que ya la había tocado directamente ahí, sacó su lengua e ingirió ese par de gotas que remezclaba. La joven notó algo de reparo por ese gesto, preguntándole que si eso estaba tan decente como para tragárselo, recibiendo un “eres de las más deliciosas que he probado” como respuesta. La mayor no le incitó a que hiciera lo mismo, tenía más que cristalino que ese momento ya llegaría eventualmente; hambre, lo que era hambre, no tenía excesiva (cuánto ni menos, desespero). Nóreas sabía que si no era una boca, sería otra la que le haría gozar. 

N: Ahora relájate, verás qué bien te vas a sentir. 

Urbosa le guardó obediencia y confianza absoluta. Cerró sus ojos unos segundos y, tras abrirlos y hundirlos sobre Nóreas, ofreció un rostro sincero que había sostenido sus expresiones por miedo, soltándose hasta mostrar su auténtico semblante… Una mirada que clamaba lo suyo exponiendo unos párpados algo cerrados, unas cejas que daban a entender una absoluta sumisión por aparentar lastimeras, unos labios ligeramente abiertos que pedían de comer… La militar enloqueció al registrar esa imagen que le daba el poder por encima de la hija de su líder, inundando su ser una sensación de control que la tornó posesiva y dominante… Las sangres hirvieron y poseyeron como un aura oscura a sus salvajes portadoras.

N: Urbosa… 

Ella pretendía ir suave al principio, pero el gesto facial y el movimiento pélvico instintivo de la menor le hizo asilvestrarse rápido, dando sin preámbulo alguno, fuertes embestidas a Urbosa, recibiendo su pasión y pasando a ser ambas controladas por instintos salvajes. El ritmo frenético por fin hizo expresarse a la noble, quien regaló sus primeros gemidos a una simple militar que la había visto como a un trozo de carne en un inicio, ofreciendo sus jadeos cerca de su oído sin saber que eso le haría hacérselo con mucha más fuerza… Pero Nóreas quería más, quería darle asiento en su trono particular… 

N: Siéntate aquí, querida. 

Tumbándose la mayor boca arriba, incitó a la joven a hacerlo sobre su ligeramente sobresalido clítoris, que emergía erecto y desafiante sobre sus labios; quería hundirlo en esos contrarios empapados de una mezcla única. Urbosa hizo todo lo indicado, se abrió de piernas todo lo que pudo y se dejó vencer hacia delante para besar a su amante, cosa que la sorprendió por la suavidad con la que fue correspondida, contrastando con la ferocidad de su cópula. 

N: Eres muy especial… 

La joven no sabía nada de lo que debía de hacer desde que comenzaron con todo esto, pero sus nulas habilidades no eran las que mandaban, era su instinto, ese que le decía que cabalgar era su menester… y lo hizo. Se notaba en su torpeza su inexperiencia, pero la mayor la iba redirigiendo conforme erraba, tomando con firmeza sus caderas a modo de guía de hípica. Urbosa gozó en esta postura, jurando para sus adentros que la querría practicar siempre y hasta el día de su muerte, gustando en cómo Nóreas tomaba sus pechos y los acariciaba alternando caricias en su cintura y su abdomen; esa gala de posesión y de sentirse deseada le corroboró que aquello era exactamente lo que necesitaba. 

U: N-Nóreas… —le nombró agudizando sus gemidos mientras sus piernas temblaban—

N: Shhh… ya lo sé. 

La mayor de las gerudo sabía interpretar todas las señales… Sabía que el fin estaba cerca… 

U: N-no puedo, no me…

N: Sí tú en soledad puedes, tú en compañía puedes. Sí que te sale. 

Y vaya que sí tenía razón Nóreas. Fue decir la frase mágica de “tú sí que puedes” para que se hiciera evidente que sí, que era posible si se depositaba la confianza y seguridad en ello. Urbosa expresó unos jadeos veloces, parecía que el clímax estaba yendo de la mano de un pecho que hiperventilaba a ritmo de marcha militar, en parte, por los nervios de sentirse vulnerable ante aquella desconocida que le daba más cuidados y afecto que cualquier persona sobre la tierra ahora mismo. La mayor atendió a sus gestos, a su mirada, a sus facciones que iban perdiendo tensión, momento en el que la menor abrió los ojos y se topó con esa analítica visión que la descifraba, “¿Qué me está pasando?” —pensaba Nóreas, sintiendo como algo se retorcía en su estómago— “¿Por qué no puedo de dejar de mirarla?”

U: ¿P-pasa algo, Nóreas? 

La pregunta de la heredera interrumpió su pensamiento, ese que se le estaba haciendo agradable pero extraño a estas alturas de su vida. Quiso ser veloz en su respuesta para evitar mostrar cosas de sí y no levantar sospechas en la joven pero, de nuevo, esa fuerza interior no desconocida pero sí inoportuna y sorpresiva, le hacía mantener quietud en su habla. Se quedó en puro silencio, sus ojos habían quedado hipnotizados en esos jóvenes luceros del color del musgo que se solía ver en las praderas y cortes de montaña de las zonas más húmedas del reino. 

Urbosa no sabía qué hacer, se sintió algo cortada por esa situación que, aun siendo mágica, le daba temor por la duda de si habría hecho algo incorrecto. Le rondaba sólo eso en su cabeza, y quería darle solución; según su pensar, debía enmendar un fallo cometido. Apoyando sus manos en los pectorales de la militar, se fue acercando hasta quedar completamente recostada en su pecho, abrazándola y acurrucando su cabeza entre sus senos a modo de improvisada disculpa. Nóreas reaccionó al contacto, notando su piel erizarse al máximo por el torbellino de emociones que percibía en su ser, correspondiendo al abrazo rodeando el pequeño cuerpo de Urbosa. 

N: Qué cariñosa eres… 

U: ¿Tú crees? —le respondió preguntándole, no moviendo su rostro de donde lo tenía, siendo ahí mismo consciente del fuerte latir que Nóreas tenía en su pecho—

N: Sí. Me estás dando más de lo que yo te ofrezco. Ten cuidado con eso cuando estés con otras mujeres. No des tanto por tan poco. 

U: —alzando su rostro y mirándole tímidamente, le cuestiona— ¿Por qué debería estar con otras mujeres? 

A Nóreas le hizo gracia esa pregunta, lo suficiente como para espetar una leve risa. Ella era de las más mujeriegas del club, y también de las que más líbido tenían. Acudía a diario, o prácticamente, y cada vez que se disponía a iniciar una sesión, tenía entre miras a una chica distinta. Estaba con unas y con otras, le daba igual edad, raza, posición social o físico; rara vez repetía con una misma, decenas de amantes desesperadas y despechadas lo aseveraban tras expresar sus apetencias de volver a yacer con ella y hallar una negativa ante sus peticiones. Urbosa le causó ternura desde que llegaron a su casa; eso no era necesario ni requisito para volver a tener una segunda oportunidad con ella… pero había algo distinto… 

N: Bueno, querida, imagino que tendrás tus curiosidades, tus inquietudes… Y eso está muy bien. No deberías cerrarte a nada ni a nadie en el club, puedes llegar a pasarlo tan bien como yo lo he pasado estos últimos años. No te prives y vive, aún eres muy joven. 

Esa manera de incitarla guardaba tras de sí una máscara oculta, un “quiero volver a hacerlo contigo una y mil veces más” que no se le ocurriría decir. 

U: ¿Cuándo nos volveremos a ver? —le preguntó con algo de urgencia—

N: ¿Cuándo quieres que nos veamos, Urbosa? 

La heredera se incorporó un poco, lo suficiente como para mirar sus mutuas expresiones, la menor cargada de sinceridad y la mayor escondida tras un muro. 

U: ¿Podemos vernos mañana por la noche a esta misma hora aquí en tu casa? 

¿Estaría Nóreas dispuesta a sincerarse consigo misma? ¿O preferiría hacerle como al resto de chicas con tal de preservar el profundo hueco que había en su corazón? 

N: No lo sé, no te lo puedo asegurar. Tú ven, la puerta está siempre abierta. Si no estoy, estaré en el club, pero vendré en cuanto termine a hacer contigo lo que quieras. 

************************************************

Dos de la madrugada del día veintiuno de noviembre, callejuela del club. Urbosa, con una nueva historia en su rostro, se planta ante la puerta de la casa de Nóreas, deseando hallarla en su interior. Tenía dudas de si acceder directamente como se le indicó en el día anterior o si tocar un par de veces a ver si obtenía respuesta. Momentáneamente pensó en el hipotético caso de que la militar estuviese quizás durmiendo, así que se puso de puntillas para mirar discretamente por la ventana aprovechando que a esa hora no había nadie en la calle que la pudiese delatar, viendo a su amante de espaldas sentada en un pequeño taburete todavía con su armadura de tonalidades índigo puesta y sin ducharse tras todo el día de oficio. Se la oía vagamente respirar con nerviosismo mientras sostenía algo en su mano derecha, acariciando con la misma actitud su cabellera, que era lo único que había soltado. Urbosa se mantuvo sin hacer ruido alguno, ralentizando incluso sus inhalaciones para minimizar todo sonido, deshaciéndose también su peinado para que este no fuese visto por encima del marco de la ventana. 

N: Perdóname, por favor… Fue todo por mi culpa… 

La joven frunció el ceño con tal de averiguar qué estaba ocurriendo y a qué se debía el llanto y disculpas que daba a lo que parecía un pequeño marquito con una ilustración a lápiz de una mujer, así que siguió escuchando las frases sueltas que iba recibiendo. 

N: Necesito que me des permiso… No podemos seguir así… 

¿Le estaba pidiendo permiso a un dibujo? ¿Para qué? Cada vez era todo más extraño. 

N: Sé que sólo fue una noche… No sé por qué me sentí así con ella… 

Esto último le llamó particularmente la atención; se sintió aludida con ello. Su instinto le decía que debía volver al principio de la calle, rehacerse el peinado y volver sobre sus pasos a casa de Nóreas taconeando con mucha fuerza para ser oída por ella y que cesase lo que estaba haciendo ahora mismo; quería ahorrarle el tema de ser descubierta y tener que darle explicaciones… Pero se mantuvo un poco más. 

N: Te prometo que con ella no cometeré el mismo error… 

Esto cada vez tenía menos sentido, y parecía además que su agonía tomaba fuerza. Lo mejor era obedecer lo que había pensado y hacer algo de ruido desde la lejanía. Tan pronto se alejó y volvió a acercar con paso muy lento, se plantó de nuevo en la puerta y tocó un par de veces, escuchando un claro y firme “Adelante” tras ella, empujando y abriendo poco a poco. Nóreas había guardado el marquito a saber dónde, tenía un peine en la mano y se estaba frotando la cara con una toalla empapada como si tan sólo se la estuviese lavando previo a bañarse para irse a dormir. Al destapar sus ojos para mirar a Urbosa, le horrorizó lo que vio. 

N: ¿¡Quién te ha hecho todo eso!? 

La joven ya se había hasta olvidado del regalo de cumpleaños de su madre: una paliza brutal por haberse enterado de que había pasado la noche fuera de palacio celebrando su cumpleaños con sus amigas. Urbosa agradeció aún así a las diosas de que no se enterase de lo que realmente estuvo haciendo, pues podría haber acabado mucho, muchísimo peor. 

U: No es nada. Tan sólo he tenido un día duro entrenando. 

N: Mentira. 

La joven se quedó pasmada. Una sola palabra cargada no sólo de significado implícito en ella, sino de un tono severo que hasta se podría decir que la acobardó. 

U: Bu-bueno, tienes razón. Te diré la verdad. Me he caído del caballo. 

Nóreas se enfureció, sabía que eso también era mentira. Se levantó de su taburete con el ceño fruncido y lleno de rabia y fue como un toro hacia Urbosa; odiaba las mentiras. Una vez teniéndola delante y empotrándola contra la pared, le puso la mano en el mentón y comenzó a ladear su cara para examinarla previo a clavar su vista enojada en sí. La heredera cerraba los ojos y notaba como la ansiedad regresaba a ella, deseando que detuviese su enfado. 

N: Escúchame, jovencita, te doblo la edad y sé más cosas de las que te crees. Sé que ha sido tu madre, no hace falta que me cuentes historias de caballos ni de accidentes. Sé que te maltrata y te golpea a diario, no te creas que soy tonta. 

Urbosa sintió una estocada en el pecho. Nadie, salvo Hassa y Daelia, sabía la auténtica verdad de lo que Léa hacía con su hija, mucho menos con tanta certeza como para decir que a diario sufre maltratos de algún tipo. 

U: ¿C-como sabes que…? 

N: Malditas diosas… Soy militar, he sido una figura muy, pero que muy cercana a tu madre aquí donde me ves siendo soldado raso. Una vez fui aspirante a general del ejército gerudo, y ahora mírame con este uniforme que parece más de recluta. Yo era comandante segunda y guardia de alcoba de la matriarca. 

U: P-pero… ¿Cómo estabas tan alto a tan corta edad? Ahí rara vez se llega, y de hacerlo, es a muy avanzada edad. 

Nóreas sintió otra vez mucha rabia, eran demasiadas cosas e incógnitas que debería resolverle a Urbosa de una vez para que supiese el por qué de todo. Su vida alocada y solitaria, su degradación en el ejército, su conocimiento del carácter de la matriarca… Le invitó a sentarse en el borde de su cama, ofreciéndole una pequeña porción de gelatina de chuchu gélido que le quedaba para aplicarse en toda su cara, pues no tenía zona sin golpe. La militar sentía hervir su sangre viendo a la heredera frotarse la gelatina con sumo cuidado por el dolor tan agudo que notaba al contacto, pero, ¿por qué? 

N: Tú sabes que tenías una hermana, ¿verdad? 

Urbosa le atendió a la duda, asegurando que algo le habían contado pero que no llegó a conocerla debido a que falleció cuando ella aún no tenía demasiada capacidad de recordar. Le dijeron que murió de una terrible enfermedad con dieciocho años, tras tocar con sus manos un fragmento de corrupción del rey demonio que halló en medio del desierto. Su madre le decía que su hermana era la perfecta aspirante al trono gerudo, pero que ese desafortunado accidente la hizo agonizar hasta la muerte, momento en que le dieron sepultura y pasó Urbosa a convertirse en la heredera a los tres años de edad. 

Nóreas se revolvió por dentro, odiando cada mentira infundada que salía de su boca. 

N: No te creas nada de eso. Todo eso es mentira. Tu hermana murió siendo una mujer perfectamente saludable, sin enfermedad a la espalda y sin ataque de corrupción. Tu madre te dijo eso para que jamás dudases de su veracidad, pero nada de lo que te ha dicho es verdad. Tienes que creerme, tu hermana no era tan diferente a tí. 

U: ¿A qué te refieres con que no era tan diferente a mí? 

Nóreas expresó una sonrisa más cargada de pena que de alegría, bajando su mirada y sacando el famoso marquito de debajo de su colchón, marquito con la ilustración a lápiz de Nephentes, la que fue hermana de Urbosa, con la corona de las herederas al trono gerudo colocada en su frente mostrando una posición firme pero con expresión suave y dulce. 

N: Mira, esta es tu hermana. 

La joven de la ilustración se veía con detalles artísticos propios de la autora aparte de verse en blanco y negro, pero Nóreas no se demoró en decirle cómo era en la vida real. Nephentes era una preparadísima mujer para ostentar el trono cuando llegase su hora, hábil guerrera con la lanza y el escudo, estudiosa e inteligente como las que más, y por supuesto, hermosísima. Su constitución era igual que la que ya iba teniendo Urbosa, pues parece ser que ambas eran del mismo padre. Piel de caramelo y pelo de fuego, elegante, estilizada y poco marcada a nivel muscular. Sus ojos eran más redondeados que los de Urbosa, y tenía toda su abundante cabellera peinada con decenas de trencitas pequeñas que anudaba en una coleta baja. Eran la mar de parecidas físicamente pero, mayormente, su carácter era lo más diferente entre ellas; mientras que Urbosa es más activa y rebelde, Nephentes era muy tranquila y obediente. 

U: Es… igual que yo. 

N: Sí. Y a ambas os gustaba lo mismo. Tanto, que hasta me sorprende lo caprichoso que es el destino. 

U: ¿A qué te refieres? 

N: Mira esto —le indicó enseñándole su mesita de noche, en donde habían dos sortijas de oro sobre un cojín de terciopelo verde—. 

U: ¿Tú y ella…? 

Por eso murió Nephentes. No de enfermedad, no de corrupción, no de agonía. Tras vivir lo que era el auténtico amor durante algo más de dos años, le plantó cara a su madre mostrando sus dientes y le dijo que abdicaba su posición de heredera en favor de su hermana y que se iría a vivir fuera de Gerudo. Se fugó junto con Nóreas por algún tiempo, momento en el que se casaron en secreto solicitando los servicios de la casamentera Ena en la Fuente de la Gran Hada de la región de Necluda. Vivieron un período de paz breve, pues un pelotón fue mandado en búsqueda de ambas cuando ya habían formado su hogar como buenamente habían podido. No ofrecieron resistencia, pues ambas decidieron arreglar las cosas por las buenas… y ese fue su error. 

De regreso voluntario a Gerudo, Léa encarceló a su hija mientras Urbosa lloraba en la cuna. La matriarca, encolerizada, agarró la cuna e intentó arrojarla por la ventana con su hija adentro, momento en el que Nephentes gritó dentro de su celda suplicando que si quería matar a alguien, que la matara a ella. Nóreas, rápida en su actuación, se robó a Urbosa de los brazos de su madre con tal de salvarle la vida y se la entregó rauda a Hassa, quien la bajó al piso de abajo con la excusa de que tocaba alimentarla. La soberana le echó prácticamente una maldición a la comandante segunda, recriminándole que si no tenía suficiente con manosear a una de sus hijas, encarcelándola a ella también y quitándole todos sus rangos como militar. 

Nóreas salió pronto de la cárcel, estuvo apenas unos días antes de ver la luz del sol de nuevo. Nephentes fue trasladada a rastras a ser encerrada en las catacumbas, donde pasó año y medio con apenas comida y bebida, sin ningún contacto social ni luz solar. La que ahora era soldado, trataba de colarse cuando podía para verla e intentar elaborar un plan para sacarla, pero sus compatriotas no podían colaborar con su causa; todas temían la ira de su matriarca. 

Finalmente, cuando pasaron casi dos años y Urbosa tenía ya edad prudente para enterarse de todo, Léa temió. Si sacaba a Nephentes de su encierro, su hermana menor tenía ya la conciencia necesaria como para cuestionar y saber toda la verdad, creyendo la matriarca que ambas, eventualmente, podrían volverse en su contra, cosa que quería evitar… Fue ahí cuando Nóreas, en una de sus visitas secretas, la halló en su celda tendida sobre un charco de sangre y una daga clavada en su garganta; claramente, fue su madre quien se deshizo del problema. Nunca supo qué hizo con su cuerpo ni cómo logró hacer creer a todas que tocó corrupción del rey demonio teniendo en cuenta que llevaba años en prisión, pero nadie le preguntó. Hicieron un funeral de pantomima sin cuerpo alegando que se encontraba corrupto y que era peligroso exponerlo, dando así fin a la especulación y al recuerdo de la que fue una muchacha más que apta para gobernar la región… todo porque amó a la persona equivocada… 

Urbosa no paraba de sudar y de sollozar habiéndose topado con la auténtica realidad de su hermana, jurándose a sí misma que algún día vengaría su muerte. Parte de la pena y miedo de la actual heredera era comprensible: la historia se repetía y con la misma persona y, además, habiendo oído en secreto el lamento de Nóreas, quedaba patente de que la mayor estaba sintiendo cosas por la menor y que le estaba pidiendo permiso a Nephentes para rehacer su vida. 

N: Sí. Nephentes era mi esposa. Ahora ya sabes la realidad de tu hermana y el por qué sé cómo es tu madre. No te voy a negar que alguna vez me he querido amotinar contra ella, pero es algo arriesgado. Hoy por hoy y en base a mi experiencia con ella, lo mejor es dejar que se siga aireando la situación; mi vida actualmente es bastante normal y quiero que continúe así. Pero algún día todo llegará, el tiempo no pasa en balde para nadie. 

************************************************

El tiempo no pasa en balde para nadie… Han transcurrido cuatro años… 

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Mediodía de un curioso día primaveral en el que la lluvia hacía acto de presencia en Gerudo… ¿sería eso buen, o mal augurio? 

Con las calles de la Ciudadela a rebosar de mujeres dejándose mojar por la abundante tormenta, Urbosa dejaba a Léa tumbada en sus aposentos tras darle su sedante para los terribles dolores que padecía diariamente en su cabeza; parece ser que el karma comenzaba a actuar contra la matriarca. La heredera al trono, de dieciocho años de edad, huía a toda prisa de su hogar y se dirigía a casa de Nóreas con la cara tapada con un velo para evitar especulación entre sus compatriotas, pues aun estando gravemente enferma, su madre todavía conservaba fuerzas de sobra para seguir dándole sus lecciones. 

U: ¡Nóreas! ¡No aguanto esto más! —gritó entrando de sopetón a la que ya casi era su segunda vivienda—

La militar, quien lógicamente no había logrado ascenso ni perdón pese a su gran servicio, se encontraba reposando en su lecho aprovechando que tenía el día libre. 

N: Ya te he dicho que no podemos hacer nada. Le quedan dos vueltas al sol como máximo. En breves serás mi matriarca, tengo fe de ello. 

Nóreas estaba asqueada del tema, detestaba pensar que no podía hacer nada más que observar y encima agradecer el no ser expulsada del ejército. Durante estos últimos cuatro años, ella y Urbosa habían mantenido una especie de relación secreta en donde jamás levantaron sospechas. Usaban cualquier pretexto para verse, ya fuese por temas militares, urbanísticos o comerciales, ya que la hermana de la mayor, Himaya, estaba tratando en vano el montar un negocio de perfumista. 

Himaya era la única familia que Nóreas tenía, y la única que había decidido no desempeñar una carrera militar como el resto de sus antepasadas. Con la piel más blanca que jamás se hubiese visto en la región de Gerudo, pelo cobrizo tirando a castaño y rizado, estatura ridículamente inferior a la media y con un carácter algo impredecible debido a situaciones pasadas que la habían marcado. Era una gerudo bastante particular, no gustaba seguir con lo establecido, pero a la vez detestaba llamar la atención. Había visto muy poco mundo, había viajado solamente a Hebra por curiosidad con la excusa de buscar marido, pero lo cierto es que no creía para nada en el amor. En dichas tierras, se dio el capricho de ser libre: se anilló el labio inferior, se tatuó al dragón Faren en la espalda y a pequeños seres y motivos ocultos a lo largo de su tez, aparte de darse el gusto de teñir de negro su cabello y cortarlo por encima de sus orejas; era rebelde, pero sólo a ratos y en pequeñas cantidades. Era la mayor de ambas hermanas, teniendo actualmente unos treinta y seis años, y para lo único que vivía, era para cuidar a su hermana. 

Himaya había aprendido en Hebra el oficio de perfumista, profesión que le apasionaba no sólo por su rareza en el reino, sino porque sus mentores aseguraban que tenía una nariz prodigiosa, pues se contaba que podía oler la enfermedad e incluso la muerte. Ella estaba decidida a traer su conocimiento a Gerudo para enseñarlo y, quizás, poder montar su negocio; de ahí el por qué requería tanto a Urbosa en asuntos urbanísticos. Tras varios intentos, estudios de mercado y pruebas, finalmente cayó en bancarrota, viéndose obligada a prácticamente mendigar por las calles de la Ciudadela. No cortos con eso, se acababa de percatar de que se hallaba en cinta. 

U: No, no es por la nueva paliza que me ha dado, es precisamente por lo que me ha dicho después de verse que le queda poco tiempo. 

N: A ver, sorpréndeme —le dijo en tono aburrido, esperando escuchar que la matriarca le habría soltado alguna perla debido a los delirios que sufría por su dolencia—. 

U: Quiere que tenga una hija antes de que ella muera. 

Nóreas se incorporó de sopetón abriendo cuanto pudo y más sus ojos. Se quedó clavada en una Urbosa que se veía asustada y sobrepasada. 

N: ¿¡Que te ha dicho qué!? 

U: Lo que oyes, y me ha dado un año de plazo. 

La militar, curada de espanto de cualquier cosa, tembló. Llevaba unos cuatro años saliendo y teniendo una relación con la heredera al trono gerudo, relación algo particular por sus términos, pero secreta y fuerte, pues no quería cometer el mismo error que con Nephentes y pedir oficialmente su mano; así eran felices y podían tener más libertades. Con una emoción similar al miedo en su cuerpo, que se extendía en su totalidad con sudores fríos, se lanzó a hacerle una pregunta directa. 

N: Y… ¿lo vas a hacer? 

U: Por las diosas, no, qué asco. Antes de eso, que me maten. 

Curiosa referencia a su hermana que soltó sin darse cuenta, pues justo eso le llevó a la tumba. Reculando y pensando mejor en sus palabras y situación, recondujo la conversación para tratar de hallar una rápida solución a este gran problema. 

N: ¿Sabes? Yo creo que va a morir antes de dos años. Yo empezaría a salir de la región de viaje y diría que no encuentro un buen candidato, así le das tiempo a que se muera. 

Urbosa mantuvo quietud en su voz, sabía que lo último que haría en su vida sería yacer con un hombre; antes preferiría quitarse de en medio o desaparecer de la región. La heredera era ya muy aplicada en todo y anteponía el deber a cualquier cosa, pues debido a la salud de su madre, hacía ya medio año que estaba ejerciendo sus funciones como regente de la matriarca, mas tenía por seguro que ese aro conyugal no lo pasaría. 

U: No quiero casarme nunca, menos aún con un shiok. Antes, me casaría contigo. 

Nóreas se puso en pie expresando una sonrisa suave en sus labios, le llenó de ternura esas palabras de Urbosa. Yendo hacia ella, la tomó en brazos y se abrazaron durante largo rato sin moverse un ápice, sintiendo sus mutuos calores manando de sus pechos y comenzando la menor a soltar alguna lágrima de desespero y rabia. 

U: La odio. La odio con toda mi alma. Ojalá se muera pronto o le dé un ataque de algo y se quede en el sitio. Ese día montaré una fiesta. 

N: Shhh… Cálmate. Encontraremos una solución, ya verás ¿Te apetece que nos “relajemos”? 

La joven profundizó su mirada en la mayor, entendiendo y aceptando la referencia, deshaciendo el nudo de la cinta que aguantaba la larga cabellera de su novia para dar comienzo a aquello que tanto le relajaba. 

N: Veo que sí. Vamos, no pienses ahora en nada, disfruta del momento. 

Nóreas se llevó a Urbosa a la cama, tomándola con suavidad y cariño; quería dejarle constancia a través de sus caricias que todo iría bien, que la iba a cuidar siempre, que la iba a amar incluso más allá del fin de sus días. El cuerpo hábil al completo de la mayor manejó con profundo afecto al de la menor, pues así y en esos papeles solían hacerlo, dejándose la heredera hacer todo y cuanto su rayo de esperanza gustase practicarle. Estrechando tras un largo comienzo el contacto entre sus cuerpos, ambas se dejaron llevar por la pasión, momento en el que la puerta de la casa se abrió de golpe, cayendo de bruces al suelo Himaya, como de costumbre, ebria. Urbosa dio un brinco y se tapó rápidamente con lo que encontró más cerca. 

N: A ver qué día aprendes a tocar la puerta, hermana —expresó con un tono aparentemente cansado de repetir siempre lo mismo, no molestándose siquiera en apartarse de la postura en la que se encontraba—

Himaya se rió producto del ridículo que acababa de hacer y por la embriaguez, dando media vuelta en el suelo y poniéndose boca arriba echando peste a alcohol barato. 

H: Perdón, perdón, hermanita… Nada… ¡hip! No… no quería molestarte, je, je… ¿no tendrás de casual alguna rupia suelta por ahí, verdad? Voy tiradísima de pasta este mes. Enróllate un poco, anda ¡hip! Por cierto, hola, mi Lady señorita. Perdón mis modales, sabes que de normal no soy así… ¿tienes algo ahorrado, por cierto? 

Nóreas se levantó de la cama y cogió a su hermana prácticamente del pescuezo para ponerla en pie y sacudirle un poco las neuronas. 

N: ¿Pero tú quién te has creído que eres? Que me pidas a mí, vale, que soy tu hermana. Pero a Urbosa ni te atrevas a hablarle en ese tono, cuánto ni menos interrumpiéndola en un momento de intimidad con su pareja para pedirle dinero. Además, estás en cinta. Deja de beber o matarás a lo que llevas dentro. 

Urbosa se detuvo a pensar por un momento… Una mujer relativamente cercana y sin familia más que Nóreas, sin media rupia en el bolsillo, embarazada y echada a la bebida por su fracaso en la vida… Tenía delante de ella la solución desde hacía un tiempo y no la había visto hasta ahora. Tomó de la mesita de noche una toalla para cubrirse antes de ponerse en pie, atendiendo a cómo la militar aleccionaba a su hermana pese a ser la menor de ambas, invitándole durante unos segundos a guardar silencio para dirigirse personalmente a Himaya. 

U: Tengo ochenta y cinco mil rupias, ¿te sirven? 

H: El coño de la diosa… 

Nóreas se volteó enloquecida al oír esa cifra; sabía que la nobleza Gerudo era poderosa, pero no que alcanzaba esas cifras. Lo que no entendía, era la razón por la que desembolsaría semejante suma a una casi mendiga. 

U: Es más, aparte de eso, ya es hora de que desenvuelvas tu carrera profesional, ¿no? Y qué mejor manera de hacerlo que siendo la perfumista personal de las nobles del palacio ¿Qué te parece? 

La militar soltó a la borracha de su hermana, que cayó a plomo al suelo riéndose y espetando que era rica, yendo a debatir rápidamente cara a cara con la heredera en voz baja. 

N: ¿Tú estás loca? ¿Eres consciente de lo que acabas de decir? Mi hermana es un caso perdido, no te va a traer beneficios jamás. Además, ni siquiera has consultado en El Consejo si desean introducir a una nueva trabajadora en palacio, cuánto ni menos, a una simple perfumista con las pintas que ella trae. Y aparte, ¿no sería suficiente generosidad eso que encima vas a darle miles de rupias? ¿Qué mosca te ha picado? 

Urbosa atrajo hacia su boca el oído de Nóreas, lo que le quería decir aún no era incumbencia de Himaya… Todavía no. 

U: Escúchame y no digas nada. Esta es mi oportunidad. Está en la miseria, sólo quiere dinero, y ella tiene algo que yo quiero. Estoy segura de que para ella es un incordio pensar en la maternidad. Mírala, se acaba de enterar hace un par de semanas de que está embarazada y sigue bebiendo como una bruta; el fruto de su vientre no le importa lo más mínimo. 

¿De dónde había sacado esa repentina velocidad para pensar en todo eso? Sea como fuere, que fijo que fue por desesperación, parecía que había hallado la solución a su problema gracias a un plan delictivo que le ahorraría más de una pena. Dinero y posición, eso es lo que Himaya había deseado últimamente, y eso es lo que Urbosa podía darle; no iba a ser gratis, pero estaba claro que aquella gerudo había quedado accidentalmente en estado en un viaje que nadie supo que hizo a la aldea Onaona, tierra de morenos y fornidos hombres pesqueros que enloquecían a la mayoría de mujeres del reino por sus aspectos similares a bestias salvajes. 

N: Me estás incitando a que cometa un crimen. 

U: Mi madre está enferma, será fácil engañarla, y más si durante estos meses me descuido un poco con la dosis de los sedantes. Y Sonnia ya es reina, está tan ocupada que sólo puede venir cada varios meses. Con suerte podré fingir un embarazo antes de que ella vuelva aquí de visita y pueda darse cuenta del delito. 

Ambas se miraron con incredulidad y con sus latidos acelerados por la exaltación que producía maquinar y articular todo ese crimen delante de Himaya sin que esta se enterase. Era tan factible, tan posible, tan viable y a la vez tan delicado, que daba ganas de llevarlo a cabo y a la vez de repudiarlo. Era mover una maquinaria muy delicada que iba a tener mil ojos puestos encima por la expectación de que la heredera iba a tener una hija pero, lo cierto, es que eso ayudaría a camuflar todavía más la relación que tenía con Nóreas… Era demasiado jugoso, demasiado apetecible… 

U: Nóreas, no lo pienses. Vamos a hacerlo —le dijo con gran seguridad en su mirada—. Recoge a tu hermana del suelo y llévala a casa a que duerma. Mañana hablaremos con ella. 

N: Sí. Vamos a hacerlo. 

NOTAS DE AUTORA

Un capítulo cargadito, ¿eh? No sé ni cómo he sido capaz de resumir todo esto, ha habido momentos en los que no sabía ni por dónde salir; soy escritora de mapa, y ya tenía un buen resumen (alborotado) de todo lo que quería que saliese. Lamentablemente hay un par de cosas que no me han cabido por espacio, pero en el tercer capítulo habrá un inicio con flashback contándolo todo, pues considero que este capítulo ya es intensito como él solo y no necesitaba más detalles; si ha costado escribirlo, leerlo y entenderlo costará el doble. 
Dos personajes nuevas han hecho aparición, una ya bien planeada, que es Himaya, y otra que salió de casualidad entre los párrafos, Nephentes. Esta última se me cayó encima del teclado y necesité sacarla, pero en mi mapa no aparecía reflejada; aún así, creo que le ha dado un cuerpo genial al ecuador del capítulo. Hazme saber si te gustaría conocerla más en profundidad, porque quizás sea una excelente candidata para hacer un cuento suyo. 
Hecho de menos lo “terriblemente malvado y cruel” que era el rey con Zelda; Léa a su lado es tremenda. Aún recuerdo la rabia que él me daba por su inflexibilidad, pero ahora es un cacho de pan en comparación. En fin, espero poder matarla pronto; le tengo más ganas que a Togill. 
Nos leemos en el siguiente capítulo, ¡que ya iremos por la mitad de la historia! 

*Créditos de la imagen a su autor, que no lo pude localizar*

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